20 - Lunaria




Desperté, sin abrir los ojos, con el tacto áspero de la mano de Thukker en mi hombro. Suspiré apesadumbrada. Mi cuerpo me pedía reposar entre aquellas sábanas solo tres minutos más. Él me zarandeó levemente, pronunciando mi nombre entre susurros apenas audibles. Andrea. 

Finalmente me di por vencida y le dediqué una mirada perezosa. Apenas podía verlo, pese a que la tenue luz malva del amanecer comenzaba a asomarse tímidamente en la habitación.


—Debemos irnos ya —susurró.


Me puse en pie torpemente mientras le hacía un gesto para que se fuese. Mis movimientos parecían más torpes que de costumbre mientras me colocaba la coraza e intentaba adecentar un poco mi aspecto.

“¿Conoceré a Lunaria?” Mi corazón palpitaba con expectación y cierto miedo mientras me ponía las botas. Me quedé mirando hacia ellas y sentí que tal vez era un poco osada al presentarme ante ella cubierta en polvo, sudor y barro.  

Salí de la habitación. Thukker ya estaba perfectamente preparado y listo para partir. Antes de que saliéramos de la casa, me ofreció un trozo de pan con una cinta de carne seca. Salimos de la casa mientras yo mordisqueaba y ensalivaba un mordisco de carne, intentando hacerlo un poco más blando. Al salir, me entretuve unos segundos en la puerta, despidiéndome del lugar con un suspiro apesadumbrado.


—No podemos despedirnos —gruñó.

—No he dicho nada —respondí, un poco molesta.

—No deben vernos. He…

—Ya imaginé que habrías hecho algo para que no nos recuerden —murmuré, caminando hasta tomarle la delantera—. Vámonos ya.


Dentro de mi pecho, estaba reprimiendo el dolor que apretaba mi corazón, la tristeza que me asediaba al marcharme de uno de los pocos lugares en los que no me habían recibido con hostilidad. Thukker caminó a mi paso. 


—Estarán bien. Esto es lo correcto —me dije a mí misma. 

—Puede que algún día el destino vuelva a reunirnos.

—¿Acaso nos recordarían?

—No… pero sí. Puede que al principio, nuestro nombre les fuera ajeno, pero mi magia puede engañar a la mente, no a su corazón. Ellos nos verían como extraños, pero con el sentimiento de reencontrarse con viejos amigos.


—¿También le borraste la memoria al alquimista?

—Sabrá arreglárselas él solito con sus potingues —contestó con sorna—. O no. Pero no es mi problema.

 

Aunque era temprano, no hacía frío. Al contrario, la temperatura era bastante agradable, pero sabía que pronto se desvanecería en el ardiente calor del verano. Notaba la brisa correteando, e intenté concentrarme en la sensación que me ofrecía —tierna y dulce— tal y como me había explicado Thukker el día anterior. Sentí un hormigueo en el estómago, suave y placentero, mientras el viento me acariciaba la piel de los brazos, me apartaba el pelo de la cara y me refrescaba.


—Mantén el viento de tu parte todo el día y no tendrás que preocuparte por el calor.

—¿Hm? —Tan pronto como miré hacia Thukker, la brisa paró y noté el calor golpeándome como si me hubiera chocado con una pared.

—Y ahí se va tu concentración. ¿Es que acaso no quieres aprender?

—¡Pero si me estabas hablando!

—Te queda un largo camino por delante —continuó Thukker—, pero pensé que sería bueno apremiarte, aunque para ello debes trabajar la atención en lo importante. Recupera tu concentración, tendrás que mentalizarte para tener un montón de fuerza de voluntad para los próximos veinte años.

—¡¿Veinte años?!

—Puede ser más o puede ser menos —añadió—. He tenido en cuenta que eres hija de Alecs, pero tampoco creo que vayas a superarlo en su capacidad para el aprendizaje. Si él tardó diez años, tú podrás hacerlo en veinte.

—¡No estarás insinuando que soy la mitad de lo que fue mi padre!

—Tu padre era un genio sin precedentes, considérate halagada, ya que la mayor parte de los hechiceros pasan decalustros para llegar a una técnica aceptable con los cuatro elementos. Llegar a eso en veinte años también sería un logro.

—Aceptable… ¿Entonces no termina ahí?

—No. ¿Qué te hacía pensar que la magia era tan sencilla?

 

Me quedé en silencio, aguardando por si decía algo más, pero él se quedó tan callado como yo. Preferí no continuar confundiéndome con tanta información y cambié de tema.

 

—Etermost no es tan grande, ¿verdad? Tardamos muy poco en recorrerlo.

—Entre Revon y la frontera del norte hay casi tres veces la distancia que hay entre Revon y la frontera del sur —anunció, sin prestarme mucha atención.

—Estoy impaciente por llegar a Kriannos —admití—. Será más fácil que me instruyas mientras estamos parados en el mismo sitio.

 

De nuevo, él no respondió. Su entonces continuo silencio comenzaba a inquietarme bastante.

 

—¿Thukker?

—Supongo que será más fácil, sí —se apresuró a responder de inmediato.

 

Me extrañaba su conducta. Estaba actuando de forma anormal. O por lo menos, de forma contraria a cómo solía actuar él. Siempre tenía algo que añadir, era una de esas personas a las que, además, no se las podía dejar con la palabra en la boca. En aquel momento, sin embargo, estaba tan silente como una roca. ¿Pensativo, tal vez?

Si indagaba más en el asunto, estaba segura de que acabaría molesto conmigo. Necesitaba distraerme y preferí concentrarme en los caminos que rodeaban las faldas de la montaña sobre los que comenzamos a andar.

Las cornisas, que jamás me habían resultado molestas durante toda mi vida recorriendo las montañas y explorando las sendas más ocultas de Revon, de pronto me aterrorizaban. Tal vez era el recuerdo de la noche en la que conocí a Thukker, el miedo que sentí al estar a punto de caer. Por los senderos en los que caminamos, él agarró una vara de madera, y la midió poniendo sus brazos en cruz, con su propia envergadura, antes de pasármela a mí.

No estoy segura de en qué momento agarró otra para sí mismo, pero antes de que nos detuviéramos a descansar en un riachuelo ya la tenía, y con su capa, su aspecto y la vara que parecía más bien un báculo sí parecía un poderoso mago sacado de libros de fantasías y leyendas. Uno de esos con aspecto de ermitaño loco que poseen una sabiduría arcana que va más allá de las apariencias.

Me descalcé para refrescar los pies en el agua y noté que ya apenas tenían heridas. Los primeros días, al descalzarme las enormes botas, siempre tenía los pies llenos de sangre seca y fresca, y un montón de llagas que, en aquel momento ya eran costras y se preparaban para volverse durezas. Thukker miraba los cielos, prácticamente estudiándolos, y fue entonces cuando noté que su energía era adulta y sabia, pero su apariencia no dejaba de ser joven y desinteresada.

“Los elfos viven milenios” pensé mientras me miraba mis propias manos y me preguntaba por qué mi vida tenía que ser tan finita y la suya tan horriblemente longeva. Dos décadas podían ser una fracción enorme de mi vida, por mucho que él contara los años de cincuenta en cincuenta. Los elfos tenían tanta suerte... Y sí, después de aquel pensamiento no pude evitar mirarlo con envidia “¡malditos elfos! ¡Debería haber nacido siendo elfa!”

 

—¿Te duelen? —Preguntó sin mirarme.

—Ya no los siento.

—Eso está bien, dentro de poco nos reuniremos con Lunaria, pero eso no quiere decir que tu camino termine...

—Dentro de poco no notaré la diferencia entre llevar botas y no llevarlas —me quejé. El me ignoró. Me sentí estúpida.

 

Thukker se levantó poco después y me urgió para que yo también lo hiciera. Sentí como crujían todos los huesos de mi cuerpo y le miré con desgana. Cuando me incorporé, me quedé mirando hacia mis pies, concentrándome en el viento. ¿Tal vez podría secarlos con un poco de concentración?


—Aguarda —me interrumpió Thukker, haciendo que pegase un bote—. ¿Estás tratando de secártelos con el viento?

—Esto… ¿sí?

—Empieza con cosas más sencillas —replicó, lanzándome una toalla al regazo—. Si no puedes lograr una corriente suave y constante, no intentes controlar un viento recio en una parte localizada de tu propio cuerpo.

—¿Por qué no? —Me quejé.


Él me miró, alzando una ceja con exasperación.


—Porque te puedes quedar sin piernas si utilizas más poder del que debes. Aunque, de todos modos, el viento no responderá. 


Me mordí el labio y procedí a secarme las piernas con la toalla. El resto del camino, traté de concentrarme en mantener el viento de mi lado, pero era difícil, teniendo en cuenta que cada vez estaba más cansada. 

Al final de la tarde, ya no me quedaban energías para seguir intentándolo, justo cuando el calor se volvía más pegajoso e incómodo. Entonces, ya empezaba a sentirme irritada y molesta. Y la inseguridad regresó.

Me preguntaba dónde se encontraba Mortinella. Sentí un nerviosismo impropio, atrapada en una paranoia extraña. Por primera vez no sabía nada. No sabía cuál era mi camino, no sabía como afrontar mi destino...

No estaba preparada para aquello, para la incertidumbre y para el desconocimiento absoluto. Necesitaba saber qué era lo que iba a pasar...

 

—Ese amuleto es un gran tesoro —dijo Thukker mientras caminábamos, al hacerlo, noté que lo estaba agarrando con fuerza—. Espero que cuides bien de él.

—Te lo puedo devolver.

—Lo necesitas más que yo. Deberías quedártelo siempre. No parece que vayas a aprender a utilizar tus poderes pronto.

—Pero tú sabes utilizar tus poderes —razoné, por lo menos como a mí me parecía lógico—, entonces tú puedes enseñarme a utilizar los míos.

—Aunque quisiera, no podría. Tus poderes son muy diferentes a los míos. Me llevó siglos comprender los míos, y así con todo,  todavía hay matices que me sorprenden.


Más consciente que nunca de mi alrededor, cada sonido me llevaba a un nuevo sobresalto. El viento acechando desde las ramas de los árboles, ramas que crujían, hojas que se frotaban las unas contra las otras, en señal de burla…


—No soy capaz de controlarlo. Es como… si me ahogara y asfixiara. Incluso ahora, el no saber me abruma, me hace sentir insegura —al decir aquellas palabras, recordé el día en el que Markus utilizó las mismas conmigo y mis ojos se llenaron de lágrimas. Sin embargo, disfracé mi pena de frustración y cerré mi corazón, una vez más, a mi extraño acompañante—. ¡Y no quiero morir! ¡No quiero que me pase nada! ¡Pero no sé cómo cambiar para poder adaptarme!

—Ya estás cambiando. Lo haces constantemente. Y a una velocidad impresionante, he de añadir.


Me froté los ojos con los puños. Al parecer, mi treta había funcionado. Aquello me calmó un poco.


—Tal vez necesito que sea más rápido —murmuré, siguiéndole la corriente.

—Esa no es necesariamente la solución. El tiempo que tardes no es un problema, siempre que llegues a cumplir tu objetivo.

—Pero no sé cómo mejorar, cómo... afrontar mis errores.

—De momento, bastará con que te tomes un tiempo de introspección. Piensa en lo que desearías cambiar y en cómo podrías hacerlo. 

—¿Qué harías tú, en mi lugar?

—Yo utilizaría esta aventura para encontrarme. Crees que el tiempo es lo que necesitas, y es precisamente tiempo lo único que tienes en este momento. Tus actitudes no pasan solo por saber utilizar magia y ser poderosa.

 

Medité sus palabras. Una y otra vez. Había afecto en ellas en lugar de reproche, el afecto de alguien que quería ayudarme a comprender por mí misma la realidad, alguien que no me iba a dar la respuesta para que fuera capaz de descubrirla por mí misma. Había mucho más en Thukker de lo que se entendía con los ojos o con el oído. 


—Thukker, he estado pensando que… tú, en realidad, no eres tan malo.

—Y yo en que no he conocido jamás, en mi vida, a una persona tan torpe en su propia lengua como tú —el elfo hizo un aspaviento mientras se lamentaba—. ¿Por qué será siempre que aquellos con un rol fundamental son incapaces de utilizar su órgano pensador adecuadamente?


Me reí. 


—¿De qué te ríes?

—Es por tu forma de decir las cosas. No es la más amable, es solo que me hace gracia que con palabras tan duras digas cosas tan ciertas.

—Andrea por fin descubre el sarcasmo —respondió poniendo los ojos en blanco.

—Ya… Me llevó demasiado tiempo —me reí para mí—. Solo han pasado semanas, pero siento como si hubieran sido años. Con todo lo que hemos vivido, es como si nos conociéramos desde hace mucho más tiempo. Perdona, sé que es ridículo.

—No es tan ridículo.

—¿A ti también te pasa?

—No habría decidido ir a por ti si no fuera así, ¿no crees? Tengo muy poca paciencia, no habría llegado a los extremos a los que he llegado solo por proteger a una qampia inconsciente que no me importase nada.

—¡Oh, qué bonito! —sobrerreaccioné a su comentario juntando las manos. Sorprendentemente, le hizo gracia: se rió por la nariz.

—Con protegerte de Mortinella, mi trabajo estaría hecho. De todos modos, el resto de la gente solo puede hacerte mucho, muchísimo daño —en el momento en el que dijo eso, sentí un escalofrío recorriendo mi espalda y me paré en seco—. Habrías aprendido mucho más así, pero supongo que todavía me queda algo de corazón como para dejar que unos bárbaros te degollen. 

—T-te lo agradezco —aseguré. Aunque sentí un frío glacial subiéndome por la espalda.


Al terminar de coronar la montaña, vimos el resplandor de Kriannos a nuestros pies, en la llanura bajo las faldas de la montaña. La ciudad era enorme, tan grande que, incluso desde la montaña, las edificaciones de un peculiar color blanco se extendían millas hacia el horizonte. Sin embargo, todo se veía mágico, bañado en la luz dorada del atardecer. Incluso las aguas del río que cruzaba la ciudad se veían centellear con las propiedades de un metal precioso. 

A su alrededor también se erguían muros de piedra blanca, repletos de decenas de torres de vigilancia y portones con puentes levadizos que daban acceso a la ciudad. Mientras bajábamos, los edificios parecían hacerse cada vez más grandes, imponentes y amenazadores. 


—Kriannos —susurré, admirándolo ilusionada.

—Es una ciudad fronteriza, la última de Etermost.

—Es impresionante.

—Haremos noche aquí y mañana continuaremos.

—¿Cómo? ¿Lunaria no nos está esperando aquí?

—Lunaria detesta las ciudades tan grandes. Si tuviera que esperarnos más de dos días en un lugar así, no quedaría ciudad en la que encontrarnos. 

—¿Es por el bullicio? A mí tampoco se me da bien estar en sitios muy ruidosos.

—Más bien, a ella no le gusta la gente. 


En el momento en el que dijo eso, mi expresión se volvió de pánico. Si a Lunaria no le gustaba la gente, ¿quería eso decir que podía odiarme a mí también? ¿Y qué pasaría si eso ocurría? ¿Tal vez convencería a Thukker para abandonarme a mi suerte? ¿O me entregaría a Mortinella?


—No tienes que preocuparte. A ti ya te adora —aseguró Thukker.


Apreté los dientes y asentí con la cabeza. A pesar de todo, mi corazón todavía albergaba la duda.

Al parar frente al portón, Thukker se acercó para mostrarles a los guardas algún tipo de pergamino. El puente levadizo bajó y yo lo crucé prácticamente corriendo, alcanzando a Thukker que iba algunos pies por delante de mí. Mientras volvía a levantarse el puente, me giré y vi cómo los árboles, las plantas y la naturaleza desaparecían tras la madera. Los muros eran colosales y no se podía ver nada más allá de ellos, era sobrecogedor.

Las calles estaban abarrotadas de gente. En toda la ciudad había puestos de mercado. Podía escuchar música, pero no podía disfrutar de ella, puesto que el ruido y más melodías que venían de otras partes generaban una cacofonía de ruido en la que me resultaba prácticamente imposible comprender nada. 

Al entrar en una de las ventas, agradecí enormemente que las paredes aislaran un poco del ruido del exterior. La cabeza me daba vueltas. Thukker habló con el dueño para conseguirnos un lugar para dormir. 


—¿Y bien? ¿Qué opinas de Kriannos? ¿Sigue gustándote? —Preguntó Thukker con sorna mientras subíamos las escaleras.

—Mucho más desde fuera. Me recuerda un poco a Samsar

—Kriannos es mucho más grande que Samsar.

—Y yo que pensaba que Samsar ya era demasiado grande…

—Hay ciudades mucho más grandes que Kriannos. 

—Eso es terrorífico. 


Después de un buen baño y de la cena, regresé al cuarto que me habían asignado. Abrí las ventanas y el ruido del exterior inundó mi habitación por un momento. Incluso en aquel momento, rozando la nocturnidad, el bullicio era incansable. Todo el horizonte estaba cubierto de edificaciones: no había árboles, ni campo, ni siquiera pastos. Aquella fortaleza pétrea era fría y confusa, demasiado para que yo la comprendiera. 

Cerré las contraventanas y las ventanas y me quité el amuleto que me había dado Thukker para evitar mis sueños. Lo miré con intensidad mientras pensaba en la información que podía estar obviando en aquel momento, lo valioso que era saber qué iba a ocurrir.

No podía controlarlo. Nadie sabía, tampoco, cómo enseñarme a hacerlo. Pero sabía que huir de mi poder no era la solución: si escapaba de él como lo estaba haciendo en aquel momento, no conseguiría nada en absoluto.

Suspiré y miré hacia el techo de la habitación, mientras pensaba largo y tendido si podía saber de alguna razón por la que mis sueños se volviesen más virulentos. Sí era cierto que desde el comienzo de mi viaje, no me había debilitado tanto con mis visiones. Tal vez se debía al cansancio del ejercicio diario.


—Las primeras escuelas de los sueños fueron fundadas por Rizienella —murmuré, recordando las palabras de Thukker—. Tal vez ella también buscaba comprender su poder.


Alcancé mi mochila y saqué mi propio cuaderno de bitácora de ella. Comencé a hojear las entradas con mala cara. Cada legua, cada parada y cada desvío estaban allí registrados. Pero lo que nadie más sabía era que, al abrir el libro del revés, se podían leer mis vaticinios. Algunos de ellos eran más detallados, especialmente las últimas revelaciones que había logrado ver.

Y el primero de todos, aquella terrible visión en la que mis amigos eran asesinados delante de mis ojos. Se me escaparon unas lágrimas solo de recordarlo.

Apreté los dientes con fuerza y devolví el cuaderno a la mochila violentamente. Suspiré, frustrada, sabiendo que en aquel momento, ellos estaban con Alvinne… Pero ella no estaba actuando bien: había algo extraño en lo que había podido ver con mi visión. 

Sentí una anticipación en mi pecho y cerré los ojos, intentando concentrarme en Alvinne, en Markus, en Ashleigh y en Lopus… Pidiéndole al destino, en mi fuero interno, que me dejase ver dónde se encontraban en aquel momento. Suplicándole que me concediera la sabiduría para poder reencontrarme con ellos. 

Mi mente se quedó completamente en blanco por completo. De pronto, mi voz despertó y, por sí sola, respiró —ni siquiera llegó a pronunciar realmente— un único nombre:


—Miii… Laaaaa… Cussssss.


Con esa única palabra, recuperé la conciencia y respiré con dificultad, tosiendo como si hubiese estado al borde de la asfixia. Mis ojos me centelleaban y todo a mi alrededor se veía tan difuso que casi parecía que la habitación estuviese girando sobre mí. 

Solo cuando pude recuperar la calma y mi propia compostura, me di cuenta de que había pasado algo nuevo. Jamás había tenido una experiencia similar —no es que hubiese sido una experiencia agradable, pero algo había cambiado— y estaba completamente segura de que aquel nombre “Milacus” tenía algo que ver con los Liarflam.


—Milacus, Milacus, Milacus —me repetí a mi misma una y otra vez mientras cogía de nuevo el cuaderno, mi pluma y tintero y, encima de la propia cama, anotaba rápidamente el nombre tal y como yo lo había pronunciado.


Tan pronto como lo tuve apuntado, cerré de nuevo mi tintero y me quedé leyendo una y otra vez el nombre que tenía delante de mí. No contenta con aquel nombre, decidí probarme a mí misma una vez más.


—Alvinne —murmuré esta vez, centrando toda mi atención en mi mejor amiga. Sus ojos se reflejaron en mi mente unos instantes—. No tiene sentido que te encontraras con los Liarflam. No comprendo que te encontrases con ellos cuando debías estar con tu madre y tus hermanas…


Y, fugaz como un rayo, todo a mi alrededor se cubrió en sombras. La oscuridad era tan densa que apenas podía vislumbrar mi alrededor. La lluvia me ensordecía al caer con una fuerza que me era completamente desconocida. Oí el llanto de un bebé, sus chillidos asustados y caí en la cuenta de que yo era quien llevaba aquel bebé en brazos. 

“Tengo que huir” mi corazón palpitaba con fuerza. “Si me encontrase, me mataría de inmediato.”

Miré al pequeño bulto que se removía entre mis brazos y me di cuenta de que era lo único que podía ver. Su cara estaba enrojecida por el llanto y sus leves mechones rubios estaban empapados. 


Pestañeé con fuerza y, tan pronto como vino, mi visión se fue. Me miré a las manos, confusa, mis párpados parecían no comprender lo que acababa de pasar. Al igual que había presentido al ver a Mortinella masacrando Estanler, había algo en mi corazón que me decía que aquello era un recuerdo… uno muy lejano.

Y, al igual que aquella noche, todo lo había visto desde los ojos de otra persona…


—Espera, ¿ese bebé era… Alvinne? —Ante lo terrible de la situación que acababa de ver, noté cómo las palabras no salían de mis labios. Mis ojos se anegaron en lágrimas y mi cuerpo empezó a temblar—. Entonces, no fue abandonada… 


Mi mente en aquel momento estaba hiperconcentrada en mi revelación. Tanto, que todas esas piezas que inicialmente parecían tan distantes unas de otras encajaron a la perfección. Todas ellas me llevaban al momento en el que Alvinne se despidió de mí al marcharse de Revon.

Comprendí entonces que fue Alvinne quien se encontró con Mortinella. Ella debió engañarla, hacerla creer que conocía a mi familia o a mi padre. Alvinne debió confiar en su máscara de inocencia y sinceridad y probablemente, le habló de mí…

Y su encuentro no había sido fortuito. Alvinne se había marchado de Revon buscando a Mortinella.

Miré hacia la ventana. Por un diminuto agujero en una de las contraventanas, pude ver la luz del día y me percaté de que me había pasado toda la noche intentando utilizar mi poder. Cabe añadir que me dolía la cabeza y me sentía, de nuevo, cansada y débil.


—Thukker me va a matar —comprendí.


Y, en efecto, en el momento en el que nos reunimos, su expresión se llenó de disgusto y se ensombreció de inmediato.


—Ni una sola noche puedes obedecer y dormir tranquilamente. Esto es increíble.

—¡Pero Thukker…! 

—¡Que me llames Nawiroth!

—¡Perdona! Nawiroth, creo que estoy aprendiendo algo. ¿No es eso importante?

—Oh, sí, es muy importante —respondió con su actitud habitual, llena de una sorna hiriente—. Sobre todo cuando te desmayes en medio de la nada. ¡Ugh! ¡No tienes remedio!


Él me dio la espalda y comenzó a rebuscar en su zurrón. Curioseé tímidamente hasta ver que sacaba una botellita de cristal, cerrada con un corcho y sellada con lacre.


—Toma. Bébete esto.

—¿Esto? ¿Qué es?

—Es un reconstituyente que hacía tu padre cuando preveía un entrenamiento intenso de magia. Es el mismo que te di en su guarida.

—¡La crema de Brices! —Exclamé, y acto seguido, forcejeé con la botella para abrirla.

—Ni siquiera sé si podría servir para esta situación —pensó en voz alta—. Ayuda a regenerar el maná, pero, ¿la energía que gastas para tus visiones gastará de tu maná?


Le dediqué una mirada comprensiva mientras descorchaba la botella, aunque, a decir verdad, no estaba entendiendo a lo que se refería. Por contra, aquella crema tenía una textura tan delicada y un sabor tan dulce que para mí era como un caramelo líquido. Me gustaba mucho, así que estaba encantada de poder tomarla de nuevo.

Partimos de inmediato. Como ya era costumbre, Thukker me iba pasando comida mientras caminábamos, sin detener la marcha. No llegué a terminar la botella, pero sentí que poco tiempo más tarde me sentía mucho mejor. Tardamos un buen rato en cruzar toda la ciudad y salir por la puerta meridional. Más allá de los muros, regresaban los destellos agradables del sol, las hojas verdes de los árboles y de la hierba y la caricia del viento. 


—Antes dijiste que estabas aprendiendo —él caminaba a la par conmigo, algo que no era muy habitual entre nosotros—. ¿Qué es lo que has descubierto?

—Bueno… No es muy útil para lo que nos ocupa —admití un poco avergonzada.

—Eso no lo sabes.

—Bueno, anoche… pues descubrí un nombre.

—¿Un nombre?

—Sí. Milacus.


Tan pronto como lo pronuncié, él desvió la mirada. Por su forma de actuar, supe que había alguna más con ese nombre que simplemente mis amigos.


—¿Qué es? —Pregunté.

—¿Eh? —él parecía extrañado con mi pregunta.

—¿Qué es Milacus?

—Descúbrelo por ti misma —respondió secamente.

—¡Nawiroth! —Me quejé.

—¿No decías que querías aprender? ¿Qué sentido tendría que te diera la respuesta sin más?


Me encogí de hombros. Lo cierto es que tenía razón, pero aquello solo añadía más quemazón a mi propia curiosidad. Él sabía algo que yo no sabía. Solo me estaba retando a descubrirlo.


—Lo haré —aseguré—. Averiguaré cada pequeño detalle de ese nombre. 


El silencio nos rodeó de nuevo tras no recibir respuesta por su parte. Entonces, recordé mi visión y se me apretó el corazón en un puño.


—Oye, Thukker, una pregunta, ¿por qué te odia Mortinella? —Pregunté.


Él se paró en seco y me miró con un gesto completamente confuso, como si mi pregunta no solo hubiese sido inesperada… sino también inapropiada.


—¿Qué crees saber?

—Conjeturas —me encogí de hombros.

—Oh, por favor, ilumíname —replicó a desgana.

—Anoche tuve una visión. Pero del pasado. Alguien se llevaba a un bebé en brazos, un bebé que no paraba de llorar.

—¿Qué tiene que ver eso con Mortinella?

—Ya te he dicho que son solo conjeturas —repetí—. Quiero decir… Hace tiempo, mi mejor amiga descubrió que sus padres la habían adoptado siendo un bebé. Ella se marcha en busca de su familia, y, de pronto, todo comienza a cambiar. Mis visiones, mi relación con los Liarflam, mi encuentro contigo… y con Mortinella también. 


Thukker me escuchaba atentamente mientras yo divagaba sin rumbo intentando atar los cabos a medida que hablaba.


—Entonces, la visión que tuve ayer fue su secuestro. Y en el momento en el que mi amiga parte a encontrar a sus padres, pensábamos que había sido abandonada, pero ¿y si no fue así? Cuando tú empezaste a acercarte a mí, a darme pistas, y cuando Mortinella me encontró fue después de que ella se fuera. ¿Coincidencia?


Miré hacia el elfo, él negó con la cabeza, poniendo los ojos en blanco.


—No es una coincidencia, entonces.

—Quieres decir, que según tus “conjeturas”, todos los engranajes comenzaron a moverse cuando tu amiga se marchó de Revon.

—Sí. Al principio pensaba que todo estaba conectado a mi encuentro con Markus, pero ahora creo que todo comenzó a moverse bastante antes. 

—¿Te das cuenta de que todas esas suposiciones te llevan a una misma respuesta?

—A que Alvinne se encontró con Mortinella y le habló de mí —le di aún más énfasis a mis palabras, tratando de convencerle—. Tú probablemente lo descubrieras con tu poder y decidieras que no podía esperar más.

—Me fascina la manera en la que manipulas la información para conseguir una respuesta con la que tú misma estés satisfecha —Thukker no estaba impresionado en absoluto. 

—Y a mí me fascina que aún, con todo, pienses que eso es todo lo que he averiguado —respondí con amargura—. ¿Por qué crees que te hice esa pregunta en un primer momento? Alvinne es su hija, ¿verdad? Es la hija de Mortinella.


Los ojos de Thukker delataron su sorpresa. 


—El motivo de vuestra discordia no soy yo —continué sin piedad—. Tu fuiste el que hizo el trabajo sucio, ¿verdad? Y cuando Alvinne lo descubrió y decidió buscarla, te diste cuenta de que nos estábamos quedando sin tiempo… Y, en efecto, encontró a su madre. Por supuesto, le habló de mí. 

—Me gustaba más tu explicación de antes —replicó el elfo con desgana. Pero su voz delataba que aquello era un farol.

—Pero no es la verdad.

—No, no lo es —admitió.


Tomé aire en mis pulmones, sentí como si mi ego se inflara de repente. Una sonrisa orgullosa se dibujó en mi cara y pensé que, por fin, mi misterioso compañero revelaría algo de su pasado.


—¿Por qué lo hiciste? —Inquirí—. ¿Era necesario? ¿No crees que eso podría haber causado un problema mucho mayor del que tendríamos entre manos?

—Escúchame bien, Andrea —él se paró en seco, pronunciando sus palabras con un tono enfurecido que solo le había oído una vez anteriormente, cuando llegué al extremo de su paciencia en la cueva en la que nos presentamos. Sonaba completamente fuera de sí, reprobando mis averiguaciones —. No vamos a hablar de esto. ¿Está claro? Si tienes tanto tiempo libre, tal vez deberías centrarte en intentar practicar la constancia.


Me quedé callada, roja como un tomate y asentí con la cabeza, aterrorizada. Thukker jamás había vuelto a utilizar un tono tan contundente conmigo. Mi orgullo se disipó y se convirtió en duda. Dudaba haber hecho lo correcto al utilizar mi poder, al haber desobedecido a Thukker.

Regresó el denso y absoluto silencio entre nosotros dos mientras cruzábamos una arboleda. Pasamos un tiempo interminable rodeados de una terrible y oscura tensión. En mi fuero interno deseaba no haber dicho nada, no haberme quitado el amuleto aquella noche, no haber indagado en el pasado de aquella forma. Mi humor continuó empeorando y, en seguida, volví a sentirme debilitada. Al terminar la sombra de la arboleda y regresar el cruento castigo del sol abrasador, me sentí todavía peor.

 

—Estamos cerca —anunció en ese momento.

 

Le miré con intención de responder y de disculparme, pero preferí no decir nada. Sus ojos permanecían en alerta, sus orejas temblaban rápidamente, posiblemente captando hasta el menor de los sonidos. Su respiración era tan silenciosa y tan leve que pensé que no estaba respirando en absoluto.

Y frente a nosotros, emergió en la lejanía una alta barrera de madera y tierra. Era más rudimentaria que los muros que rodean las ciudades, por lo que imaginé que lo que se dibujaba en el horizonte debía ser algún tipo de fortaleza o de campamento. El portón, perfectamente centrado, estaba iluminado con una pira enorme.

Y, bastante más pronto de lo que me imaginaba, salieron cuatro soldados de la caseta de guardia que se erguía a la entrada del sitio. Desde la barrera, vi cómo se asomaban decenas de arqueros y ballesteros que apuntaban hacia nosotros. Yo me paré de inmediato, asustada. Thukker siguió unos instantes hasta que se percató de que no estaba caminando junto a él y se giró para decirme “no te pares”.

 

—¡Declarad vuestro propósito! —Urgió el más cercano de los soldados. 

 

Thukker chasqueó la lengua desencantado.

 

—Exijo hablar con Lunaria de inmediato.

—¡Exiges! ¡Aquí el único que exige soy yo! ¡Declarad vuestro propósito o ateneros a las consecuencias!

 

La mueca de Thukker se volvió aún más arisca por un segundo. Me aferré a su capa con nerviosismo y él suspiró, como si tratara de calmarse. 


—¿Alguna vez te has preguntado cómo sería Zairon sin un sol?


Tanto los soldados como yo le miramos confusos. Por supuesto, ellos parecían simplemente extrañados por la pregunta, pero yo me temía por lo que podría hacer. De inmediato, una oscuridad insondable nos rodeó y Solerum me agarró de la mano, tirando de mí. Confié en él, pero estaba aterrada y tuve que cerrar los ojos. De todos modos, no podía ver nada. Solo escuché los gritos de los soldados que nos rodeaban.

 

—¡Nigromante! ¡Nigromante!

 

Noté que, al instante siguiente, estábamos corriendo y los gritos se alejaban rápidamente.

 

—¡No disparéis, idiotas! ¡Podéis herir a alguien, y a él no le vais a acertar!

 

Seguíamos corriendo hasta que un ruido de golpe repentino me sorprendió aún más, y Nawiroth me soltó, cayendo al suelo de inmediato. Noté claridad de nuevo más allá de mis ojos cerrados y oí ruido de metal chocando contra metal seguido de un alboroto. Los abrí lentamente para descubrir que estábamos dentro del campamento, rodeados por arqueros y que Thukker estaba tendido sobre la hierba.

Por unos segundos, pensé que lo habían matado. Presa del pánico, me acurruqué sobre mí misma, pensando en qué podrían hacerme por haber irrumpido así en una fortificación militar. ¿Tal vez intentaran matarme? No podrían, y me torturarían de seguro para intentar descubrir quién nos enviaba…

Un guantelete plateado tendió su mano hacia mí y alcé levemente la mirada para ver la imponente figura de una armadura. Le tomé de la mano, mesmerizada al encontrar mis ojos con sus ojos completamente negros, ocultos en la sombra de su yelmo, que ocultaba su rostro por completo, pero tenía una rendija a través de la que veía. Juro que en ese momento, los ojos negros se tornaron azules de inmediato y se entrecerraron con un gesto amable. Thukker se incorporó levemente y el sonido de las armas de los soldados hizo evidente que se habían centrado en él. 


—Ya ha pasado todo—susurró una voz melódica de mujer.

—¡Majestad! —¡Este nigromante...!

 

La figura plateada elevó su mano libre ordenando silencio. Todos callaron. Thukker tenía ambas manos en la parte derecha de su cara.

 

—No eres feliz si no alteras el orden, ¿verdad? —Preguntó de nuevo la voz de la mujer, con un tono severo. Me di cuenta de que la voz venía de la misma armadura delante de mí.

 

Al escucharla, una extraña sensación de nostalgia me inundó el pecho.

 

—Descansad —continuó ella—. Este no es un nigromante. Solo es un capullo.

—Casi me rompes la mandíbula —acusó Thukker malhumorado.

—Es culpa tuya —respondió ella aún más fríamente—. Pensaba que estábamos bajo ataque. Ahora eres mi prisionero, Nawiroth.

—Menudo recibimiento —replicó Thukker con un aspaviento—. Soy tu invitado.

—Mis invitados no siembran el caos en mi campamento —la mujer, que continuaba sosteniendo mi mano, se volvió para hablarme a mí—. No te preocupes, corazón, ya estás a salvo de este desquiciado. Debes estar agotada, ven a mi lar, tengo preparada una habitación para ti.

—¿Y para mí, qué?

—Tu habitación está en las celdas, en detención.


La guerrera comenzó a andar hacia el interior del campamento, llevándome bien cerca de ella, como una madre que lleva a un niño pequeño. Thukker nos siguió de cerca, haciendo caso omiso de las provocaciones de la mujer.


—¡Ay, Andrea, estás preciosa! —continuó ella—. ¡Qué grande estás!

—Gr-gracias —musité, algo incómoda.

—Tienes la cara preciosa de tu madre. ¡Ay, menos mal! ¡Temía que te parecieras a tu padre! Tenía muchas virtudes, pero su rostro no era una de ellas.


Me reí con suavidad. Me sentía extrañamente cómoda con ella, como si estuviera hablando con alguien a quien había añorado durante mucho tiempo. Thukker intentó involucrarse en nuestra conversación, pero ella le despachó con un bufido las tres veces que lo hizo. 

El interior de la fortificación parecía casi como una ciudad, pero mucho más organizada y con calles largas y rectas. Había hogueras montadas estratégicamente frente a los barracones y al resto de instalaciones, para iluminar incluso en la noche. En aquel momento había muy pocos soldados en el exterior, pero a todos los que estaban allí nuestra guía les repetía que había sido una falsa alarma.

 

—Búscate nuevos guardias —comentó Thukker.

—Cállate.

—¡Podrías haber posicionado a alguien que al menos tuviera buenos modos o respeto!

—Por eso mismo tendría que buscarme mejores compañías que tú, Nawiroth. Mis guerreros están bien entrenados para no dejar pasar a nadie con aspecto sospechoso. ¿Pero tú te has mirado antes de venir? No podrías parecer más sospechoso ni aunque lo intentaras.

—Sabía que estarías despierta esperándonos.

 

Ella se empezó a reír con ganas y después se quitó el yelmo, tras entrar en un edificio que tenía un aspecto predominante sobre el resto. Al hacerlo, pude ver su pelo rojizo recogido en un moño del que salían mechones rizados y enredados que parecían negarse a permanecer recogidos.

 

—No me busques las cosquillas. Aún puedo hacer que duermas una semana en una celda.

—No me harías eso —continuó Thukker antes de poner sus manos sobre mis hombros—. Además, te he traído un regalito.

 

Ella miró hacia mí y pude ver su cara por primera vez. Tenía el rostro ovalado, y los ojos grandes y de color ambarino, que llamaban la atención en su piel clara y manchada con unas hermosas motas doradas que rejuvenecían su aspecto joven de por sí. Tenía los labios finos y carmesíes, y un aspecto mil veces más enérgico y saludable que el de mi acompañante.

Por un segundo, ella se rió emocionada, pero después me estrechó en sus brazos con fuerza. Mi sorpresa era enorme, pero la sensación era cálida y familiar.

 

—¡Ay, Andrea! ¡No te imaginas lo mucho que te he echado de menos! —Acto seguido, se separó un poco para admirarme de arriba a abajo—. ¿Sabes quién soy? ¡Qué tonterías digo! ¡Si no te veía desde que eras así!

 

A juzgar por cómo comenzó a medir en horizontal en vez de en vertical, asumí que no me veía desde que era un bebé que podía sostener en sus brazos.

 

—¡Eres idéntica a tu madre! ¡Tan bonita y elegante! Pero... ¡Diantres! ¡Creí que llevarías el cabello largo!

—Esto...

—Aunque, me gusta así —dijo elevándome el mentón con la mano—. Realza la virtud de tu carita inocente. ¡Ay, es que te comía!

 

Me reí azorada, pero ella parecía estar eufórica.

 

—¡Cuéntame! ¿Qué tal te sientes al haber salido de Revon? ¡La sangre de tu padre, por tus venas, como el agua en un río embravecido, tiene que estar bombeando en tu corazón con la libertad que siempre has añorado!

—Lunaria, ahora no —la cortó Thukker en ese preciso momento—. Creo que ella debería descansar. Y yo también.

 

Marina le miró con desaprobación, aunque agradecí profundamente el gesto de Thukker. Estaba demasiado cansada para hablar de mi padre en ese momento.

 

—Cascarrabias —le increpó ella con mala cara, y después se giró para mirarme a mí, con la misma sonrisa encantadora de segundos atrás—. Ah, pero es cierto. Debes de estar agotada de caminar TANTAS LEGUAS CADA DÍA por culpa de ALGUIEN QUE PARECE TENER DEMASIADA PRISA.

 

Al oir el énfasis de las palabras de Lunaria, Thukker se encogió de hombros. Yo me reí por lo bajo.

 

—Lamento no estar en mejores condiciones, Lunaria —me disculpé con una reverencia. 

—Cielo, no me llames Lunaria. Puedes llamarme Marina, siempre me has llamado así

—¿Marina? —Pregunté sorprendida. No recordaba haberla llamado nunca. 

—¡Claro! Es el nombre con el que me conocen los humanos. 

—Es como mi nombre —Explicó Nawiroth—. Thukker para los humanos. Solerum es solo otra de mis identidades. ¿No es así, Hyra?

—Todavía te puedo partir esa mandíbula, Solerum —replicó ella molesta.

—Es como tu nombre. Por un lado Andrea, por el otro, Rizienella.

—Sí, lo he entendido —respondí rápidamente al escuchar el otro nombre.

—Te llevaré a tu cama, cielo —anunció ella tomándome de nuevo la mano con suavidad y llevándome frente a la puerta de una de las habitaciones de la estancia—. Oh, pero, ¿qué estoy diciendo? ¿Quieres comer algo antes de dormir? Te traeré lo que me pidas.

—La verdad es que sí tengo un poco de hambre. Me conformaría con cualquier cosa.

—Me encargaré de ello —añadió abriendo la puerta y entrando antes de mi, iluminando la pira en el centro de la habitación por arte de magia—. Ponte cómoda mientras tanto.

 

Entré tímidamente y ella cerró la puerta al salir. Había una cama grande, y con aspecto lujoso, la pira, un baúl enorme y un biombo que dividía la habitación. Pero antes de quedarme sola, me giré para abrir la puerta de nuevo. Thukker estaba al otro lado, apoyado en la pared, parecía saber que iba a volver de inmediato.


—¡Nawiroth! ¡Es ella! —Exclamé.


Él se rió por la nariz. 


—Te dije que te adoraba.

—¡Es increíble!

—Ella también lo piensa. Escucha, antes de comer, deberías darte un baño. 

—¡No me gustaría importunarla!

—Es muy importante. El jabón ayuda a que tu olor no sea tan perceptible. Mortinella te marcó con su sangre, con eso y con tu olor no tardaría en encontrarte. 

—Así que era por eso. 

—Siempre hay un porqué detrás de mis métodos.


Agaché la mirada, pensando en la disputa que habíamos tenido aquel día. Marina volvió a entrar en su residencia.


—Pronto traerán algo para comer. Puedes cambiarte si quieres.

—Um… ¿Podría darme un baño antes? Si no fuera mucha molestia…

—Sí, por supuesto. Imagino que tú también, ¿verdad, Thukker? ¿O no crees que vayas a necesitarlo hoy?


Él asintió y añadió que seguiría dándose un baño siempre que le fuera posible. De inmediato, me di cuenta de que Thukker tenía también la costumbre de bañarse todos los días. Lo que al principio pensé que sería un hábito de pulcritud encajó de otra manera en mi mente. Marina se excusó de nuevo mientras se marchaba a pedir agua caliente para un baño.


—¿Tú también estás marcado?

—Sí —añadió—. Por Lunaria.

—¿Por qué?

—Fue un impulso. Son tonterías, no deberías preocuparte por eso.


Apoyé mi cabeza contra el marco de la puerta, mi cabeza solo podía pensar en cientos de preguntas que hacerle al elfo delante de mí, pero mi corazón le detenía constantemente. No quería volver a enfurecerle.


—No había otra forma más que secuestrar a la sucesora de Mortinella —la voz de mi maestro sonaba suave y melancólica—. Ella ya nos había jurado una muerte cruenta y tú ibas a llegar pronto a nuestras vidas. Tu padre estaba muy preocupado por lo que pudieran hacerte.

—¿Ni siquiera había nacido y ya estaba decidido que iba a ser Rizienella?

—No. Ese nombre fue posterior. Tú eres la hija de Mialogum, y su deseo era instruirte en las artes mágicas desde tu infancia. Habrías sido una hechicera sin igual.

—¿No se os ocurrió que secuestrar a Alvinne podría empeorar las cosas?

—Sí, no fue una decisión fácil. Pero en lo más profundo de nuestro ser, deseábamos que os uniera una amistad tan fuerte que pudiera combatir el odio de su madre.


Me quedé sin palabras y dejé que mis lágrimas se descontrolaran un poco. Él me acarició en el hombro unos instantes y yo me lancé a abrazarle. Noté que estaba incómodo, pero igualmente, me abrazó de vuelta. 

Rabia, frustración, tristeza, desolación, soledad…

Mortinella.

¿Por qué estábamos condenadas a ser enemigas desde un principio?