16 - Leyendas



Leyendas

Antes de que se hiciera demasiado tarde, continuamos nuestro camino y partimos de Gangarria montados en el carromato de Pascual. Thukker iba sentado junto a Pascual, dirigiendo a los bueyes, mientras yo estaba sentada en la parte trasera, rodeada de bártulos y montones de cosas que no sabía para qué servían.

Durante el viaje, me quedé dormida sobre un almohadón que tenía casi el tamaño de un ser humano, solo para despertarme al anochecer y escuchar la conversación que mantenían mis dos acompañantes.

 

—...Si fue realmente su idea, se lo agradezco de corazón —comentaba Pascual—. Tu pupila tiene algo especial. ¿Quién es exactamente?

—Es la hija de Mialogum, pero no es mi pupila —respondió Thukker.

—¿Mialogumaria? ¿Hablas en serio? —La voz del primero se intensificó con un aire escandalizado—. ¿Y dices que no eres su maestro? ¿Acaso ella no...?

—Tiene un enorme potencial, pero yo no estoy interesado en la maestría —respondió Solerum con tono aburrido—. Es obvio que no puede superar a su padre, entonces, ¿qué sentido tiene entrenarla?

—¡No seas así! ¡Incluso si empieza a su edad, podría terminar siendo una hechicera muy capaz!

—No podría importarme menos su brillante futuro como hechicera —tras decir esto, Thukker emitió una risilla, como si lo que acababa de decir le hubiese hecho mucha gracia.

—No te entiendo, Nawiroth. Yo me sentiría honrado de poder instruir a alguien con su ascendencia.

 

Los dos callaron de nuevo. Aquella conversación solo era otra muestra de lo mucho que Thukker me detestaba. Nada había cambiado desde el momento en el que le había revelado mi secreto…

Al perderse el sol en el horizonte y con la llegada de la noche, paramos de inmediato en una venta de los caminos conocida como el “Frontispicio epistolar”. Mientras Thukker se cercioraba de que tendríamos sitio para dormir, yo ayudaba a Pascual, quitándoles los arreos a los bueyes y dándoles de comer en el establo mientras él se ocupaba de guardar el carromato.

 

—¿Y de dónde decíais que veníais? —Preguntó el hechicero al pasar por mi lado.

—Norgles —respondí de inmediato, imaginando que Thukker le habría dicho algo por el estilo.

 

Pascual rápidamente comenzó a hablarme con fluidez en alguna lengua desconocida y le miré confusa. Acto seguido comenzó a reírse y negó con la cabeza.

 

—¿Norgles, eh? ¿Naciste extranjera en tu propio reino?

 

Pese a que me había pillado en mi intento de engañarlo, no pude evitar reírme por lo bajo debido a lo irónico que era el hecho de que eligiera precisamente aquella frase para dirigirse a mí.

 

—En cierto sentido, es así —admití, un poco avergonzada por mi reacción—. Nunca he pertenecido a mi casa. Dudo pertenecer a algún lugar en concreto.

 

Aquella respuesta pareció intrigar al mago, que me miró con evidente curiosidad. Thukker irrumpió en el establo justo entonces y, antes de darme tiempo a decirle nada, me dejó en las manos una pastilla de jabón y unas toallas. Bufé y él me miró con su habitual reprobación.

 

—¿Qué? —Su voz me irritaba enormemente.

—Nada —susurré, ofendida.

—Entonces date prisa.

 

Me marché del establo con una expresión amarga y, al entrar en la venta, una de las criadas me llevó a la habitación en la que habían preparado el baño.

Odiaba admitirlo, pero después de varias rutinas similares, comenzaba a resultarme agradable el agua y el jabón después de un sudoroso y largo día de camino, aunque mi propia tozudez me instaba a no acostumbrarme a ello. No sabía por cuánto tiempo continuaría acompañando a Nawiroth, pero sabía que estaba a punto de llegar al límite de mi paciencia.

En cambio, tanto aquella noche como el siguiente día, compensé toda la falta de comunicación que había entre el elfo y yo escuchando a Pascual. El hechicero, que pronto se había dado cuenta de que preguntarnos a cualquiera por nuestro pasado o nuestra procedencia era recibir respuestas evasivas o mentiras obvias, comenzó a variar sus temas a otros más profundos, acercándose por supuesto a los temas de su especialidad: la magia.

El día siguiente a nuestra noche en el “Frontispicio epistolar”, él comenzó a hablar de cuestiones más metafísicas y filosóficas con las que me entretuvo gran parte del camino. Yo escuchaba con atención, fascinada por el conocimiento al que me exponía.

La más fascinante y la que se grabó en mi cabeza a fuego fue la teoría de los cuatro elementos y del equilibrio esencial de Mialogum.

 

—Durante El Origen —explicó Pascual—, los elementos eran planteados como la voluntad de quienes los llamaba, pero durante sus estudios, Mialogum, el mayor hechicero de todos los tiempos, los reconoció como esencias superiores a cualquier entidad viva que pudiera existir en Zairon.

»Cada uno de los cuatro elementos primarios —agua, fuego, aire y tierra— eran esencias inmortales sin una forma corpórea, pero que establecían vínculos con aquellos que escuchaban su voz. Estas esencias, llamémoslas “dioses”, que es como se les ha llamado tradicionalmente, en realidad, no podían tener menos interés en la voluntad de los que recibían su regalo, pero sí valoraban que quienes dominaban su idioma tuvieran ciertas cualidades.

»En cierto modo, cada persona tiene, por sus cualidades y su propia forma de ser, un vínculo base con uno o dos de los elementos, lo que crea combinaciones elementales que se manifiestan de otra manera. En Zairon, todos nacen con la capacidad para aprender magia, pero muy pocos tienen lo que conocemos como el potencial.

—¿Qué es lo que determina el potencial? —Pregunté.

—Diría que la sensibilidad a la voz de los elementos, aunque suena un poco más romantizado de lo que realmente es —opinó el hechicero con expresión dubitativa.

—Supón que tus emociones suelen cambiar cuando Ædavin te acaricia la cara —intervino Thukker. Me resultó extraño porque tenía los ojos cerrados y estaba recostado hacia atrás, cubriendo su cabeza con la capucha. Hubiese jurado hasta aquel momento que estaba dormido y que no nos estaba escuchando—; o cuando entras en contacto con las aguas de Sheru; o cuando te quedas mirando a las llamas y brasas de un hogar con la belleza de Gharkenus.

—Oh, entiendo —respondí regresando mi atención al dueño del carromato—. Entonces es como cuando te llena de energía un paseo por el bosque. ¡Si es así, puede que yo tenga el potencial también!

 

Thukker se rió con un tono burlón y apreté los dientes, molesta por sus desaires. Pascual, por el contrario, malinterpretó la risita del otro y se rió con alegría.

 

—Chiquilla, hasta el más insensible podría ver que tú tienes un potencial increíble. ¿Nunca te has planteado estudiar las artes mágicas?

 

Pese a la mirada de desdén que me dedicó Thukker por debajo de su capucha, aquella pregunta me ilusionó enormemente. Con los ojos como platos, asentí efusivamente y Pascual volvió a reírse divertido. Sin embargo, mi entusiasmo duró poco, pues Thukker de inmediato se sintió molesto por mi regocijo y decidió cortarlo de inmediato:

 

—Enhorabuena. Ahora solo te queda encontrar a alguien a quien le importe lo suficiente tu talento como para amaestrarte.

—Nawiroth no tiene alma de maestro —bromeó el hechicero. Nuestro otro compañero le dedicó una mirada cortante, por lo que Pascual se encogió de hombros—. En fin, yo podría darte algunas explicaciones, pero es imposible que antes de llegar a Samsar lograras siquiera acercarte a tener un mínimo de poder, necesitarías años para poder refinar tu poder mágico...

 

Samsar era la ciudad en la que nuestros caminos se separarían: antes de llegar a la frontera con Elementarya, Pascual continuaría directamente hacia la costa de Demlar y nosotros seguiríamos por los puertos de montaña que nos llevarían a Kriannos.

 

—Me encantaría saber más —aseguré mientras miraba con interés hacia el hechicero—. ¿Cómo funciona el equilibrio esencial?

—¿Conoces el símbolo de la estrella de seis puntas?

 

Le miré extrañada y dibujé en el aire una estrella con dos triángulos, pero él negó con una risotada y dibujó una estrella, con cada una de sus partes diferenciada. En lugar de formando una estrella regular, formó una especie de rosa de los vientos, con sus polos superior e inferior mucho más pronunciados que el resto de las partes de la estrella.

 

—¿Qué es? —Pregunté fascinada.

—El equilibrio elemental se encuentra en aquellos elementos que se hallan en la neutralidad —comentó con un tono prudente, pero que al mismo tiempo me instaba a saber más—. Es común que estos cuatro elementos primarios se junten para conformar otras esencias mágicas, pero más allá de esa neutralidad, existe una dicotomía, la luz y la oscuridad.

—La luz y la oscuridad —repetí, absorta en la idea romance que tenía en la cabeza de las guerras entre paladines y malvados. Como si la luz representara la justicia y la oscuridad la corrupción de los corazones, me interné en un pensamiento que exploraba esas preconcepciones.

—Zairon se mantiene en equilibrio gracias a su luz y a su oscuridad, no tiene nada que ver con la idea del bien y el mal —Pascual había notado cómo mi imaginación me había llevado a lugares muy lejanos—. Mientras que la mayoría de los elementos nacen siendo neutrales, incluso cuando se combinan entre ellos, hay ocasiones en las que se combinan con estas dos instancias.

—¿Qué? ¿Entonces no solo es posible tener, por ejemplo, agua y fuego? ¿También puedes tener luz y oscuridad en tu esencia?

—Sí... y no.

 

Thukker me miró con fastidio unos segundos, como si hubiese dicho alguna estupidez que le hubiese molestado.

 

—La luz y la oscuridad no son exactamente elementos. Alguien que tiene la marca de la luz o la marca de la oscuridad en su esencia puede perder por completo su elementalidad.

—¿Y qué pasa entonces?

 

Thukker rotó su dedo alrededor de su sien, implicando que la gente así perdía la cabeza. Me asusté pensando que algo así podría pasarme a mí en algún momento, aunque por aquel entonces aún no entendía del todo bien cómo funcionaba el equilibrio elemental, ni tampoco lo que era exactamente la esencia mágica.

Aquella noche paramos en Lancelage, 15 leguas al sur del “Frontispicio epistolar". Después de parar en uno de los mesones de la pequeña ciudad, mientras Thukker se adelantaba para hacer algo, pasé por los establos, donde estaba Pascual alimentando a los bueyes y hablándoles amigablemente. Al verme, me saludó con un gesto y me acerqué un poco más. Le ayudé con ellos. No estaba acostumbrada a relacionarme con animales, pues aunque me gustaban mucho, no necesitábamos de su ayuda en mi casa.

 

—Es una pena que Nawiroth se niegue a instruirte, Cris —comentó con su tono amable.

—A mí no me sorprende en absoluto. Es un cretino.

 

Pascual se encogió de hombros. Yo imité el gesto, ya que el hechicero apenas había tenido contacto con la cara que el elfo me ponía cada vez que hablaba con él. Thukker tendía a ser más amable y servicial cuando le hablaban otros de lo que se mostraba conmigo, por lo que empezaba a sospechar que tenía algo personal en mi contra.

 

— Ni siquiera lo conozco tanto, solo llevo una semana viajando con él —admití.

—¿No sois familia o algo así?

—Afortunadamente, no. Es solo alguien que me encontré un mal día en una posada. Lo seguí pensando que me enseñaría algo interesante, pero no he aprendido absolutamente nada con él.

 

Pascual parecía confuso por lo que le estaba contando. Imaginé que sería raro no recibir toda la información y ver que, pese a que nos llevábamos como el perro y el gato, continuábamos viajando juntos. Nos mantuvimos desde ese momento en un incómodo silencio, pero me sorprendió notar que ya no me molestaban tanto los cortes en medio de la conversación como lo hacían antes de haber conocido a Thukker.

 

—Cris, no quiero enfrentarme a Nawiroth, pero bien sabes que estoy en deuda contigo —el hechicero retomó la conversación casi un minuto después de mi aportación—. Y creo que tienes algo especial, tal vez en tu ascendencia o tal vez sea algo más… Antes de convertirme en un hechicero errante, pertenecí a una escuela del norte y, si así lo desearas, para mí sería un gran honor instruirte en las artes mágicas.

—¿De verdad? —Pregunté con los ojos como platos.

—Por supuesto. Podría enseñarte los fundamentos y las órdenes más sencillas. Con práctica y actitud, en unos años podrías entrar en una escuela y aprender mucho más. Nunca es tarde para hacerlo.

—Eso sería… ¡sería estupendo!

 

Su propuesta me emocionó tanto que sentí que podría flotar. El sencillo hecho de imaginarme a mí misma como una hechicera alimentó aún más mi propia quimera. Me imaginé a mí misma enfrentada a Mortinella, amedrentándola con poderosos hechizos hasta que ella, derrotada, dejara atrás sus malas artes y entrara en razón. ¡Yo, una hechicera!

Aquella conversación me dejó en la inopia el resto del día. Incluso cuando me bañé, jugueteé con el agua, imaginando qué clase de hechizos podía llegar a aprender, si sería capaz de llamar a la lluvia, de cortar las aguas con un báculo o de si podría invocarla donde fuera.

Durante la noche, estuve de nuevo un rato imaginando cuáles serían los límites del poder que aprendería a manejar. No tardé mucho en quedarme dormida, e incluso descentrada, como me había pasado todo el día, tuve una de mis visiones.

 

Los tres hermanos Liarflam se desviaban las miradas, sentados en la mesa de un lugar en el que desentonaban. Entre ellos, había una tensión tan fuerte que en lugar de hermanos parecían antagonistas unos de otros. Ni siquiera Ashleigh, quien siempre mantenía su expresión de amable inocencia, se libraba de esa detestable aura de odio.

 

—Uhm, disculpad —los llamó una voz que me resultó familiar y que, de inmediato, hizo que me diera un vuelco al corazón—. Vosotros venís de Revon, ¿me equivoco?

 

Los tres miraron hacia la recién llegada, una joven de cabello rubio y claro, del mismo color de la paja, pero con un aspecto mucho más suave y mimoso. Su piel, bronceada por las largas horas de trabajo bajo el sol destacaba más debido al blancor absoluto de los hermanos. En el momento en el que percibí sus ojos almendrados e inteligentes, pardos y brillantes como el cristal, estuve a punto de despertarme.

 

—Alvinne Gartene —murmuró Lopus en voz baja. Los tres, incluida Alvinne, lo oyeron perfectamente.

—Ese es mi nombre —respondió la joven con una expresión modesta—. Vosotros sois, si no me equivoco, Markus, Ashleigh y Lopus, los amigos de Andrea.

—¿Qué quieres exactamente? —Markus miró a la joven con una expresión desencantada y altiva. Ella se sorprendió por su actitud y trató de sonreír de nuevo, un poco avergonzada por la repentina respuesta del duque.

—No habéis regresado a Revon —observó Alvinne—. Pensaba que lo haríais.

—Eso no es de tu incumbencia.

—Eh… ¿a qué viene esa hostilidad? Sois los amigos de Andrea, no somos enemigos.

 

Lopus elevó la mirada, sus hermanos dirigieron su atención hacia él, con interés.

 

—¿Sabes dónde está Andrea?

—En este preciso instante, no. Pero sé adónde se dirige y con quién está. Mi intención era precisamente encontrarme con ella.

 

El joven de los ojos azules pareció trastocado. Markus le miró con nerviosismo y Ashleigh le tocó el hombro, preocupada. Miró a su hermana y asintió con la cabeza. Finalmente, los dos hermanos mayores miraron al tercero, que volvió a dirigir su mirada hacia la joven.

 

—Pensamos que viajaba sola —rebatió Markus.

—La acompaña alguien malvado —susurró. Al decir eso, los otros tres se alarmaron de inmediato—. Su nombre es Nawiroth, pero muchos lo conocen como Thukker de las montañas.

—No es la primera vez que oímos ese nombre —apuntó Ashleigh—. ¿Recordáis lo que nos dijo Sumire después de que Andrea se fuera? Dijo que se había marchado a buscarlo.

—No vais a poder dar con ellos fácilmente —explicó Alvinne—, si Thukker no quiere que la encontréis, no la encontraréis nunca.

—¿Cómo sabes todo esto? —Preguntó Markus con una intensa desconfianza—. Podrías estar mintiéndonos, ¿qué es lo que pretendes?

—Markus, espera —le cortó Lopus—. Creo que dice la verdad.

—Andrea es mi amiga —Alvinne se enfrentó al duque con tono preocupado, pero segura de sí misma—. No sois los únicos que quieren protegerla.

 

Cuando desperté, sentí que la cabeza me daba vueltas. No podía terminar de creérmelo: Alvinne y los Liarflam iban a encontrarse y lo más probable era que unieran fuerzas para encontrarme. Aquello, por una parte, llenó mi pecho de una sensación cálida y reconfortante y mis ojos de lágrimas, pero me preocupaba algo en cómo se había dirigido a ellos mi querida amiga…

¿Cómo podía saber tanto acerca de mi situación actual?

Ni siquiera estábamos utilizando nuestros nombres reales al pasar por cada lugar. Precisamente hacíamos eso para evitar ser reconocidos y alertar así a Mortinella. ¿Tal vez me había visto en alguno de los pueblos en los que habíamos parado?

Cuando bajé, me encontré primero con Pascual quien, al verme pálida y afectada, en seguida se preocupó por mí y me preguntó si me encontraba bien. Thukker se unió a nosotros segundos más tarde con su misma actitud inexpugnable de siempre y se quedó mirándome.

Lo que yo le devolví fue el mismo gesto que dedican las criaturas cuando se sienten amenazadas. No una mirada sumisa de terror, sino una llena de rencor, capaz de saltar al cuello para proteger su propia vida.

 

—Parece que alguien no ha dormido bien.

 

Apreté la mandíbula, molesta. Entre los tres preparamos el carromato y los bueyes para marchar cuanto antes. La primera parte del trayecto de aquel día, sin embargo, la pasamos en completo silencio. Mis ojos no se separaron del elfo un solo segundo, aunque él parecía haberse dormido de nuevo. Dejé pasar algo de tiempo hasta cerciorarme de que, en efecto, estaría dormido antes de entablar una conversación con Pascual.

 

—Oye Pascual, ¿qué opinas de Nawiroth?

—¿De Nawiroth? —El hombre miró a nuestro acompañante con sorpresa. Al ver que estaba dormido, se relajó un poco—. Bueno, no es la persona más abierta que he conocido.

—¿Tú crees que podría ser malvado?

—¿Viajas con él aún sin saber la respuesta tú misma?

—Pensé que sería más seguro viajar a su lado. Todo este tiempo le rodeaba un aura mística, es desagradable y no terminamos de congeniar, pero no me parecía malvado.

—¿Qué es lo que ha despertado tus sospechas?

 

Me quedé en silencio y me reí nerviosamente. No podía decirle que había tenido una visión en la que hablaban de él. Empezando porque Pascual desconocía mi poder, mi verdadera identidad y lo que realmente nos unía a Thukker y a mí, el contarle algo así podría dificultar mucho nuestro viaje.

 

—Escuché una conversación —respondí—. Hablaban de él como si fuera malévolo…

—Si quieres mi opinión, solo puedo decirte que no concibo que Nawiroth sea malvado. Te diré que la maldad y la bondad no residen dentro de las opiniones, sino en los corazones. Piensa que si, al contrario que a mí, Nawiroth le hizo mal a alguien en el pasado, esta persona no podrá ver su bondad.

—Creo que lo entiendo…

—Pese a vuestras diferencias, tú le escuchas al hablar y él siempre elige posadas tranquilas, buenos establecimientos. Además, él fue un buen amigo de tu padre.

—Eso es lo que dice —susurré.

 

Incluso si así era, no podía evitar desconfiar de él. Desconfiaba de mi padre por igual: apenas lo había conocido y lo poco que sabía de él era que me había condenado a un destino aciago…

Íbamos a continuar hablando, pero Thukker se removió en su asiento, buscando una mejor postura, por lo que lo dejamos pasar por miedo a que se despertara… 

Y tal vez fue por aquella conversación inconclusa que el trayecto aquel día pareció más largo que nunca. El siguiente hito que nos encontramos indicaba que la población más cercana aún estaba lejos, a casi treinta leguas. Pascual detuvo el carromato poco después, apartándose ligeramente del camino para escondernos entre los árboles y no molestar en caso de que aparecieran viandantes por aquel camino. Acto seguido, Thukker despertó de golpe y miró alrededor, sorprendido.

 

—Todavía faltan treinta leguas para Mendever —comentó Pascual.

—Se nota que estamos acercándonos a la frontera —murmuró el elfo, con tono molesto—. Los pueblos cada vez son más pequeños y escasos.

—Tendremos que parar aquí. No es sensato que Mic y Zen se cansen más de la cuenta.

 

Thukker parecía contrariado. Miré a nuestro alrededor: a excepción de los árboles y las rocas, no se podía ver nada más. Aquel lugar, por suerte, estaba a la sombra y, no muy lejos, podía oír el susurro del agua corriente.

 

—¿No hay muchas poblaciones cerca de la frontera? —Pregunté extrañada.

—Cuanto más te acerques a la frontera, menos pueblos encontrarás —explicó Thukker con desgana—. Suelen ser lugares en los que los enfrentamientos entre reinos son más comunes y, aunque Etermost y Elementarya no entren en conflictos bélicos reales, sí suele darse más criminalidad.

—Hay menos poblaciones pequeñas, pero más ciudades colosales —continuó Pascual—. Como Ibidil.

 

Durante un buen rato, estuvimos preparando la pequeña acampada en la que pasaríamos la noche. Mientras yo me encargaba de quitarles los arreos a Mic y a Zen y de cepillarlos un poco, Pascual preparaba el interior del carromato para dormir y Thukker comenzó a buscar leña para hacer un fuego.

Cuando terminé, traté de acercarme de nuevo a Pascual para continuar con nuestra conversación, pero Thukker regresó con un montón de leña y, tras dejarlo al lado del carromato, anunció con fuerza:

 

—Cris y yo vamos a intentar pescar algo en el río —él me miraba con un aspecto odioso que me preocupó. Era perfectamente posible que me hubiese escuchado hablar de él mientras estaba dormido—. Volveremos pronto.

 

Tenía la intención de replicar algo, pero no tuve las agallas para hacerlo. Seguí a Thukker con cierto miedo, esperando cualquier cosa. Si en verdad era malvado y había escuchado nuestra conversación estaría furioso, y no sabía cómo hacer frente a alguien tan poderoso como él.

Llegamos hasta el río. Traté de mantener cierta distancia con el elfo, pero él se giró y se acercó a mí. Retrocedí, pero antes de hacer nada más, él rebuscó entre su capa hasta dar con un colgante de piedra con forma de pentágono, hueco por el centro, donde había un montón de tiras de cuero cruzándose y entretejiendo lo que parecía una flor de la que colgaban algunas piedras de color púrpura. Sin decir nada más, me tomó de la mano y lo dejó en ella.

 

—¿Q-Qué? —Tartamudeé, nerviosa.

—Dado que tendremos que dormir en el mismo espacio que Pascual, sería conveniente evitar que tuvieras una de tus revelaciones —Thukker enarcó la ceja con un gesto reprobatorio—. De todos modos, no estoy seguro de que funcione. Espero que sea así.

—Ah… claro.

 

Me sentí ligeramente idiota, especialmente en el momento en el que Thukker se giró y recogió una rama grande del suelo. Con el simple hecho de pasar su mano por ella, retiró todas las ramitas más pequeñas y logró afilarla lo suficiente como para tener una lanza rudimentaria pero perfecta para intentar atrapar algo con ella. Ignorándome por completo, comenzó a pescar, tal y como había propuesto antes de separarnos del carromato. Me acerqué un poco más y miré con curiosidad cómo lo hacía.

Se metió hasta las rodillas en el río y elevó la lanza. Durante un buen rato, su quietud fue tan absoluta que algunos peces pequeños comenzaron a colarse entre sus piernas. Miré la escena con fijación hasta que él, con un rápido movimiento, lanzó su herramienta, que quedó clavada en el lecho del río. Al recuperarla, había logrado capturar una trucha enorme, que coleteaba, herida, con sus últimas fuerzas.

 

—¿Cómo lo has hecho? —Pregunté impresionada.

 

Él me miró unos instantes y se encogió de hombros. Dejando a la trucha cerca de dónde yo estaba, me ofreció la herramienta de nuevo. Al comprender lo que me estaba ofreciendo, dudé unos instantes.

 

—Nunca aprenderás nada si no te atreves a ensuciarte —su voz sonaba burlona, como siempre, pero su acción me estaba dando a entender justo lo contrario.

 

Me apresuré a entrar en el agua y, acto seguido, cogí la lanza. Mientras que a él el agua le llegaba por las rodillas, a mí casi me rozaba los glúteos y me sentí inmensamente incómoda. La fuerza de la corriente estuvo a punto de hacer que perdiera el equilibrio, pero Solerum me agarró a tiempo.

Él me sostuvo con su mano rodeando mi cintura mientras, con la otra, guiaba el movimiento de mi lanza para enseñarme cómo apuntar.

 

—Tienes que mantener la misma posición el tiempo suficiente como para que los peces se calmen. Asegúrate de que tienes una postura cómoda, que te permita lanzar con fuerza.

 

Nos quedamos los dos en silencio. Los peces pronto se acostumbraron a nuestra presencia y bajaron la guardia.

 

—¡Ahora!

 

Tiré contra uno de los peces, pero mi lanzamiento fue tan blando que la lanza no llegó a clavarse en el lecho del río y estuvimos a punto de perderla. Thukker la recuperó de inmediato y me la devolvió.

 

—Vuélvelo a intentar.

 

Así, repetimos lo mismo diez veces. En las dos últimas, sin embargo, había logrado clavar la lanza en el fondo, pero no había logrado capturar nada. La undécima vez, al sacarla, Thukker me mostró la trucha ensartada en la lanza, bastante más pequeña que la suya, pero probablemente del tamaño que habría podido comprarse en un mercado.

 

—Lo has hecho bien —fue lo único que dijo.

 

Me enorgullecí de mi hazaña como si hubiese logrado algo inaudito. Sus palabras de reconocimiento, además, intensificaron ese orgullo hasta que en mi mente la anécdota se volvió prácticamente una epopeya. El elfo pescó el tercer pez y después regresamos al carromato, donde no tardé en contarle a Pascual lo magnífico de mi hazaña.

 Mientras Pascual y yo limpiábamos las truchas, Thukker se entretuvo escarbando un pequeño agujero en la tierra, ayudándose de la lanza, y rodeándolo con la tierra fresca y un puñado de piedras que trajo del río. Con palos, pajas secas y una cuerda encendió el fuego, tardando mucho más de lo que habría tardado en caso de haber utilizado algún hechizo…

Todo lo que preparó para la hoguera lo hizo con sus manos. De hecho, aquello fue lo que me hizo darme cuenta de que tampoco había utilizado ningún hechizo para pescar. Habitualmente, el elfo no utilizaba su magia si podía evitarlo.

Al cenar, Pascual nos agradeció por nuestra pesca y nos ofreció beber de su bota de vino. Mientras comíamos, yo conté una vez más mi hazaña con el pez. Pascual se rió a carcajadas mientras lo explicaba, incluso Thukker se rió levemente.

 

—He escuchado historias de la guerra contadas con menos intensidad —se rió el elfo.

—Debes conocer cientos de historias y leyendas, Nawiroth —pensó Pascual—. ¿Qué edad tienes?

—La última vez que lo comprobé rondaba los tres mil ciclos —respondió.

—Poco más y eres de los antiguos, ¿eh, compañero? ¿Por qué no nos cuentas alguna leyenda que conozcas?

—¿Leyendas? —Pregunté repentinamente curiosa.

—En mi origen, las leyendas se cantaban y recitaban por todas partes —el elfo miró hacia mí con una sonrisa contenta—. Cánticos recitados que contaban las historias de ángeles, demonios, bravos guerreros y poderosos magos. Incluso algún rey del pasado consiguió llegar a esa misma gloria. Hoy en día, hay pocos trovadores que las conozcan e interpreten.

—¿Por qué son tan importantes las leyendas del pasado?

—En aquella época tu leyenda era tu valía, tu importancia —se apresuró a responder Pascual, temiendo la reacción de Thukker a mi pregunta—. Es cierto que las leyendas en ocasiones sí han adornado los hechos, pero suelen basarse en verdades que ocurrieron hace muchos siglos…

—¿Entonces todas esas leyendas vienen de cuando tú eras joven, Nawiroth?

—Yo soy joven —replicó Thukker arrugando la nariz—. Pero en realidad, la mayoría de ellas vienen de mucho antes de que yo naciera. La leyenda de Lunaris y de Solerum es una de ellas.

 

Tanto Pascual como yo miramos hacia él esperando su historia. El elfo se rió por la nariz y continuó comiendo, tratando de ignorarnos. Después de varios segundos expuesto a nuestras miradas absortas, el elfo volvió a hablar.

 

—No pienso cantar.

—No tienes por qué hacerlo —intervine—. Puedes simplemente contar la historia como la recuerdes.

 

Él asintió y, después de comer los últimos trozos de su trucha, comenzó a narrar:

 

—Mis antepasados veneraban al sol. Un símbolo de paz, armonía y vida. En aquellos tiempos, toda tierra era fértil, el agua pura y nuestro mundo un auténtico paraíso. Imaginad: abundancia, longevidad, perpetua luz y gente incansable y sin verdaderas preocupaciones. Era una época próspera en la que nacieron imperios. Aquel fue el principio de todo.

»Entenderéis que aquel período no duró mucho, pues pronto comenzaron las guerras. Muchos de los que vivían en Zairon deseaban ser poderosos, pero no solamente sobre la tierra y los mares: querían ser los más fuertes e imponerse incluso a sus iguales. Hubo quienes no temían matar a sus hermanos por un poco más de riqueza y así nacieron el terror y la desconfianza.

»Algunos comenzaron a descubrir la esencia mágica de Zairon, a escuchar su voz, a forjar relaciones con él y lograron levantarse gracias a la magia y al poder que les otorgó Zairon a cambio. Ellos fueron los primeros reyes verdaderos de nuestro mundo, aquellos a los que Zairon consideró especiales y les otorgó sus dones al trascender y volverse parte de su naturaleza.

»Pero muchos los envidiaban. Algunos comenzaron a corromper la voz de Zairon para rebelarse contra los reyes y alzarse con la victoria y el poder. Ellos, a quienes conocemos como los nigromantes, elaboraron conjuros oscuros. Pusieron el equilibrio natural de Zairon contra sí mismo, lo dañaron y consumieron su energía y vitalidad hasta que casi todo quedó reducido a escombros y ceniza. Controlaron a Gharkenus para usar su fuego destructor; a Sheru para levantar a las aguas embravecidas; algunos, con Beliþana, se volvieron agitadores de la tierra y otros llamaron con Ædavin  a los vientos indomables: bajo aquella tempestad, incluso la luz del sol desapareció en una nube de humo, oscuridad y noche perpetua.

»La gente entonces comenzó a aletargarse, a atormentarse y a temer la oscuridad, a esconderse de la penumbra en la que estaba sumido nuestro mundo. Perdieron sus energías y se envolvieron en el abrazo del sueño, el único placer que existía en el gobierno de la desdicha que imperaba por doquier.

»Entre mis antepasados, quienes, como ya te he dicho, veneraban al sol, hicieron muchos sacrificios para recuperar la luz. Pensaron que aquello sería suficiente para apaciguar la agonía de nuestro mundo y recuperar la luz, la prosperidad y la paz. Pero sus intentos eran atroces, pues devolvían a sus propios hijos a la tierra, sabiendo que, aunque vivieran, jamás conocerían ni luz ni felicidad.

»Sin embargo, uno de los niños a los que ellos sacrificaron vivió, y emergió él mismo, haciéndose paso entre el barro fue recibido de nuevo en el mundo con los rayos del sol que se abrieron paso entre la oscuridad hasta convertirlo, gracias al regalo de Zairon, en el primer guerrero que dominó las cuatro artes mágicas. Con ellas, logró combatir la desesperación de nuestro mundo y la nube de oscuridad se disipó el día en el que se enfrentó a los nigromantes. El sol había encontrado al guerrero que lucharía en su nombre contra la oscuridad.

»Después de aquel amanecer, la noche dejó de ser eterna, pero el guerrero apenas era una qampia todavía. Él solo no era capaz de defender el mundo de la oscuridad constantemente. No dejaba de ser una criatura viva, que tenía unas necesidades y unas debilidades desconocidas que no tenían los habitantes del pasado. Es por eso que en los días cálidos de verano, en los que su fuerza era mayor, él lograba que la luz fuera más fuerte que la oscuridad. Pero cuando llegaba el invierno, el frío y la escasez, las sombras se alzaban con el poder sobre el día. Fue así como nacieron el día y la noche en nuestro mundo.

»Al pasar el tiempo, aquella luz no era suficiente para combatir la maldad de los nigromantes. El guerrero del sol era uno contra cientos de ellos y él solo no podía triunfar contra la corrupción de la magia.

»Con la ayuda de Zairon y su propia inteligencia, él reunió a los sabios reyes del pasado. Juntos, se enfrentaron en una batalla contra los nigromantes y, aunque lograron vencer a sus enemigos, muchos de los perdedores se negaron a retroceder y a devolver la perpetua luz a Zairon. Ellos vivían en las sombras, manteniendo su poder y su posición aún cuando habían sido derrotados.

»Hubo un clan, sin embargo, que se rindió y aceptó su derrota. Como penitencia, ellos ofrecieron como sacrificio a la hija más joven del jefe de los nigromantes redimidos. Los reyes así lo consideraron como una victoria. No obstante, conociendo su origen y las calamidades que habían sufrido muchos como él, el guerrero del sol se negó y optó por tomarla como su pupila, aunque eso supusiera la ruptura de su alianza con los grandes reyes.

»Como maestro, le mostró a su joven aprendiz la luz: sus beneficios y su belleza. Ella adoptó sus ideales e intentó transmitírselos a todos aquellos que aún no confiaban en ellos. Pero quienes vivían en las sombras más oscuras ya habían olvidado la belleza de la luz, habían olvidado el brillo de la paz y de la armonía. Por eso desconfiaban de la mensajera y de la luz que predicaba. Tenían la certeza de que Zairon jamás les perdonaría y de que la luz les dañaría, pues entre ellos había algunos curiosos que, aventurándose a la luz sin conocerla, habían perdido sus ojos.

»Viendo sus esfuerzos frustrados, la joven aprendiz le pidió consejo a su maestro a orillas de un lago. Él miró hacia las aguas tranquilas, en las que se reflejaba la luz del sol y dijo, taciturno, que tal vez no se pudiera hacer nada por los que ya no podían entender la luz, que igual era cierto que su misión era imposible, pero su joven aprendiz se quedó mirando la luz que el agua reflejaba.

»Ella no se rindió. El reflejo del agua la había inspirado. En lagos, en ríos e incluso en el océano buscó el reflejo del sol y en él encontró la respuesta, y con su magia invocó en el cielo el reflejo del sol, la luna. Su luz, pese a no ser tan fuerte como la del sol, inundó las noches, mucho más de la que otorgaban las lejanas estrellas. La luna, que nos protege en la noche, ahuyentó los mayores miedos de la gente. Incluso los nigromantes la aceptaron y se arrodillaron ante la aprendiza, reconociéndola entonces como el símbolo de la noche.

—Pero seguiría habiendo oscuridad y corrupción —observé.

—Las hay, pero no puedes luchar contra el orden natural. Luz y oscuridad son hermanas, tal y como Rizienella y Mortinella fueron hermanas hace mucho tiempo, pero lo importante a veces no es derrotar ni neutralizar, sino comprender y adaptarse.

 

Pascual parecía estar disfrutando de lo lindo mientras comía su trucha y nos escuchaba hablar. Yo también estaba disfrutando de mi conversación con Thukker, casi me había olvidado de con quién estaba hablando.

 

—Entonces la primera Lunaria fue quien creó la luna —pensé.

—Salvo que su nombre no era Lunaria —Thukker volvió a sonar tan condescendiente como siempre—. Su nombre era Lunaris. Lunaris significa “madre de la luna”, Lunaria significa “hija de la luna”.

 

Aquellas palabras me llenaron de una repentina curiosidad. Era cierto que, hasta aquel momento, había reconocido algunas de las partes de las palabras, como en el caso de Lunaria y Solerum, pero no me había planteado qué clase de significado ocultarían en realidad.

 

—¿Qué significa Rizien? —Pregunté con interés.

—Luz y vida —Thukker después me dedicó una mirada burlona—. A ver si eres capaz de averiguar qué significa Mortin tú solita.

 

Aquella respuesta me azoró hasta el punto de lograr que me sonrojara. Ahora el nombre me sonaba más petulante de lo que ya me parecía antes, cuando solo pensaba que era un nombre de ángel.

 

—Pero entonces, ¿por qué Mortinella querría matarme? ¿No le preocupa que se rompa el equilibrio entre luz y oscuridad?

 

Thukker miró hacia mí con los ojos como platos. Lo mismo hizo Pascual, quien se quedó mirando hacia nosotros como embobado. Me puse roja como un tomate y traté de disimular.

 

—Quiero decir… como soy la hija de un gran hechicero, quiere enfrentarse a mí —traté de disimular—. Mi padre y ella se odiaban, ¿no?

—¿Os persigue Mortinella? —Preguntó Pascual con estupefacción.

—Mortinella juró matar a la hija de Mialogum —Thukker se apresuró a añadir, ciñéndose a mi versión.

—¿Y aún así te niegas a enseñarle el camino de la magia? —Pascual sonó muy ofendido—. ¿Cuál es tu problema, Nawiroth?

—Yo no tengo ningún problema —la respuesta de Solerum fue seca y directa—. Mi único trabajo es protegerla. ¿Cuál es tu problema?

—¡Mi problema es tu parsimonia! Así nunca lograrás que aprenda nada. Su padre, siendo quien fue… ¿Cómo piensas honrar su memoria no permitiendo que aprenda su legado?

 

Thukker puso los ojos en blanco con impaciencia y antes de que Pascual continuara, alzó su mano y se levantó, indicando que la discusión había acabado.

 

—Es suficiente. Lo siento, amigo, pero no es asunto tuyo.

 

El elfo se dispuso a entrar en el carromato. Yo miré con rabia a las raspas del pescado y me levanté de inmediato.

 

—Pero sí es asunto mío —respondí—. Y yo puedo decidir por mí misma a quién acompañar y, si no me vas a enseñar, entonces…

 

Thukker se rió entredientes, cortándome a media frase. Entre susurros, espetó un “buena suerte con eso” y entró al carromato. Apreté los dientes con fuerza y alcé mi voz, consciente perfectamente de que aquello le molestaría al estúpido Solerum.

 

—¡Se acabó! ¡No te seguiré a ninguna parte nunca más! ¿Me has oído? ¡Prefiero acompañar a Pascual a cualquier destino antes que pasar un solo día más bajo tus normas!

 

Él no respondió, pero por la parte de atrás del carromato apareció su mano, cerrada y con el pulgar hacia arriba, mostrándome que estaba de acuerdo con eso. Reprimí un grito de frustración y me centré en la hoguera, incrementando mi furia y mi odio, dejando que ascendieran con las llamas y la ceniza que se perdían entre la esencia de Ædavin.