17 - Valimiento
Valimiento
Nos tomó otras dos
jornadas llegar a la siguiente ciudad. Aquella enorme fortificación estaba
rodeada por unos muros descomunales levantados a orillas de un foso profundo
cuyas aguas oscuras no dejaban ver el fondo. A lo largo de la fortificación,
había decenas de torres de vigilancia sobre las que estaban instalados cientos
de ballesteros y vigías. No llegamos a entrar en ella, pero mientras pasábamos
rodeándola a una distancia considerable, deseaba poder acercarnos más.
Después de un rato largo contemplando sus
murallas y el reflejo de la piedra gris en la superficie acuática del foso,
Mendever desapareció en el horizonte y, con ella, también se disiparon mis
ánimos. Llevábamos cinco días viajando en el carromato, pero desde nuestra
primera acampada, nos rodeaba una tensión molesta y constante. Las pocas veces
que hablábamos, nuestras conversaciones eran superficiales e incómodas.
De aquella incomodidad culpaba a Thukker.
Incluso Pascual ya no era tan neutral con él como lo había sido en un principio
y admitía que solo continuaba llevándolo hasta Samsar por deferencia a uno de
sus salvadores. “Es por esto que no suelo juntarme con elfos”, decía. Aquel
comentario me hacía gracia.
Pero, en todos aquellos días, sí hubo algo que
me resultó inquietante del comportamiento de Thukker: cada tarde, mientras
Pascual se encargaba de cuidar a los bueyes, se acercaba a mí y me preguntaba
siempre lo mismo.
—¿Llevas contigo el talismán?
En efecto, siempre lo llevaba. Durante los
días en los que había dormido con él, mis visiones no me habían acosado. Así lo
hice durante las dos noches que dormimos en el carromato. Aquella noche, cuando
paramos no mucho más lejos de Mendever, también lo tuve puesto mientras
dormía...
La comida había sido más escasa los últimos
dos días. Eso también había contribuido a nuestro malestar general. Sin
embargo, cuando Pascual y yo terminamos de preparar el campamento y antes de
que nos diera tiempo a preguntar “¿dónde está el elfo?”, este apareció con dos
jamones enteros, una hogaza y una variedad de quesos y dulces, como membrillo y
confituras.
Algo nos quedó para comer a mitad de camino
mientras continuábamos hasta Samsar al día siguiente. Solo nos quedaban quince
leguas para llegar, una etapa más y Pascual y yo nos iríamos por nuestro camino
y Thukker por el suyo.
Eso habría sido lo fácil. Tras la jornada más
larga que habíamos tenido en días, llegamos a Samsar sin novedades. En la
posada, como siempre que parábamos en un lugar así, Thukker me obligó a
bañarme, pero aquel día lo agradecí de verdad. El agua caliente me relajó por
completo y me hizo sentir más calmada.
Aquella noche, Thukker no hizo acto de
presencia durante la cena. Pascual aprovechó para hablarme de Demlar y de su
escuela de magia, describiéndome los puertos y las zonas costeras que
conoceríamos y la deliciosa fragancia salada del mar. Con cada pedazo de su
descripción, mi imaginación se disparaba…
En el momento en el que me fui a la cama en la
habitacionzuca en la que yo dormiría, me quedé pensando en todo lo que me
esperaba, en la magia y en el mar. Mi fascinación me arrancó varias sonrisas
ilusionadas mientras me quedaba allí, dejándole total libertad a mi mente.
Pero antes de dormir me quité la aparatosa
coraza de cuero, y de mi cuello quedó colgando el talismán que me había
entregado Thukker. Mi energía pasó de inmediato a un pensamiento taciturno, lo
descolgué de mi cuello y me eché sobre el camastro, admirándolo en silencio,
preguntándome por qué había sido incapaz de comprender nunca a mi protector.
Mientras contemplaba el talismán, me quedé
dormida pensando en el hijo del Sol. A causa de mis lamentos, mi mente me
transportó dentro de mi visón a un lugar desconocido…
Una
ermita blanca y diminuta, coronada por la estatua de una figura espectral, que
se erguía tras la sílfide de ojos verdes y ondulaciones doradas que era
Mortinella. Ella blandía una espada y, en el horizonte, el sol comenzaba a caer
en el profundo sueño de la noche. Thukker también estaba allí.
El elfo
se enfrentó a ella en una pelea encarnizada. Gharkenus y Ædavin rugían a su
alrededor, combatiendo junto a ellos durante una eternidad. La noche llegó y,
antes de hacer nada más, Thukker tomó distancia de ella, llevándose la mano al
cuello y revelando un amuleto con varios símbolos curvilíneos que emanaban una
leve luz azulada sobre la piedra en la que estaban tallados.
Su
amuleto, tan pronto como lo sacó, se hizo añicos en su mano. Él miró hacia
este, aterrado, y después dirigió su mirada hacia la bóveda celestial.
—¿No lo
sabías?
El elfo
miró hacia ella con un gesto agotado y cayó de rodillas, sosteniéndose
únicamente sobre una de ellas. Las llamas se consumieron y el viento amainó de
repente. Los jadeos forzosos de Solerum quedaron como el único sonido que se
podía percibir. Mortinella dio unos cuantos pasos hacia el frente, mirándolo
con una sonrisa burlona, pero a una distancia bastante considerable de él.
—Viejo
amigo, siento haber destrozado la última prenda que te otorgó Lunaria, pero ese
juguetito pierde su poder por completo cuando es luna nueva. Deberías haberlo
sabido.
Sin
siquiera tocarle, ella elevó a Thukker por encima de su cabeza, quien trató de
zafarse con una desesperación lánguida. El hijo del sol flotó en el viento con
una magia que lo atrajo, en contra de su voluntad, frente a ella. Con un rápido
movimiento, ella utilizó su espada, dándole el golpe de gracia tras el cual él
cayó al suelo, completamente inmóvil.
Desperté sin aire, incorporándome bruscamente
sobre el catre y mirando a mi alrededor con nerviosismo. El talismán estaba
tirado sobre la cama, junto a mí, y asumí que en algún momento de la noche lo
habría soltado. Seguía en la pequeña habitación de la posada y, por la luz que
la inundaba, noté que ya era de día y me apresuré a equiparme para salir
corriendo de la habitación.
Solo podía pensar en advertir a Thukker, en
avisarle del riesgo que tenía el acercarse a la ermita blanca, pero en el
momento en el que bajé las escaleras, en lugar de encontrarlo a él, me topé con
Pascual, que se estaba apresurando hacia las escaleras. Él también parecía muy
nervioso.
—¿Pascual?
—Tenemos que irnos ya. Se acercan las tropas
del infante.
—¡Necesito hablar con Nawiroth! —Exclamé
aterrada.
—¡Nawiroth se ha marchado ya, probablemente ha
sido él quien avisó a los soldados! ¡Tenemos que…!
Mientras hablaba, su rostro se corrompió por
completo. Una sonrisa vil y cruel se dibujó en él, manchando toda la amabilidad
de su aspecto bonachón en unos segundos. Me aparté del hechicero de inmediato.
Lo que acababa de ver con mis ojos no había
sido real. No había visto esa sonrisa en su rostro: él continuaba con su gesto
amable, incluso preocupado por mí en aquel momento. Aquello había sido algo
mucho más siniestro, como una premonición.
—¿Cris?
De nuevo, su expresión se volvió cruenta y
sádica, pero en esta ocasión, alzó sus manos, manchadas de sangre. Retrocedí
unos pasos, espantada por la grotesca alucinación. Era como si mi mente, como
si mi propio poder estuviera previniéndome del hechicero. Su mirada, fuera de
mi alucinación, reveló sus suspicacias.
—¿Estás bien?
Me aparté asustada y me zafé del hechicero,
que quedó atrás mientras me llamaba a gritos por el nombre con el que él me
conocía. Salí corriendo de la posada, perdiéndome entre las calles y callejones
de Samsar, desorientada y asustada. Corrí mientras pude y al no poder más,
caminé rápidamente, recorriendo todo el área hasta llegar a las zonas menos
concurridas.
Aun así, tardé varios minutos en recuperar la
compostura y darme cuenta de que no reconocía la zona en la que me encontraba.
Era una zona adoquinada con piedras blancas, por la que pasaba la gente en
carruajes elegantes, nada que ver con el desvencijado carromato en el que
habíamos viajado los días anteriores. Tanto las mujeres como los hombres
vestían con un compartido aire de sofisticación, mucho más sobrecargado que el
que había conocido en Revon y, al pasar por cerca de mí, cuchicheaban
incómodos, sin dejar de mirarme.
De entre todos los presentes, emergieron dos
ataviados en armaduras relucientes, con un aspecto agresivo y su mano
descansando en la empuñadura de sus mosquetes que sobresalía por debajo de sus
capas. Al ver cómo se acercaban a mí, percibí de inmediato el peligro y me di
la vuelta, tratando de regresar por donde había venido.
O eso habría hecho si hubiese recordado por
qué camino había venido.
—¡Eh, tú!
La gente de la ciudad nos rodeó con
expectación, dispuestos a ver el espectáculo, mirándome reprobatoriamente.
Aquello no tenía nada que ver con lo que había tenido que vivir en Revon, donde
el rechazo solo era incómodo: por primera vez sentí que mi presencia allí
implicaba un peligro real.
Oí el metal de la armadura chocar con la cota
de malla de los soldados al acelerar su paso y escapé corriendo, tratando de
dejarlos atrás. Me llamaron a gritos, exigiéndome que me detuviera. La
persecución me llevó a perderme aún más en la enorme ciudad, aun cuando era
incapaz de perderlos a ellos. Pese a sus pesadas armaduras, me pisaban en todo
momento los talones y pronto noté que no podría continuar a ese paso durante
mucho tiempo.
Comencé a rezagarme. Ellos recortaron la
distancia conmigo, arrinconándome al final en un callejón sin salida. Miré
hacia ellos con desesperación, en sus rostros se dibujaron sonrisas de
suficiencia, pero en el instante en el que iban a atraparme una ráfaga de
viento recio procedente de los muros a mis espaldas los derribó, lanzándolos
por aires y separándolos de mí de nuevo.
—¿Qué dem..? —Susurré confusa.
—¡Lo sabía! ¡Es una bruja! —Exclamó uno de los
guardias mientras se ponía en pie.
—¡Hay que neutralizarla! ¡La ciudad entera
corre peligro!
—¡Irlan! ¿Lo has olvidado? ¡Los cuatro
hechiceros de la ciudad están tras la pista del mago al que vieron en la
posada!
—¡Puedo con esta golfa yo solo! —Irlan
desenvainó su mosquete y se acercó a mí.
Sus ojos inyectados en sangre me fulminaban
con odio. No, con tal aborrecimiento que mi sangre manchando sus calles habría
sido para él recompensa suficiente por acabar con mi vida. Retrocedí, tan
amedrentada que ya no se me pasó por la cabeza el huir.
Con su quinto paso, Ædavin volvió a
levantarse, esta vez arremolinándose sobre mi atacante, elevándolo
violentamente. Sus gritos y los de su compañero llenaron toda la callejuela.
Algunos transeúntes se asomaron al callejón.
—¡Irlan! —El compañero sonaba aterrado
mientras el susodicho se elevaba cada vez más.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de terror y
negué con la cabeza, acurrucándome. “Por favor, no” susurré, Ædavin se revolvía
con tal violencia que aquello no podía ser otra cosa que no fuera magia;
“basta...”
Para mi sorpresa, el viento amainó con mi
plegaria y, lentamente, bajó a Irlan hasta dejarlo en el suelo. Miré hacia
ellos, demasiado asustada y confusa, mientras su compañero acudía en su ayuda.
—¡Maldita perra! —Gritó Irlan levantándose con
torpeza—. No importa cuánto te escondas... ¡Te atraparemos! ¡Recordarás para
siempre este día!
—O tal vez lo recordaréis para siempre
vosotros mismos —La voz de Thukker, tranquila pero amenazante, resonó en el
callejón como un eco distante, todos los presentes se estremecieron al
escucharla—. Sois valientes para perseguir entre dos a una qampia, pero cobardes a la hora de enfrentaros a las consecuencias.
Thukker emergió de entre la multitud. Irlan
titubeó, perdiendo el equilibrio y el elfo pasó por su lado para llegar hasta
mí. Me tendió la mano, puesto que yo seguía acurrucada contra la pared y, al
dársela, me ayudó a levantarme.
—Los altos hechiceros os castigarían sin dudar
si les hacéis perder el tiempo con una inocente como ella.
—¡Inocente! ¿Acaso no has visto lo que esa
bruja acaba de hacer?
—No ha sido ella. He sido yo.
Su sonrisa descarada en aquel momento debió
ser suficiente como para que la sangre de los otros dos ardiera en sus venas.
La cara de Irlan enrojeció con una furia encendida, sus ojos casi saliéndose de
las órbitas.
—¡Estás acabado, brujo! ¡Te vas a enterar de
lo que pasa cuando te enfrentas a las tropas de Afne!
—Tus gritos son patéticas amenazas vacías. Tus
piernas aún están temblando. Sabes que estoy fuera de tu liga, ¿y aun así eres
tan temerario como para enfrentarte a mí?
Vi que su compañero le susurraba algo en voz
baja. Thukker se rió con desdén.
—¿Reportarme? Eso es justo lo que habéis de
hacer. No olvidéis decirle a los cuatro altos hechiceros de Samsar que Nawiroth Ritserum se cruzó en vuestro
camino.
Incluso yo, que no tenía realmente la menor
idea de todo lo que estaba pasando, me di cuenta de que ese nombre podría
ponerlos en un compromiso. Irlan y su compañero se fueron, el primero de ellos
lo hizo maldiciéndonos mientras cojeaba dolorido. Su compañero parecía atacado
de los nervios, probablemente tan asustado como yo.
—Vámonos rápido —susurró Thukker suavemente, y
evitamos a la multitud que se había conglomerado debido a la escena con los
soldados
En el momento en el que nos apartamos del
tumulto, el elfo me soltó y, con las mismas, me guió hasta la salida de la
ciudad. Yo lo seguí, cabizbaja, mientras el silencio volvía a irrumpir entre
nosotros, solo que esta vez no era tanto un silencio incómodo como uno de
culpabilidad.
Al salir de la ciudad y de sus zonas
colindantes, Thukker se detuvo y me miró con su usual altivez, dedicándome una
sonrisa de complacida arrogancia.
—Sabía que al final no te irías con Pascual.
—¿Perdón? —Enarqué una ceja, incrédula.
—Estaba seguro de que no serías tan estúpida.
Hasta hice una apuesta con él. Por supuesto, no voy a regresar para cobrarme la
deuda, tengo entendido que no está en muy buena posición en este momento.
—¡No me lo puedo creer! ¡De verdad, eres lo
peor!
—¿Te salvo y así me lo agradeces?
—¡No me vengas con esas, Thukker!
Apreté los dientes de nuevo. Estaba ya
acostumbrada a aquella terrible frustración que sentía al estar cerca de
Thukker. El elfo se rió por la nariz.
—Saliste corriendo de la posada. Le viste las
orejas al lobo, ¿no es cierto? Viste lo peligroso que es en verdad Pascual.
—¿Peligroso? —Empalidecí, recordando la
alucinación que había tenido al enfrentarme a él—. ¿Quieres decir que en verdad
fuiste tú quien avisó a las tropas?
—En principio, solo iba a preguntar a los
cuatro hechiceros de la ciudad por él. Sus manos están manchadas de sangre,
tanto de soldados como de inocentes.
—¿Pascual? ¡Eso es imposible!
—Se sirve de su cara agradable y de una falsa
amabilidad para engañar a la gente. Poco a poco, con su magia, los convierte en
sus peones. Mientras están bajo su embrujo, sus víctimas darían su propia vida
para protegerlo.
Negué con la cabeza, incapaz de creérmelo.
Thukker insinuó que yo podría haber sido una víctima más, incrementando así mi
preocupación. Respiré con dificultad y el elfo cambió su semblante triunfal a
uno desganado, tan típico de él.
Me senté en el suelo, mareada, perfectamente
consciente de que la actitud de Pascual había sido extremadamente amable
durante los pocos días en los que nos habíamos conocido. Nawiroth se puso en
cuclillas frente a mí y me ofreció algo de queso y pan.
—No te dio tiempo a comer nada, ¿verdad?
Descansemos un poco.
—No hace falta…
—Aún estás temblando, tómatelo con calma,
¿quieres?
Aquellos gestos, ariscos en cierto modo, me
resultaron reconfortantes después de lo que había tenido que vivir momentos
atrás en Samsar. Todavía podía ver la sonrisa despiadada que Pascual tenía en
mis alucinaciones… Sencillamente, se había quedado grabada en mi mente a fuego,
junto con la sensación de desasosiego que le siguió.
Apenas comí. No tenía estómago para hacerlo,
en realidad, y el minúsculo mendrugo de pan que acompañé de la más fina loncha
de queso fue mi desayuno más por compromiso que por hambre. Eso no pasó
desapercibido ni siquiera para Thukker.
—No puedes confiar en todo el que te
encuentres.
—¿Y qué te hace a ti diferente, entonces?
—Pregunté con tono hostil.
Como siempre, después de mis palabras, pareció
preparado para atacar, tal vez con su habitual condescendencia o con los
desaires que solía utilizar para “bajarme los humos”. Sin embargo, no dijo nada
y se mantuvo en silencio, a la espera.
—Perdón —susurré, consciente de que había
vuelto a perder la paciencia y de que yo no podría haber llegado tan lejos sin
su ayuda—. Es solo que… ¡ya no sé ni qué pensar! Sé que solo soy un paquete
para ti, un incordio… Debería haberlo visto venir, pero estaba tan ilusionada
con la idea de aprender que me cegó la confianza.
—No eres, ni de lejos, su primera víctima. Él
sabía cómo cautivarte, ya ha hecho esto muchas otras veces.
Con su respuesta, me acurruqué hasta abrazar
mis piernas y hundí mi cabeza entre mis rodillas. No lloré, aunque era
consciente que en otra ocasión lo hubiese hecho sin pensar, pues tenía una
sensación terrible en el pecho. Con un leve suspiro, Thukker llamó mi atención
de nuevo y giré levemente la cabeza para mirarlo por el rabillo del ojo. Ya no
tenía su habitual cara de perdonavidas, en aquel momento, parecía abstraído
entre sus pensamientos.
—Yo no tengo tu don para ver lo que será
—admitió. Su voz, pausada y reposada, sonaba completamente diferente. No había
ni rastro de su arrogancia y me di
cuenta de que, cuando carecía de esos tonos desagradables, su voz era preciosa,
suave y agradable—. Tampoco sé cómo acercar a la gente a mí como lo hace
Pascual, solo podía utilizar mi ingenio para presionarle, esperar que mis
intentos le llevaran a cometer un error o que, por fortuna, tú llegaras a ver
algo que te hiciera sospechar.
—Si te digo la verdad… No estoy muy segura de
qué fue lo que pasó —respondí. Mi piel se volvió de gallina al recordar mi
extraña alucinación.
—Pero regresaste a mí, ¿no? Eso quiere decir
que algo de lo que viste te hizo repudiarle.
Negué con la cabeza y me erguí, aún sentada.
De hecho, miré hacia Thukker, que parecía sorprendido por mi respuesta.
—¿Estoy equivocado, entonces?
—No realmente, pero tampoco estás en lo
cierto.
—Te vi salir apresuradamente. Al encontrarte
con Pascual, preguntaste por mí. Cuando él intentó arrastrarte a su lado,
huiste. ¿Cómo es posible que me haya equivocado?
—En mi visión, presencié tu muerte. Mortinella
te esperaba en una ermita y os enfrentabais con magia. Tú parecías agotado, y
sacabas un amuleto y lo utilizabas contra ella. Pero, tan pronto como lo
sacabas, tu amuleto se rompía.
—¿Cómo era el amuleto en cuestión?
—Era de piedra, y tenía grabadas unas runas de
las que salía una luz azulada, así, como… muy etérea. Ella se atribuyó el
mérito de romperlo, creo que dijo que perdía su poder porque era luna nueva.
Él se llevó la mano al pecho y rebuscó entre
sus ropas el amuleto que había mencionado y lo comprobó con estupefacción. Lo
miré con curiosidad y, en efecto, aquel era el mismo que había visto en mi
misión durante el breve segundo que lo tuvo en sus manos antes de que se
resquebrajara y cayera al suelo en mil pedazos. Estaba segura de que era ese,
aunque en aquel preciso instante no emanaba ningún tipo de luz o claridad.
—Es un regalo de Lunaria —me confió—.
Entonces, ¿no escapaste por miedo a Pascual, sino… por mí?
—¡Yo qué sé! ¡Puede que no me lleve bien
contigo, pero tampoco es como si quisiera verte muerto!
El elfo se rió por la nariz, curvando sus
labios con una delicada alegría mientras miraba su amuleto. Después, dirigió su
mirada hacia mí y, con la misma sonrisa, me habló de nuevo:
—Acabo de caer en qué clase de persona eres,
Andrea. Lo veo tan claro como el día, por cómo utilizas tu poder, por cómo
defiendes a todo el que crees que puede estar en peligro hasta el punto de
ponerte a ti misma en un aprieto… tú en realidad eres tan buena que eres tonta.
—La próxima vez me aseguraré de que Mortinella
te calle de un espadazo —repliqué ligeramente ofendida.
—Tuviste una oportunidad —continuó de broma.
Casi me hizo reír. Casi.
Nos quedamos en silencio de nuevo. Durante la
súbita quietud, me quedé mirando hacia el amuleto en sus manos. La última prenda de Lunaria.
—Ese amuleto parece ser muy importante para ti
—observé en voz baja, ya acostumbrada a que él me oyera susurrar.
—No me gusta hablar de mi pasado.
—¿Para qué sirven todos esos amuletos que
llevas? ¿No te pesan?
—Los amuletos son un tipo de amplificador de
magia —devolvió el amuleto que tenía en su mano con el resto que se reunían
aparatosamente sobre su pecho, abultando con un aspecto pesado y engorroso
debajo de su capa—. En realidad, podría prescindir de la mayoría de ellos. De
todos, probablemente, menos de este.
—¿Qué tiene ese de especial?
Él hizo un gesto desencantado pero acto
seguido lo suavizó. Lo que sí hizo fue desviar la mirada, evitar el contacto
con la mía, mostrándome abiertamente que no era muy dado a compartir cosas así
con la gente.
—Como Solerum, durante las horas del día soy
fuerte. Tanto mi magia como mi energía se alimentan de la luz del sol. Al
mediodía, cuando el sol está en su momento álgido, mi poder es tal que ningún
ser podría derrotarme. Sin embargo, cuando el sol comienza a ponerse... —él
negó con la cabeza y se encogió de hombros—. Con decirte que Lunaria en más de
una ocasión me vio desmayarme al caer la noche. Ella me regaló este amuleto.
Sin él, puedo debilitarme con la caída del sol.
—¿Y por qué llevas tantos si solo necesitas
ese en realidad?
—Verás, la magia de Mortinella de por sí es
temible y algunos de sus poderes me son desconocidos. Todos estos amuletos
sirven para protegernos de ella. En especial para protegerte a ti.
Me ruboricé y me quedé mirando de nuevo hacia
mis botas. Sentí que volvía a dirigir su mirada hacia mí, pero ninguno de los
dos dijo nada a continuación.
Pero sí noté, cuando retomamos el rumbo, que
algo había cambiado en mi acompañante, que aquel día no le rodeaba ese aura
impenetrable de negatividad y más tarde, por primera vez, me preguntó por mi
vida en Revon, iniciando la conversación con la que nos entretuvimos casi todo
el trayecto. En realidad, casi todo el rato estuve hablando yo, saciando la
curiosidad de mi acompañante, hablándole de la sastrería, de mis hermanos y de
mi madre, principalmente.
En cierto momento le hablé de Alvinne,
llevándome a recordar lo que ella había dicho de él en una de mis visiones
pasadas. Después de eso, me quedé en silencio un largo rato, sin ánimos para
hablar.
Nuestro camino prosiguió y, al encontrarnos en
un cruce de caminos, vi que uno de los hitos anunciaba el camino hacia la
ermita de la Bella Muerte y, un par de leguas más allá, la ciudad de Estanler.
Sin darnos tiempo a dudar, Thukker tomó el
camino contrario, uno que llevaba a un lugar llamado Lifrur. Al hacerlo, me
dedicó una sonrisa, asumí que con ella quería mostrarme que confiaba en lo que
yo le había contado.
No voy a mentir, fue una sensación agradable.
Y así, seguimos con nuestro camino, rodeados
por un silencio que, tras el cruce de caminos, ya no era violento en absoluto,
casi resultaba cómodo y alentador. Continuamos por la senda hasta que Nawiroth
se paró de inmediato y, extendiendo su brazo en horizontal para pararme a mí,
oteó nuestro alrededor con un gesto alertado.
—Alguien nos acecha —murmuró—. Creo que son un
grupo. Deberíamos continuar con precaución.
—¿Qué hacemos? —Pregunté con nerviosismo.
—Tranquilízate. Es mejor tener que luchar con
unos bandidos que con Mortinella. Hagan lo que hagan, no pueden matarnos.
—¿No pueden matarnos?
—A los ángeles y a los demonios, Zairon nos
protege. Formamos parte de su ciclo mágico, solo nos podemos matar entre
iguales.
—¿Entonces tampoco pueden herirnos? —Pregunté
angustiada. Al percatarme de la ausencia de respuestas de mi acompañante, me
preocupé aún más y mi voz se volvió chillona y nerviosa—. ¿Thukker?
—Estaremos a salvo. Apresurémonos.
Él comenzó a acelerar el paso, pero en esta
ocasión se mantuvo justo a mi lado. Cuando él lo pidió, nos detuvimos unos
segundos, y cerró los ojos un instante, girando su cabeza hacia el este tras
una breve pausa y apretando los dientes, mostrando su disconformidad.
—Vienen por allí —informó antes de retomar el
paso—. Tres en dos caballos, montando un gran escándalo. Efectivamente, son
bandidos, por lo que, a menos que haya un mago entre ellos, es posible que
pueda ahuyentarlos con magia.
Me aproximé un poco más a él, ligeramente
encogida detrás de mis brazos flexionados. En seguida se dio cuenta de que
tenía miedo. Él puso su mano sobre mi hombro en señal de apoyo.
—No dejaré que te hieran, Andrea.
No respondí, pero me sentí ligeramente más
segura. No mucho después, comencé a escuchar sus gritos y les vi aproximándose
rápidamente en dos caballos, tal y como había anunciado Thukker. Él se detuvo
de inmediato y se paró delante de mí y, antes de que pudiera hacer nada más,
nos rodearon los jinetes como si fueran bestias acechando el momento perfecto
para atacar.
El elfo también esperó. Parecía que ellos
comprendían que Thukker también estaba esperando el momento indicado. En
realidad, su primer golpe no se hizo esperar mucho más.
Con un susurro y un pisotón en el suelo,
dirigiéndose hacia el primer jinete, una zarza emergió del suelo y le atrapó en
sus espinas. Me aferré a la capa de Thukker, mirando aterrada hacia el atacante
que chillaba mientras se revolvía entre las zarzas, clavándose cada vez más y
más espinas. Su montura aprovechó para escapar al darse cuenta de que tenían
las de perder.
Con su segundo susurro, y haciendo como si
empujara una barrera invisible, lanzó un segundo encantamiento hacia los otros
dos. Este los repelió y tanto los jinetes como su caballo cayeron al suelo, el
animal imitó a su congénere y emprendió también una retirada estratégica.
Pero uno de los que acababa de caer se levantó
y se aproximó hecho una fiera. Thukker se adelantó con un gesto arrogante y yo
retrocedí y busqué en mi mochila cualquier cosa para defenderme, hasta dar con
la daga de Mortinella.
Sintiendo como el pulso se me aceleraba en la
palpitante cicatriz que rezaba “Rizienella” en mi propia piel, agarré el puñal
y me posicioné junto a mi compañero. Thukker mantenía una de sus manos ocultas
entre sus ropajes, posiblemente aferrándose a alguno de sus amuletos. Noté sus
jadeos cansados y me percaté de que estaba anocheciendo: le quedaban pocas
energías para seguir luchando.
A su lado y con ambas manos, dirigí el filo de
mi arma hacia nuestro atacante, mostrándome todo lo amenazante y agresiva que
puede resultar una cría temblorosa con una daga seis veces más corta que los
sables que ellos blandían. Pero mi acción le quitó el aliento a Thukker, quien
retrocedió unos pasos con mala cara tras exhalar entrecortadamente.
—Mátalo —escuché que alguien me ordenaba con
determinación. Pero aquella no era la voz de Thukker.
Miré a mi alrededor. Habría jurado que acababa
de oír la voz de una mujer, pero no había ninguna mujer allí. Retrocedí uno o
dos pasos, acobardada por lo que aquel hombre podría llegar a hacerme si daba
un paso más hacia adelante. Y de nuevo, escuché aquella misma voz, parsimoniosa
a la par que tentadora.
—Puedes matarlo —decía—. Sabes que él a ti no
puede hacerte nada serio. Esta noche es luna nueva… No puedes depender de
Solerum, puede que no los reduzca a tiempo.
El bandido delante de mí hizo un gesto en el
viento, similar a una estocada, pero en sus ojos se reflejó la sorpresa cuando
no pasó absolutamente nada. En aquel momento miré hacia Thukker, confundida. Él
tenía los ojos como platos y no articulaba ni una sola palabra, pero en sus
ojos se reflejaba un terror inconcebible. Después volví a mirar hacia adelante.
—Puedes confiar en mí —continuó aquella voz
con su atrayente melodía—. Sabes que él no debería hacerlo solo. Eres una mujer
fuerte... Ahora puedes demostrarle que no necesitas que te proteja.
Miré hacia la daga, aterrorizada, y la solté
de inmediato, asumiendo que aquella voz que oía tan claramente era la voz del
arma. Esta no dijo nada más, pero igualmente sentí un intenso deseo de
recogerla de nuevo y de arremeter contra el bandido.
Antes de que me diera tiempo a reaccionar, él
alcanzó mi arma con una sonrisa cruel y retorcida. Por un momento pensé que era
el final, pero sus manos temblaron, y con un grito desgarrador dejó caer el
arma al suelo. Sus manos se comenzaron a volver azules rápidamente, y moradas,
hasta que, entre sus gritos aterrados, desde sus dedos comenzó a devorar sus
manos rápidamente el color negro que no tardó en llegar hasta sus muñecas y
atravesar su piel hasta llegar a sus antebrazos.
Thukker me agarró y tiró de mí hacia atrás,
aferrándome contra su pecho, cubriéndome los ojos. Mi cuerpo temblaba sin
control mientras solo podía escuchar como aquel hombre chillaba. Entre los
gritos, oí sus pasos apresurados, huyendo de nosotros, mientras los aullidos
aterrados del hombre que seguía entre las zarzas se intensificaron.
Asumí que Solerum le liberó, pues oí como
instantes más tarde escapaba detrás de los otros dos.
El elfo me mantuvo contra él mientras esperaba
a que me calmase. Al fin, cuando mis lágrimas cesaron y mi respiración se
tranquilizó de nuevo, me soltó, aún inquieto. Yo me aproximé al puñal que
estaba otra vez en el suelo. No había nada de diferente en él. Lo cogí con la
ayuda de las vendas entre las que se encontraba y lo metí de nuevo dentro de la
mochila, evitando tocarlo directamente.
Cuando me giré y miré a Solerum, él estaba
petrificado. Al acercarme un poco, él retrocedió unos pasos, dudoso.
—Thukker... ¿Qué ha pasado? —Sollocé—. Ese
hombre estaba perfectamente hace unos minutos.
—Nhalás
linelven?
—¿Qué? —Murmuré.
—¿Tu padre te enseñó el idioma de los elfos
antiguos de Etermost? —Preguntó con repentina severidad.
—No. No lo hizo. Solo sé hablar mi lengua.
—Hace unos minutos, hablaste su idioma. “Sed
de sangre, tengo sed de sangre.”
—Yo no... Yo no he dicho nada como eso. ¿Cómo
podría?
—”Los mataré para ti, Solerum. Los mataré a
todos.”
Negué con la cabeza pero después me llevé la
mano al pecho. No sabía qué había pasado, pero era tan siniestro que no me
extrañaba que estuviera relacionado con lo que acababa de ver.
—¿Yo he hecho eso?
—Debe haber sido esa daga endemoniada —Pensó
en voz alta y después se dirigió a mí, furioso—. ¡Te dije que estaba maldita!
¿Por qué la has utilizado?
—Yo… Yo solo… ¡Solo pretendía ayudar! ¡No
quería hacer daño a nadie, solo pretendía asustarlos!
No pude reprimir las ganas de llorar de nuevo.
Lo que acababa de ver me hizo estremecerme de nuevo y la visión de los brazos
ennegrecidos de aquel hombre me acosó de nuevo, debilitando más mi propia
cordura. Casi podía escuchar sus gritos agónicos haciendo eco en mi cabeza.
Thukker puso su mano en mi hombro, tratando de intervenir para calmarme:
—No has sido tú —aseguró—. Ha sido esa
horrible hoja la que te estaba arrastrando, y te felicito: has logrado resistir
su llamada. Has demostrado tener una gran fuerza de voluntad. Pero si vuelves a
desobedecerme y a intentar utilizarla, tiraré esa cosa al fondo del abismo más
candente que haya en todo Zairon.
Aquello, por algún motivo, me hizo un poco de
gracia. A pesar de todo, no me pude
quitar la imagen de los brazos del bandido de la cabeza en toda la etapa.
El resto del camino, desde entonces y hasta
llegar a Lifrur, Thukker continuó preguntándome acerca de la sastrería.
Seguramente, quería distraerme, lograr que no pensara en lo que había ocurrido,
porque llegó a preguntarme por los tipos de telas que existían y qué
propiedades tenían. Agradecía sus intentos, pero eran fútiles ya que, incluso
con esas, no podía dejar de pensar en lo que había pasado.
Aquella noche, nos hospedamos en un pequeño
mesón que llevaban dos hombres de mediana edad, muy delgados y con facciones
similares a las de una rata. Una vez más, me instó a que me bañara antes de
cenar y, más tarde, durante la cena, tuvimos la siguiente conversación:
—¿Sigues dándole vueltas al incidente?
—¿Cómo podría no hacerlo?
—Mira, si yo fuera tú, estaría orgulloso
—comentó intentando parecer sincero, aunque mi mirada incrédula y desganada
habló por mí—. Lo digo en serio. Lograste escapar tú sola del embrujo de un
mago malvado y me has salvado de la muerte.
—Pero lo que pasó después...
—Tienes razón, lo que pasó después es también
mencionable. Superaste la tentación de un arma maldita, algo que numerosos
guerreros y magos con más experiencia que tú han sido incapaces de resistir. Es
el arma de un demonio, no lo olvides.
—Pero, ¡lo que le hice a aquel hombre! ¡Eso ha
sido una barbaridad!
—No has sido tú. De todos modos, ellos fueron
quienes atacaron primero. Y no iban a ser gentiles con nosotros, eso te lo
puedo asegurar.
Aunque sus argumentos no me estaban
convenciendo del todo, sí llegaron a sosegar en cierto modo la sensación tan
horrible que llevaba cargando desde entonces. Por lo menos me tranquilizaba
saber que él no me guardaba rencor por haberle desobedecido en algo tan
delicado.
De hecho, al ver que regresaba el silencio a
nuestra mesa, cambió de tema y me dio una grata sorpresa.
—¿Sigues interesada en aprender las artes
mágicas? —Preguntó.
—No me considero digna —murmuré, desalentada.
—Entonces, ¿si te propusiera adiestrarte en
ellas me dirías que no?
Miré hacia él, sin poder determinar si le
había escuchado bien o si estaba teniendo más alucinaciones. Él se encogió de
hombros, obviamente incómodo.
—No tengo dotes de maestro, ni ninguna
historia de éxito con mis pupilos, pero si te enseño la base de la magia y
luego prefieres continuar por tu cuenta, podría presentarte a otros maestros.
De seguro, Lunaria te aceptaría con los brazos abiertos.
—¿Estás intentando convencerme o ahuyentarme?
—Te estoy dando la oportunidad de que pongas
esa cabeza hiperactiva que tienes a darle vueltas a cosas que tienen más
importancia. Pascual no mentía cuando decía que tenías un gran potencial, pero
yo… simplemente, no quería encariñarme contigo.
Enarqué una ceja, perpleja. Definitivamente,
estaba en algún tipo de alucinación, porque era imposible que Thukker hubiese
dicho eso. Por su parte, el elfo continuó hablando con un tono vacilante e
indeciso, como si le costara encontrar las palabras.
—¿Es porque soy la hija de Alecs… perdón, de
Mialogum?
—No. No del todo, al menos. Quiero devolverte
el favor… No me gusta estar en deuda con nadie.
Desvié la mirada, ligeramente incómoda. Una
mujer entró entonces en el mesón, llevando consigo un enorme zurrón. Ella fue
pasando mesa por mesa, imaginé que vendiendo su género. Thukker bufó con
impaciencia y, al pasar por nuestro lado, solo nos miró unos instantes y pasó
de largo. Me sorprendí de que lo hiciera, aunque al ver la mirada ensombrecida
de mi acompañante, entendí que prefirió no intentarlo con semejante energúmeno.
En el momento en el que salió del mesón,
después de hacer sus ventas, decidí preguntarle a Nawiroth por qué le había
cambiado la cara con aquella vendedora ambulante.
—¿Qué te ha hecho la pobre chica para que la
odies de esa forma?
—Es alquimista —fue su respuesta, como si
fuera lo más normal del mundo.
—¿Me tomas el pelo?
—Lo que hacen, esa especie de pseudomagia
barata, solo sirve para ensuciar el nombre de las artes mágicas. Los hechiceros
de verdad como yo estudiamos y
comprendemos la magia de verdad.
Cualquier efecto de cualquier poción lo puedo conseguir yo al instante con un
hechizo. ¡Si hasta mis amuletos son mejores que cualquier poción suya!
—Ah, ya entiendo. Es solo rivalidad.
—¿Rivalidad? ¡Nunca! ¡No hay manera de que la
alquimia pueda ser siquiera igual a la magia! ¡Es muy inferior y para gente...!
¿Sabes qué? ¡Olvídalo! La alquimia no es verdadera magia, ni verdadera medicina
ni verdadero nada.
Él se recostó violentamente contra el respaldo
de su silla, su mirada continuaba llena de rencor y su aura estaba llena de una
energía terrible.
—Creo que deberías intentar ser más amable con
la gente —opiné.
—Al igual que te reservas de enseñar tus
inmencionables ante los demás, resérvate de dar tus opiniones también.
—¿Y si mi padre hubiera sido alquimista?
¿También le hubieras odiado?
—Si tu padre hubiese sido alquimista, yo no
estaría aquí contigo.
—¿Y si tuvieras un hijo y se hiciera
alquimista? ¿Le odiarías también?
—Es por eso por lo que no tengo ningún hijo
—replicó él enfurecido—. Y esta conversación se ha terminado.
El elfo se mantuvo en un silencio hostil el
resto de la cena. La gente que llenaba la taberna del mesón se fue yendo poco a
poco hasta que solo quedamos nosotros, un par de clientes más y uno de los
dueños que hablaba con ellos.
Cuando acabamos de comer y nos dispusimos a
subir las escaleras, una joven entró en el mesón con tal energía que pareció
que iba a tumbar la puerta. Nos sorprendió tanto que tanto Thukker como yo nos
quedamos mirándola, alertados, aunque al ver que su energía era dicharachera me
calmé un poco. Ella se acercó corriendo hacia el mesonero que estaba barriendo
el suelo y la miró sorprendido.
—¡Tío Virian! ¡Tío Virian! —Exclamó—. ¡Vaya,
no te vas a creer de lo que me acabo de enterar!
—Ya sé, Tam. Noe, la sobrina del viejo Sabrino
está saliendo a escondidas con el hijo del bueno de Vigildo. No se ha hablado
de otra cosa en el pueblo en todo el día.
—¡Esto es más interesante! ¡Agárrate! ¡O
mejor, siéntate! ¡No te lo vas a creer, de verdad! ¡No te lo creerás!
—¡Pero quieres hablar de una vez, marujilla!
—¡No dirás que no te avisé! ¡Han atrapado a un
terrible mago intentando salir de Samsar! ¡Era el peor de lo peor!
—No hay nadie a salvo en estos tiempos de
locos. Lo que me sorprende más es cómo os enteráis los jóvenes de todas estas
cosas.
—¡Eso no es todo, óyeme! —Se exhaltó Tam al
ver que estaba perdiendo el interés de su receptor— ¡Dicen que han visto a
Rizienella! ¡Que Rizienella ha aparecido después de tantos años! ¡Sé por una
fuente fiable que es una niña preciosa y que es una ricura! ¡Y esta vez viene
de las montañas Revon!
—¿Las montañas Revon? Eso no está muy lejos de
aquí.
—Y por lo que he oído, no viajaba sola. Tenía
como escolta ni más ni menos que a un grupo de quince nobles, líderes de
territorios… ¡Imagínatelo! —La mirada de la chica centelleó mientras fantaseaba
con lo que estaba contando—. ¡Tiene que tener el porte de una reina!
—¿Tal vez por eso ha habido tanto movimiento
de tropas últimamente? —Preguntó Virian. Thukker, que hasta entonces parecía no
prestarles mucha atención, miró hacia ellos con interés—. No han parado de ir y
venir, de un lado para otro.
—Puede que los seguidores de Mortinella estén
a la gresca de nuevo —replicó ella a voces—. ¡Esos canallas no hacen más que
amenazar y fastidiar! ¡Si fuera por mí, les enseñaría cómo las gastamos aquí en
Lifrur!
—¡Ni se te ocurra, Tam! ¡Esos tipos están
locos!
—¡Tranquilo, tío! ¡No me dan ningún miedo!
¡Bueno, me voy a hablar con Noe ahora mismo! —saltó repentinamente ella—. Tengo
que contárselo de inmediato. Además, ella también parece que me tiene que
contar los detalles de lo suyo.
La joven llamada Tam salió tan rápido como
entró, y tanto Thukker como yo compartimos una silenciosa mirada especulativa.
El mesonero comenzó a farfullar en voz baja.
—¡Válgame! ¡Lo que nos faltaba en Lifrur es
que llegue una horda de esos rufianes! —después nos miró y notó que estábamos a
punto de subir a nuestra habitación—. Vosotros tendréis que tener cuidado con
vuestro viaje, parece que las cosas están peligrosas ahí fuera.
—Gracias, amigo —respondió Thukker manteniendo
la compostura.
—Que el destino os guíe bien —concluyó antes
de ponerse a barrer de nuevo y comenzar a hablar para sí mismo—. Y a esa pobre
criatura. Aún con quince valientes, es un peso muy grande para una sola niña.
Thukker y yo compartimos una mirada cómplice y
ascendimos las escaleras. Mientras lo hacíamos, Thukker se rió y en voz baja
comenzó a hablarme “algún día deberías presentarme a esos quince valientes”.
—Me alegro que lo encuentres divertido —musité
apesadumbrada—. Toda esta gente no tiene ni idea de nada.
—Desde luego que me resulta divertido. No sé
de dónde han sacado todo eso, pero es así como comienzan las leyendas.
—Sí. Seguro. La leyenda de Rizienella —solo de
pensar en ello me puse de mal humor.
—La leyenda de Andrea Rizienella. A ti que te
gusta tanto leer, ¿no crees que sería una historia digna de leer?
—Seguro. Aunque tal vez no sea una historia
tan digna de contar.
Él se rió de nuevo, creyendo que le estaba
siguiendo la corriente con sus bromas, pero en realidad sus comentarios no me
estaban haciendo sentir mucho mejor. Toda aquella gente que confíaba tanto en
mí se habría llevado una gran decepción si me hubiesen visto en aquel momento.
Aquella fue la primera noche en la que sentí
la enorme presión de las expectativas que los demás tenían puestas en mí.
Mientras trataba de dormirme, esta continuó en aumento, asediándome sin
descanso, mientras Mortinella venía a mi mente, una y otra vez, asolando mi ya
inquieta mente…
Y por tenerla presente en mis pensamientos
durante mi duermevela, mi visión me llevó una vez más a ella.
La
sensación de presión se volvió punzante y noté un dolor asfixiante. En mi
visión, bajé la mirada y vi, atravesando mi pecho, una flecha ensangrentada.
Mortinella permanecía erguida delante de mí en un puente de piedra, ballesta en
mano. Tras ella dejaba un cuerpo que yacía, tapado con la capa que siempre
llevaba Thukker.
Cargó de
nuevo su arma y me apuntó con ella, apenas a dos metros de mí.
—Lo
siento por ti.
La sensación de la segunda flecha atravesando
mi cabeza me despertó, con un dolor terrible que cruzaba el interior de mi
cabeza de una forma tan vivida que me incorporé de inmediato. Todavía sentía la
terrible sensación asfixiante de la flecha que durante mi visión tenía alojada
en mi pecho hasta que, segundos más tarde, al fin me abandonó la sensación de
haber sido atravesada por ellas.
Me dejé caer sobre la cama. Al ver la noche
cerrada en el exterior, supe que iba a ser otro día largo. Mientras se lo
contaba a Thukker, antes de bajar a desayunar para continuar nuestro periplo,
él me escuchaba con atención.
—¿Se te ocurre algún punto que podamos tomar
como una referencia? —Preguntó con seriedad.
—No. Era un sitio muy corriente. Bueno, ahora
que lo pienso, ocurría en un río con un puente de piedra.
—Es cierto que hay un río en nuestro camino.
La mayoría de los puentes que lo cruzan son de piedra, así que eso no es de
mucha ayuda en realidad —después se quedó mirándome mientras yo bostezaba—.
Hagamos una cosa; baja y desayuna bien. Mientras, yo voy a investigar en el
pueblo a ver si puedo descubrir más detalles. Espérame hasta que vuelva,
¿entendido?
Asentí con la cabeza y, después de que se
fuera, bajé. Prácticamente en el momento en el que me senté, uno de los dueños
me ofreció frutas, pan, quesos y otras comidas como desayuno, aunque solo
acepté un poco, todavía mareada y debilitada por mi visión. El mesón estaba
inundado por un murmullo rápido, incomprensible y nervioso. Mientras
mordisqueaba con desgana un melocotón, entró de nuevo Thukker y se sentó en
frente de mí. Al darme cuenta de su expresión seria, anticipé malas noticias.
—La buena noticia es que puede que haya
descubierto una ruta alternativa. Es un puente viejo, de madera, que lleva en
desuso desde que comenzaron a utilizar los puentes de piedra. Creo que será
precario, pero es nuestra mejor baza.
—¿Y la mala noticia?
Su mirada se ensombreció y me preocupé aún
más. Sentí como si la impaciencia me estuviera matando, pero al final él sonrió
y se encogió de hombros.
—Nada en realidad. Esos estúpidos amigos tuyos
van muy por delante de nosotros, ya han pasado la frontera con Elementarya.
—¿Eso no está lejos de aquí? —Pregunté
sorprendida. Mi acompañante asintió.
—Esperaba haber puesto al menos un par de
etapas entre ellos y nosotros, no que fuera al revés —Thukker parecía
ligeramente ofendido, aunque la noticia no me sonaba del todo como algo que el
elfo pudiera considerar “malo”.
Sonreí, aliviada.
—Menos mal —susurré—. Al menos sé que ellos
estarán bien.
Thukker no respondió. Tuve un presentimiento,
una sensación similar a cuando había visto el “verdadero rostro” de Pascual de
que él no estaba siendo especialmente sincero conmigo.
—Estás pálida —comentó en voz baja—. Y
sudorosa.
—Estoy bien.
—Parece que fueras a desmayarte.
—He dicho que estoy bien —insistí.
Él no respondió, pero en el momento en el que
notó que dejé de comer me preguntó si había terminado, a lo que respondí
asintiendo sin mucho ímpetu. Él me ofreció su mano para ayudarme a levantarme.
—Aguanta un poco más. En pocas jornadas
llegaremos a Kriannos.
Asentí con la cabeza, aunque ciertamente me
encontraba como si me fuera a desplomar de un momento a otro. Al iniciar
nuestro camino, intenté mantener mi mente ocupada, aun cuando el sol estaba
comenzando a salir. Poco después, Thukker me pasó una botella pequeña, llena de
lo que pronto reconocí como la crema de Brices fría, como mejor estaba, y se
ofreció a llevarme mi mochila y, al mediodía, me hizo pasarle también mi capa.
El sol chocaba contra mi piel, al principio con una sensación de picazón, pero que
pronto se volvió en algo así como una agradable caricia.
Al inicio de la tarde, ya me encontraba mucho
mejor. Thukker debió notarlo, incluso comenzó a hablar conmigo:
—Cuatro elementos esenciales. ¿Recuerdas
cuáles son?
—Agua, fuego, tierra y… viento.
—¿Qué elementos componen la estrella de seis
puntas?
—Los cuatro elementos esenciales y la
dicotomía entre la luz y la oscuridad —respondí.
—Oh —Thukker sonó impresionado—. ¿Entonces
recuerdas que la luz y la oscuridad no son elementos?
—No lo son, pero se pueden combinar con ellos.
—Cierto es —sus ojos se centraron en mí, con
suspicacia—. ¿Cómo se llama el calendario que utilizan los pescadores?
—El Alisio —me sentí especialmente orgullosa
de acordarme de aquella respuesta.
Por la forma en la que me miró, estaba
gratamente sorprendido. Mi ego se acrecentó ligeramente. Él hizo una mueca que,
en otras ocasiones hubiese considerado “detestable”. En aquel momento, supe que
me iba a plantear un reto.
—¿Cuántas leguas separan Revon del
Frontispicio Epistolar? —Noté, por el tono de su voz, que no esperaba que
supiera darle una respuesta.
—Cincuenta y siete leguas y media.
Él se quedó en silencio unos instantes. Noté
que apretó los labios, aunque no estaba segura de si estaba frustrado o
conteniendo una de sus sonrisas, poco habituales de por sí.
—Es correcto —fue su respuesta—. No está mal.
Su comentario me alegró, aunque acto seguido
me devolvió tanto la capa como la mochila. Me quejé pero él se encogió de
hombros.
—Como premio por pavonearte de tu sapiencia
—replicó.
Pretendí quejarme de nuevo, pero antes de
poder hacerlo, oí un grito lejano y me paré en seco. Thukker continuó
caminando, pero yo me mantuve a la espera, hasta que un segundo grito, rogando
auxilio, confirmó mis sospechas: alguien no muy lejos de nosotros necesitaba
auxilio.
—Thukker… Creo que alguien necesita ayuda
—comenté.
Él giró la cabeza hacia el origen del grito.
Como si nada, continuó su camino.
—¿No vamos a hacer nada?
—¿Hm?
—Yo lo he oído, no es posible que tú no lo
hayas oído.
Él volvió a girar la cabeza hacia el origen
del grito. Segundos después, quien gritaba insistió, pero el gesto de
desinterés de Thukker habló por sí mismo: no tenía intención de ayudar a nadie.
—No te rezagues con tonterías.
—¡Esa persona podría necesitar ayuda!
—Y yo necesito paciencia —gruñó—. ¿Es que no
has aprendido nada de ayer?
Me mordí el labio, frustrada al ver que mi
compañero seguía ignorando mis ideas. Por otra parte, con el siguiente grito,
me urgió más el ir en auxilio de aquella persona.
—¡En mi sueño no había una tercera persona con
nosotros! —Exclamé—. ¡Creo que puede ser vital para nuestra propia
supervivencia!
Él se puso rojo como un tomate por un instante
y pensé que iba a comenzar a soltar sus típicas perlas. En lugar de eso, miró
hacia el frente y después se giró para hablarme a mí.
—¡Está bien! —espetó entredientes y con mala
cara—. ¡Como sea una trampa, más te vale no volver a abrir la boca en todo el
viaje!
Fuimos en busca de la persona que gritaba
aunque, por mucho que intentara apresurar a Thukker, él no parecía muy
entusiasmado, yendo incluso más lento que de costumbre. No empezó a darse prisa
hasta que no estuvimos lo suficientemente cerca como para ver a quien estaba
pidiendo ayuda: un hombre pequeño, rechoncho, con pelo lampiño y rubio y una
barba que le llegaba casi hasta el pecho. Estaba arrodillado al lado de un
burro de color caoba que permanecía echado en el suelo con aspecto decaído.
Cuando nos oyó llegar, el hombrecillo miró
hacia nosotros con unos enormes lagrimones y la cara hinchada y enrojecida.
—¡Insensato! ¡No grite! —Le reprendió Thukker
en voz baja cuando llegamos a su lado—. ¿Es que no sabe que este es territorio
de bandidos!
—Sí… sí —sollozó muy molesto y con cierta
tosquedad—. Malditos rufianes. Se lo llevaron todo...
—¿Le han asaltado bandidos? —Pregunté
preocupada.
—Sí, bonita. ¡Afortunado soy de seguir vivo!
—Pues se ha quedado un buen momento para huír
—exigió Thukker a juzgar por su tono—, no para quedarse gritando en medio de la
nada.
—Si solo pudiera hacerlo, pero… ¡No puedo irme
y dejar al viejo Lito aquí! ¡Será presa de quién sabe qué bestias habitan por
estas tierras!
—¿Lito es su burrito? —Volví a intervenir—.
¿Qué le ocurre?
—Esos bellacos le han herido en las patas
delanteras. Le duele tanto que no puede ni levantarse...
Thukker se acercó a comprobar las heridas del
animal. De hecho, el pobre bicho estaba melancólico y miró al elfo con aspecto
derrotado, sin tener ni siquiera el reflejo de defender sus lesiones. Había
mucha sangre.
—Los bandidos son unos sádicos —murmuró mi
acompañante—. Apostaría lo que fuera a que defendió a este animal con tanto
fervor que lo hicieron para reírse a su costa.
—Eso es horrible —opiné con tristeza.
—A ellos no les importa —respondió el elfo
mientras ponía sus manos sobre las heridas del animal y murmuraba una palabra
que pareció hacer eco por toda la pradera—. Seathinos.
A los pocos segundos, el rucio empezó a
relinchar excitado y el hombre se sobresaltó.
—¿Qué le estás haciendo, maldito elfo?
¡Aléjate de él, o...!
Thukker levantó las manos de las patas del
animal y se quedó mirando hacia el hombre con ellas levantadas. Aunque carecían
del pelaje caoba, las heridas se habían cerrado y en aquel momento eran solo
magulladuras rosadas, prácticamente cicatrizadas. El dueño del animal se quedó
embobado mirando a las patas de su asno.
—¿Cómo?
—Ahora podrá caminar sin dolor —contestó
Thukker con altivez—, aunque yo no lo obligaría a cargar demasiado hasta que
tenga mejor aspecto.
—¡Lito! —De contento, el hombre estaba que
saltaba mientras ayudaba a levantarse al animal—. ¡Oh, viejo amigo! ¡Ah, qué
fortuna! ¡Qué alegría que estés bien!
Sonreí en silencio. El hombre se giró y se
dirigió con vergüenza y humildad a Thukker.
—No sé cómo agradecéroslo. No tengo nada con
lo que compasar vuestra ayuda, pues
me asaltaron esos desgraciados y...
—No tiene que preocuparse —me apresuré a
responder—. Nos alegra poder ayudar.
—Si no sois los elfos con el corazón más
grande que he conocido, no he conocido a ningún elfo. ¿Adónde os dirigís?
—Hacia Kriannos —contesté amigablemente—.
Íbamos a cruzar por el puente de madera, el que está al oeste.
—Ese puente se cayó hace algunos días, llevaba
años sin que nadie lo usara y, al final, se vino abajo—Thukker y yo nos miramos
con preocupación, que él interpretó como que estábamos perdidos—. Yo puedo
guiaros, hay un puente no muy lejos de aquí que cruza el río.
Thukker se levantó y se dirigió a mí.
—¿Qué hacemos ahora?
El hombre notó la tensión que de pronto nos
había invadido a Solerum y a mí.
—¿Ocurre algo? —Preguntó dudoso.
—¿Cuántos puentes hay? —Pensé en voz alta.
—Hay tres —respondió el dueño del burro—. Uno
es el camino más directo hacia Cogial; otro lleva a Emergree y el último a
Trub.
—La deducción más obvia sería que estuviera en
el puente del camino de Cogial —comentó Thukker—, pero no creo que esa mujer no
haya pensado en eso ya.
—Oh, ¿planeaban encontrarse con alguien?
—En realidad, intentamos evitar el encuentro
—contesté bajo la inquisidora mirada de Thukker—. ¿Tal vez en alguno de los
puentes haya algún puesto de vigilancia o algo similar?
—¿Un puesto de vigilancia? Debe de ser el
puente de Emergree. Ese puente es deferente,
porque al ser el camino más corto hacia Ibidil hay muchos soldados y
guardias y... ¡Espera! ¡No seréis furtivos!
¿Verdad?
—¿Furtivos?
—Pregunté extrañada—. ¿Quiere decir fugitivos?
—¡Como se diga! ¡Gente de esa, rara y
peligrosa!
—¿De verdad? ¿Cómo puede creer que una
chiquilla como esta podría hacerle daño a una mosca? —Thukker respondió, antes
de tirar de mí para apartarme un poco y comenzar a susurrar velozmente para que
el otro no nos escuchara—. No sé cuál es la gran idea, señorita, pero te
aseguro que a ella los guardias no la intimidan.
—No, pero el puente es diferente. Lo que hacía
que el puente de mi visión fuera tan característico era que no tenía nada de
característico. Si cruzamos uno con un puesto de vigilancia, entonces no puede
ser el mismo en el que está Mortinella porque lo hubiera visto.
Thukker me miró sorprendido y después asintió
con la cabeza.
—Buena observación.
Miramos de nuevo hacia el hombre que se había
entretenido haciéndole carantoñas a Lito. A mí me parecía entrañable la forma
de tratar al animal, aunque Thukker, con su gesto de desencanto, no parecía
compartir mi opinión.
—Perdone, amigo —decidió interrumpir el elfo,
acercándose—. ¿Decía que podía guiarnos hasta Emergree?
—Desde luego. Mi nombre es Oliver. Para
serviros.
—Nosotros somos Nawiroth y Cris —se apresuró a
contestar Thukker.
—Parecéis extranjeros —comentó mientras
comenzaba a caminar, tirando de las riendas del rucio que le seguía de cerca.
Le acompañamos a su paso, algo más despacio de lo que acostumbrábamos—.
Últimamente se ven muchos venteros por
aquí.
—¿Venteros?
—Creo que quiere decir aventureros —murmuró
Thukker.
—Venimos de las montañas Revon —comenté
disimulando—. ¿Y usted hacia dónde se dirige?
—A Ibidil. En realidad, mi casa está un poco
apartada, pero también es mejor que ir directamente a esa ciudad de locos. Mi
familia también lo agradece.
—¿Y qué le ha llevado tan lejos de su hogar?
—Interrogó Thukker.
—Verás, amigo. Tenemos una pequeña granja
allí. Normalmente, comprábamos siempre las semillas en Ibidil, pero el infantil Afne, bendito sea a pesar de
todo, adquirió tal cantidad de semillas y de grano que los precios se empepinaron. No podíamos permitírnoslo,
así que intenté probar suerte en Estanler, pero cuando llegué allí…
—Oliver, ha tenido una suerte terrible hasta
ahora —intervino Thukker—. ¡Pero no todo es negro! Tiene la suerte de estar
vivo, ¡de poder buscar semillas en cualquier otro lugar!
Los ojos de nuestro nuevo compañero se
anegaron y él se los frotó de inmediato.
—Esos rufianes se lo han llevado todo... No sé
qué será de nosotros si no conseguimos semillas. Hemos perdido lo poco que
podíamos reservar para ellas.
—¿Y qué harán ahora? —Pregunté.
—Tendremos que recurrir a nuestros ahorros. Es
lo que llevamos años guardando para la dota
de mi hija, pero no podremos sobrevivir al invierno sin la cosecha de
otoño.
Sentí un enorme pesar. Lito rebuznó y Oliver
le dio unas palmadas en la cruz, riendo de nuevo, con verdadera alegría y
esperanza.
—Pero me alegro de que mi viejo amigo esté
bien. No ha existido jamás un animal tan noble como este. Es más noble aún que
los Liarflán de Revon.
—¡Liarflán!
—Exclamó Thukker sin contener una carcajada. Yo le dediqué una mirada
reprobatoria—. ¡Ay! ¡Cómo aborrezco a esa familia!
—Se ve que quiere mucho a su burrito —comenté
ignorando a Thukker.
—Lito no es un burro más. Es especial, ¿no ves
lo preciosísimo que es? Le llamamos Lito porque es duro como una piedra pero es
pequeñito. Yo quiero mucho a los animalitos de mi granja, pero Lito siempre me
ha acompañado en todo momento y por eso le quiero aún más.
Dicho esto, volvió a darle unas palmadas
cariñosas al animal.
—Si no llegáis a aparecer, no sé qué habríamos
hecho. No quiero ni pensar lo cerca que he estado de perderlo.
El señor Oliver era muy hablador, cosa que
agradecí. Al pasar por el puente, sentí cómo nos quitábamos un peso de encima.
El guardia en seguida reconoció a nuestro acompañante y nos dejó pasar sin
problemas, sobre todo porque Oliver se dedicó a darle conversación y a decirle
que éramos gente buena, los mejores elfos que ha conocido.
No mucho más tarde, llegamos a Emergree.
Thukker decidió que hiciéramos noche allí, recomendándole a Oliver lo mismo por
el bien de su pequeño Lito. Aquel trayecto había sido poco más de la mitad que
un día normal. Podríamos haber llegado a Ibidil, pero al llegar frente a la
pensión, Thukker me entregó unas monedas y las complementó con las siguientes
palabras:
—Pasaremos la noche los tres aquí. Entra y
paga nuestra estancia. Hay dinero suficiente para cubrir las habitaciones, la
cena y el baño.
—¿Por qué paramos aquí? ¿No deberíamos
continuar?
—Hay algo que me escama… Voy a acompañar a
nuestro amigo para ver si puedo averiguar algunas cosas.
—¿Qué es lo que quieres averiguar?
—Puede que tenga que ver con lo que nos contó
Pascual, lo de los movimientos de tropas. El infante Afne está actuando de
forma sospechosa, voy a indagar un poco más en este asunto, antes de llegar a
Kriannos.
Asentí con la cabeza. Thukker y Oliver se
marcharon mientras yo entraba y arrendaba las habitaciones. Pese a la corta
duración del viaje, estaba cansada y me vino bien descansar el resto del día…
Aún no sabía que aquel cansancio era el preludio de que mi verdadero poder
estaba empezando a aflorar a raíz de mis pequeños experimentos de rebelión
contra el destino.