21 - Campamento



Después de bañarme y de comer, regresé a mi habitación y me dejé caer en la cama, sintiendo cómo mi espalda entera crujía bajo mi propio peso, prácticamente como si nunca en mi vida me hubiese tumbado hasta aquel momento.

Estaba tan cansada que no pude evitar dormirme a pesar de que todavía era de día. Y, sin soñar nada, desperté sumergida en la oscuridad de la noche. Los ojos me escocían y mi cuerpo deseaba quedarse así para siempre, pero mi estómago rugía pidiéndome explicaciones.

Delante de la puerta, que en aquel momento estaba cerrada, había una bandeja con fruta, pan, queso y dulces. Me levanté a duras penas y me aproximé a la bandeja para calmar mi hambre.

Los dulces fueron lo que más llamó mi atención. Eran como cristales dorados cubiertos por una fina capa de azúcar. Sabían a miel de flores.

Delicioso...

De hecho, todo sabía tan bien que parecía que hubiera pasado una eternidad desde la última vez que había comido algo. Incluso la fruta parecía más dulce y jugosa de lo normal.

Mientras comía, me pareció oír las voces de Marina y de Thukker. Imaginé entonces que tal vez estarían despiertos aún y pensé en darle las gracias a Marina por la comida y por su hospitalidad en ese momento.

Abrí la puerta silenciosamente y miré al exterior. Por un momento, pensé que todo estaba a oscuras, hasta que percibí una fuente de luz cálida saliendo de otra habitación. Salí de la mía y comencé a caminar hacia ella, mirando con cautela a mi alrededor, pero como todo estaba a oscuras, realmente no podía ver gran cosa.

De hecho, mis pies no tardaron en chocar con algo que había en el suelo, algo de tela muy gruesa. Me agaché para tocarlo y al tacto pensé que aquello era la capa de Thukker, aunque no entendí lo que hacía tirada en el medio del vestíbulo.

Volví a oír sus voces, susurrantes. Y también oí sus risas. Me acerqué un poco más pero me arrepentí tan pronto como me aproximé a la puerta y vi en el suelo la camisa de Thukker.

Me sentí violenta y pensé en regresar a mi cuarto y olvidar por completo mi aventura nocturna, pero mis piernas parecían petrificadas. De hecho, la siguiente vez que los oí hablar, contuve la respiración por completo.

Marina susurró algo que no entendí. Después habló Thukker. Hablaban en la lengua de los elfos y yo no comprendía ni una palabra. Oí que se besaban y me arrepentí de todas las decisiones de mi vida que me habían llevado a estar allí en aquel momento. Por supuesto, retrocedí lentamente hasta mi cuarto y me encerré detrás de la puerta, atacada de los nervios. Estaba segura de que estaban haciendo el amor allí dentro. ¡Qué bochorno! Tan solo esperaba que esos dos elfos no me hubiesen oído… 

Cuando pude conseguir calmar a mi corazón, suspiré y me senté de nuevo en la cama. Agradecí un montón  no haber abierto aquella puerta, pero en aquel momento, tenía la mente revolucionada por completo.

Rompiendo el silencio que me rodeaba, pude oír una melodía lejana y alcé la cabeza para mirar hacia la ventana. Me acerqué lentamente y abrí tanto la ventana como la contraventana para dejar que la música, acompañada por el canto de los grillos, llenara la estancia. 

Reconocí el sonido de un laúd, pero su ritmo era lento y sus notas eran tristes. Me senté en el suelo, escuchando atentamente. Aquella canción evocaba a la nostalgia y me hizo percatarme de mi soledad. 

Poco a poco la música me apaciguó hasta que decidí regresar a la cama. Antes de cerrar los ojos, me quedé contemplando el amuleto de Thukker y, tras pensarlo brevemente, decidí mantenerlo al menos aquella noche. 

Cuando desperté de nuevo, mis aposentos estaban bañados en el dorado y el escarlata de la luz del amanecer. Por algún motivo, pensaba que al salir iba a encontrar a Thukker esperando por mí, pero, por supuesto, no fue así, y todo lo que me encontré fue la ropa de Thukker en el suelo y la armadura de Marina, perfectamente colocada en un maniquí de metal. Recordé lo que había pasado la noche anterior y me abochorné de nuevo. Pensé en regresar a la habitación cuando alguien aporreó la puerta de entrada.

Me quedé paralizada y, como una flecha, un haz de luz pelirrojo pasó velozmente por delante de mí y se apresuró a abrir la puerta. 

Cuando lo hizo, me di cuenta de que Marina llevaba ropa puesta, y jamás había agradecido ese detalle tanto como en aquel momento. Ya no era su enorme armadura, sino un vestido sencillo y con un suave color azul. Al hablar con quien había llamado, su postura era tan elegante como la de una emperatriz. La persona al otro lado hizo una reverencia.

 

—Majestad, los generales desean comparecer ante vos.

—Lo imaginaba. 

—Dicen los rumores que... Anoche hubo un ataque.

 

Noté cómo se puso un poco tensa, pero no modificó su postura elegante y solemne.

 

—Anunciadles que asistiré de inmediato—aseveró.

—Ruego que me disculpéis, majestad.

 

Y aquella persona se fue. Marina cerró la puerta y me miró con una sonrisa amistosa.

 

—Buenos días, Andrea. ¿Has dormido bien?

—Sí —mentí—. Siento haberme quedado dormida tan pronto.

—No te preocupes. Estabas agotada y lo entiendo. 


Thukker salió de la habitación con una ropa completamente limpia. En el momento en el que le vió, Marina bufó.


—Los generales quieren verme porque alguien tuvo que montar el numerito ayer.

—Qué dramáticos.

—Podrías al menos aparecer ante ellos y explicarte. No sé, tal vez ponerme el trabajo más fácil para variar.

—Les acabaría reprochando que sus defensas son deplorables.

—¡Ugh! ¡Vienes aquí, lo pones todo patas arriba y ni siquiera te responsabilizas! ¿Sabes lo mucho que me cuesta arreglar tus desaguisados? 

—Solo diles que les estaba poniendo a prueba. Miénteles y diles que he considerado que lo han hecho bien. Eso les encantará. 


Ella gruñó y profirió algunas palabras en su lengua  que no necesitaba conocer para saber que estaba insultando a Thukker. Acto seguido, se recogió su envidiable mata de pelo rizado en un moño alto para salir por la puerta pocos segundos después mientras yo me quedaba embobada mirando hacia la puerta. 

 

—¿Has sacado algo en claro al escrutar tan de cerca la puerta?

—Parece que has metido a Marina en problemas —informé con cierto resquemor en mi voz—. ¿No piensas disculparte?

—No es lo mío —contestó encogiéndose de hombros—. Además, se las puede apañar perfectamente ella sola con esa gente.

—Esa entrada era innecesaria.

—Era un ajuste de cuentas. Se la debía desde hace una década.

—Parece que os conocéis muy bien.

—Hemos pasado mucho tiempo juntos en la inmortalidad.


Me crucé de brazos. Él puso los ojos en blanco con exasperación.


—Si te tengo que contar cada año de mi vida, no vamos a terminar nunca y cada minuto cuenta. Te recuerdo que todavía no ha terminado mi labor, aunque tú vayas a quedarte aquí. 

—¿Por qué te vas tan pronto?

—Nos falta uno, ¿recuerdas?


Apreté los labios y asentí. “Ierosaeth” murmuré.

  

—No creo que sea una buena idea que vayas tú solo. Tal vez deberíamos ir los tres. Mortinella ha estado muy activa últimamente.

—No tienes qué temer. Durante el día, tengo mis poderes, Mortinella no podría hacerme nada por mucho que lo intentara.

—Bueno, tus poderes no parecían tan fiables en mis vaticinios —arrugué la nariz.

—Mis poderes están ligados a la presencia solar. El sol me transmite energía. Mientras esté presente, me lleno de energía.

—¿No me dijiste en una ocasión que en la noche perdías todas tus energías repentinamente? —Recordé de inmediato.

—Eso es cierto. Mi cuerpo recibe toda la energía de la luz del sol, apenas necesito alimentarme, y durante el día tengo un constante flujo de maná casi interminable, pero al ponerse el sol, mi cuerpo, acostumbrado a esa corriente de energía, la pierde más rápidamente.

—No es la primera vez que en nuestro viaje nos topamos con el anochecer. No me gusta...

—Pero tengo esto.

 

Él se llevó la mano al pecho y sacó el amuleto. Al hacerlo, me di cuenta de que no llevaba ninguno más en aquel preciso momento.

 

—Esto hace que mi cuerpo reciba un poco de la energía de la luna. No es lo suficiente como para permanecer despierto toda la noche, pero sí es bastante potente como para no desmayarme inmediatamente después del ocaso.

—Oh, por eso es tan importante…

—Aparte de eso, puedo ver todo lo que tocan los rayos de sol. Tiene ciertas limitaciones, claro, pero...

—¡Espera! —Le detuve repentinamente molesta—. Si tienes ese poder, ¿por qué no lo utilizas ahora para localizar a Ierosaeth?

—No puedo ver la verdad con esos ojos, Andrea. Desconozco quién es Ierosaeth, por lo que no puedo localizarlo sin más. Tendré que buscar escrituras en los templos.

—¿No estaba el templo de Lapper dedicado a Ierosaeth?

—Sí, pero ya hemos buscado allí cientos de veces. 

—Podríamos pensar en otro modo —me quejé—. Podríamos intentar instruirme. Yo si podría llegar a ver la verdad con mis ojos, tal vez podría descubrir el nombre de Ierosaeth.

—Nos falta tiempo, Andrea. No quiero decir que tu idea sea estúpida, pero tenemos que utilizar todos nuestros recursos. Sé que podrías hacerlo, por eso creo que deberías tratar de usar tu poder mientras yo busco. 

—Sí —suspiré apesadumbrada—. Sí, puedo hacerlo.

 

Comprendí que no importaba el argumento que utilizara ni el potencial que tuvieran mis ideas, pues mi maestro no permanecería con nosotras, en la seguridad del campamento. 

 

—Mi último poder —continuó poco después—. Es probablemente el que más te fascine. Se parece al que acabo de explicarte en que solo puedo utilizarlo en lugares donde brille el sol, pero es el que, aún después de tantos años, no deja de asombrarme. Yo puedo materializarme allá donde sus rayos toquen. Viajar de un lugar a otro en apenas un parpadeo.

—¿Cómo? ¿Al instante?

—Sí. Puedo viajar a donde se me antoje. Las condiciones son las mismas: solo en lugares bajo la luz directa del sol.

—La envidia me está matando...

 

Al parecer, Thukker no entendió mi broma, y frunció el ceño, molesto.

 

—Tú puedes ver cosas que van a pasar. Yo no.

 

Me negaba a explicarle que solo era una broma.

 

—No obstante, los poderes que aún te quedan por descubrir me intrigan —confesó Solerum—. Serán fascinantes cuando sepas controlarlos.

 

Aquellas palabras sonaron demasiado serias. Me sonrojé, en parte por lo que parecía un cumplido, pero también porque aquella carga parecía inmensa en los hombros de alguien tan enclenque como yo.

Ni siquiera era capaz de controlar el único poder que conocía.

 

—No sé si lograremos verlos algún día —contesté desanimada.

—Lo lograrás.

—¿Cuánto tardaste tú?

—Pese a que mi dominio es bastante encomiable, no creo que lo controle del todo. Llevo más de cinco mil años siendo un aprendiz, y creo que jamás dejaré de serlo.

 

Él se acercó a mí y puso sendas manos en mis hombros. Sorprendentemente, estaba sonriendo, y para mi completa estupefacción, parecía una sonrisa sincera y amable.

 

—Espero que entiendas que si te he contado todo esto no es para alardear. Voy a intentar localizar a Ierosaeth. Sin embargo, me inquieta el ataque del que me hablaste, ¿lo recuerdas? En casa de Oliver.

—Sí —susurré.

—¿Era Lunaria quien te acompañaba?

—Era ella, sin ninguna duda.

 

Atisbé en él un gesto preocupado, pero acto seguido elevó la mirada y enarcó una ceja. Parecía, sin embargo, que no estaba muy seguro mientras hablaba:

 

—Tú eres la única que puede cambiar el destino. Prométeme que estaréis a salvo.

—Solo si tú me prometes que volverás todos los días antes de que se ponga el sol.

—¿Antes de que se ponga el sol? —Inquirió un poco disconforme, pero después respiró profundamente y asintió con la cabeza—. Está bien, te lo prometo. Vaya, de verdad no se te escapa nada.

 

Sonreí tímidamente, pero él miró hacia la puerta.

 

—Lamento hacer esto tan apresuradamente, pero he de irme de inmediato. Si Lunaria volviera antes de que yo me haya  ido, no sé cómo seré capaz de irme.

—¿No vas ni a despedirte? —Pregunté extrañada. Por lo que había podido comprobar, tenían una relación íntima.

—Excúsame ante ella —respondió apartándose para recoger sus cosas mientras yo me quedaba petrificada al pensar que me estaba cargando con el muerto.

 

Ni siquiera la conocía, ¿qué podría decirle? ¿Qué podía hacer para que ella no se tomara aquel gesto como una ofensa? Antes de darme cuenta, Thukker ya se apresuraba hacia la puerta.

 

—¡Thukker, espera! ¿Qué puedo decirle?

—Algo se te ocurrirá. A ti al menos te escuchará.

—¿Qué quieres decir con eso? —Abrió la puerta sin escucharme—. ¡Thukker! ¿A qué viene tanta prisa?

—Lo entenderás cuando ella regrese. Regresaré al anochecer —él giró sobre sí mismo y miró hacia mí, cerrando la puerta detrás de sí.

 

No dijo nada más, sin más cerró la puerta, y cuando un segundo más tarde la abrí para replicar él ya no estaba allí. Miré alrededor. No había nadie, ni un alma...

Cerré la puerta de un portazo y regresé a la habitación en la que había pasado la noche. Sentí una furia inmensa apoderándose de mí, pero tan pronto como me senté en la cama, oí de nuevo una melodía lejana de laúd. Alguien en el campamento estaba tocando de nuevo, y su música apaciguaba mi rabia. Pero a los pocos segundos, oí la puerta principal y salí al vestíbulo. Marina había llegado y se apoyaba contra la puerta con aspecto derrotado.

 

—Ho... Hola, Marina —Susurré con timidez. Ella me dirigió una sonrisa forzada.

—Ah, Andrea. Perdona, no pretendía ponerte nerviosa.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy perfectamente —mintió, pero con una tranquilidad sorprendentemente convincente—. Dime, ¿dónde está esa patética, desagradable y ridícula excusa de la existencia?

—¿Hablas de Thukker? —Pregunté aún más nerviosa. Ella se rió y asintió con la cabeza.

—Me va a oír —se rió con evidente cansancio—. ¡Vaya que si me va a oír! ¡Se va a pasar encerrado en el calabozo hasta que a mí me dé la gana!

 

Ella se apresuró hacia la habitación con la puerta abierta de par en par, resoplando con furia hasta llegar allí. Ella se quedó petrificada mirando hacia el interior vacío, habría jurado que su expresión mostraba un dolor incalculable.

 

—Ya no está aquí, ¿verdad? —Comprendió sin preguntar nada más.

 

El hecho de que asumiera inmediatamente que Solerum se había marchado hizo que sintiera punzadas en el corazón. Me pregunté cuántas veces le habría hecho lo mismo. Ella se giró inmediatamente y comenzó a reírse con tranquilidad.

 

—¡Un problema menos! —Exclamó mientras se apartaba y se acercaba de nuevo aquí—. ¡Arg! ¡Nawiroth es imperdonable! ¡No sé cómo has podido aguantarlo todo el camino hasta aquí!

 

No dije nada. No sabía qué podía responder a eso. Ni su voz ni sus gestos sonaban afectados, pero había algo en la energía que la rodeaba que me indicaba que aquella decepción le dolía más de lo que en realidad iba a mostrarme. Estaba actuando como una paradoja andante, pero no estaba segura de si sus sentimientos estaban ocultos porque yo era quien estaba con ella o porque trataba de engañarse a sí misma. Ella se sentó en uno de los divanes de la estancia y me hizo un gesto para que me sentara en el otro.

 

—Cambiando de tema, Andrea, sé que probablemente quieras saber muchas cosas. También sé que el encanto que te trajo hasta aquí jamás responde preguntas. Ahora es el momento: yo puedo escucharte.

 

Asentí con la cabeza, pero aún era incapaz de decir nada. Intenté pensar en la cantidad de dudas que tenía, en todas las preguntas que me habían preocupado durante tanto tiempo, pero en aquel momento todas se desvanecían al pensar en cómo Thukker había escapado en el peor momento.

 

—¿No quieres hablar? —Preguntó ella. Yo asentí.

—Tengo dos hermanos —anuncié intentando desviar mi atención—. No sé si lo sabías.

—Sí, claro que lo sé —respondió con una amplia sonrisa—. Leonardo y Alicia. Aún no los conozco, pero tu padre me habló mucho de ellos también.

—Hay veces que me gustaría regresar a casa y hacer como que todo lo que ha pasado no fuera más que una pesadilla —después recordé que, de ser así, todo acabaría pasando de nuevo en el futuro, y ese pensamiento se volvió aún más amargo.

—Entiendo como te sientes —aseguró con un gesto empático—. Cuando descubres una cosa así, toda tu vida parece volverse un caos.

—Es cierto —comprendí un poco más animada—. Tú también eres un ángel.

—No, no. Yo soy un demonio. 


Me sorprendí por su respuesta y me quedé boquiabierta. 


—¿Un demonio? 

—Realmente, suena más feo de lo que realmente es. Piensa más bien en el concepto de héroe. Un héroe es una persona virtuosa que defiende el orden establecido y protege el bien común, ¿sí?

—Vale, entonces eres una heroína…

—No. No realmente. Eso sería más bien un ángel. Un demonio se enfrenta al orden, a lo que las criaturas sociales conocemos como ley. Somos héroes caídos, rebeldes si te gusta más la idea.


Asentí, aunque no terminaba de comprender a lo que se refería. Ella se rió entusiasmada.


—Son solo palabras, cielo. Esas denominaciones vienen de una época llena de guerras, están asociadas, digamos, al bando en el que luchó cada uno.

—Déjame que lo adivine: los demonios son quienes perdieron —Marina sonrió con un gesto pícaro y asintió con la cabeza—. No te imaginas el peso que me quitas de encima. Pensaba que tenía que ser una especie de ente perfecto y de virtud encomiable.

—Ya… Cuando pienses en eso, recuerda que Nawiroth también es un ángel.


Ambas nos reímos. Pero, en verdad, aquellas palabras me habían calmado enormemente. Había veces que me preocupaba comprender el dolor de Mortinella…

Seguimos hablando largo y tendido, ella quería conocer todos los detalles de nuestro trayecto. Yo me encontraba ensimismada contándole mi batalla contra las truchas, aquel día que estuvimos pescando con lanzas, cuando alguien llamó a la puerta. Toda la jovialidad de Marina se disipó de inmediato y suspiró con mala cara. Su gesto se ensombreció y sus ojos pasaron del ámbar al negro de inmediato. Ella se levantó y se dirigió hacia la puerta, respirando profundamente antes de abrirla con el mismo talante que aquella mañana.

 

—Majestad —el recién llegado hizo una reverencia y parecía nervioso—. Los generales de Norgles y Elvinos desean veros.

—Informadles de que me reuniré con ellos en breve.

—Sí, Majestad. Con vuestro permiso.

 

Tan pronto como el mensajero se dio la vuelta, ella cerró la puerta y me miró con una sonrisa.

 

—Como esté relacionado con Solerum, esa sabandija me las va a pagar todas juntas.

—¿Quienes son los generales?

—Son representantes de cada reino, reconocidos por los príncipes y princesas de Zairon —tras esas palabras, su expresión se volvió introspectiva—. Norgles y Elvinos… Lamento pedirte esto, pero me temo que voy a tener que dejarte sola por unos momentos. 

—Por supuesto —respondí, intentando parecer segura de mí misma.

—Entretanto, si quieres, puedes echarle un vistazo al baúl de la habitación. Imaginé que tus ropas estarían llenas de polvo y sucias, te preparé algunas prendas para que vistas en estos días. También podrías lavarlas si quisieras, hay un lavatorio en el campamento. Mientras no cruces el portón, puedes ir adonde quieras.


Yo asentí con la cabeza, pero en realidad me amedrentaba que se marchara. Ella se fue a los pocos segundos. No quería decirle nada, ni siquiera deseaba tratar de detenerla, pero tenía una horrible sensación al quedarme sola por primera vez desde que me había encontrado con Thukker.

Ellos eran completamente opuestos. Thukker no me hubiese dejado allí sola ni borracho, mientras que ella parecía estar perfectamente conforme con esa decisión. A veces, el elfo resultaba un auténtico incordio. De hecho, hasta hacía pocos días hubiese jurado que no se fiaba de mí en absoluto, ya que yo siempre tenía que estar en su línea de visión. Sin embargo, tal vez me había malacostumbrado a tener siempre a alguien allí presente, porque en aquel momento mi pecho se inundó de sobrecogimiento.

Me sentía diminuta.

Regresé a la habitación que Marina me había cedido y abrí el baúl. Las ropas en el interior de este eran extrañas, livianas y con un corte sencillo. Más que vestidos, eran túnicas. Me reí por lo bajo, profundamente decepcionada y notando cómo se me llenaban los ojos de lágrimas. No estaba segura de por qué, pero casi me había esperado encontrarme ahí mis vestidos favoritos. 

Sin embargo, pese a no tener ninguna forma y ser totalmente sencillas, prefería llevar una túnica a mis ropas sucias. Mientras me cambiaba, saqué toda mi ropa y la dispuse sobre la cama. Marina tenía razón en eso: toda ella había sufrido las inclemencias del viaje y había pasado días sin poder lavarla adecuadamente, por lo que sus preciosos colores se veían apagados y llenos de manchas. Al final, decidí tragarme mi miedo y esa terrible sensación de desasosiego y salí de las dependencias de Lunaria para lavar mi ropa. 

Mientras iba hacia allí, noté cómo los guerreros con los que me cruzaba me miraban con desconfianza. Me sentí aún más insignificante. Tras tener que rectificar varias veces, encontré el lavatorio, donde había algunos soldados. Parecían estar jugando en vez de lavando su ropa, y me sentí un poco más tranquila mientras llenaba un cubo con agua y cogía una tabla de lavar. 

De vez en cuando, me distraía observando a la gente de mi alrededor. Casi todos vestían de formas similares, pero sí pude notar que llevaban insignias diferentes en los hombros de sus camisas. Un ojo, una estrella de cuatro puntas, la punta de una lanza… 

Pasé un buen rato para quitarle la roña a mis ropas. Probablemente más del necesario, ya que me estaba consintiendo saciar mi curiosidad y cotillear de vez en cuando mientras fingía estar ensimismada en mi tarea. Me concentré más al lavar mi vestido marrón, ya que con él mojado era más difícil percibir las manchas. Mientras trabajaba, sí que noté que, repentinamente, todos los presentes dejaron lo que estaban haciendo y se pusieron firmes, saludando a alguien que debía estar a mis espaldas. 

Durante mi viaje, había aprendido alguna cosa que otra. Por ejemplo, a imitar lo que se hacía a mi alrededor para fundirme con la multitud. Rápidamente, me puse en pie y me giré para imitar el saludo de los soldados que me rodeaban. A mis espaldas, se erguía un hombre enorme, que destacaba entre los guerreros de mucha menor estatura que lo rodeaban no solo por su altura, sino también por su aspecto fiero, imponente y orgulloso. El hombretón tenía la piel cobriza, plagada de cicatrices antiguas, y su pelo era negro, largo y lacio; igual que su densa barba. Su mirada estaba llena de seriedad mientras miraba a los soldados que habían estado procrastinando en el lavatorio. Incluso sin decir nada emanaba una energía que denotaba su estatus superior, pero aquella contundencia se acentuaba al hablar, pues su voz —potente pero calmada— se proyectó por todo el campo vigorosamente.


—Dejad lo que estéis haciendo y regresad a vuestras áreas. 

—A la orden, Lord Reinhaardt —respondieron todos al unísono.


Los soldados se marcharon de inmediato, o tal vez sería mejor decir que huyeron. Yo recogí todas mis cosas y me fui también, intentando no hacer contacto visual por unos segundos. No quería destacar, no quería que nadie me preguntase por qué estaba allí, pero, por supuesto, el conocido como Lord Reinhaard no separó sus ojos de mí ni un segundo. Noté cómo escrutaba cada uno de mis movimientos como si estuviera esperando el momento oportuno para reducirme. Disimuladamente, miré hacia él unos instantes, los suficientes como para ver cómo me observaba y atisbar en su manga un símbolo con dos olas en un azul profundo.

Agaché la cabeza mientras me escabullía y regresé atacada de los nervios. Al cerrar la puerta, sentí cómo me faltaba el aire, igual que si hubiese vuelto en plena carrera. 

No estaba segura de lo que significaban todos aquellos símbolos que había visto bordados en las mangas de todos en el campamento y quería preguntarle a Lunaria acerca de ellos.

De modo que aproveché aquellos momentos para sentarme junto a la ventana con mi cuaderno de bitácora y comenzar una nueva entrada, explicando todo lo que había pasado y representando, todo lo bien que podía, los símbolos que veía pasar por delante de mí. En mi cuaderno dibujé 8, aunque algunos de ellos no eran muy buenos…

Cuando terminé, aún me pasé un buen rato mirando hacia los símbolos, intentando descifrar su significado. Algunos de ellos me resultaban conocidos, como la punta de lanza o las hélices curvadas. Estaba casi segura de haberlas visto en alguna otra parte, pero no era capaz de recordar dónde.

A su regreso, Lunaria me encontró concentrada todavía en mis dibujos. Tan pronto como los vio, se rió por la nariz:


—Nada mal. 

—¿Qué significan?

—Son los símbolos de los nueve reinos. Espera —ella contó por lo bajo—. Oh, me acabo de dar cuenta de que te falta uno.


De inmediato, me quitó el cuaderno y dibujó un último icono con maestría.


Me quedé mirándolo, como atontada. Al verlo, me di cuenta de que cuatro de ellos se parecían a los elementos y la miré con una sonrisa ilusionada.


—¿No son los elementos? La llama es el fuego, las olas el agua, la hoja la tierra y las hélices el viento.

—Sí, algo así. Los reyes del pasado puede que tuvieran algunas dotes para la hechicería. 


Ella volvió a tomar mi cuaderno y, bajo los diferentes símbolos, escribió los nombres de los países a los que pertenecían. 



Elementarya       Merivan    Elvinos     Artemun  

 
Crevvens     Norgles      Etermost     Blaisforse     Valmolya


Cuando terminó, me devolvió una vez más el cuaderno y lo estudié con detenimiento. 


—Entonces, ¿en este sitio hay gente de todos los reinos?

—Este es el ejército de la luna y el sol. Es imparcial, por lo que tiene a los mejores guerreros de cada nación. 

—Formidable —susurré impresionada—. Thukker nunca me lo contó. Qué curioso… me he pasado un buen rato mirando por la ventana y no llegué a ver a nadie de Valmolya cruzando por delante.

—Ugh, no me lo recuerdes —replicó hastiada y poniendo mala cara—. Algunos generales se han quejado de que las tropas de Valmolya todavía no hayan llegado. 

—¿Es por eso por lo que te llamaron antes?

—Sí. En cualquier circunstancia, no me preocuparía mucho, pero no he recibido ningún tipo de comunicación por parte del general de Valmolya, y eso no es buena señal…

—¿Crees que les ha pasado algo?

—Bueno, si no les ha pasado algo y no tenemos noticias suyas en breve, habrán incurrido en una deserción. Eso sí es un problema.

—¿Por qué es un problema?

—No te pienso responder a eso, hazme una pregunta mejor.


Me chocó tanto la respuesta de Lunaria que me quedé completamente en blanco, confusa. 


—Tus preguntas son vagas y se centran en que yo te dé la respuesta constantemente. Es un ciclo: tú no piensas realmente lo que estás preguntando y no terminarás de comprender la respuesta que yo te dé, por lo que me harás una pregunta diferente. No me gustan. Intenta comprender lo tácito, llega más allá e inténtalo de nuevo.


Me concentré en pensar en cómo podía mejorar mi pregunta. Por supuesto, entendía que la deserción era un tema serio, si ella lo consideraba un problema era porque, claramente, tendría que hacer algo en consecuencia.


—¿Qué clase de castigo les espera si resulta que han desertado?


Los labios de Marina se curvaron en una sonrisa conforme y después gesticuló con sus manos, indicándome que les cortarían la cabeza.


—Y como son guerreros importantes, a los príncipes normalmente no les hace mucha gracia —pensé.

—¿Ves, Andrea? —Ella me señaló con su palma—. Lo comprendes perfectamente. 


Yo me encogí ligeramente, sintiéndome un poco avergonzada. 


—Mientras estemos en el campamento —clarificó—. Podrás ir adonde tú quieras. No tienes que quedarte en el pretorio constantemente, puedes moverte por el campamento.

—Fui a lavar mi ropa antes, pero creo que llamé demasiado la atención. Un hombre se me quedó mirando...

—Es normal. Aquí todos se conocen y ese símbolo que llevas tú en la manga solo lo llevo yo.


Me quedé perpleja y me apresuré a mirar mi manga. En efecto, bordado con hilos dorados, plateados y negros, La luna concéntrica en el sol se dibujaba  en el símbolo que tenía yo en el hombro.

—Por cierto, solo por curiosidad, ¿cómo era el hombre que se te quedó mirando antes?


Apenas pudo terminar de decir eso, alguien aporreó la puerta con urgencia y me sobresaltó. Marina me miró con los ojos como platos y yo me encogí de hombros con una sonrisa incómoda.


—Hazme una pregunta mejor —murmuré entredientes.


Ella me respondió con una carcajada y después negó con la cabeza, con evidente exasperación mientras se levantaba.


—¿Cuál era su símbolo, entonces?

—Las olas —respondí.

—Lord Reinhaardt. Entonces, habrán venido todos. Es igual, tenía intención de presentarte en breves, de todos modos. 

—¿Presentarme? —Susurré aterrada. 


Sin darme una respuesta, pese a saber de sobra que me había oído a la perfección, ella abrió la puerta y un montón de voces comenzaron a hablar al mismo tiempo, generando un ruido incomprensible, aunque no gritasen. Me puse en pie de inmediato, mirando hacia Lunaria, que mantenía su habitual sonrisa ceremonial. Nuestros ojos coincidieron unos instantes, y ella pareció dispuesta a dejar que todas aquellas voces entraran al mismo tiempo. Yo negué con la cabeza de inmediato, aterrada por lo que ella pudiera hacer y, acto seguido, ella les hizo un gesto con su mano que hizo que se quedaran en silencio de inmediato. 


—En efecto, esa niña está bajo mi cuidado. Me temo que en este momento se encuentra algo indispuesta, pero estoy deseando poder presentarla como es debido ante todos ustedes. 

—Majestad, vuestra sabiduría es inconmensurable —mencionó una voz anciana al otro lado de la puerta—, pero están ocurriendo numerosos imprevistos adversos que alertan a nuestras tropas. Informarlos calmaría los ánimos.

—Si bien, es cierto que la visita de Solerum fue un imprevisto y que su falta de decoro ha podido resultar desconsiderada —Marina me maravilló al no perder su postura orgullosa y digna mientras hablaba—, no estoy segura de cómo apresurar a una doncella indispuesta a presentarse ante sus excelentísimos, podría hacer que nuestras tropas se sintieran mejor. 


Las personas que hablaban con Marina guardaron un silencio incómodo. Ella sonrió con suficiencia y después culminó:


—Les convocaré tan pronto como ella se encuentre mejor.


Aquella respuesta deia terminar de convencerles, ya que, de inmediato, se marcharon y Marina cerró la puerta. Yo volví a sentarme y me acurruqué, intentando calmarme a mí misma.


—Tendrás que presentarte en algún momento —me recordó Marina.


Alcé la mirada. Ella estaba nuevamente frente a mí, a pesar de que no le había oído acercarse. Yo suspiré con desasosiego.


—Es difícil —expliqué—. Ser la otra…

—Nadie aquí sabe quién eres —respondió ella, sentándose a mi lado—. No lo sabrán, tampoco, si tú no quieres.

—¿Cómo?

—Podrías, por supuesto, presentarte como Rizienella. Todos los reinos te reconocerían desde ese momento, serías una figura de autoridad…

—No creo que esté preparada para eso.

—Pero también podrías ser Mialogumaria. No sería una mentira, decir que llegaste para que yo te entrenara personalmente.


Me quedé en silencio unos segundos. Con cualquiera de las dos opciones, sabía que ellos me mirarían con unas expectativas que para mí serían inalcanzables. Sin embargo, aquel pensamiento ni siquiera fue el más amargo que cruzó por mi cabeza:


—Pero eso complicaría las cosas, ¿no? 


—En efecto, no sería lo ideal. Pero tienes que tener en cuenta que, cuando decidas presentarte ante ellos, tienes que estar segura de si quieres que te conozcan como Rizienella, porque ya no habrá vuelta atrás.


Me puse pálida. Reconocida por los nueve reinos… Si los guerreros más destacables de cada nación conocían mi nombre, pronto sería el foco de atención de los príncipes. Volver a mi vida pasada tranquila y sin acontecimientos sería imposible…

Pero, por otro lado, ¿acaso existía esa opción? Desde que Mortinella me había encontrado, había tenido que renunciar a mi hogar, a mi identidad y a mis propios amigos. 


—¿Podría darte mi respuesta más tarde? —Murmuré, sintiéndome verdaderamente enferma y con ganas de vomitar.


Ella asintió y me puso su mano en mi hombro. Yo le dediqué una sonrisa débil.


—Te traeré algo para que comas. No deberías hacer una elección tan importante con el estómago vacío.