22 - Elección



Después de llenarme a comer las exquisitas carnes que Marina me trajo, me aislé en mi habitación con el pretexto de meditar mi elección. Lunaria no protestó, parecía estar mucho más conforme al dejarme mi intimidad que Thukker. Sin embargo, mi decisión estaba prácticamente determinada desde el momento en el que había recibido mi nombre… y no había manera de escapar de mi sino.

En realidad, solo necesitaba estar a solas para echarme en la cama a llorar. No me atrevía a hacerlo delante de la maestra de mi padre, no quería herirle ni hacerle pensar que no quería hacer lo que todos esperaban de mí.

Mientras lloraba, volví a escuchar la música del laúd que ya había oído otras veces. Aquello me hizo llorar con más fuerza unos segundos. 


—¿Qué debo hacer? —Sollocé—. ¿Qué debería hacer?


La música paró de inmediato. Me sentí descorazonada unos instantes hasta que oí la voz de un hombre, con una melódica y suave:


—¿Qué es lo que desearíais hacer?


Aquella respuesta me tomó tan desprevenida que estuve a punto de caerme de la cama. Miré hacia la ventana, intentando ver a quien me había hablado, pero no vi a nadie. Sin mediar aún palabra, me puse en pie para llegar hasta ella y miré alrededor del pretorio. No vi a nadie.


—¿Podría verte? —Pregunté, un poco asustada.

—Podéis escucharme —contestó. Inmediatamente después, oí unos acordes de laúd.

—¿Por qué te escondes?

—Timidez, supongo. Miedo probablemente. Pero he oído vuestra voz y pensé que necesitaríais ayuda.


Me mordí el labio, un poco contrariada. Realmente, no esperaba que nadie respondiera, ni mucho menos que otro hombre misterioso se metiera en mis asuntos. De verdad, parecía que tenía que atraer a todos los místicos de Zairon.


—No creo que puedas ayudarme —expliqué apesadumbrada—. Tengo dudas sobre quién soy, sobre quién debería ser. Quiero hacer lo que todos esperan de mí, pero parece que nunca tomaré la decisión correcta…

—Eso suena como una carga pesada… ¿Por qué es tan importante cumplir las expectativas de los demás?

—Hazme una pregunta mejor —respondí, frunciendo el ceño.

—¿Por qué es más importante cumplir sus expectativas que hacer lo que vos querríais hacer?

—Para ti es fácil decirlo, no tienes ni idea de nada —repliqué malhumorada—. Ellos saben lo que hay que hacer, lo que yo tengo que hacer. 

—¿Lo saben en realidad?


Me quedé unos segundos estupefacta. ¿Qué clase de pregunta era esa? ¡Por supuesto que lo sabían, ellos eran Lunaria y Solerum! 

¿Lo sabían, verdad?


—Yo creo —continuó hablando el hombre—. Que poner en sus manos vuestro destino es negar vuestra propia existencia.


Asentí con la cabeza, por unos instantes, pensé que sabía quién era, que conocía mi poder, pero aquello era imposible.


—Hablas como si me conocieras —me reí amargamente.

—No. No realmente. Pero tengo una amiga que en una ocasión tenía vuestro mismo dolor en su corazón. 


Lo dudaba. Lo dudaba seriamente.


—¿Y qué hizo ella?

—Pensó en todas las alternativas que tenía. En cómo cambiaría su destino cada pequeño cambio. 

—La verdad es que esa no es tan mala idea —admití.


Tras mis palabras, no hubo más respuesta. Me asomé una vez más, para ver si podía verle la cara, pero no vi a nadie.


—¿Hola? —Pregunté. No hubo respuesta—. ¿Hola?


Nadie respondió. Me quedé unos segundos parada, confusa. Luego me molestó la grosería del hombre y cerré la ventana, enfadada. Sin embargo, sus palabras me habían dado una buena idea: ¿tal vez podía mirar lo que ocurriría más allá de mi elección?

Me senté en el suelo. Me concentré en el nombre que me habían asignado. Rizienella. Un ángel que podría serles útil a Lunaria y a Solerum. 

¿Sería feliz si abrazase ese destino?


Sentí que mi corazón se aceleraba nervioso y, acto seguido, tuve una visión en la que Marina me abrazaba. “Sabía que lo tenías dentro de ti todo este tiempo…” Estábamos rodeadas de sombras que no era capaz de distinguir, pero más allá de esa visión, sentí un calor agradable, arropamiento… 


Abrí de nuevo los ojos, encharcados en lágrimas. Me froté los ojos, extrañada. ¿Por qué lloraba, si mi visión había sido dulce, por una vez? ¿Tanto me emocionaba pensar que podía ocurrir algo bueno?

Tomé aire profundamente. Cerré los ojos una vez más. En esta ocasión, pensé en mi padre. Mialogumaria. La hija del archiconocido Mialogum. Protegida de Solerum y Lunaria.


La oscuridad se llenó de nieve blanca y de un frío gélido que me atravesaba la piel dolorosamente. Frente a mí, ocho sombras se alzaban. No podía llegar a atisbar siquiera sus figuras, pero estaba segura de que me estaban dando la espalda sin compasión.

“Por favor, ayudadme” mi propia voz reverberó en mi garganta. 


¿Es que no lo entiendes? Sin Lunaria y sin Solerum, solo eres una carga.


“Por favor, escuchadme.”


Solo vuelve a tu casa. Regresa. No tienes nada que hacer aquí.


“Soy Rizienella. YO SOY RIZIENELLA.”


Es demasiado tarde.


Grité, soltando la frustración que había inundado mis pulmones. Abrí los ojos de nuevo y, de inmediato, la puerta de mi habitación se abrió con un golpe y entró Marina con una lanza en su mano. En apenas un segundo, peinó con su mirada toda la habitación. Sus ojos tenían el brillo verdoso de una fiera en aquel momento, hasta que sus ojos se posaron en mí y bajó el arma.


—¿Estás bien, Andrea? —Ella se apresuró a mi lado y dejó el arma a nuestros pies, abrazándome de inmediato.

—S-sí —musité. 

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué has gritado?


Me puse roja como un tomate. Por un segundo, estuve a punto de decirle que estaba teniendo una visión, pero me di cuenta a tiempo de que ella no era Solerum. Simplemente, sonreí avergonzada y dije:


—Estaba desahogándome. 


Ella me miró confusa y después se rió. Su risa me tranquilizó enormemente. 


—¿Qué está pasando en realidad? —Inquirió de nuevo.

—Nada —contesté.

—Noto la energía negativa que desprendes —continuó con tranquilidad—. Antes solo estabas preocupada, ahora hay algo que te hace sentir desesperada.

 

¿Cómo podía saberlo?

 

—Es que tengo miedo de no ser capaz de llegar a ser lo que vosotros esperáis de mí.

—Oh, corazón —ella me apartó el pelo de la cara y me dedicó una sonrisa abierta—. Solo con ser tu misma ya eres todo lo que podíamos esperar de ti. 

—¡Pero solo soy una campia, o como sea que se pronuncie!

—No te equivoques al pensar que al ser mujer o al ser joven no eres fuerte. Piensa en todo el camino que has recorrido, no en el que te queda por recorrer. 

—Pero a mí me encantaría ser tan fuerte como tú. Incluso Thukker confia en ti.

—Podría decirse lo mismo de ti —respondió ella llevándose la mano al mentón, pensativa—. Es cierto que Thukker confía en mí y que yo confío en él, pero yo no diría que eso demuestra nuestra fuerza… 


Ella se dio cuenta de mi mirada disconforme y se encogió de hombros al instante. 


—Andrea, tú ya eres maravillosa, esa es toda la verdad que tienes que grabar en tu cabeza de algún modo. ¿Y qué importa lo que los demás creamos o esperemos de ti? ¡Tú misma lo has dicho, eres una cría! ¡No es tu deber preocuparte por lo que los demás queramos, todo lo que debería preocuparte es encontrar tu camino, el que más te guste a ti!

—Pero me elegisteis por alguna razón.

—Te equivocas, Andrea. Puede que abriéramos nuevas sendas por las que caminar, pero la única que elige eres tú. Y te equivocarás a veces, pero acertarás muchas otras, y lo hermoso es que de cada vivencia sacarás una lección... recuerda que el destino no es una línea recta, posee multitud de caminos y tú eres la que va a decidir cuál de ellos tomar.

 

Mientras hablaba, pensaba en lo irónico que resultaba que ella me hablara a mí del destino. Sin embargo, sus palabras me resultaban tranquilizadoras, pese a que, al mismo tiempo, acrecentaban mi inseguridad y la sensación de que mi existencia era mucho más grande de lo que podía abarcar.


—Haré que preparen un baño con sales aromáticas de Elvinos para ti —asentí con la cabeza. Sabía que un baño me haría sentir mucho mejor. Ella me besó la frente, se levantó y después se dispuso a salir, pero antes de cruzar la puerta, se giró para concluir— sé que toda esta aventura te ha desgastado, pero no tienes que hacer nada que tú no quieras. Te quiero como si fueras de mi propia sangre y nada de lo que decidas podría hacer que te quisiera menos.


Continué pensando en mi elección hasta que terminó la preparación del baño. Marina volvió a buscarme y me llevó a la misma dependencia en la que me había bañado el día anterior, una habitación que solo tenía una enorme bañera de piedra, con numerosas escenas bélicas esculpidas en bajo y medio relieve, pavimentada con un mosaico en sus fondos. El agua emanaba con su calor húmedo un delicioso aroma de flores, y el color de esta parecía casi dorado. Antes de entrar, acaricié la superficie con mis manos, y después me metí en el agua, mientras el calor relajaba la tensión de mi cuerpo.

Pero mi mente enseguida continuó divagando hacia mi decisión, y en aquel momento, me surgió una duda más. Si aceptara presentarme ante todos como Rizienella… ¿Seguiría siendo Andrea?

Al pensar aquellas palabras, noté cómo mi corazón se encogía y respiré con dificultad repetidas veces mientras intentaba calmar esa sensación tan repentina. Sabía que parte de mí se había quedado atrás, en Revon. Otra parte de mí había quedado abandonada al desertar de los hermanos Liarflam... Y otra parte más, la que se había llevado Thukker con su partida.

En la superficie lisa del agua pude comprobar los rasgos de mi cara y me alivié al comprobar que nada parecía haber cambiado en mi rostro. Tal vez esperaba que mi expresión inocente hubiese desaparecido para dar paso a un gesto más amargamente determinado. Tal vez esperaba encontrar un aspecto consumido, unos labios finos y fruncidos, pero no. Mi cara seguía siendo redondita, mis ojos seguían teniendo su verdor y mis labios su aspecto grande y jugoso. Aquello me tranquilizó mucho más de lo que me imaginaba.

Mi brazo emergió de las aguas y me pasé un rato contemplando la cicatriz que rezaba “Rizienella”. La costra había comenzado a caerse, y con la humedad se había ablandado un poco. Me quedé mirándola y comprendí por fin que ese nombre no me cambiaba: siempre había sido yo, incluso cuando no sabía qué había más allá de mis poderes.

Cuando salí del baño, me encontré con Marina en el recibidor del pretorio. Ella se acercó a mí y estaba segura de que podía sentir que mi energía, una vez más, había cambiado. 


—¿Has tomado ya tu decisión? —Preguntó sacudiéndome el cabello a modo de saludo.

—Todavía no —admití—. Antes, me gustaría preguntarte una cosa.

 

En aquella tarde, me había parado a pensar en todas aquellas cosas en las que me había negado a pensar y estaba casi segura de que Andrea y Rizienella eran la misma persona. Sin embargo, ya que había empezado a reconstruir las piezas que se habían roto de mi ser, pensé, ¿por qué no hacerlo con todas mis piezas?

 

—Quería preguntarte sobre mi padre —comenté. Su rostro pareció tensarse ligeramente, pero después esbozó una sonrisa invitándome a que continuara—. Leí vuestra bitácora. La que hablaba de sus últimos días de vida. Faltaban algunas páginas y muchas otras estaban emborronadas...

—Thukker así lo quiso —confirmó Marina—. Que se borraran los nombres de todos los participantes mayores que sobrevivieron, y que las páginas más peligrosas se quemaran antes de regresar.

—Mi padre escribía como si supiera que iba a morir —expliqué. Acto seguido, pregunté—. ¿Por qué quiso hacerme esto?

 

Negué con la cabeza. Ella se abrazó a sí misma y sonrió con cierta amargura.

 

—Él confiaba en nosotros. Desde hace décadas, hay signos que marcan el estertor de Zairon, él buscaba una respuesta desesperadamente: ¿cómo podemos salvarlo?

—¿Y por qué yo? ¿No habría sido mejor encontrar a una persona más capaz?


Ella se encogió de hombros y después me hizo un gesto con su mano para que la acompañara hasta los divanes. Allí se sentó. Yo la imité y me senté a su lado. Durante unos segundos, pareció medir bien sus palabras. 


—Pues esa elección fue de todos, conjunta. Lamento haberte hecho infeliz con esa decisión. Tú eras la persona con mayor potencial de todas, no solo por ser la hija de Mialogum, sino también por todas las personas que te rodeábamos. Nawiroth y yo, tu padre y tu madre... Todos queríamos cuidar de ti.

—¿Y cuál es exactamente mi propósito, entonces? ¿Qué puedo hacer yo que no pueda hacer nadie más?

—Unirnos —respondió Marina con cierto arrepentimiento—. Incluso en tu más tierna infancia, eras capaz de acercarnos a todos a ti, de ser un nexo de unión entre todos los que nos habíamos enfrentado. No teníamos realmente un motivo, solo que todos te queríamos y que ya eras parte de nuestra vida.


Me tembló el labio. Me sentí insegura, rabiosa y avergonzada. 


—Yo no sé si podremos salvar a Zairon. Ninguno podemos saberlo. El equilibrio de Zairon está dañado y puede que ya sea demasiado tarde para restaurarlo, pero pedimos que llegara un pequeño milagro y llegaste tú. No sé lo lejos que llegaremos…


Me abracé a Marina, sin poder aguantar más las lágrimas. En el momento en el que ella me rodeó con sus brazos, sentí cómo una parte de mi pasado por fin se había cerrado. Solo entonces comencé a sentir cómo todo se había entrelazado hasta llegar a mí. El cariño de Marina me llenó el pecho de tranquilidad. 


—Tú eres su hija —murmuró, su voz sonaba nostálgica—. Y aunque la sangre no nos uniera, él era hijo mío.

—¿Somos una familia? —Pregunté, asombrada.

—Siempre lo hemos sido —se rió—. Es por eso que solo podías ser tú. 


Sentí euforia.  Por una vez, cada pieza del rompecabezas encajó a la perfección: los errores y los aciertos, los secretos y las verdades, las emociones y los sentimientos… 

Aquella sensación de cercanía que Marina me transmitía, pese al paso del tiempo, era el recuerdo que existía en la profundidad de mi corazón. Yo formaba parte de aquella atípica familia, en la que una elfa en algún momento decidió adoptar a un hombre. 


—Creo que he tomado una decisión —susurré.

—¿De verdad?

—Quiero presentarme como Mialogumaria, pero también como Rizienella —aseguré, al decirlo, sentí cómo me quitaba una carga enorme de encima—. Quiero aprender más, ayudaros en el intento de salvar a Zairon. 


Su abrazo se estrechó aún más. 


—Nada me ha hecho tan feliz como oírte decir eso —susurró Marina. Después, se separó de mí, sosteniéndome aún de las manos—. Voy a empezar los preparativos. ¿Podrás presentarte esta noche?

—¿Esta misma noche? ¿No es demasiado precipitado?

—Lo sé, lo sé. Es solo que mantener esta situación es muy difícil: tardar en tu presentación entorpecería tu entrenamiento.

—¿Mi entrenamiento?

—Sí. No sabemos qué clase de obstáculos nos encontraremos, así que voy a instruirte personalmente en el combate, las artes mágicas básicas, la diplomacia y la historia de Zairon —ella debió de verme el agobio en la cara y sonrió, divertida—. Tranquila, todos hemos empezado en algún momento de nuestras vidas.


Yo me encogí levemente. Probablemente, ella no se daba cuenta de lo insignificante que me sentía en aquel momento porque ella era ya una figura reconocida y una eminencia a tener en cuenta. Yo, por el contrario, era una principiante que acababa de salir del calor de su hogar.

Sin embargo, junto a ella me sentía resguardada y protegida, y tal vez era aquella añoranza la que me hacía sentir que podría superar aquella prueba. Había aceptado presentarme ante ellos y sabía que ella estaría allí para apoyarme.

Marina tuvo que marcharse a preparar mi presentación. Según me había dicho, tenía que convocar a los generales de los reinos y preparar la estancia en la que yo me presentaría ante ellos. 

El atardecer había comenzado y la luz que quedaba en la estancia era rojiza, cansada, presagiando la llegada de la noche. Mientras, yo permanecí sentada en el diván del pretorio, intentando combatir todas las dudas que asediaban mi corazón nuevamente. ¿Y si me veían insuficiente, qué sería de mí? 

Entre esos pensamientos, la puerta del pretorio se abrió y yo alcé la cabeza, esperando ver a Marina. Sin embargo, mi mirada se encontró con la de Thukker y  sentí un enorme alivio. Él llevaba en sus manos un paquete de tela bastante grande. 


—¿Has vuelto? —Pregunté sorprendida.

—¿Acaso no te lo había prometido? Espera, ¿estabas llorando?


Asentí con la cabeza, un poco abatida. Él se acercó y, antes de que le explicara qué era lo que pasaba, él me dijo que ya lo sabía.


—Estaba preocupado por ti, por saber si estarías bien —admitió—. Así que, te he estado observando parte del día.

—¿Qué pasará si no soy lo suficientemente buena? —Dudé.

—Lunaria y yo vamos a estar a tu lado siempre.

—¿Es cierto que somos una familia?


Su rostro se deformó en una mueca culpable. Me sorprendió, ya que él no era especialmente expresivo. Distante como él solía mostrarse, el verle tan dispuesto a mostrar su otra cara fue un cambio enorme.


—Somos la familia que yo rompí —susurró—. Yo solo acepté a tu padre como hijo mío poco antes de su muerte…

—No podrías haberlo sabido.

—Podría y debería haberlo sabido. Él era humano, no viviría para siempre. No lo valoré mientras tuve la ocasión, intenté mantener las distancias para evitar una herida. Es por eso mismo que no te lo había dicho…


Su voz sonaba apagada y triste.


—Me equivoqué pensando que si era odioso contigo, podría evitar ver en ti a mi familia. Desde que Alecs murió, no he podido pasar página. Solo podía pensar en que no quería volver a sentir una pérdida semejante. 


Dicho esto, dejó en mis manos el paquete que llevaba consigo. Yo le devolví una mirada desubicada. 


—Ábrelo. Está hecho por la mejor sastre que han conocido los nueve reinos.


En el momento en el que dijo eso, mi corazón se cerró en un puño y deshice el lazo para abrirlo. En su interior, vi un vestido amarillo con volantes a capas. Pese a que no tenía mangas, su cuello era alto y le daba un porte más elegante. 

Me emocioné tanto al verlo que me apresuré a darle un abrazo. Noté que él estaba tenso, pero intenté que eso no me estropeara el momento. 


—Gracias, Thukker.

—Deberías cambiarte de inmediato, Lunaria no tardará en regresar. 


Me separé y me llevé el vestido conmigo a la habitación de inmediato. Mientras me vestía, disfrutaba enormemente del tacto de la tela en mi piel. Miré su voluminosa caída una y otra vez, sintiendo que estaba de nuevo en casa. Mi piel, oscurecida por la intensidad del sol durante nuestras largas expediciones, destacaba mucho más gracias al vivo color del vestido.

Salí de nuevo al recibidor. Marina había regresado y había comenzado a discutir con Thukker tan pronto como le vió, pero en el momento en el que entré, toda discusión paró en seco y los dos se quedaron mirándome. Ella estaba boquiabierta y, entusiasmada, se acercó rápidamente a mí para admirarme de arriba a abajo. 


—No está mal, abuelo —dijo ella entredientes.

—¿No deberíais apresuraros? —respondió ignorando por completo su comentario.

—¿Tú no vas a estar allí? —Pregunté, desanimada.

—Supongo que no me queda otra —resopló.


Los tres salimos del pretorio para ir hasta el cuartel, que estaba prácticamente al lado. El interior estaba iluminado con dos enormes candelabros de hierro que colgaban del techo sobre una enorme mesa triangular en la que había diez sillas. Tallados en cada una de ellas, los nueve símbolos de los reinos. La silla central, situada en la arista más cercana a la puerta, destacaba por encima de las demás en forma y aspecto, tenía el símbolo de la luna y el sol. 

Marina me llevó hasta su asiento y me lo ofreció. Ella y Thukker permanecieron junto a mí. Yo traté de calmarme concentrándome en mi respiración, a Thukker le divirtió verme en aquella tesitura. 

Y enseguida comenzaron a llegar uno a uno los generales.

El primero en hacerlo fue el mismo hombre con el que había coincidido en el lavatorio. Su mirada estaba prácticamente oculta bajo sus enormes cejas, y su aspecto era, si cabe, más feroz de lo que recordaba. Al entrar, hizo una reverencia frente a nosotros. Al posar sus ojos en mí los entornó ligeramente y se dirigió al asiento bajo las olas. Así, asumí que se trataba del representante de Artemun.

El siguiente en llegar fue un elfo con un aspecto mucho más despreocupado. Su pelo castaño estaba recogido hacia atrás y mostraba sus orejas abiertamente y llevaba una cota de malla que llegaba hasta su cuello. También era muy alto, pero no tan impresionante como el otro general. Él hizo una reverencia y nos sonrió antes de regresar a su sitio, bajo el símbolo de la estrella de cuatro puntas. Norgles.

La siguiente en llegar era una mujer alta y hermosa, con el cabello largo hasta sus caderas y de un castaño claro que caía y se ondulaba graciosamente sobre su cuerpo. Su figura era tan esplendorosa y sublime que parecía danzar al andar. Ella también hizo una reverencia y pasó rápidamente a sentarse bajo el símbolo de las aspas. Ella debía ser la representante de Elementarya...

Después de ella, casi sin llamar la atención, entró un hombre que destacaba frente a los tres primeros por ser mucho más bajo que los demás. Su piel, incluso a la luz del fuego, se veía pálida y enfermiza y hubiese jurado que, incluso así, su cabello era de un morado intenso, un color que no había visto anteriormente en un cabello. Sentí la mano de Thukker en mi hombro y me tensé ligeramente. A juzgar por cómo elevó su mirada, estaba segura de que había percibido aquel pequeño gesto. Sus facciones eran angulosas y su mirada parecía inquisidora y fría. Su reverencia fue tan breve que apenas me di cuenta de que había regresado a su asiento, bajo el símbolo del círculo. Crevvens.

El siguiente en cruzar la puerta fue un joven con armadura, tenía el pelo voluminoso y algo más claro que el cabello del elfo que había entrado en segundo lugar, pero su altura debía ser más o menos la misma. Aquel chico llevaba una armadura completa, recientemente pulida. Mostraba un aspecto confiado, lleno de energía y al llegar frente a Lunaria, su reverencia casi llegó hasta el punto de ponerse de rodillas. Al levantarse de nuevo, dirigió sus ojos hacia mí por un segundo y su gesto mostró una enorme sorpresa antes de dedicarme una sonrisa cordial y de regresar a su asiento bajo la punta de lanza. Aquel era el representante de Etermost, el reino en el que yo vivía.

Antes de que llegara a su asiento, entraron dos al mismo tiempo. Uno de ellos era un hombre con aspecto anciano: tenía su barba y su escaso cabello completamente teñidos de blanco, y sus ojos también parecían velados con el mismo color. Sin embargo, sus movimientos eran tan exactos y certeros que parecía ver, incluso si su mirada no se dirigía hacia ningún punto en concreto. Tras su reverencia, llegó a sentarse sin ningún problema bajo el símbolo de la hoja. El representante de Merivan, si no me equivocaba.

La otra… criatura que entró al mismo tiempo era mucho más grande que todos los generales. Su forma era cuasihumana a partir de su abdomen, pero su tren inferior era el de una serpiente. Su piel escamada era completamente roja y sus ojos, pequeños y amarillos, tenían una pupila vertical que se ensanchó con la escasa luz del fuego. Casi toda su piel estaba cubierta por telas gruesas. Al llegar frente a Lunaria, en lugar de hacer una reverencia, simplemente asintió y se volvió a su asiento bajo el ojo. Ella era la representante de Blaisforse.

La última en llegar fue una chica de estatura pequeña y muy delgadita. Diría incluso que, por su tamaño, sería más baja que yo. Tenía cara de duende y el pelo corto y negro, y también llevaba su armadura completa, además de una capa que parecía centellear bajo el brillo de las llamas. Imitó el gesto de todos sus compañeros e hizo una reverencia antes de regresar a su asiento bajo el símbolo del diamante. Con la llegada de la general de Elvinos, habían llegado los ocho generales que esperábamos.

 

—Bienvenidos, excelentísimos —habló primero Marina—. Lamento haberos importunado a venir a una hora tan tardía. 


Sin embargo, las miradas de todos ellos, a excepción del representante de Meriva, se dirigieron de inmediato a Thukker. 


—Sus majestades, hemos de admitir que estos últimos días han sido perturbadores —comenzó hablando la representante de Elementarya—. El ataque de Solerum de ayer y su presencia hoy aquí, junto con la de esta niña desconocida… Desearíamos una explicación de lo que está ocurriendo.

—Con ese ataque estaba probando vuestras defensas —respondió Thukker. Incluso sin mirarles, noté la intención asesina en la mirada que le debió de lanzar Marina—, y he de decir que estoy gratamente sorprendido.

—Con el debido respeto, majestad —murmuró el representante de Crevvens con una voz susurrante y arisca que me costó oír—. Jamás habíamos sido puestos a prueba. ¿Cuál es el motivo?

—Eso, ilumínanos, hijo del sol —oí que murmuraba Marina.


Hasta ese momento, había pensado que aquello no estaba yendo del todo mal. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que los generales no estaban muy contentos con aquella situación.


—Los vigilantes de la puerta aseguraron que el ataque había sido perpetrado por un nigromante —intercedió el general de Artemun—. Solerum jamás habría hecho algo semejante.

—Tal vez habría que entrenar mejor a esos vigilantes en el reconocimiento de la magia —continuó el representante de Crevvens.

—¿Cómo osas insinuar que nuestro ejército no está capacitado, Maden Kivs? 

—Majestad, confío en su buen juicio —habló por primera vez el general de Merivan—. Pero es extremadamente alarmante una situación así, más aún después de los ataques del grupo simpatizante de Mortinella, los Aristhanatos, en puntos próximos de la parte meridional de Etermost.

—¿Podría ser que Mortinella esté preparando un ataque contra nosotros? —Inquirió la chica joven de Elvinos—. ¿Por eso ha acudido Solerum?

 

Marina golpeó la mesa con sus palmas abiertas y se levantó, llamando la atención de todos ellos. Se hizo un silencio inmediato y todos ellos fijaron sus ojos en ella.

 

—Mortinella no atacará —anunció Marina, al escuchar aquellas palabras, recordé mi premonición. Ella no lo sabía, pero estaba equivocada—. No va a haber un ataque. ¡Dejen de crear teorías! 

—Em —susurré sin apenas voz, intimidada por la situación. Quería decir que eso no era así, pero Thukker con su mano me apretó ligeramente y consideré que me estaba pidiendo que no dijera nada. Recordando lo que había ocurrido en Ástarmo, me reservé mis palabras y me mantuve a la espera.

—Decidí utilizar magia propia de los nigromantes para comprobar vuestro nivel de seguridad. El motivo es esta joven. Ella es Mialogumaria, mi aprendiz, la heredera del nombre y tradición de Rizienella.

 

Un murmullo alterado inundó la sala y pude ver cómo los ojos de los generales se clavaban en mí de inmediato. Algunos me miraban con sorpresa; otros me dirigían miradas embelesadas. Entre las voces, distinguí comentarios que iban y venían. “¿Mialogumaria?”, “¿Rizienella?”

El murmullo cesó tras casi un minuto y volvió el silencio a la sala.

 

—Su alteza —el general de Crevvens, Maden Kivs, me habló directamente a mí—. ¿Por qué habríais elegido un lugar como este? ¿Tal vez sean ciertos los rumores que dicen que Mortinella os busca?


Noté cómo Thukker y Marina se pusieron tensos. Sin embargo, tomé aire, intenté tranquilizarme y hablé con toda la calma que pude en ese momento:


—Por supuesto, voy a permanecer aquí para instruirme, el tiempo que sea necesario para aumentar mis poderes. Si bien, era esa mi intención en un primer momento, de considerar mi presencia aquí una amenaza, consideraría conveniente mi partida inmediata.


En ese momento, llegué a ver una sonrisa en el rostro del representante de Crevvens. 


—En absoluto, alteza. Su presencia aquí es siempre bien recibida.

—Agradecería que la acogieran con la mejor hospitalidad de sus tierras —continuó Marina—. Saben bien que Mialogum fue también hijo mío y, por tanto, están tratando con mi familia.


Nadie añadió nada, pero sus miradas lo dijeron todo. Tal y como habían pegado sus ojos a mí, sin perder un solo detalle de mi postura rígida e incómoda, habrían sacado sus propias conclusiones. Marina levantó la sesión y mi mayor miedo llegó al ver cómo todos comenzaron a retirarse. Algunos quedaron rezagados para continuar observándome por unos segundos. Tras regresar al pretorio, Marina exhaló un enorme suspiro y después sonrió vagamente.

 

—Casi me muero al instante cuando dijiste que era una prueba, Nawiroth —comentó.

—Tenía entendido que era la explicación que habías dado.

—Les dije que me estabas probando a mí.

—Incluso si es así, lo importante no éramos ni tú ni yo —Thukker miró hacia mí—. Andrea, lo has hecho bien.

—Un poco agresiva —opinó Marina.

—Eso díselo a la mesa. 


Yo alcé la mirada hacia la pelirroja y vi el momento perfecto para hablar de mi premonición.


—Marina, ¿no crees que es pronto para descartar un ataque de Mortinella?

—Andrea, no tienes nada que temer, Mortinella no nos atacaría, somos un ejército magnífico—aseguró con tranquilidad.

—No estaría mal que la escucharas —le paró Thukker. Marina le miró con incordio y después me miró a mí.

—Marina, mi poder es la clarividencia y vi cómo teníamos que huir entre el fuego. Mortinella nos atacaba.


La expresión de Marina se oscureció y después suspiró desganada.


—Menos mal. Casi me había acostumbrado a la vida en el cuartel. ¿Cuándo atacará?

—No lo sé —admití—. Pero creo que lo hará pronto. 

—¿Podrías intentar averiguarlo? Es muy importante preparar un movimiento de tropas para minimizar los daños.

—Está aprendiendo todavía —replicó Thukker—, es un poder extenuante, si lo utilizase demasiado, podría estar débil frente a Mortinella. 


Marina se veía muy preocupada. Por supuesto, estábamos hablando de cientos, probablemente, miles de guerreros. 


—Daré mi mayor esfuerzo —aseguré. 

—No, tranquila —continuó Marina—. Nawiroth tiene razón. Sería peligroso que te debilitases. Además, somos un ejército poderoso. Concéntrate en descansar para poder enfocarte en tu instrucción.


Sin embargo, a juzgar por cómo enarcó una ceja, Thukker sabía perfectamente que iba a intentar forzar mis visiones de nuevo y tras ir a dormir, él me interrumpió en la oscuridad y me exigió que llevase su talismán.


—Solo esta noche —le pedí.

—Mortinella podría atacar en cualquier momento. No podemos permitirnos que no puedas ni moverte.

—Si descubriese algo más, podría ser de gran ayuda. Sabes que en la primera noche no me debilito y que estoy aprendiendo a utilizar mejor mi poder. 


Él arrugó la nariz, disconforme con mis argumentos. Bufó y después refunfuñó que no le gustaba mi idea. Sin embargo, al final acabó aceptando. “Solo por esta noche” añadió antes de irse.


Una densa niebla gris de ceniza cubría todo el campamento. En el suelo todavía brillaban las ascuas que se negaban a extinguirse. Más allá de las nubes de humo, se veía la luna llena, teñida de un color carmesí. Frente a mí, Marina caminaba y se giraba con aspecto horrorizado mirando a lo que antes era el campamento.

 

—Majestad, los daños materiales son excesivos —anunció la general de Elvinos—, y lamentamos algunas pérdidas de guerreros también, pero hemos ganado la batalla.

—¡Incluso si ha atacado en emboscada, tantos daños son inadmisibles! —Clamó Marina con tono airado. La general se encogió avergonzada y desvió la mirada—. Reagrupad a vuestras tropas. Partiremos de inmediato hacia la fortaleza de Elvinos.

 

Miré hacia el trozo de papel en mis manos llenas de magulladuras. “Andrea está en el campamento de Kriannos. He visto la marca en su brazo.”

 

—¿Qué es ese el papel? — Inquirió Marina. En tan solo un segundo, recorrió los casi diez metros que nos separaban.

—Mortinella lo llevaba consigo —informé—. Parece que alguien... Le desveló mi paradero.

 

Hubo un silencio horrible, y el rostro de Marina pasó de la desesperación a una expresión histérica y llena de rabia.

 

—Déjame ver eso —ordenó arrancándomelo de las manos sin esperar a una respuesta. Su mirada repasaba una y otra vez el contenido de la nota y después dirigió su mirada hacia sus generales con un aspecto feroz—. Vosotros erais los únicos que conocíais esta información. Solerum ha caído… por culpa de uno de mis hombres de mayor confianza. Pero si no puedo confiar en vosotros, yo misma os otorgaré su mismo destino...