15 - Hechicería
Hechicería
Con la décima legua,
miré con desesperación al hito que indicaba la distancia que nos quedaba para
llegar a Traria. “Tan solo una más” pensé, agotada, aunque el mismo pensamiento
había cruzado mi mente con cada una de las señalizaciones que indicaban la entrada
a un pueblo o ciudad. Las que anunciaban Traria se estaban volviendo cada vez
más frecuentes, aunque Thukker aún no había dicho nada.
Por orgullo, me mantuve en silencio, aunque
sabía que mi cuerpo estaba al límite. Si al llegar a Traria no parábamos,
probablemente tuviera que rendirme y pedirle a mi acompañante que pasáramos la
noche allí.
Antes de llegar, sin embargo, paramos al lado
de un río, donde aproveché a sentarme a su orilla, quitarme las botas y meter
mis pies en agua por un rato. Estaban llenos de llagas y llevaba un buen rato
sintiendo que caminaba sobre brasas. Mientras aprovechaba para refrescarme, me
quedé mirando hacia Solerum, quien se había apartado y sentado en el suelo con
las piernas cruzadas en una contorsión extraña.
Si miraba hacia él era solo porque tenía un
enorme interés en ver qué iba a hacer a continuación. Aquella curiosidad era la
única razón por la que le había seguido: quería ver más hechizos, comprender su
magia...
Él permanecía silencioso, sin perturbar en
absoluto su postura ni su expresión. Tenía los ojos abiertos de par en par,
aunque no veía el resto de facciones de su rostro por la distancia que nos
separaba. Tardó varios minutos en reaccionar, hasta que, como si saliera de un
trance, bajó la cabeza, respirando forzadamente antes de dirigir su mirada
hacia mí con pasmo.
Me encogí levemente y volví a mirar hacia mis
pies. Llevaban tanto tiempo bajo el agua que mis dedos habían comenzado a
arrugarse. Aquello era un problema...
—Haremos noche en Traria —anunció él detrás de
mí. Sentí un enorme alivio y me reí con picardía.
—Veo que alguien no puede más.
—Esto no es una competición. Intenta tomártelo
en serio.
Negué con la cabeza, muy molesta. Thukker se
sentó junto a mí y tuve unas inmensas ganas de levantarme y continuar la
marcha, si no hubiese sido porque necesitaba que la piel de mis pies volviera a
secarse un poco antes de ponerme de nuevo las botas.
—Bonitas botas —observó él. En respuesta, me
encogí de hombros—. Parecen nuevas.
—Lo son —respondí con un tono que le hacía
sombra a los suyos.
—¿La sastrería va bien, entonces?
—Funciona, como siempre. Las botas son un
regalo de Markus.
—¿Markus?
—Uno de mis amigos de los que tú no quieres ni
oír hablar.
Thukker volvió a enarcar una ceja con un gesto
chulesco. Parecía no entender que yo no tenía nada más que hablar con él. Solo
dirigí mis ojos un segundo hacia él, cuando noté que la brisa le apartaba los
rizos completamente negros de las orejas y mostraba su forma alargada y acabada
en punta. En la oreja izquierda, llevaba un pequeño aro colgando del lóbulo,
que era lo suficientemente grueso como para llevar grabadas sobre él unas runas
que me resultaron incomprensibles.
—Tus orejas —murmuré.
—¿Qué pasa con ellas?
—Son largas y puntiagudas —observé mientras me
quedaba casi sin aliento.
—Tu agudeza visual es encomiable —respondió
sarcásticamente.
—No, a lo que me refiero es a que… Llevo toda
mi vida creyendo y pensando que todas las historias que leía eran solo
ficciones e invenciones. Quimeras, incluso. Creía que la magia era solo una
representación metafórica del poder de las personas y que los elfos, bueno… Que
no existíais.
—Sin embargo, me has reconocido de inmediato
como un elfo.
—He leído muchas historias en las que
aparecen.
—Los condenados también tienen una forma
similar en sus orejas. No creo que hayas leído lo suficiente.
Me reí por lo bajo. Era irónico que aquella a
la que todos miraban con desconfianza por vivir perdida entre las páginas de
los libros recibiera un criticismo como aquel.
—En Revon siempre todos decían que leía
demasiado.
—En Revon la gente se mete donde no le llaman.
—Pero es fascinante que la magia exista.
—¿Fascinante?
—Ya lo sé. Es estúpido y yo soy estúpida, pero
mi mundo se ha expandido. Todo se ha vuelto tan grande de la noche a la mañana.
Me cuesta un poco asimilarlo...
Quien se rió en esta ocasión fue él, y se puso
la capucha de inmediato antes de continuar hablando:
—Eres una qampia
extraña. Tu padre también lo fue. La mayoría de los humanos temen a la
magia y huyen de ella. Por eso es por lo que muchos de ellos nunca se paran a
abrir sus ojos y a creer en ella.
—¿Entonces cualquiera puede aprender magia?
—Te diré simplemente que hay quien tiene
talento y quien no. Pero la ignorancia, uf… ¡La ignorancia es lo peor!
Él se paró en seco y miró hacia el frente
donde, en la distancia, se veía cómo se asomaban tímidamente las nubes más allá
de los árboles y de la línea del horizonte.
—¿Por qué te molesta tanto? —Pregunté, un poco
ofendida. Literalmente le molestaba todo.
—Quienes viven sin entender el mundo en el que
viven son banales e inútiles a mi causa. El nuestro es un mundo mágico, lleno
de vida, y que habla constantemente sin que la mayoría se pare a escuchar.
Culpo por la agonía de nuestro mundo a todos los que, por omisión, lo están
asesinando.
Presentía un enorme rencor por su parte. Y era
muy curiosa la energía que él desprendía, pues era oscura y llena de
desesperación, como si a él —¡a Solerum!— la luz del sol fuera incapaz de
iluminarlo. Oscuridad pensé que era la mejor manera de definirlo, oscuridad,
penumbra y desasosiego, aquellas eran las sensaciones que evocaba mi
compañero...
—Pero tú... es cierto que eres diferente.
Tienes curiosidad, eso es bueno.
—Depende de quién lo vea.
—Pese a que cada persona tiene un concepto
diferente, solo eres tú quien decide lo que es bueno para ti y lo que no.
Él elevó su mano, y con un susurro, uno de los
árboles al otro lado del río se inclinó hacia su mano, como si le ofreciera con
una reverencia uno de los frutos que tenía en sus ramas. Él lo cogió sin dudar
un segundo y después el árbol volvió a incorporarse lentamente y se quedó
quieto de nuevo. Thukker se dirigió a mí entonces y, ante mi mirada atónita,
pareció satisfecho.
—La magia es un poder, es una conversación con
la naturaleza, una causalidad. Si tú le das tu atención, ella te otorga su
fuerza y su regalo.
Miré con pasmo el fruto en su mano. Si no lo
hubiese visto con mis propios ojos, jamás habría podido averiguar de dónde
procedía. Al mismo tiempo, me sentí incómoda.
—Pero si es un poder, tiene que tener una
parte corrupta —razoné.
Él se quedó callado, mirándome con severidad,
pero después sonrió.
—La tiene, eso es cierto. Va a resultar que
eres más inteligente de lo que pareces.
Él se puso en pie y se apartó de mí, dándole
mordiscos al fruto que acababa de recoger. Mientras lo hacía, me ordenó que me
pusiera de nuevo las botas y me apremió para que reanudásemos la marcha.
Cuando llegamos a Traria, lo único que quería
hacer era tirarme sobre cualquier cama, camastro, cajón o pila de heno y dormir
seis días seguidos. Al ver las indicaciones hacia la comuna, pensé que
volveríamos allí, pero en esta ocasión, Thukker pasó de largo.
Me puse nerviosa. ¿Tal vez se había tomado mi
provocación como un reto de verdad? ¡Si tenía que continuar, iba a desmayarme o
algo!
—Pasaremos la noche en una posada —anunció—.
Con tus gritos nocturnos, nos conviene evitar comunas y zonas con mucha gente.
Dicho esto, entramos en la primera posada que
vimos. Yo ya empezaba a marearme por el cansancio y por el exceso de ejercicio.
Los dueños, una pareja relativamente joven, nos dieron una calurosa bienvenida.
Su amabilidad me hizo sentir mucho mejor y, además, en el momento en el que
llegué a la habitación y vi que no tenía que compartirla con Thukker, pensé que
se me saltarían las lágrimas de la alegría.
Era una habitación austera: solo tenía una
cama minúscula y un barreño como lavadero en el escueto espacio de la
habitación además de una estrecha ventana por la que a duras penas se colaba la
perezosa luz azulada del exterior, en la que ni siquiera podía meter mi brazo
de lo fina que era su abertura.
Me sentí en la gloria, sobre todo en el
momento en el que me eché sobre la cama y sentí cómo todos mis huesos se
resentían, volviendo a su lugar.
Al poco rato, me despertó de un leve
adormecimiento alguien llamando a la puerta. Me incorporé y me acerqué para
abrirla. Era la mujer que nos había recibido.
—Perdona, Cris —casi me había olvidado de que
estaba utilizando aquel nombre—. Ya tenemos preparado el baño.
Miré hacia ella sorprendida.
—¿Baño?
—Sí. Nawiroth insistió en que preparásemos un
baño y toallas. ¿Te llevo?
Seguí a la mujer hasta una habitación bastante
pequeña. La bañera era muy parecida a la que teníamos en mi casa: de madera y
cubierta por una sábana para evitar las astillas. Mientras me bañaba, a menudo
entraban las criadas de la posada para comprobar la temperatura del agua. Me
lavé minuiciosamente con el jabón que me dejaron, pensando que así tal vez
podría evitar que continuase fastidiándome todos los días con la cantinela de
los baños. Me gustaba bañarme, pero no estaba acostumbrada a hacerlo tan de seguido...
Cuando salí, me cubrí con la toalla y regresé
a la habitación con mis cosas en la mano. Les había pedido permiso para
llevarme el jabón un momento y, cuando llegué al cuarto, después de ponerme una
muda nueva, lavé en el barreño el vestido que había llevado desde mi partida de
Revon y lo dejé colgando a los pies de la cama. El resto del jabón lo llevé de
vuelta al lugar en el que me había estado bañando. Vi que estaban preparando un
segundo baño e imaginé que Thukker también tendría la intención de bañarse.
Cuando regresé a mi habitación, volví a
dejarme caer sobre la cama, completamente abatida. Un buen rato después, él
vino hasta mi cuarto para comer de nuevo su especialidad: pan con queso y carne
curada. Debía ser el hambre hablando, pero me resultó tan suculento que me
quedé con ganas de seguir comiendo. Él se marchó poco después y me quedé sola
de nuevo, volviéndome a dormir.
Pasé una noche tranquila y feliz. Tal vez el
cansancio me impidió tener visiones o tal vez no era un día en el que destacase
un futuro nefasto a evitar. Por la mañana me lavé la cara, guardé mi ropa en mi
mochila de nuevo y, tras ajustarme la coraza y las botas, salí de la
habitación. Pero, tan pronto como salí, le vi apoyado contra la pared frente a
mi puerta. Al mirarme, arrugó la nariz con reprobación y susurró:
—No me gusta que me hagan esperar.
—Buenos días a ti también —le respondí sin
muchas ganas.
Él me dio una fruta y me dijo que comiera
mientras caminaba, que ya se había hecho cargo de pagar nuestra estancia. Aún
no había la suficiente luz como para que se considerara que partíamos de día:
todavía no había amanecido del todo aunque el sol comenzara a asomarse en el
horizonte.
Aquella fruta que me dio apenas fue suficiente
como desayuno, pero él continuó pasándome comida mientras avanzábamos, como un
mendrugo de pan ligeramente gomoso y algo más de queso. Nos acompañaba el mismo
silencio incómodo de siempre mientras recorríamos las leguas que separaban
Traria de nuestro siguiente destino.
Con aquel silencio, comencé a recapitular lo
que había visto en mis sueños el día anterior, en la comuna. Recordé a
Mortinella alzando a una masa embravecida. Entonces, tuve la ocurrencia de
preguntarle a Thukker.
—Thukker, ¿Mortinella tiene seguidores?
—Así
es.
—Me suena el nombre de Aristhanatos.
Y su mirada pasó de la calma al escándalo en
apenas un segundo e hizo una mueca de asco al escuchar ese nombre.
—Así se llaman entre ellos. Son ridículos.
—¿Y por qué se hacen llamar así?
—Es un nombre que les hace sentir poderosos,
porque muchos tienen más poder del que en realidad deberías darle a unos
patanes como ellos.
Él se sonrió a sí mismo, contento por su
respuesta y volvió a mirar al frente, ignorando cualquier oportunidad de
continuar con la conversación.
—Nosotros somos las Flores Silvestres —informó al poco tiempo.
—¿Huh?
—Somos quienes te juraron lealtad, quienes
eligieron un camino junto a ti.
—¿Es el nombre del séquito de Rizienella?
—Pregunté enarcando una ceja.
—Sí y no. Es el nombre que tu padre les dio a
quienes eligieron luchar para protegerte a ti y para guiarte llegado el momento
de tu despertar. Todos los que nos unimos al camino a Lapper. Las Flores Silvestres solo te siguen a ti,
Andrea. A ninguna otra Rizienella.
Aquel día recorrimos otras siete leguas y
media hasta llegar a un pequeño pueblo de río llamado Hexendorf. Aquel pueblo,
al parecer, era conocido por su folklore relacionado con brujas sanadoras y
hechiceras legendarias. Por primera vez en todo el viaje, me separé un rato de
Thukker y paseé por el pueblo, admirando los símbolos y runas grabados en las
puertas de las casas y que simbolizaban prosperidad, fertilidad, salud y otros
buenos deseos de la gente del lugar.
En unos pequeños puestos de mercado, me
ofrecieron un amuleto por solo cinco monedas de bronce. Regresé muy contenta,
pero Thukker se rió de mí, insinuando que me habían tomado el pelo. Sin
embargo, me gustaba: era un trébol tallado en madera, mucho más bonito que la
piedra que él me había dado.
De hecho, fue entonces cuando me di cuenta de
que no le había devuelto su cadena de oro y, cuando se la devolví, él
simplemente se encogió de hombros, sin agradecérmelo siquiera. En verdad, mucho
le tenía que sobrar el dinero para que ignorase una cadena de oro como aquella
durante dos días casi enteros.
El siguiente día recorrimos casi siete leguas
hasta una posada de los caminos que se llamaba la “Villa del Regidor”. Era un
sitio bastante apartado, en medio de una larga meseta sin árboles y se
encontraba a dos leguas enteras de la siguiente población. Allí, Thukker pidió,
por primera vez, una comida decente.
Mientras esperaba con impaciencia la comida,
vi que en una de las paredes había un cartel clavado. Me levanté y me aproximé
para mirarlo con curiosidad, leyendo las letras que anunciaban que aquella
persona había desaparecido.
Era un retrato de un hombre de mediana edad
con rasgos amables. La descripción de su desaparición incluía la petición
desesperada de su mujer y de sus hijos pidiendo la colaboración de los
viajeros.
—Ese cartel es nuevo —observó Thukker
juntándose a mí—. La gente desaparece y a veces nunca vuelve, así que... haz el
favor de tener cuidado
Me preocupó un poco la normalidad con la que
Thukker trató la situación. Me preguntaba hasta qué punto estarían a la orden
del día las desapariciones como aquella. Al poco tiempo, cenamos un cordero tan
jugoso que parecía mantequilla deshaciéndose en la boca. Aquella noche tuve
otra premonición durante mi descanso.
Los
Liarflam nos encontraban en la ciudad de Schildsburg. En el primer momento en
el que daban conmigo, no me reconocían, pero finalmente se daban cuenta de que
en verdad era yo.
Schildsburg era el fin de nuestra siguiente
etapa y, por el bien de mis amigos, me convenía evitarla. De modo que, tras
emprender la marcha al día siguiente, esperé al próximo cruce de caminos y,
frente al hito que nos indicaba el camino hacia Schildsburg, paré a Thukker.
—¿Qué sucede? —Preguntó.
—Creo que deberíamos evitar las ciudades más
grandes —pensé en voz alta—. Cabe la posibilidad de que Mortinella tenga
informantes dispersos en ellas.
Thukker se quedó pensando unos instantes. La
segunda opción que teníamos sin hacer una etapa tan larga como la de Traria,
era otra ciudad un poco más pequeña, conocida como Zagaburgo.
—Es decir, en Schildsburg se encuentra la
residencia de los condes de Schild —estimó mientras se quedaba absorto en sus
pensamientos—. Es más grande, pero la seguridad también es mayor...
Me impacienté en el momento en el que Thukker
dio a entender que la opción más válida sería nuestra elección original.
Rápidamente, tuve que idear una forma de que Zagaburgo sonara más interesante
que la ciudad principal del condado.
—Pensé que no teníamos que llamar la atención
—volví a intentar—. Además, es más obvio que iríamos a los lugares más seguros,
¿no? Si yo fuera Mortinella...
—Pararemos en este hito unos instantes —me
cortó antes de darme tiempo a terminar
mi razonamiento.
—¿Eh? ¿Y eso por qué?
—Hay algo que he de comprobar. Si tienes
hambre, busca cecina en mi mochila.
Thukker dejó su mochila a los pies del hito y
se apartó a varios pies del camino, donde volvió a sentarse en el suelo,
rodeado por el campo de hierbas secas y doradas que sublimaban su figura oscura
y gris. Adoptó la misma pose que le había visto días atrás, contorsionando sus
piernas de manera casi ridícula y perdiendo su mirada en el horizonte.
No pude hacer otra cosa que no fuera quedarme
mirando hacia él, esperando que hiciera algo delante de mis propios ojos. Una
vez más, me dejó con las ganas de ver su magia y sus increíbles habilidades
tras levantarse y acercarse a mí con una sonrisa maliciosa.
—Schildsburg estará bien —anunció con burla—.
¿O hay algún motivo especial por el que quieras evitar ese lugar?
—¿Yo? Qué va...
Él se rió por la nariz y yo desvié la mirada,
incómoda. No estaba segura de lo que había hecho en el momento en el que se
alejó de mí, pero definitivamente su actitud determinaba que habría hecho algo
que se escapaba de mi entendimiento. Mi intuición dictaba que si continuaba por
la línea de esquivar a Mortinella no lograría convencerle, así que rápidamente
puse mi mente a trabajar...
—¡Está bien! Creo que Schildsburg podría ser
un punto de interés para los Liarflam —respondí azorada—. Es la residencia de
un noble, a fin de cuentas, y es posible que pretendan entrevistarse con él
para encontrarme.
La sonrisa asquerosa de Thukker se volvió una
mueca de fastidio en el momento en el que concluí mi razonamiento. Después,
asintió con la cabeza y exhaló con exasperación.
—Cierto, prefiero mis viajes libres de
Liarflam, muchas gracias —balbuceó descontento—. Encontrarnos con ellos allí es
el escenario más probable, será mejor continuar hasta Zagaburgo.
Mentiría si dijese que su respuesta no me
ofendió, pero después de cinco días conociéndolo ya no me extrañaba en absoluto
tener una odiosa respuesta ante todo. Thukker era una persona horrible, pero
estaba empezando a acostumbrarme a que siempre tuviera esa actitud amarga y
distante con cada uno de mis comentarios, así que no era nada nuevo.
Continuamos siguiendo las indicaciones que nos
llevaban a Zagaburgo. Durante casi legua y media, nuestro habitual silencio no
se vio perturbado más que por el sonido del viento y de los animales que se
escondían a nuestro paso. Sin embargo, como a mitad de la segunda legua, él
rompió el silencio tratando de entablar una conversación conmigo:
—Explícame algo.
—¿Qué quieres? —Respondí extrañada por lo que
parecía el inicio de un diálogo con mi misterioso acompañante.
—¿Por qué Liarflam? ¿Por qué ellos, de toda la
gente con la que te podrías haber juntado?
—Tal vez porque son mis amigos.
—Eso es lo que quiero saber. Hace un año no
hubieses dado un guijarro de cualquier camino por ninguno de ellos. ¿Por qué
son tus amigos ahora?
Mi cara fue un chiste. No estaba muy segura de
a qué se refería con eso de “hace un año” cuando nos conocíamos de unos pocos
días atrás. Con él, ninguno de esos detalles resultaban insignificantes. A
pesar de mis intentos, nunca descubría nada nuevo sobre él y ya estaba
comenzando a cansarme de preguntarle y que me ignorase constantemente.
—¿Qué problema tienes con ellos?
—Son serpientes viles y despreciables.
Tuve ganas de responderle a raíz de aquella
descripción si él era entonces un primo perdido de los Liarflam, pero me tragué
mi contestación, apretando los dientes, sintiendo que una respuesta así sería
una declaración de una guerra que no quería comenzar.
—Tú no los conoces —respondí.
—Conocí a su padre y ya tuve suficiente
Liarflam para el resto de la eternidad.
—Mira, no tengo ni idea de qué demonios hizo
Lewis Liarflam, pero no me importa. ¡Sus hijos no son como él! ¿Acaso tú eres
exactamente igual a tus padres?
—Sendos murieron sin que yo los conociera —su
voz se oscureció llenándose de desdén.
Me puse roja como un tomate. No me sentí bien.
Incluso a pesar de que nos llevábamos, por lo general, mal, me sentí como si
hubiese metido mis narices donde no me llamaban. Mis diferencias con mi
acompañante eran demasiado grandes como para ignorarlas y de pronto perdí la
paciencia.
—¡Da igual! ¡Tú no sabes nada de ellos ni de
mí! ¡Criticas la ignorancia de la gente cuando eres el primero que no da ningún
paso para conocer! —Apreté los dientes, frustrada, con toda la intensidad de
mis emociones ardiendo como el fuego en mi pecho—. ¡No tienes ningún derecho a
tratar de darme lecciones morales ni a hablar así de mis amigos!
Él entrecerró los ojos en respuesta a mis
palabras. Yo apreté el paso para dejarlo atrás, caminando varios pies por
delante de él.
Los campos que rodeaban el camino a Zagaburgo
se volvieron de un intenso escarlata, cubiertos por las amapolas que crecían
por esa zona. El rojo del campo supuso para mí un castigo, una condena que tuve
que arrastrar casi el resto del camino hasta la ciudad. Se me hizo casi
imposible desviar mi atención del recuerdo de los ojos carmesíes de Markus y de
la insignificante distancia que sabía que nos separaba en aquel momento...
Comencé a sospechar que me había equivocado.
¿Abandonar a mis amigos habría sido la única forma de protegerlos?
—Eh —Thukker trató de llamar mi atención.
Desvié la mirada para evitar hacer contacto
visual con él. Estaba insufriblemente parlanchín aquel día.
—Hija de Alecsandros Rodríguez y Cris Vilar,
respóndeme.
—¿Qué quieres? —Contesté sin ningún interés.
—Te ofrezco un trato —Solerum se apresuró
hasta pararse frente a mí, obligándome a parar a mí también.
—No me interesa.
—Te enseñaré los secretos arcanos para dominar
los elementos —alzó su mano y una leve brisa se levantó. Detuve de inmediato mi
intento de evitarlo y me quedé embobada mirando al gesto que había hecho con su
mano—. Sé que tienes interés en la magia, ¿te interesaría?
—¿Qué es lo que quieres a cambio? —Pregunté,
oliéndome que su oferta no era un gesto altruista.
—No te alarmes —se excusó de inmediato—. Solo
quiero saber la verdad detrás de tus sueños.
Miré hacia él con desconfianza. Precisamente,
era el tipo de persona por la que mantenía mi secreto como tal. “Si se lo digo,
se burlará de mí” pensé, sopesando que aquel sería el escenario más probable...
Además, le tenía tanto asco que él era el
último al que se lo hubiese contado.
—Con todo el dolor de mi corazón, creo que
rechazaré tu oferta —mi contestación fue, cuanto menos, agresiva.
—¿Cómo?
—No es asunto tuyo lo que yo sueñe o deje de
soñar. Y no creo que tú puedas ofrecerme algo que me interese tanto como para
decírtelo.
Su repentino silencio fue como música para mis
oídos. Me reí con frivolidad y, antes de dejar pasar el tema, le dediqué una
sonrisa malévola y continué metiendo cizaña:
—Markus Liarflam lo sabe todo sobre mí. Entre
nosotros no hay secretos —volví a reírme—. Es una persona en la que puedo
confiar. Tal vez deberías aprender un poco de él.
—Pues ya es triste. Solo espero que tu
confianza en él sea recíproca.
Le devolví un mal gesto y él se rió
abiertamente. El resto del camino hasta Zagaburgo nos mantuvimos en silencio,
evitando estar demasiado cerca o incluso mantener contacto visual.
Aquella noche tuvimos que dormir en la misma
habitación en una posada destartalada. Los días anteriores había aprovechado
para apuntar religiosamente la trayectoria y los detalles más importantes de
nuestro viaje en mi propio cuaderno, pero no quise hacerlo delante de Thukker.
Sabía que, de haberlo visto, podría haberme engañado para leerlo y, en el
interior, tenía descripciones de mis visiones.
Sí, estaba decidida a que el endemoniado
Thukker no metiera sus narices en mis asuntos... Sin embargo, aquella noche
tuve otra visión.
El mismo
hombre cuya cara habíamos visto en un cartel en la posada de la Villa del
Regidor se escondía bajo el amparo de una familia de ganaderos cercana a
Gangarria. Viviendo en un establo como un fugitivo, ayudaba con las tareas más
complejas a la familia.
Se
encontraba en aquel momento repartiendo el forraje entre los comederos de los
caballos cuando, tras oír los golpes del metal contra la madera, se giró,
mirando aterrado hacia la puerta. Con los golpes, la puerta cayó, y un montón
de figuras cubiertas con sus armaduras entraron y le prendieron.
—¡Te
tenemos! —Sentenció uno de los hombres que lo atraparon—. ¡Tu perfidia te
costará cara! ¡Aunque no es como si tu vida tuviese algún valor para empezar,
brujo!
—¡Soltadme!
—Lleváoslo.
Quitad de mi vista a este traidor.
El resto
de soldados se llevaron al hombre. Al sacarlo del establo, el hombre contempló
con el alma en los pies cómo la granja ardía.
Desperté nerviosa y acelerada. Al otro lado de
la habitación, vi a Thukker mirando hacia mí. El sol del alba le iluminaba de
medio lado y su despreciable sonrisa no me tranquilizó en absoluto.
—¿Oh? ¿Has tenido una pesadilla?
El simple hecho de verlo allí plantado me heló
la sangre y me dio escalofríos. Me negué a darle la satisfacción de recibir una
contestación por mi parte. Si se creía que me tenía contra las cuerdas, estaba
muy equivocado.
—¿No me lo dirás? Tal vez tengamos que hacer
rutas más largas para que no te acosen esos sueños tan horribles.
—¿Nunca te cansas de ser un idiota?
—¿Yo? Solo estoy preocupado por ti —respondió
con su sonrisa deleznable cruzándole el rostro.
Tal como había prometido, Nawiroth alargó
nuestro camino. Lo gracioso era que, con aquella alteración de nuestro
trayecto, llegaríamos aquella misma tarde a Gangarria y yo no tendría que
inventarme ninguna excusa elaborada para tratar de adelantar más camino.
Pero el trayecto se me hizo eterno. Ya no solo
por el calor, por la presencia ingrata de Solerum ni por los abrasadores rayos
de sol que hicieron que el camino de nueve leguas se volviese duro como una
odisea por el infierno... Mi impaciencia por llegar a nuestro destino era la
peor tortura de todas.
En uno de los pueblos por los que pasamos a
mitad de camino, vi el cartel con la cara del mismo hombre que había visto en
mis sueños. Discretamente, lo arranqué y me lo guardé en la mochila mientras
Thukker se había ausentado para conseguir más comida. El resto del camino,
continuamos hasta Gangarria con la misma energía detestable de siempre.
Cuando llegamos, apenas pude creerlo. Nawiroth
estaba buscando un alojamiento cuando yo me excusé diciéndole que me reuniría
más tarde con él. Me llevó una eternidad el convencerlo para que me dejara
marchar por mi cuenta pero, al final, lo conseguí.
Tras dejarlo atrás, comencé a buscar la granja
que había visto en mi visión. Gangarria no era un poblado muy grande, pero
estaba rodeado por unas granjas enormes que me complicaron la búsqueda. Mis
piernas estaban tan agarrotadas por el largo camino que me costaba pensar con
claridad y, al encontrarme al fin con la misma granja de mi sueño, me di cuenta
de que no había pensado cómo explicarle al hombre lo que iba a ocurrir.
Una visión como la que había tenido en Ástarmo
me había llevado a que nos echaran de una comuna por el escándalo y, frente a
mí, tenía el destino de un hombre. Ni siquiera sabía si era un criminal o
alguien peligroso a quien me convenía evitar...
—¿Qué negocios te traen aquí? —Oí la voz de
Thukker a mis espaldas.
Tras recuperarme del susto, me giré y le miré
con desgana. La mirada embustera que me lanzaba me llamaba a darle un puñetazo.
¿Cuánto tiempo llevaba siguiéndome?
—Vengo a comprar queso —mentí—. Puedes volver
tranquilo al mesón.
—No he encontrado ninguno que tenga
habitaciones disponibles. Como no podemos dormir en comunas, estaba pensando en
preguntar en alguna granja cercana si pudieran darnos cobijo —el elfo esbozó
una sonrisa burlona que me ofendió profundamente.
—¿Por eso tienes que seguirme?
—¿Olvidas que tengo que asegurarme de que no
te pase nada?
—¡Excusas! —Me embravecí—. ¡Deja de meterte en
mis asuntos!
El ruido de unos cascos llamó nuestra atención
de inmediato. Thukker se giró sorprendido y los dos nos quedamos mirando hacia
un grupo de personas en armaduras que reconocí como los mismos soldados que
habían aparecido en mi sueño. Todos ellos a excepción del único que montaba a
caballo, el que llevaba la armadura más lustrosa y llamativa, llevaban algo en
la mano, alternando entre antorchas, escudos, lanzas y espadas. Al verlos, se
me congeló la sangre y quedé petrificada en el sitio. Thukker dio unos pasos
hacia el frente y se interpuso entre ellos y yo.
—Viajeros, ¿qué os trae aquí? —El caballero
nos miró con altivez desde su montura.
—Veníamos a comprar queso —respondió Thukker
con un tono ligeramente intranquilo—. ¿Hay algún problema, teniente?
—Buscad vuestro queso en cualquier otro lugar
si no queréis meteros en problemas. Esta granja está dándole cobijo a un
traidor peligroso. Circulad.
Thukker asintió, me agarró del brazo y me
apartó del camino de los soldados. Mientras pasaban, parecían entusiasmados por
destruir aquel lugar y apresar a todos los allí presentes. Algunos nos miraron
como si fuéramos delincuentes. Mis ojos llorosos se dirigieron entonces hacia
el elfo que tiraba de mí.
—Tenemos que hacer algo —susurré.
—Sí. Irnos. Rápido.
—Thuk... digo, Nawiroth. ¡Esta redada podría
ser injusta! ¿Recuerdas lo que me contaste del infante Afne persiguiendo a...?
—No es asunto nuestro —sentenció.
Me zafé de su agarre y le dirigí una mirada
enfadada. Él se cruzó de brazos y me miró con un gesto reprobatorio.
—Querías hacer un trato, ¿no? —Me temblaba la
voz—. Salvemos a ese hombre y te lo diré.
—Todo lo que sabemos es que buscan a un
criminal y que esta granja le está escondiendo. Estás pidiéndome que nos
enfrentemos al ejército de Afne para salvar a un hombre que podría ser
peligroso.
Le miré con reproche. Aquel mismo pensamiento
me había pasado por la mente también. Pero tras lo que había visto en mi sueño,
no podía estar segura. Aquel hombre no parecía un asesino... ¡y, al dirigirse a
él, lo llamaron brujo!
Me quité la mochila y la dejé en el suelo,
parándome para sacar el cartel que había arrancado del pueblo en el que
habíamos parado a medio camino. Se lo puse a Thukker delante de las narices y
bramé frustrada:
—¿Ves su cara? ¡Este hombre está condenado a
muerte! ¡Un traidor, tú mismo sabes lo que eso significa! ¡Tienes su vida en
tus manos! ¡Su vida y la de aquellos que están ayudándolo! ¡Dentro de unas
horas, aquí solo quedarán ruinas y cenizas! ¡Yo sé que tú puedes hacer algo,
Solerum!
Él tomó aire y entrecerró los ojos. Después
dirigió su mirada hacia los guerreros, sus ojos brillaron unos instantes con un
resplandor extraño y, a los pocos segundos, los más de veinte soldados,
incluyendo a su teniente y la montura del mismo, se desplomaron en el suelo.
Miré hacia el elfo, confusa, y él se dio la
vuelta para regresar a la granja. Le seguí, él pasó rodeando a los soldados. La
familia de la granja, una pareja con dos chiquillos, salió de la casa y se
quedó mirando hacia la escena, aterrada. Solerum cruzó el resto del camino
hasta llegar a pocos metros de la entrada, donde los otros cuatro parecieron
retroceder,
—Tenéis una plaga de soldados que saben lo que
habéis hecho —Thukker comenzó la conversación con su habitual descaro—. ¿Dónde
está el brujo?
Los niños se escondieron detrás de su padre y
miraron hacia mi acompañante con evidente miedo. La madre se adelantó con la
cabeza bien alta y, valientemente, se enfrentó al elfo.
—Pascual es un buen hombre —su voz sonaba
floja y gentil y, aun así, parecía no tenerle ningún miedo a Thukker—. Nuestra
familia está del lado de la justicia.
—No es mi problema que seáis tan insensatos
como para poner en peligro a vuestros hijos por creeros los defensores de la
justicia —noté como me lanzaba una mirada enrabietada—. Los que tienes aquí
detrás son los soldados de los que hablaba. Están bajo la influencia de un
hechizo con el que perderán la parte de sus recuerdos que los trajeron hasta
aquí.
—¿Qué quieres decir con eso? —Preguntó la
señora.
—Dadles cuidados, decidles que el mago os
tenía cautivos y que los atacó al llegar y que huyó al verse superado en
número. Si sois serviciales con ellos, se creerán esa versión y eso será
suficiente para demostrar vuestra inocencia. Ahora, ¿dónde está el mago?
La madre miró a sus hijos con un gesto
preocupado y después señaló hacia el establo. Sin mediar más palabra, Thukker
se giró y se encaminó hacia el lugar que ella indicó, aconsejándoles antes de
irse que metieran a los soldados en su casa antes de que se despertaran.
—Estúpidos abnegados —murmuró mientras
caminábamos.
Una vez llegamos al establo, Thukker abrió las
puertas. Dentro se encontraba el hombre de mi visión, con una horqueta en su
mano. Al ver al desconocido entrar, el brujo llamado Pascual lo amenazó con la
horqueta. Solerum, con un simple gesto de su brazo, envió la horqueta despedida
y esta se clavó con firmeza en la pared de madera.
El otro mago retrocedió aterrorizado hasta
que, al encontrarse con la pared, se arrodilló en el suelo gimoteando y rogando
por su vida. Mi acompañante me dedicó una mirada interesada y yo luego me
acerqué tímidamente.
—Señor, no hemos venido a hacerle nada
—aseguré. El hombre alzó la mirada, aún hecho un ovillo, y yo me encogí
ligeramente—. Usted es un brujo, ¿verdad?
Él asintió, sin decir nada. De nuevo, saqué el
mismo cartel que le había mostrado a Thukker antes y se lo mostré al hechicero
que seguía de rodillas frente a mí.
—Unos soldados venían a apresarle, pero ya ha
pasado todo. Su familia le está buscando, tal vez si regresa a casa...
—¿Mi familia?
—Sí, su mujer y sus hijos.
—Yo no tengo mujer e hijos.
—¿Cómo?
Thukker se rió por la nariz y después se
adelantó a continuar.
—Te buscan por ser un mago sin juramento,
¿verdad? Pues mira, majo, te hemos venido a salvar el culo a ti y a los
imprudentes de tus amigos. Te toca buscar otro lugar en el que esconderte y,
esta vez, haz el favor, intenta no quedarte en el reino en el que tu cabeza
vale oro.
El hechicero se quedó en silencio unos
instantes y después elevó la cabeza para enfrentar su mirada a la de Solerum.
—¿Están todos bien?
—Por el momento. Si te vas de inmediato, todo
quedará en que eras un mago hostil que los capturó.
—¿Quiénes sois?
—Él es Nawiroth y yo Cris —respondí con un
tono amable, intentando contrarrestar las formas tan desagradables de mi
compañero.
—Nawiroth, Cris... Si lo que decís es cierto,
me habéis salvado la vida.
—¿Qué hará ahora, señor? —Volví a preguntarle
—Continuaré mi camino hacia Elementarya. Hace
meses me dirigía allí, pero con los últimos movimientos de tropas decidí
esconderme un tiempo.
—¿Movimientos de tropas? —Preguntó Thukker con
repentino interés.
—Hay quien dice que se acerca una guerra, pero
durante mi retiro no he recibido muchas noticias en relación al tema.
Thukker parecía tener un enorme interés por
aquel tema, le hizo muchas preguntas acerca de los rumores, pero Pascual no
pudo responder a ninguna de ellas. Por otra parte, era la primera vez que veía
al elfo actuar de aquella forma: tan preocupado y ávido de respuestas.
—Lo siento por no poder ser más útil —se
disculpó Pascual, avergonzado—. Solo se me ocurre que cerca de las fronteras
podáis preguntar más, es hacia donde se dirigen la mayoría de las tropas: a
Norgles y a la frontera con Elementarya.
—Esa era nuestra intención —reveló Thukker,
pensativo—, nos dirigíamos a Kriannos cuando nos metimos en todo este
desaguisado.
—No tengo mucha información, pero sí puedo
haceros un hueco en mi carromato. Puedo llevaros hasta Samsar, pues mi
intención es continuar hacia Demlar.
Nawiroth, se quedó pensando mientras yo sentía
la emoción dominar en mi pecho. En un carromato, recorreríamos muchas más
leguas más rápido... Tan solo rezaba porque el elfo hubiese llegado a la misma
presunción que yo...
—Agradeceríamos el viaje —admitió Thukker—.
Pero deberíamos partir de inmediato, no tengo muchas ganas de que los soldados
nos arresten por ayudar a un mago a escapar.
Poco después, el brujo nos llevó frente a su
carromato. Todos nos pusimos a trabajar para partir cuanto antes. Los niños y
la madre que llevaban la granja entraron en el granero y nos ayudaron con los
preparativos mientras el brujo les agradecía su hospitalidad durante el tiempo
en el que lo habían acogido.
Antes de partir, Pascual quedó atrás unos
minutos, despidiéndose de la familia. Thukker y yo nos quedamos al lado del
carromato. El elfo estaba de brazos cruzados, apoyado contra uno de los postes
de la valla que delimitaba la granja, pero con una sonrisa orgullosa en su
rostro.
Yo estaba distraída mirando hacia las reses
que estaban listas para tirar del carromato. Uno de los bueyes era del color de
la tierra y el otro era mucho más claro y con manchas oscuras en su pelaje.
Mientras estaba distraída, él volvió a dirigirme la palabra.
—Puede que hayas hecho bien.
Miré hacia él, confusa por el cambio en su
forma de hablar. Me costó varios segundos entender que en realidad me había
hecho un cumplido. Acostumbrada a sus modos groseros, no supe bien cómo
responder a eso.
—En realidad, no he hecho nada —fue mi
contestación.
—Has ayudado a una familia a librarse de una
muerte segura e injusta. No es exactamente lo que yo hubiera hecho, pero tu
arrebato nos ha procurado un transporte para los próximos días.
—¿No es lo que tú hubieses hecho? ¿Qué
esperabas hacer, entonces?
—Ignorar todo el asunto.
—¿Cómo? ¡Pero podrían haber muerto! ¿Cómo
puedes quedarte impasible en esta situación?
—No niego que me hubiese resultado injusto,
que me hubiese molestado, pero poner en peligro mi propia vida y la de mi
protegida por salvar a un montón de desconocidos no es mi filosofía.
Torcí ligeramente la expresión, reprendiendo
en mi interior su forma de ver lo que acababa de pasar. Comenzaba a entender
que a Thukker no le importaba en realidad la gente, ni sus vidas, ni las
injusticias por las que tenían que pasar y que solo trataría de enfrentarse a
esas situaciones cuando pudiera sacar algo de provecho.
Aquel día me dio un consejo, algo que, por
razones obvias, me enfureció, pero que jamás en la vida podría haber olvidado:
—No intentes salvar a todo el mundo. Incluso
tú eres incapaz de lograr algo tan grande.
Quise reprochar algo, pero no se me ocurrió
qué decirle de inmediato. Tras casi un minuto ordenando mis pensamientos,
sonreí, sintiendo que, si había alguien que podría hacerlo, esa persona era yo.
—Te prometí que te contaría lo que ocultan mis
pesadillas —recomencé la conversación con un tono satisfecho y ligeramente
insolente—. Pues bien: en ellas puedo ver lo que será, el porvenir, por así
decirlo, el futuro; En Ástarmo vi que Mortinella atacaría con los Aristhanatos.
En la posada, vi que los Liarflam nos encontrarían en Schildsburg y, anoche, en
Zagaburgo, vi cómo los soldados venían a por Pascual.
—¿Clarividencia? —Preguntó anonadado—. Tenía
mis sospechas, pero, ¿en verdad me estás diciendo que tu poder es la
clarividencia?
—Sí.
Él pareció contrariado después de que le
contara la verdad. Esperaba que arrojara algo más de luz sobre lo que yo
acababa de decir, pero él no parecía especialmente entusiasmado con la idea.
—Qué mala suerte. Te compadezco.
Me puse roja como un tomate al oír su
respuesta. De nuevo, su condescendencia iba por delante de cualquier indicio de
honestidad por parte de mi misterioso compañero.
¿Mala suerte? Qué equivocado estaba... Hasta
que había salido de Revon, hubiese tenido la misma opinión que él, pero mi
perspectiva había cambiado en los últimos días: definitivamente, mi poder era
bienaventurado.
Él no podía entenderlo, pero en mis manos
estaba cambiar el destino. Ya lo había hecho en tres ocasiones y por fin
comenzaba a entender el verdadero valor de mi talento oculto. Ese estúpido elfo
jamás lo admitiría, pero mi poder era maravilloso y podía traer el cambio que
él se negaba a buscar.