18 - Alquimia



Alquimia

Al día siguiente durante el desayuno, el señor Oliver no paró de alabarnos por todo lo que habíamos hecho. Una y otra vez se dirigía a Thukker con palabras de inconmensurable agradecimiento. No por nada, ya que mi acompañante le había salvado ya en dos ocasiones, pues en su ausencia, consiguió semillas para la granja de Oliver y se había asegurado que tanto él como Lito pasaran la noche cómodamente. Era natural que el hombre estuviera poniéndolo por las nubes con cumplidos y agradecimientos. Yo sonreía débilmente, silenciosa, mirando hacia el suelo con aspecto deprimente. Hubo un momento en el que Thukker posó su mano sobre mi hombro y se dirigió a mí: —No tienes buena cara —esperó a mi respuesta, pero no hubo ninguna—. ¿Has vuelto a tener uno de esos sueños? —Ajá. —¿Por qué no has llevado el amuleto que te di? —Porque ella está más activa que antes —respondí. Tenía miedo. Thukker resopló con impaciencia. —No te debilites aún. Mañana al fin llegaremos a Kriannos. Asentí con la cabeza, aunque poco podía hacer. Si tan solo hubiera sabido cómo controlar mi cuerpo hasta el punto de decidir no ponerme enferma en un momento crítico como aquel, lo habría hecho. —Ah, Oliver, ¿está todo dispuesto para marchar cuanto antes? —Voy a preparar a Lito ya mismo —Oliver se puso en pie, pero al pasar por mi lado, se dio cuenta de mi palidez y paró en seco—. Cris, ¿estás bien? ¿Te has aleccionado? —¡No, no! —Thukker trató de disimular—. Solo ha pasado mala noche, se encontrará mejor más tarde. —Tal vez deberíamos dejar que descanse por hoy —propuso Oliver—. Diría que está enferma. —No será necesario. Durante el camino, se encontrará mejor, lo verás… Cris es más resistente de lo que parece. Me encogí ligeramente, sin mirar a ninguno de los dos. Oliver lo aceptó, pero noté la preocupación en su voz. Thukker, en el momento en el que el otro se marchó, se acercó a mí y preguntó: —¿Qué presagiaste? —Vi a Mortinella atacando Estanler. Nos buscaba allí, pero no logró encontrarnos. Fue una auténtica escabechina, ella arrasó con todo... Pero al despertar, tuve una sensación extraña. —¿Estanler? Pero eso no puede ser, ya atacó la ciudad ayer. Mis ojos se dirigieron a él, con pasmo. Él de inmediato se dio cuenta de su error y trató de rectificar. —He oído… rumores. —Esa era la sensación que tuve: desperté sabiendo que ya había pasado… ¿Tú lo sabías? ¿Lo sabías y no me lo has contado? —Mi voz temblaba y se me hizo un nudo en el estómago. —No tienes la culpa de nada… —Si no tengo la culpa de nada, entonces ¿por qué me lo ocultas? Agaché la cabeza de nuevo y contuve una arcada. Me sentí dolida. Él trató de arreglarlo una vez más: —Sabía que ibas a sentirte responsable, por eso no quería que te enterases. No es tu culpa que Mortinella haya perdido el juicio. —¿Cómo puede ser capaz de destruir ciudades enteras a su paso? —Musité, mi voz se sentía fría en mi garganta—. Su poder da miedo. —No tienes que preocuparte por eso. Mientras estés conmigo, estarás a salvo. —Mi poder, en cambio… ¿Qué demonios voy a hacer ahora? ¿Por qué está fallando cuando más lo necesito? —Por el momento, concéntrate en llegar a Kriannos —Nawiroth me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie—. No te pongas el peso de Zairon a los hombros. Miré a mi acompañante con debilidad. Su rostro no ocultaba su frustración, pero su mirada también parecía preocupada. Personalmente, no tenía un buen presentimiento sobre aquella etapa. Notaba cómo la hiel subía y bajaba por mi garganta, y como mi cabeza parecía encerrada dentro de una burbuja de metal en la que estaban golpeando con fuerza los latidos de mi corazón. —Llegaremos a Ibidil, descansarás el resto del día y mañana estarás de nuevo llena de energía —me aseguró el elfo. Ver su cara amable me dio una pista de lo mal que tenía que estar a los ojos de los demás—. Ya lo verás. No estaba segura de que en aquel momento Thukker se estuviese dando cuenta de lo débil que estaba en realidad. Estaba llegando a mi límite y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar así, pues, aunque llevaba ya varios días en los que me sentía mareada y exhausta, aquel era sin duda el peor de todos y el primero en el que me estaba sintiendo enferma de verdad. Pero tenía razón: debíamos continuar. No veía el momento de llegar de una vez a Kriannos para poder descansar. Y con aquel mal comienzo, emprendimos la marcha. Durante la etapa, Oliver llevaba a su espalda el saco de semillas que Thukker le había conseguido, ya que al parecer no quería cargar a su burro con nada —pese a que Nawiroth insistió en que aquello no era un peso que pudiera hacerle daño, insistió en llevarlas él mismo— y caminó como el día anterior, dirigiendo al animal a su lado. Y a medida que avanzábamos por los serpenteantes caminos hacia Ibidil, notaba cómo el pulso se me aceleraba lentamente. Y tras pasar una venta en medio de la nada, comencé a sentir un frío inusual para la época del año y comencé a encogerme bajo mi capa para intentar combatir la gélida sensación. El frío era hiriente, se clavaba en mi piel como si fueran agujas. Las voces de mis dos acompañantes sonaban distantes, amortiguadas, como si hablaran desde una distancia mucho mayor a la que en realidad nos separaba. A menudo comprobaban cómo me sentía mediante preguntas, cuyas respuestas por mi parte cada vez tenían menos vitalidad. Oliver parecía genuinamente preocupado, mientras que Thukker me ofrecía parar por unos instantes a recargar energías o cargar con mi mochila. Lo poco que respondí era que quería continuar y llegar a Ibidil cuanto antes; temía que si en algún momento me sentaba no fuera capaz de levantarme por mí misma. El frío se estaba volviendo insoportable y mi cuerpo empezó a temblar descontroladamente. Por hacerme la fuerte, trataba de contener el temblor, pero pronto me di cuenta de que yo era la única afectada. —Thukker —murmuré. Como era de esperar, él me oyó y se giró para mirarme—. ¿Falta mucho? —¿Estás temblando? —Su voz sonaba preocupada. —Tengo fiebre —susurré. Mis piernas cedieron ante los temblores que las invadían, pero Thukker se apresuró y logró sujetarme a tiempo, antes de que cayera al suelo. —Esto no me gusta nada —Oliver tenía muy mala cara también El elfo se quedó mirándome unos instantes, paralizado. Oliver tuvo que zarandearlo para lograr que reaccionara, y pese a que lo hizo, continuaba mirándome con atención y consternación —Emites un calor extraño. ¿Los humanos son tan cálidos? Aquello lo desconcertó por completo, y de inmediato puso una su mano libre sobre la frente de Oliver que se quedó igual de pasmado que él, pero más por la excentricidad del elfo que por mi fiebre. —No... No es normal. ¿Qué es esto? ¿Qué es esta magia? ¡Debe de ser la maldición! ¡Tenemos que llevarte a un purgador cuanto antes! —¡Calma, compañero! —Intervino Oliver. Thukker le bufó, con la misma energía de un felino airado. —¿Cómo quieres que me calme? —Se sobresaltó Thukker sin escuchar a Oliver en absoluto—. ¿Qué haremos ahora? ¡No, no! ¡No conozco a ningún purgador en Ibidil! ¡Oliver! ¿Tú conoces a algún purgador en Ibidil? —Nawiroth, estará bien si vamos a mi casa. Está a solo una legua del próximo cruce de caminos. —¿Y qué podemos hacer allí para salvarla de la condena de la maldición y del fuego de Mortinella? —Murmuró Thukker en tono infausto. —Si hay un lugar en el que pueda estar bien atendida, es allí —comentó Oliver, perplejo, antes de atenderme a mí y ofrecerme su ayuda—. Vamos, Cris, puedes subirte al lomo de Lito. —Pero está herido... —Él es muy fuerte, seguro que puede contigo sin problemas. Oliver me ayudó a montar a espaldas del animal mientras Thukker me miraba con aspecto aterrado. Al retomar el camino, el dueño de Lito comenzó a explicarle acerca de nuestro cuerpo, de cómo reaccionábamos ante las enfermedades. —Enfermedades —musitó Thukker con voz tenue—. Tendría que haberlo sabido. No estoy acostumbrado a ver estas cosas. Y yo que pensé que sabía tanto de vosotros. Me vanagloriaba de saberlo todo sobre los humanos. Conviví con uno durante años y no aprendí absolutamente nada. Tú tenías razón, Oliver. Teníamos que haber dejado que descansara... —Bueno, eso habría sido lo más soluble, pero te aseguro que en mi casa estará como en ningún otro sitio. Y yo mismo iré hasta Ibidil a buscar un remedio para ella. —Te lo agradezco, amigo. Te recompensaré por todo esto. —Habéis hecho demasiado por mí y por mi familia sin conocernos de nada. ¡Falta gente como vosotros en el mundo! Apenas llegamos a la granja de Oliver cuando tres niños vinieron corriendo y se apresuraron a abrazarlo, mientras coreaban con alegría llamando a su padre. Nuestro amigo los recibió aupándolos y besándolos repetidas veces. —¡Papi! —Exclamaba una niña tan rubia como su padre y con la cara llena de pecas— ¡Tardaste mucho! —¿Quiénes son? —Preguntó otro, un niño con pelo rubio castaño—. ¿Por qué esa elfa va montada sobre Lito? Entonces Oliver dejó al tercero en el suelo. Era el más pequeño y no dijo nada, pero nos miraba con sus enormes ojos azules grisáceos llenos de curiosidad. Los otros dos niños tampoco apartaban sus miradas asombradas de nosotros. —Son unos amigos. ¡Nos salvaron la vida a Lito y a mí cuando nos atacaron unos viles saqueadores! —¡Qué buena suerte! —Exclamó la niña maravillada. —Pero ahora ella está muy enferma. ¡Id a buscar a mamá y a Ángela, rápido! Los tres salieron corriendo de inmediato y sentí como mi corazón se encogía en un puño. Al verlos correr así, me recordaron por un segundo a mis hermanos y mis ojos se encharcaron con lágrimas. —Vamos, te ayudaré a bajar —se ofreció Oliver. Sin embargo, Thukker se adelantó y me cogió en brazos directamente—. ¡Vaya! Estás fuerte, amigo. Dos mujeres salieron de la casa y nos miraron sorprendidas antes de apresurarse hacia nosotros. La mayor llevaba el pelo cubierto con un trapo y era más regordeta, mientras que la otra era una chica de pelo castaño mucho más delgada y alta que sus padres y parecía incluso más joven que yo. —¡Oliver! —Le llamó quien supuse que era su esposa—. ¿Qué ha pasado? —¡Te lo contaré luego! Antes, está esta niña… —¡Ay, mi pobre criatura! ¿Qué la pasa? —Mientras viajábamos, se aplomó —explicó nuestro amigo—. Tiene mucha fiebre. —Ángela, cariño, sé un cielo y ve a sacar agua del pozo —le pidió su madre de inmediato, y la chica salió corriendo sin rechistar—. Pásala dentro, la echaremos en la cama de mi madre. Thukker siguió a Oliver al entrar en la casa y llegamos a una habitación prácticamente vacía y en la que apenas cabía la cama de la que hablaban. Él me dejó con sumo cuidado. En sus ojos pude ver el miedo y preocupación. Después de ello, cerré los ojos, sin dormirme, y escuchando cómo el revuelo a nuestro alrededor formaba un pequeño caos. —Oliver, necesita que la vea alguien pronto. —Voy a buscar al alienista en el pueblo —se ofreció Oliver—. Volveré de inmediato, amigo. —¿No sería mejor buscar a un médico normal? —Thukker sonó impactado mientras el otro salía corriendo de la habitación y de la casa. —¡Ah, este hombre! Disculpa, primor, a mi marido se le traba a menudo la lengua. Quiere decir “el alquimista”. Es un mocete muy agradable que llegó hace poco, cuando los médicos comenzaron a irse de Ibidil a las fronteras. —¿Un alquimista? —Preguntó Thukker sin apenas voz—. Espera... ¿Los médicos han abandonado la ciudad? No le dio tiempo a responder a la mujer cuando oí cómo alguien entraba a trompicones. —¡Mamá, he traído el agua! —Anunció la chica joven. —¡Bien, bien! Ayúdame a levantarla con cuidado —entre las dos, me levantaron la cabeza y noté algo muy frío bajo mi cuello que me hizo temblar de nuevo. Lo mismo noté después en la frente—. Tranquila, corazón. Solo son unas compresas. Ayudarán a que baje esa fiebre tan mala. —¿Hay algo que yo pueda hacer? —Oí la voz de Thukker. —De momento, esperar. No hay mucho más que podamos hacer hasta que regrese Oliver con el alquimista. —Por cierto, ¿quiénes sois? —La chica que había traído el agua sonaba curiosa. —¡Ángela, no seas maleducada! Abrí los ojos tímidamente, con la misma sensación de mareo y de embotamiento que tuve aquella mañana. La señora de la casa en seguida se dio cuenta y llamó la atención de los otros dos. —¡Mirad! ¡Parece que despierta! —Señaló la hija mayor. Dirigí los ojos hacia los tres y después miré a mi alrededor, con una terrible sensación de sobrecogimiento y de desorientación. No llegué a incorporarme, pero llevé mis manos hacia lo que tenía en la frente, que ya no me resultaba tan frío como cuando me lo pusieron por primera vez. —Siéntete bienvenida, Cris —me recibió la señora alegremente—. No, no te levantes. Pronto vendrá el alquimista. ¡Ya lo verás! ¡Es un joven muy inteligente y muy guapo! Al oír la palabra alquimista, noté cómo Thukker hacía una mueca de reprobación que pasó inadvertida para todos menos para mí. —Mi nombre es Valentina. Tú puedes llamarme Tina. Y ella es mi hija, Ángela. —Muchas gracias —murmuré con pocas fuerzas. Hubo un súbito estruendo seguido de unas pisadas rápidas que se apresuraron hasta el interior de la habitación. Era el señor Oliver quien entró corriendo, prácticamente tirando de un joven de pelo castaño que tenía aún cara de niño y que me miró un poco amedrentado por unos segundos. —¡Es ella! ¡Rápido! —¿Qué es lo que ocurre? —Preguntó con nerviosismo mientras parecía que pasaba por el mismo ataque de nervios que había pasado Thukker antes de que llegáramos a Ibidil. —Ha tenido mucha fiebre —informó Tina mientras Ángela se deslizaba hasta fuera de la habitación para dejar hueco en el minúsculo habitáculo—. Llegó y la pusimos de inmediato unas compresas frías, para ayudar a bajársela. —¡Bien! —Exclamó antes de acercarse un poco, cuando Thukker se interpuso entre él y yo—. ¡Perdone! La mirada de frialdad que le lanzó Thukker al joven alquimista fue suficiente como para grabarse dentro de mi cabeza. Llevaba días sin ver lo amenazante que podía llegar a resultar. —Thu... Nawiroth. Por favor, ¿podrías esperar fuera? —Pedí débilmente. Thukker puso su mano sobre el pecho del alquimista, que le devolvía una mirada de pavor, paralizado por el miedo y al borde de la hiperventilación. Después, con la voz más gélida e hirientemente despectiva que le había oído utilizar en mi vida, susurró, prácticamente siseando como una serpiente: —Cúrala. Y acto seguido salió de la habitación y esperó fuera. Sin embargo, no apartó los ojos de mí ni un segundo desde el marco de la puerta. Tampoco le quitó la vista de encima al alquimista que estaba a mi lado. Estaba segura de que el pobre muchacho podía notar la intensa mirada de Nawiroth clavándose en él como si sus ojos fueran dos flechas envenenadas. —¿Qué notas? —Me duele mucho la cabeza, estoy muy mareada. A veces siento que voy a vomitar... —Veo que parpadeas muy rápido. ¿Te cuesta mantenerte despierta? —Sí... —¿Duermes poco? Tal vez deberías descansar ahora. Pareces agotada. —No sé si podré ahora… El joven chasqueó la lengua, llevándose la mano a la cabeza y rascándose unos segundos la coronilla. El elfo seguía mirando desde la puerta hacia el alquimista con suspicacia, mientras este se agachaba y buscaba en la bolsa que había traído consigo. —Puede ser… tengo una idea —murmuró mientras sacaba un frasco de color azul—. Esto es una poción de sueño. Te ayudará a dormir y a descansar. Mientras duermes, puedo comprobar mejor tu respiración, ver si es tan superficial como la tienes ahora… Noté que la mirada del elfo siguió la botellita hasta que estuvo en mis manos. Sin dudar un segundo, me bebí el contenido de la botellita de un solo trago, a lo que Thukker respondió con una cara de estupefacción. El contenido era empalagoso y tenía cierto regusto a limón. Al principio no noté nada en absoluto, pero poco después llegó el primer bostezo que traté de disimular mientras todos me miraban con expectación hasta que mi cuerpo se dispuso, listo para el descanso. Sin embargo, justo antes de dejarme vencer por la poción, un pensamiento que me llenó de ansiedad atravesó mi mente, rápido como una saeta: —Mi amuleto —musité antes de dormirme por completo—. Mi amuleto… En mi monedero… Y, al no llevarlo colgado del cuello, tuve otra visión: Corría tanto como podía, rodeada de una inmensa nube de humo y de fuego que consumía los árboles del bosque que me rodeaban. Una mujer tiraba de mí y me guiaba a través del fuego y de las personas que en aquel momento luchaban unas contra otras. Comprendí que estaba en medio de una batalla, aunque estaba confusa y no reconocía a la persona que me acompañaba. —¡Corre todo lo que puedas! —Me apresuró—. ¡No te detengas! A nuestro alrededor, todo era de color rojo, gris y negro. Las sombras enturbiaron cada figura, salvo la de la mujer que me guiaba. En la oscuridad, ella siguió corriendo mientras dejábamos atrás el ensangrentado campo de batalla y el fuego. Al final, mi misteriosa acompañante se giró y, bajo la rojiza luz de las llamas, vi el rostro de una mujer joven, rociada con pecas, mirando a nuestro alrededor con decisión y una expresión enrabietada. —¡Idiota, idiota, idiota! —Exclamó con nerviosismo mirando hacia atrás con profundo dolor—. ¡No, tengo que ponerte a salvo primero! —Puedes dejarla conmigo —propuso una voz muy femenina desde nuestro flanco izquierdo—. Yo me encargaré de ella. Me escondí de inmediato detrás de mi acompañante. Frente a nosotros, la figura de Mortinella emergió entre la penumbra como si estuviera hecha de luz. —¡No me jodas! —Chilló la otra y retrocedió cubriéndome con su propio cuerpo. —¿Cuántas muertes más quieres bajo tu responsabilidad? ¿No te parece que este juego de escondidas ha durado demasiado? —¡Olvídalo! ¡Sabes que no puedes vencerme! —Aseguró la mujer que me estaba escoltando. —¿Y bien, Rizienella? ¿Qué me dices? —respondió mirándome directamente—. Solo mira a tu alrededor, ¡contempla lo que ocurre cuando decides desafiarme! Lo que le pasó a Solerum... ¡Es todo culpa tuya! ¿Vas a seguir huyendo? ¿Por qué tu vida iba a valer más de lo que valen las suyas? Noté cómo mi cuerpo temblaba descontroladamente y el sueño perdió nitidez rápidamente. Se oía entonces como un eco lejano y solo pude ver en ese momento un azul intenso, como si me encontrase mirando hacia un cielo sin nubes a primera hora de la mañana, y lo siguiente que pasó fue que abrí los ojos en la misma cama en la que me había dormido. Todos me miraban horrorizados. Incluso Thukker, quien en aquel momento estaba arrodillado a mi lado y me había cogido la mano. Le miré consternada, sabiendo que todos allí habían visto cómo gritaba agónicamente en sueños. —Estás aquí, tranquila. —¡Mi pobre criatura! Eso ha sido... terrorífico —murmuró Tina mientras se asomaba por la puerta para afuera—. Me alegro de que los niños no lo hayan visto. —Otra pesadilla —musité, como si fuera una maldición. —Así es —comentó el alquimista—. Por lo que veo, no es nada nuevo para ti. Creo que veo un patrón: al no dormir bien, te estás exponiendo a las enfermedades y a que tu cuerpo se debilite. Puede que tu dolencia solo esté relacionada con el cansancio. —¿Puede? —Espetó Nawiroth con un tono molesto. —En realidad, todo lo que tiene es fiebre —comentó sin más, mientras buscaba en su bolsa y sacaba un libro de cuero oscuro con papel grueso y amarillento. No parecía muy antiguo, pero sí muy rudimentario, pese a los remaches plateados que tenía en las aristas. —¿Qué estás buscando? —Preguntó Ángela. —Una poción que cancelará sus sueños —respondió él con una tímida sonrisa—. Es un poco irse al extremo, pero le quitaría las pesadillas de por vida. —¿Cómo? —Preguntó el elfo escandalizado—. ¿Pero qué clase de idea a medias es esa? El alquimista suspiró inquieto. Notaba que la constante energía negativa de Nawiroth le estaba cansando. Sin embargo, el joven habló con un tono respetuoso aunque severo. —Hechicero, entiendo que vuestro poder está ligado a vuestros sueños, pero llegados al extremo en el que el cansancio atrae síntomas como una fiebre tan alta o una debilidad claramente asociada al agotamiento, queda en vuestras manos elegir. La fatiga podría llegar a acabar con su vida o hacer que, irreversiblemente, pierda el juicio. Mis ojos se centraron en Thukker, quien mantenía una postura solemne. Expectante, esperé una excusa elaborada, irrebatible. Su especialidad, a fin de cuentas. Pero su reacción me dejó sin palabras y blanca como la cera cuando desvió la mirada y le dio su visto bueno a la idea. —Es la decisión más sabia —aseguró el alquimista. Thukker puso mala cara. Después, el joven se giró para dirigirse a la familia en un tono más amable, menos severo y cortante que el que había utilizado con el elfo—. Tengo que prepararla en mi casa, no tardaré mucho. El alquimista cogió su bolsa y se dispuso a marcharse. Por supuesto, Oliver se ofreció de inmediato a acompañarlo. Con una convincente mueca de preocupación, Thukker se negó a ir con ellos, poniéndome como excusa. Tina bromeó “menudos sustos nos dan los hijos” mientras salía de la habitación para preparar algo para comer, el elfo se rió desganado. La hija mayor, Ángela, permaneció en la puerta de la habitación durante un largo rato. Solerum había vuelto a mi lado para sentarse a mi vera, y ella mantenía sus ojos clavados en mí, no pudiendo ocultar su desconfianza, hasta que su madre la llamó y tuvo que ir a ayudarla. —No voy a tomarme esa poción— aseguré al quedarme a solas con él. —Tu poder es demasiado importante como para cerrarte esa puerta —susurró mientras miraba hacia la puerta—. El alquimista parece sospechar de mí, por lo que fingiremos que la has tomado sin problemas. —¿No sospecharán más? —No, si dejas de tener esas terribles pesadillas —el elfo me mostró la bolsa de cuero que era mi monedero y sacó de ella su amuleto—. Tómalo, póntelo de nuevo. Escóndelo entre tus ropas, no dejes que el alquimista lo vea, solo por si acaso. —Pero notarán que la pócima sigue entera —respondí. Los dos miramos a nuestro alrededor. La habitación no tenía ventanas, ni recovecos en los que deshacerse de la poción y era demasiado pequeña como para poder esconderla de su vista. —Yo la beberé —anunció finalmente el elfo en voz baja. —¿Qué? Pero… lo que dijo el alquimista. —Olvidas que hasta hace unos días, ese amuleto me pertenecía —respondió—. Llevo años tratando de evitarlos. Llevé mi mano a mi pecho, encontrando amuleto en cuestión, y lo apreté entre mis dedos. Años tratando de evitarlos. Sus palabras resonaron en mi cabeza y, sin saber muy bien el porqué, sentí un enorme dolor en mi pecho, uno que no lograba entender, pero que llenó mis ojos de lágrimas. —Haremos lo siguiente: te negarás a tomar la poción. Les pediré unos momentos para razonar contigo y, mientras hablamos, la beberé. De este modo, no levantaremos sospechas. —¿Por qué no haces como hiciste con los caballeros en Gangarria y nos marchamos? No puedes… ¡No debes sacrificar tus sueños así! Él agachó la cabeza y se negó. —Cuidar de ti es mi prioridad. Con tu debilidad, podrías volver a desvanecerte, necesitas el descanso y Mortinella jamás imaginaría que te encuentras en esta granja. —Pero… —Estarás bien. Considera ese amuleto un regalo para que aprendas a coexistir con la intensidad de tu poder —Thukker se rió por la nariz—. Una vez más, la magia supera a la alquimia. No cabía duda de que Thukker reconocía los poderes que tenía la alquimia. De no ser así, él no se habría ofrecido a tomar la pócima en mi lugar, porque habría asumido que no tendría ningún efecto. Él sabía que funcionaba y que era poderosa. Tal y como había propuesto, él terminó por quedarse a solas conmigo y se bebió la poción con una expresión asqueada. Mientras lo hacía, las lágrimas inundaron mis ojos, preguntándome a qué tipo de maravillosas imaginaciones estaba renunciando, sintiendo la impotencia y la tristeza. Atada a mis visiones, sonará estúpido, pero mi único deseo siempre había sido poder soñar y, en aquel momento, al ver cómo él estaba desertando del incalculable valor de su subconsciente por mí, la tristeza me invadió. * * * * * Desperté al atardecer, mirando confusa a mi alrededor, tratando de recordar bien dónde me encontraba. Me estiré en la cama, todos los músculos de mi cuerpo estaban entumecidos y notaba un velo de sequedad en mi garganta. Bostecé y me senté. Estaba en casa de Oliver. Eso lo recordaba. Un alquimista me había dado una poción para cancelar mis sueños, pero Thukker fue quien se la tomó al final. Noté su amuleto deslizándose entre mi pecho y mi mano fue instintivamente a sostenerlo. En el momento en el que me levanté de la cama, mis piernas temblaron con debilidad y estuve a punto de caerme. Las sensaciones de mi cuerpo eran extrañas para mí: acababa de despertar, pero mis ojos se sentían pesados y escocían como si me hubieran echado ascuas en ellos. Mi mente aún estaba aletargada, confusa y dormida y sentía un leve mareo. Cuando estaba a punto de salir de la habitación, me topé con alguien en la habitación principal. “Su nombre es Tina” pensé, recordando a la mujer que se me presentado mientras yo estaba enferma. Ella se giró y me vio dudando desde el marco de la puerta. —¡Ah, criatura! ¡Has despertado! —La mujer dejó la comida que estaba preparando y se acercó a mí con una sonrisa agradable—. ¡Qué fortuna que estés bien! ¡Ven, preciosa, te daré algo pa’ que comas! —No quisiera molestar… —¡Aquí tú no molestas, Cris! —El nombre completo de mi madre me sonó ajeno unos segundos hasta que recordé que habíamos acordado que aquella sería mi falsa identidad—. ¡Ay, mi niña, menos mal que ya ha pasado! ¡Llegué a temer que no despertarías nunca! —¿Nunca? —Pregunté extrañada antes de llevarme el trozo de pan a la boca—. ¿Llevo tanto tiempo durmiendo? —Más de un día —respondió Valentina con una expresión anonadada. A mí no me sorprendía. No era la primera vez que dormía así. Sin embargo, la mujer parecía no haber visto nunca algo así. Me temí por un instante que pudiese hacerla sospechar mi carencia de reacción, por lo que decidí explicarle: —Una vez dormí tres días enteros con sus noches. —¡Madre mía! —Para compensar las diez noches anteriores en las que no pude dormir en absoluto —me encogí de hombros con una risa vergonzosa—. Estoy acostumbrada. —¡Ay, qué horror! ¿Y siempre has tenido esas pesadillas? —Sí. Al menos que yo recuerde… —¿Qué es lo que ves? Me quedé unos segundos en silencio, pensando en cómo podía responder a eso. “El porvenir”, por lo que fuera, no me sonaba como una respuesta convincente. —Dolor —susurré con abatimiento—. Fuego, sufrimiento y muerte. —¡Mi pobre niña! ¡Tan joven, cargando con un peso tan grande! ¿Y nunca has pensado abandonar la hechicería? ¡Una granja te dejaría tan baldada que no tendrías que preocuparte más por tus horribles pesadillas! Continué comiendo mientras ella me hablaba de lo gratificante que eran sus vidas allí, me sonreí mientras la escuchaba maravillada. Su familia sonaba perfecta: niños traviesos jugando, una hermana mayor aventurera y atrevida, unos padres orgullosos de su trabajo en la tierra… —Perdona, cariño —Valentina se rió—. Si estaré aburriéndote. Los jóvenes de hoy necesitáis conocer el mundo. —¡No, no! —Aseguré—. Yo hace no tanto vivía tranquilamente con mi madre y mis hermanos. Este viaje es mi primera vez fuera de casa. Ella me miró sorprendida y después sonrió amargamente. —Tus padres estarán de seguro muy preocupados por ti. Se te ve una niña muy despierta y especial, pero los padres siempre os tenemos presentes en nuestros pensamientos. Asentí lentamente. Me asedió un sentimiento nostálgico, el recuerdo del aroma de mi casa, de las voces de mi familia… ¿Podría volver a ver en mi vida los ojos azules de mi madre? ¿O tendría la ocasión de abrazar a mis hermanos de nuevo? En aquel momento, habría dado cualquier cosa por discutir con ellos… Cuando salí de la casa, miré a mi alrededor un poco sobrecogida por encontrarme en aquel lugar desconocido. Era un terreno amplio, bordeado por líneas de árboles y arbustos. A pocos pies de la casa, había una valla rudimentaria de troncos y piedras que, pese a todo, parecía firmemente arraigada al suelo. Tres vacas me miraban desde detrás de ellas, me reí con suavidad y me acerqué un poco. En seguida, un enorme perro marrón rojizo subió las patas al cercado, ladrando con tanta fuerza que me caí hacia atrás. Oí risas de niños. Miré hacia el costado de la casa y, tan pronto como se percataron de que miraba hacia ellos, salieron corriendo entre risas divertidas. Me reí yo también y después me levanté. —Ya pensé que no despertarías —la voz de Thukker, que venía desde arriba, me hizo sentir una felicidad inusual. Miré hacia la procedencia y le vi subido al tejado junto a Oliver. —Exagerado. Si solo ha sido poco más de un día. —Mil perdones —él negó con la cabeza, como si no hubiese entendido mi broma. No obstante, ver sonreír al elfo disimuladamente no era una vista que pudiera apreciarse todos los días. —Nawiroth estaba tan preocupado por ti que ha pasado la noche en vela a tu lado —comentó Oliver con tono risueño. —¡No por eso! ¡Estaba cerciorándome de que la pócima del alquimista funcionaba de verdad! —¡Sí, sí! Me reí por lo bajo. —¿Qué hacéis ahí arriba? —¡Tomar el té! —Se burló Thukker—. ¿Es que no lo ves? —Él me está ayudando a arreglar una gatera —explicó Oliver con paciencia. Me reí entredientes. En realidad, Thukker trataba de parecer duro y distante, pero estaba segura de que había hecho muy buenas migas con Oliver. Me quedé mirando hacia ellos con interés, con una sensación algo extraña, anticipando continuar con nuestro viaje. —Si vas a quedarte allí plantada mirando, por lo menos acércanos esos tablones que tienes a la derecha. —¿Oh? —Me quedé mirando a los tablones de madera unos segundos antes de levantarlos y acercárselos a Thukker. Me parecieron pesados, tanto que tuve que levantarlos de uno en uno, poco y con todo mi cuerpo, pero mi acompañante los alcanzó y los alzó con una única mano, subiéndolos al tejado. —Descansaremos por el momento —comentó Thukker con suavidad tan pronto como tuvo todas las tablas—. Concéntrate en recuperar tu vitalidad. Asentí con la cabeza y, tras quedarme unos segundos más en silencio, me aparté, mirando a mi alrededor, reconociendo el terreno de la granja. Era tan sencillo que parecía una aparición onírica, un producto de mi subconsciente. Me hacía sentir nostálgica. Mis ojos se cruzaron un segundo con los de la hija mayor de Oliver, Ángela. Aquella chica delgadita, con su mata larga de pelo castaño trenzada de forma desordenada, me lanzó una mirada audaz y, con un gesto de su cabeza, señaló hacia el establo. Ella entró, imaginé que querría hablar conmigo, aunque había algo en su mirada que me decía que no iba a ser una amable conversación entre chicas de la misma edad. La seguí de todos modos, entrando con cautela. Cuando entré, vi que ella cargaba un cubo lleno de ensilajes que lanzó con suavidad en un pequeño corralito, algo separado de las cajas en las que imaginé que se quedarían los animales más grandes. Me acerqué y me quedé mirando emocionada a una cerda enorme con sus crías diminutas. —Siempre me gustaron los animales —aseguré. La chica a mi lado me miró, poco impresionada. —¿Acaso no hay granjas en el lugar del que venís? —Por supuesto que las hay. Los padres de mi mejor amiga tienen una granja, aunque no tenían animales... —En Ibidil, hay muchas granjas. Casi todas están controladas por el infante Afne y son enormes. —¿Afne no controla la vuestra? —Hace tiempo, sí, pero ya no. Él le regaló estas tierras a mi hermano cuando le nombró guardia de su corte. —¿Tienes un hermano en la corte de Afne? Eso es… ¡Increíble! —Sí. Pero solo por eso hace años que no lo veo —ella suspiró con desgana—. El castillo de Afne está aquí, en Ibidil. Parece increíble que estando tan cerca mi hermano parezca tan lejano. —¿Se distanció de vosotros? —No por voluntad propia. Si Afne los cuida tanto es porque los ata completamente a él. Mi hermano nos manda parte de su asignación, mis padres guardan todo lo que pueden para nosotros, los hermanos pequeños, pero él me apena tanto... —¿Y no puedes visitarle? —Afne no permite las visitas directas a su corte a no ser que sean de sus nobles o de sus primos. Y yo, como puedes ver, ni soy una ni soy otra. Me quedé con los ojos como platos. En realidad, jamás había imaginado cómo era la vida en la corte, pero sonaba igual que si les robaran la libertad. —¿Y tu hermano es feliz así? —Pregunté anonadada. —Nunca he pensado que no lo fuera. Fue él mismo quien eligió dar ese paso. Él confía en el infante Afne, y el infante Afne es obvio que confía en él. Su relación es fuerte... —Pero es injusto que vosotros tengáis que separaros así solo porque el infante Afne lo quiera de ese modo —opiné con frustración—. Quiero decir… ¡Sois familia! ¡No tiene sentido que os separen así! Ángela se encogió de hombros y se apoyó en la valla del corral con una expresión abatida y descorazonada. —El infante Afne tiene muchos soldados, pero los únicos capaces de llegar tan lejos son aquellos que él considera que tienen honor, valor, devoción y fuerza. Son los héroes de nuestro reino, y como tales, un orgullo para nosotros. —¡Pero es tu hermano! —Y como su hermana, mi orgullo no podría ser mayor. Su nombre está entre los más destacables dentro de la Corte, y si eso significa sacrificarnos a nosotros, unos humildes granjeros, entonces solo ha tomado la elección correcta. —¿Cómo puedes hablar así? —¿Tú tienes hermanos? —Inguirió ella de inmediato. —Sí. Una hermana y un hermano... —¿No sería cruel por tu parte paralizarles solo por el egoísmo de querer tenerlos cerca siempre? Como hermanos, tenéis que apoyaros, no lastraros los unos a los otros. No respondí a sus palabras. Eran tan certeras que parecía casi una ironía, el estar hablando en aquel momento con una persona que parecía entender perfectamente mi situación. Tal vez mis hermanos se sentirían igual que ella, habiéndome visto partir sin saber si volveríamos a vernos nunca. Ella parecía no dudar ni un segundo de la decisión de su hermano, pero a decir verdad, su actitud frente al infante Afne parecía fría. Debía sentir mucho rencor hacia él, y sus sentimientos me abrieron una curiosidad hasta entonces inexistente dentro de mí: ¿Quiénes eran exactamente los príncipes de Zairon? —Por cierto, ¿Cris, verdad? Em, lamento todo lo que pasó. —¿A qué te refieres? —Pregunto demasiado —respondió mientras se acercaba un poco y miraba hacia mí directamente—. Eso dicen mis padres. —No te preocupes por eso. La curiosidad es algo bueno. —Ninguno de mis padres sabe leer —informó ella mientras elevaba la cabeza y me miraba con suspicacia—. Yo sí. —Ah... Creo que no te sigo. E involuntariamente, hice ademán de cruzarme de brazos, y tan pronto como fui a hacerlo, noté el relieve de mi cicatriz e inmediatamente un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, haciendo que me costase respirar por un segundo y que mi piel se erizase. —Un nombre curioso el que tienes ahí escrito. —Sí, bueno —murmuré nerviosamente—. Es un... encontronazo que tuve con alguien. —No sé quién eres, pero sé qué clase de persona llevaría esa marca en el brazo —anunció ella con altivez—. Puede que sea una granjera, pero no soy estúpida. —Solo somos viajeros, te lo aseguro. No buscamos problemas. —No voy a hacerte preguntas, solo por lo que mi padre ha contado de vosotros. Sin embargo, ella parecía muy molesta por ver aquella palabra grabada en mi brazo con una cicatriz. —Es el nombre de un ángel —pensé—. ¿Por qué lo miras como si no fuera así? —¿Quién más llevaría una marca así en el brazo, aparte de un retractor? La miré sorprendida y entonces caí en la cuenta: en el momento en el que Mortinella me hizo aquella herida, probablemente pensaba o sabía que aunque me escapara de sus manos aquella tarde, su marca envenenaría mi primera impresión entre los seguidores de Rizienella. Por supuesto, nadie nunca esperaría que esa marca significara que yo era el ángel. El darme cuenta de la astucia de mi enemiga me hizo estremecerme... —He dicho que no haría preguntas y no las haré —aseguró—. Pero, por favor, marchaos y no regreséis. Sé que es una petición bastante desagradable, pero no quiero problemas para mi familia. Espero que lo entiendas… Asentí con la cabeza, y en realidad, me moría de ganas de decirle quién era. Sin embargo, había un pacto silencioso entre Thukker y yo, algo que habíamos comprendido los dos desde el momento en el que él nos presentó ante Oliver con los nombres de Nawiroth y Cris. No dejaríamos que nadie de aquella familia supiera nuestra verdadera identidad. Por su propio bien. —Desapareceremos. Todavía nos queda un largo viaje por delante. —Gracias —respondió ella complacida. En realidad, comprendía su inseguridad mucho más de lo que ella se imaginaba. Después de nuestra conversación, las dos salimos del establo y Ángela continuó con sus quehaceres. Por un lado, pensé en ofrecer mi ayuda, pero por el otro, presentía que la situación podría ser incómoda y violenta después de nuestro intercambio, así que me aparté en silencio y me senté en la hierba fresca y húmeda, pensando en mi familia. Añoraba la comida de mi madre. Aquellos guisos deliciosos que me tenían relamiéndome durante días, o ese olor apetitoso ascendiendo por la escalera e invitándome a devorar cualquier cosa que pusieran a mi alcance. Aquel viaje me había llevado al límite: cada día era un largo camino que diezmaba mis energías, mis visiones habían aumentado en número, y se habían vuelto fastidiosas —incluso peligrosas— y había días en los que las llagas escocían, los músculos ardían y el sol latigaba con fuerza mis espaldas… pero sin duda, lo que más echaba de menos era a mi familia. Mientras alzaba la mirada al cielo, pensé en que el mismo cielo que estaba admirando en aquel momento era el mismo de Revon, y aquella sensación de soledad y sobrecogimiento se apaciguó un poco. Azul y con algunas nubes esparcidas como si fueran las plumas blancas de un ganso joven. No podía dejarme derrotar por mis sentimientos de tristeza, tenía que mirar hacia adelante y enfrentarme a mi aventura con aplomo. —Lissie… Leo… os prometo que volveré algún día —aseguré. Solo con verbalizarlo así, mi nostalgia se convirtió en una alegría tan grande que parecía que ya estuviera allí—. Volveré con vosotros. Tendré tantas historias que contaros que no volveremos a ser desconocidos. —Seguro que agradecerán que les hables de todo eso. Me giré sorprendida. Thukker se sentó a mi lado. Me había sumergido tanto en mi imaginación y en mis pensamientos que prácticamente había olvidado que en realidad no estaba en Revon y que él estaba allí. Volver a la realidad era doloroso... Después, y sin añadir nada más, Thukker posó su mano sobre mi hombro y me habló. —Mañana partiremos con los primeros rayos de sol. ¿Estarás dispuesta? —Me encuentro perfectamente. Podría partir de inmediato —aseguré de nuevo. Y era totalmente cierto, aunque cuando miraba hacia la alegre familia que nos había acogido con tanta hospital aquellos días, se me escapaba un apenado suspiro nostálgico. Y aquellas eran cosas que, al parecer, no pasaban desapercibidas para mi maestro. —No pareces convencida. —Nunca he estado fuera de casa tanto tiempo. Echo de menos a mi familia, eso es todo. Él guardó un silencio que hablaba por sí solo: no sabía qué decir. —A todo esto, ¿qué fue lo que viste ayer? —Creo que era una batalla. Había una mujer, me guiaba para escapar. —¿Una mujer? —Preguntó Thukker. —Sí. No pude ver su cara apenas, estaba muy oscuro. Pero por su voz, era una mujer. —¿Cómo sonaba su voz? ¿Dirías que sonaba como el sonido de un arpa haciendo eco sobre una cascada? —¿Que qué? —Pregunté completamente perdida—. ¿Cómo suena un arpa haciendo eco sobre una cascada? —Solo era un comentario, por si te ofrecía alguna idea. Aquello había sonado casi poético. Nunca habría imaginado que a él le gustara la poesía y me pareció lo suficientemente divertido como para hacerme reír por lo bajo. Él y yo nos quedamos en silencio un instante, mientras compartíamos una mirada incómoda. —Thukker, tú conociste a mi padre —observé, cortando el silencio. —Sí, ya lo sabes. —El día que nos conocimos, no quisiste decirme nada sobre él —le miré consternada un segundo, preguntándome a mí misma si estaba preparada para hacer la pregunta, y antes de que me diera cuenta, ya había salido de mis labios, casi sin mi permiso—. Entiende que yo adoraba a mi padre, era mi orgullo, mi modelo a seguir… de pronto, descubrí verdades y mentiras y secretos. No puedo recordar cómo era él con nosotros, con su familia… Él cruzó las piernas y apoyó sus manos sobre sus rodillas. —Su vida estaba en los caminos. Era un hombre de lo más extraño: en una ocasión me confió que era adicto a la sensación de llegar a un lugar nuevo, desconocido y lejano. Devoraba lecturas sin piedad y, pese a su juventud, poseía un conocimiento vasto y profundo. Yo siempre dije que alguien así no podría ser lo suficientemente responsable como para cuidar de una familia. De hecho, llegué a pensar que nunca sentiría amor por las mujeres: se concentraba demasiado en sí mismo. —Oh. Nunca había oído hablar de él así —murmuré, abrazándome las piernas, muy interesada. —Tu madre y él fueron amigos desde su infancia. Alecs siempre quería visitarla con la mínima oportunidad. Ella le escuchaba y a él no había nada que le gustara más que oír su propia voz, era insufrible. Un día, nos sorprendió a todos diciendo que iba a pedir su mano. —Tengo una duda que te resultará un poco extraña —le interrumpí—. Porque pensaba que tú y mi padre erais amigos… ¿Por qué hablas de él así? —Je —Thukker se rió por la nariz—. Mi amistad con tu padre se forjó en sus últimos años. Tu padre siempre fue un metomentodo cabezón, insufrible y temerario. Como si fuera una respuesta a sus palabras, se levantó una brisa veraniega. Él sonrió con suavidad y después se apartó los mechones de pelo rizado que se le habían metido en la cara con el suave soplo de viento. —Pero era un maestro inigualable. Archiconocido por sus incontables aportaciones a la teoría de la magia y por aprender a controlar todos los elementos, algo que muy pocos hechiceros han logrado en su vida. En el momento en el que habló acerca de la magia, mi curiosidad se disparó de nuevo. —El otro día susurraste algo mientras hacías un gesto con tus manos. —Di una orden y evoqué el poder a través de mi cuerpo. Es así como funciona. —¿Eran palabras en élfico? —Él negó con la cabeza. —Lenguaje arcano. Estoy seguro de que Lunaria te enseñará algunas órdenes. Déjame que te muestre antes algo. Thukker rebuscó entre sus ropas uno de los amuletos y después lo puso en mi mano. Inmediatamente, sentí que aquel amuleto, hecho de cordel y hueso, no ofrecía la misma sensación que un colgante normal. Era más liviano y solo el tenerlo entre mis dedos me erizaba la piel. Sentí una brisa, pero no había indicios externos que indicaran que se hubiese levantado algo de viento de nuevo: el cabello de Thukker permanecía estático en su frente y la hierba continuaba impasible. —Trata de sentir el viento. Cerré los ojos con fuerza. La extraña sensación de frescor en mi piel dio paso a un leve pálpito. Volví a sentir el viento, esta vez sentí como una mano apartándome un mechón de mi pelo, recolocándolo junto al resto de mi cabello. —¿Lo sientes? —Preguntó Thukker. Asentí con la cabeza—. Ædavin, por norma general, es lo suficientemente dócil como para sentir su caricia sin arriesgar tu vida. Los primeros pasos para aprender a controlar cualquier elemento en sentir las sensaciones que nos otorga, dejarse acariciar por ellos, aguantar sus tempestades... percibir su energía. Abrí los ojos de nuevo y miré hacia el amuleto que tenía en mis manos y, como si otras manos incorpóreas y carentes de forma las sostuvieran, noté la brisa chocar contra ellas con suavidad. —Ædavin es mi elemento, es mi aliado —alcé la mirada y la dirigí hacia Thukker—. Es velocidad y destreza, tiene la capacidad de amoldarse con facilidad. Un mago puede con su voz apaciguar el viento o agitarlo hasta la tempestad. La hechicería es un poder peligroso, abusar de él puede causar daños irreparables en su portador y en el propio Zairon. Asentí una vez más. En mi pecho, noté una sensación de anhelo llenándome el corazón. Con un suspiro, sentí una voz. No la escuché, no obstante, ya que esta era interna, carente de sonido, como la voz de un pensamiento o la voz de mi propio corazón. “Mialogumaria” me llamaba.