12 - Temor
Temor
Desperté antes del
alba, acelerada por la sensación de haberme quedado dormida. Miré a mi
alrededor con el corazón en un puño y, al abrir las contraventanas de mi
habitación, respiré tranquila.
Aún no había llegado el momento de irme. Podía
estar tranquila.
Me senté en mi cama unos minutos,
concentrándome en recordar lo que había visto en mi visión, pero mi nerviosismo
me estaba jugando una mala pasada al no dejarme la concentración que necesitaba
para explorar el recuerdo de mi sueño.
Tal y como me pasaba al ser más joven, era
consciente de haber tenido una visión, de haber visto algo que ocurriría, pero
mi mente no era capaz de llegar hasta esa revelación. Sabía que, cuando lo
viviera, vendría a mí el recuerdo de aquella misma visión, como una sensación
de extrañeza o de haber vivido lo mismo dos veces.
Frustrada, traté de apartar mi mente de la
visión y comencé a prepararme. Mi meditación me había ayudado a despejarme más
de lo que ya estaba, y tras haberme vestido y lavado bien la cara, estaba
completamente despierta.
Bajé las escaleras silenciosamente, con mi
mochila cargada a mi espalda y me interné en la cocina. Preparé un buen
desayuno, con frutas, pan y queso, mientras escuchaba los latidos de mi propio
corazón aporreando mi pecho. La cocina comenzó a bañarse con la luz malva del
principio del amanecer. Por un segundo tuve que contenerme para no comenzar a
llorar.
Apenas había terminado de comer cuando mi
madre bajó las escaleras y, sin decir nada, me abrazó con fuerza. Detrás de
ella, bajaron mis hermanos, quienes se unieron a nuestro abrazo. Los ojos de mi
hermana pequeña estaban empapados en lágrimas mientras que mi hermano mantenía
un silencio taciturno, pero que no llegaba a conceder pistas reales de su
verdadera tristeza.
—Volveré muy pronto. Ya lo veréis.
Oímos un ladrido en el exterior y todos nos
asomamos por la ventana. Tras el cercado de la casa, esperaban los tres
hermanos Liarflam junto con el perro de Markus, Shiver. Mi hermano Leonardo
resopló y comenzó a quejarse en voz alta.
—Markus... ¡Siempre es Markus!
—¿Algún día dejarás de meterte con él?
—¡Mira, hermanita, lo he intentado! ¡Pero no
me gusta nada! ¡Lo detesto!
—La próxima vez que lo veas puede que tengas
que llamarlo hermano mayor —me burlé, recordando que él pensaba que había algo
entre Markus y yo.
Mi hermano se puso rojo como un tomate y me
dio un puñetazo flojo mientras yo me reía. Alis también se rió y mi madre les
lanzó una mirada reprobatoria antes de adecentarme.
—Trata de escribirnos siempre que puedas. ¡Y
no hagas caso a los desconocidos!
—Lo sé, lo sé.
Me apresuré hacia la puerta. Mis hermanos me
siguieron y, antes de que pudiera abrirla, mi hermano se adelantó a decir:
—Qué te digo yo, hermanita... Que si Markus se
pierde tampoco pasa nada.
Me reí. Él se cruzó de brazos, refunfuñando, y
después me miró con una sonrisa pícara. Entonces abrí la puerta, pero antes de
salir por ella, mi madre puso su mano sobre mi hombro y volvió a abrazarme.
—Andrea, pase lo que pase y veas lo que veas,
no dejes que este viaje cambie quien eres —me susurró al oído.
La miré extrañada y respondí un “no” dudoso.
—Tú estás mucho más avanzada que nuestra
realidad diaria, pero allí fuera todo es muy diferente.
—Tranquila, mamá. Estaré bien —repetí por
enésima vez.
Me aparté de ellos con una sonrisa y caminé
hacia los hermanos. Lopus me saludó de buen humor, seguido de sus dos hermanos
a los que, en comparación, parecía haber robado la energía. Antes de cruzar la
verja miré hacia atrás un instante, y la mirada de desesperación de mi madre se
quedó grabada en mi cabeza. Me sentí como si estuviera torturando a mi propia
madre... tan solo mis hermanos se despidieron de mí con alegría y efusividad.
—¡Andrea! —Ashleigh pronunció mi nombre con
fascinación mientras me miraba de arriba abajo, revisando mi atuendo—. ¿Qué
llevas puesto?
—Lo hizo mi madre —respondí tímidamente
mientras Lopus golpeaba suavemente mi coraza, que sonó prácticamente como si
estuviera llamando a una puerta—. Resulta bastante más cómodo que un vestido
—¡Me gusta! —La joven me concedió una sonrisa
amable antes de girar sobre sí misma para mostrarme sus ropas compuestas por
unas mallas oscuras y una camisa holgada y clara—. ¡Mira qué bien me sienta a
mí la ropa de mis hermanos!
Entonces me di cuenta de que los tres hermanos
iban vestidos de forma muy parecida. Incluso Ashleigh llevaba ropa de hombre.
Markus llevaba pantalones marrones y una camisa hecha a medida. Lopus, al
contrario que sus hermanos, llevaba una camisa un poco más ceñida, azul y de
mangas hasta los codos, y sobre esta una pechera que parecía tan robusta como
la coraza que me había dado mi madre.
—¿Para qué llevas una armadura? —Preguntó
Lopus con una risita—. ¿Acaso tú sabes luchar?
Markus bufó y miró a sus hermanos con cierto
desaire. Después, solo dijo una palabra:
—Cautela.
—Que sí, Markus, que sí —su hermano resopló
con impaciencia—. Solo déjame divertirme si surge la ocasión.
—¡Eh,
Lopus! —su hermana llamó su atención alegremente mientras pasaba sus finos
dedos por encima de la cuerda de su arco, que llevaba cruzada sobre su pecho—.
¡No olvides que no eres el único que está prevenido!
—¡Esa es mi hermanita! —se rió su hermano,
pero Markus le cortó a media frase.
—¡Ashleigh, baja la voz! —Se quejó,
mortificado—. ¡Como descubran que eres una mujer en vez de un hombre...! ¡No
quiero ni pensarlo!
—Relájate, Markusito —Ashleigh respondió con
una risotada embustera y, acto seguido, trató de poner una voz más grave y
profunda que le quedó bastante natural—. Perdón, primito Markus. Soy tu primo
Aaron, ¿recuerdas? No me meteré en problemas, así que no llores más.
La suspicacia con la que Markus miró a su
hermana lo dijo todo. Aún no habíamos dado el primer paso y el ambiente ya
parecía tremendamente tenso.
—Pues a mí me parece que va a colar —murmuré
para quitarle hierro al asunto.
Intentaba mostrarme positiva, pero en
realidad, aquel comienzo me había dejado preocupada.
La brisa estival de Revon se despidió de
nosotros sacudiendo las ramas de los árboles que, con sus hojas, nos brindaban
adiós. Los caminos de las montañas olían al dulce aroma de las plantas y flores
veraniegas, bañadas con el rocío del nuevo día. Ashleigh estaba eufórica y no
paraba de hablar una y otra vez de todos los lugares que íbamos a conocer
mientras miraba emocionada al guardapelo que descansaba sobre su pecho.
Markus mantenía la distancia, irritado por la
actitud de su hermana. Lopus, por el contrario, parecía estar pasándoselo como
nunca, especialmente cuando su hermano se enervaba.
—¡Ashleigh, basta! ¡Mantén la boca
cerrada! —Markus explotó mientras
caminábamos por el bosque—. ¡Eres una mujer, y sabes que un ardid como el de
suplantar la identidad de un hombre puede costarte muy caro!
—Déjala en paz, Markus —intervino su hermano
de inmediato—. No hay nadie a nuestro alrededor, no hace falta que estés todo
el rato encima de ella.
—Ashleigh, te advertí en el momento en el que
tuviste esa idea de que tienes cara de niña. Tu táctica del disfraz es absurda,
cuando menos, pero si encima no te estás calladita, la gente se va a dar cuenta
en seguida de que eres una mujer.
—Lo
siento —susurró su hermana mayor. Sus ánimos habían caído en picado.
Me quedé en silencio, contemplando la escena,
horrorizada. Lopus había regresado junto a su hermana, tratando de animarla,
pero ella apenas respondía con unos pocos monosílabos o gemidos leves. Me
apresuré a acercarme a ellos.
—He tenido esta idea —anuncié con alegría—: yo
llevo conmigo otros tres vestidos, aparte de este. Si encontrásemos en Sidlo un
corpiño que te venga bien, no tendrías que esconder que eres una mujer.
—¿Eh? —Ella miró hacia mi ropa un segundo y se
rió, animada de nuevo—. Eres un amor, Andrea. No pretendía importunarte así.
—No lo haces. Estamos juntas en esto, ¿no? Es
natural que nos ayudemos.
—¿Has oído eso, cascarrabias? —Voceó Lopus—.
Andrea trae soluciones en lugar de problemas.
Markus seguía por delante de nosotros,
ignorándonos por completo. Ashleigh volvió a agachar la cabeza, afectada.
—Hablaré con él —prometí adelantándome.
Shiver se apresuró hacia mí y caminó a mi lado
en todo momento hasta que alcancé a Markus. Al llegar junto a él, la perra-loba
se adelantó y tomó el liderazgo de la expedición. Casi parecía estar orgullosa
de llevarnos por el buen camino.
—¿Qué ocurre, Markus? —Le pregunté.
—Estoy preocupado. Mi hermana no se da cuenta
de lo peligroso que es lo que está haciendo.
—¿Quieres decir vestirse como un hombre?
—No quiero que le hagan daño. Está bajo mi
protección. Tú también lo estás y no podría perdonarme que os pasara algo a ti
o a ella.
—Yo creo que, si alguien intentara hacerle
daño a Ashleigh, ella los dejaría a todos temblando con su habilidad como
arquera —imité el gesto y el sonido de lanzar una flecha. Markus se rió
levemente—. No parece el tipo de chica a la que alguien pueda hacer daño
fácilmente.
—No, supongo que no.
—Espera. Ahora es un hombre, ¿no? Aaron...
—¡No le sigas la corriente! —Mi amigo pareció
agitado, pero al ver que comenzaba a reírme, acabó riéndose él también.
En realidad, yo no sabía nada de la ley que
prohibía engañar con la vestimenta en el género de uno mismo. No conocía el
mundo más allá de las montañas y en mis ojos aquel no parecía un tabú tan
escandaloso. Tal vez porque, en mi vida, la ropa solo era ropa. Pero, más allá
de las montañas, el reino de Etermost no era tan despreocupado como yo pensaba
que sería. Solo muchos años más tarde he descubierto que ni la gente ni las
leyes promueven la libertad. La vestimenta, la actitud e incluso la propia
identidad se miraban con recelo, persiguiendo a todo aquel que osara perturbar
la norma.
El mundo estaba plagado de tinieblas
disfrazadas de luz y de justicia... cuando la gente estaba preocupada porque una mujer se
vistiera como un hombre.
Llegamos a Sidlo mucho antes de lo que
esperaba. Ashleigh buscó en las dos corseterías del pueblo, pero fue incapaz de
encontrar uno que estuviera adaptada a su delgada y esbelta figura.
Desanimados, continuamos, aunque Lopus parecía seguro de que en Miriatom
encontraríamos algún corpiño que le sentara bien.
—Como haremos noche en Miriatom, si
encontrásemos uno un poco más grande, tal vez Andrea podría ayudarme a
arreglarlo —Ashleigh intentó hacer que su voz sonara más profunda mientras
salíamos del pintoresco pueblecillo, dedicándome una sonrisa amistosa.
—¿Noche en Miriatom? ¡Pero si llegaremos allí
poco después del mediodía! —Lopus comenzó a reírse a carcajada limpia—. ¿Es
demasiado para ti, perezoso primo Aaron?
—¡Si no lo digo por mí! —Exclamó Ashleigh—.
¡Lo digo porque...! ¡No deberíamos forzar mucho el primer día!
—Podríamos descansar un poco en Miriatom y
continuar después —opiné. Markus sacó de su mochila su tomo de “Nos vemos en el
camino” y comenzó a leer las primeras páginas, entre las que se describía el
camino.
—Hay una posada a medio camino entre Miriatom
y Neruliem —Comentó con calma—. Esa será nuestra primera parada.
—¿Me tomas el pelo? —Preguntó Ashleigh
escandalizada, dejando escapar su voz habitual—. ¡Hay casi diez leguas entre
Revon y Neruliem!
—¿Qué pasa, primo Aaron? —Se burló Lopus con
socarronería—. ¿No vienes de mucho más lejos? Te veo un poco flojo.
—Eres tan divertido que no sé cómo no existe
todavía el entremés de Lopus el mordaz— replicó Ashleigh, irritada.
—Interesante idea, ¿cómo no se me había
ocurrido antes?—respondió Lopus riéndose—. Me pregunto quién será el primer
actor que encarne a mi querido primo Aaron, la inspiración detrás de cada una
de mis aventuras.
Comencé a reírme entre dientes, mientras ellos
continuaban soltándose perlas. La verdad era que, aunque al principio Ashleigh
sonaba disgustada, pronto comenzaron a bromear entretenidos y a hablar como si
fueran a crear realmente una obra basada en la vida del primo Aaron.
Se inventaron que venía de las fronteras, que
habría luchado en una guerra si no fuera porque encontró su vocación en escapar
de las filas con la primera oportunidad que tuvo. Conoció a varias doncellas
que lo engañaron y él engañó a otros cuantos donceles con astucia y picardía.
En realidad, de aquella etapa surgió una
picaresca que nos entretuvo gran parte del camino hasta llegar a Miriatom.
Incluso Markus, que al principio los miraba con hastío, acabó aportando algunas
anécdotas de la vida llena de engaños y de desencuentros del primo Aaron.
Cuando llegamos a Miriatom, uno de los pueblos
más grandes de las montañas, Ashleigh y yo nos adelantamos para encontrar un
corpiño entre las corseterías. Ella actuaba como si fuera mi acompañante, y yo
buscaba entre los corpiños que nos mostraban, mirando disimuladamente la
reacción de la joven, que con gestos me indicaba cuáles le gustaban y cuáles
no.
Afortunadamente, logré distraer al tendero con
unas cuantas preguntas acerca de los tejidos y las calidades de las costuras
mientras Ashleigh se escondía y se probaba algunos de los corpiños. Incluí unos
cuántos detalles acerca de las partes más técnicas hasta que mi compañera
regresó con disimulo y dejó uno sobre el mostrador, al otro lado de donde
estábamos nosotros y asentía mirándome.
—¿Y este? —Me apresuré hacia el que había
elegido Ashleigh y me cambió ligeramente la cara al ver la cantidad de detalles
floridos bordados en el tejido. Aquel no iba a ser nada barato...
—Este es una pieza extraordinaria, ¿no crees?
Lamento decirte que no lo tenemos en otro tamaño...
—Podría tomarlo como referencia —sonreí
amablemente.
—Sin lugar a dudas, aunque luego no podría
aceptarlo de vuelta —el corsetero me dedicó una mirada suspicaz y después
sonrió—. Tú eres la hija de Cris Vilar, ¿no es cierto? Llevaba un rato
pensándolo, pero no acababa de ubicarte.
—Ah, sí —me sonrojé en el momento en el que me
reconoció. Era obvio que acabaría recordándome, teniendo en cuenta que
trabajaban dentro del mismo gremio.
—¿Qué tal llevas tu aprendizaje? ¿Has partido
en busca de ideas novedosas?
—Sí —me apresuré a responder—. Me gustaría
conocer la ropa de otros reinos, conocer nuevas técnicas y patrones.
—Siendo así, dejaré que te lo lleves un poco
más barato de cómo lo tenía para los demás clientes. Serán dos monedas de
plata.
Mantuve mi sonrisa impasible pese a que
aquella cantidad era como si me acuchillaran en una parte de mi corazón
reservada a mi monedero. Sabía que, tan pronto como saliéramos de la tienda,
Ashleigh repondría mis dos monedas de plata, pero dolía igualmente. Después de
guardar el corpiño con cuidado y de despedirnos del tendero, salimos de la
tienda y regresamos a la plaza en la que habíamos dejado a Markus y a Lopus.
Esos dos estaban discutiendo acaloradamente en
medio de la plaza. Shiver, en cambio, estaba echada a la sombra y los ignoraba
por completo, como si no fuera con ella el asunto. Ashleigh se llevó la palma
de su mano a la frente.
—Vaya par...
En el momento en el que nos reunimos con
ellos, Markus y Lopus se separaron y dejaron de dirigirse el uno al otro
durante un buen rato. Mientras buscábamos la sombra, Ashleigh gimoteaba porque
le dolían las piernas.
Cuando por fin encontramos un lugar en el que
resguardarnos del fastidioso sol, nos quedamos allí a comer. Lopus logró
encontrar un lugar en el que nos sirvieron ensaladas y un jamón. Tan pronto
como se acercó, la perra se levantó y empezó a mover la cola, interesada en lo
que llevaba en sus brazos. Lopus le dejó una parte huesuda del jamón y Shiver
agradeció su festín tirándose a por la comida, pero los otros dos Liarflam se
mostraron aprensivos a comer con las manos. A mí me daba igual: tenía tanta hambre
que podría haberlo comido directamente del suelo.
—No está tan mal —Ashleigh intentó suavizar el
ambiente mientras comíamos, aunque intentaba tocar lo menos posible la comida
con sus dedos.
—Odio la sensación —Markus estaba asqueado por
tocar su comida con las manos—. A partir de hoy, buscaremos solo sitios en los
que ofrezcan cubiertos.
—Hablas de cubiertos que habrá utilizado otra
gente —se burló Lopus.
—¡Qué asco! ¡Cállate! —Se quejó el duque.
Nos reímos los tres. Markus no lo hizo.
Realmente, no parecía muy feliz con la comida. De hecho, apenas comió nada
hasta que saqué la daga de mi abuelo y se la ofrecí para ayudarse a comer.
—Andrea —Ashleigh paró de comer en seco y se
puso seria—. ¿Es eso...?
—No, no. Es la daga de mi abuelo. Mi madre la
llevó a afilar para mi partida, está limpia.
Markus se ayudó con la daga para comer, pero
después también buscó desesperadamente un lugar para lavarse. Poco después de
terminar y de lavarnos las manos,
continuamos el camino por la parte desnuda de la montaña. El camino era mucho
más estrecho, el sol ardía en nuestras espaldas y no había bosque para
resguardarnos en aquella ladera pelada. Esa parte del trayecto no fue tan
alegre como el principio, porque el calor devastador nos mantuvo a todos
bastante irritados durante un tiempo. Lopus pasó un buen rato quejándose de lo
mucho que detestaba el calor, hasta que dimos con un arroyo donde paró para
refrescarse y nos salpicó a todos a propósito.
Ya comenzaba a sentir el increíble agobio y el
cansancio y no era tan paciente como en el momento en el que salimos de Revon.
Tuve que tragarme mis palabras para evitar gritarle a Lopus, principalmente
porque sus otros dos hermanos ya habían saltado a reprocharle su estupidez.
—¡Vamos a calmarnos! —Intervine al ver que la
discusión comenzaba a irse de madre—. Llevamos un buen rato caminando al sol.
¿Qué tal si descansamos un poco antes de llegar a la posada?
—¡Si descansamos, será peor! —Se quejó
Ashleigh—. ¡No puedo más! ¡Me quedo aquí! ¡Que me devoren los osos!
—¡Ya basta, Ashleigh! —Markus intentó calmar a
su hermana.
—¡Solo es agua! —vociferó Lopus, pese a que ya
nadie se estaba enfrentando a él por habernos mojado.
—¡Vale, vale! —Me impuse, intentando calmar
mis propios ánimos, que comenzaban a hacer que me ardiera la sangre—. ¡No queda
tanto para la susodicha posada! ¡Solo está un poco más lejos!
—¡Escuchad a la princesa Andreita! —El tono de
Lopus sonaba ligeramente burlón y le lancé una mirada molesta.
—¿Princesa? ¡Debo ser la única que no está
quejándose porque le duelen las piernas, porque le da asco comer con las manos
o porque pega el sol! —Repliqué, hecha una furia—. ¡Igual sois vosotros los
princesos y princesas! ¡Ya está bien! ¡Si no podéis seguir mi ritmo, seguid el
camino para regresar a Revon!
Los tres hermanos se encogieron de hombros. Me
di cuenta de que había explotado en el momento en el que Lopus susurró “o solo
Andreita está bien”. En aquel momento me crucé
de brazos y me apoyé contra un árbol esperando a que los tres estuvieran
listos para continuar.
Era muy injusto. Yo era la más joven.
¡Ashleigh me sacaba seis años y no hacía más que comportarte como una cría! ¡Y
Lopus y Markus no estaban siendo mucho mejores! ¿Era esto lo que nos esperaba
el resto de nuestra aventura?
Cuando retomamos la marcha, ellos continuaron
por detrás de mí, en silencio. Shiver era la única que caminaba a mi lado, con
sus andares orgullosos, como si fuera compañera mía en lugar de los Liarflam.
Mientras caminaba, me sentía ligeramente más calmada, menos irritada por la
actitud que habían tenido los hermanos durante la segunda etapa de nuestra
jornada.
Shiver se detuvo en seco mirando hacia la
maleza que se levantaba a la derecha del camino. Yo la imité, ignorante de qué
significaba aquel cambio tan repentino. La loba emitió un rugido gutural que me
alarmó y retrocedí unos pasos antes de que los Liarflam llegaran para
respaldarme.
En pocos segundos, Lopus se adelantó,
blandiendo una espada corta, y Ashleigh se aproximó a mí preparando su arco. En
el momento en el que yo me dispuse a alcanzar la daga de mi abuelo que me había
entregado mi madre, sentí cómo alguien tiraba de mí, y todo lo que supe era
que, al instante siguiente, Markus me tenía aprisionada en sus brazos,
protegiéndome contra su pecho, impidiéndome siquiera mirar lo que estaba
pasando.
Pero todo lo que pude hacer fue escuchar algo
que perturbaba los helechos y arbustos, seguido de un bufido felino, antes de
que Markus relajase los brazos. Tanto Ashleigh como Lopus bajaron sus armas
cuando vieron a Shiver poniéndose en una pose juguetona.
—Será una broma, ¿no? —Preguntó Lopus
mosqueado.
Un gatito blanco, pequeño y peludo, se acercó
unos pocos pasos al perrazo y osciló sus diminutas zarpitas a varios metros del
enorme animal, y cuando este giró la cabeza, el gatito pegó un salto y cayó
hacia atrás, antes de salir corriendo y bufando como si estuviera poseído.
Tanto Lopus como Ashleigh comenzaron a reírse.
—Markus, ya puedes soltarme —anuncié,
incómoda.
—Oh, sí, perdona, Andrea —respondió él
mientras me soltaba.
—Markus, deberías entrenar mejor a Shiver
—Lopus se rió, mientras se agachaba y la loba acudía a él para recibir los
agradecimientos de los dos hermanos que estaban al frente—. ¿No decías que
rastrear era su fuerte?
—No me culpes por el hecho de que le chiflen
las bolitas de pelo. Pero muy bien, habéis actuado muy rápido los dos, aunque
fuera una falsa alarma.
—No —interrumpí yo—. No está bien. Markus,
¿qué ha sido eso? ¿Por qué me has apartado de los demás de ese modo?
—Andrea, tú no deberías luchar. Eres demasiado
importante.
—¡No! —Le contradije muy disgustada—. ¡No lo
soy! ¡Dejad de tratarme así!
—Bueno, tienes que entender que estamos
haciendo esto por ti —expuso Markus con un gesto preocupado—. Nos preocupa que
ella vuelva e intente hacerte daño...
—¿Oh? ¡Oh, muy bonito! —Exclamé, afligida—.
¡Entonces creo que lo mejor es quedarme viendo cómo os mata a vosotros primero
y que me mate a mi después!
Markus se quedó sin una respuesta, pero de
inmediato acudió Ashleigh en su ayuda, interviniendo con un tono diplomático.
—Markus no quería decir eso, Andrea —explicó
la hermana—. Queremos hacer esto por ti. No hay nada de malo en que nosotros
luchemos mientras tú te pones a salvo.
—¿Me tomas el pelo? —Lopus se puso de mi parte
de inmediato—. ¡Si quiere luchar, deberíais dejarla! ¡Podría aprender un par de
cosas antes de verse en una situación de peligro extremo!
—¿Qué situación de peligro extremo? —Markus
sonó tan extrañado que casi parecía que estuviera tratando a Lopus como un loco
que no sabe de lo que habla.
—Bueno... —el hermano mayor del duque se quedó
callado durante un segundo, pensando—. ¿Y si nos separamos? Si ella no sabe
cómo defenderse, no tendrá ninguna posibilidad.
—Eso es ridículo —Markus volvió a intervenir—.
No va a separarse de nosotros. Fin de la discusión.
—Markus, tal vez sí deberíamos dejar que
Andrea aprenda a defenderse, por si acaso —Ashleigh intervino tímidamente.
—He dicho que se acabó —Markus sonó tan firme
como su madre.
Le miré con reproche y me aparté de ellos de
nuevo. Ashleigh se apresuró a llegar a mi altura y me dedicó una sonrisa
vergonzosa. En realidad, no tenía muchas ganas de hablar, y como imaginé que el
tema de la conversación no me gustaría nada, decidí empezarla yo misma.
—Oye, Ashleigh, ¿por qué decidiste vestirte de
hombre?
—Ah...
—Perdón, no pensé que fuera un tema delicado.
—No, no. Está bien. Lo cierto es que me gustan
los pantalones, si pudiera llevarlos todos los días, los prefiero a las faldas
y a los vestidos... Pero esta ropa es tan incómoda.
—¿Incómoda? —Pregunté sorprendida. Teniendo en
cuenta la ropa que llevaba, tenía que sentirse mucho más cómoda que con
cualquier vestido y corsé.
—Sobre todo por las vendas que me oprimen el
pecho —se quejó—. Me agobian, pero no me las puedo quitar.
Ella suspiró y se encogió de hombros. El resto
del camino hasta llegar a la posada a medio camino entre Miriatom y Neruliem lo
pasé sola, evitándolos. Los ánimos habían acabado por los suelos después de
hacer tanta distancia.
En resumen, había sido un primer día terrible.
Pero, al encontrarnos de frente con el letrero
de la posada “La Oronja Pintada”, cansados como estábamos, volvió a renacer la
satisfacción entre nosotros, incluso con el olor fuerte que desprendían sus
paredes y el estilo rudimentario de su mobiliario de madera oscura, vieja y sin
barnizar. En el interior, había una especie de vitrina detrás de la barra con
setas e insectos disecados, que iban desde los saltamontes y los grillos hasta
una preciosa mariposa de enormes alas de color blanco y con líneas y detalles
en marrón que me llamó mucho la atención.
—Vaya, si no lo viese con mis propios ojos, no
lo creería —anunció la dueña a la llegada de los Liarflam. Tanto Ashleigh como
Markus la miraron contrariados—. Jamás pensé que vería el día en el que un
noble volviese a cruzar esa puerta.
Escupió la palabra noble como si se le hubiese
atragantado en lo más profundo de su ser. Lopus se giró y miró a sus hermanos
con intención de hablar, pero su gemelo se adelantó:
—Vámonos —susurró Markus—. Aquí no somos
bienvenidos.
—No, no, lo tengo todo controlado —cortó Lopus
de inmediato—. Aún faltan cuatro leguas para Neruliem. Quedaos aquí. Hablaré
con ella.
—Lopus, no sé si será lo adecuado —susurró
Ashleigh muy nerviosa mirando con suspicacia a la mujer que dominaba detrás de
la barra—. Esa señora no parece muy amigable.
—Ashleigh, con esa actitud desde luego que no
seremos bienvenidos. Dejádmelo a mí, ¿vale? No perdemos nada por probar, ¿no?
¿O tenéis una idea mejor?
Entendiendo el abrupto silencio de sus
hermanos como una respuesta negativa, Lopus se adelantó. Curiosa por sus
métodos, le seguí hasta estar los dos en frente de la dueña.
—Nos vendría muy bien un sitio para pasar la
noche —comenzó él con un tono divertido y charlatán—. Venimos desde Revon sin
parar, y nos espera un largo camino por delante.
—Tú y tu troupe podéis largaros. Me recordáis
a ese pusilánime que era vuestro padre y me dejó bien claro lo que la gente de
vuestra clase piensa de lugares como este.
Él miró a su alrededor unos segundos y después
sonrió con aprobación.
—Lo sé, lo sé, mi padre era un capullo, por
algo le poníamos estiércol en su estudio cuando menos se lo esperaba. Este
sitio no está tan mal, el viejo Lewis no sabía viajar con estilo.
Aquello pareció divertir a la dueña, que se
rió por lo bajo.
—Zalamero. Pero me caes bien, muchachito.
Serían doce piezas de cobre por cabeza pasar la noche. Diles a tus hermanos
que, si siguen mirando con esos remilgos, para ellos serán veinte dormir en el
establo.
—¿Solo veinte? —Preguntó Lopus sorprendido—.
Vamos, a ellos les puedes sacar los cuartos. ¡Me están dando un viaje...!
La señora comenzó a reírse de nuevo y asintió
con la cabeza. Yo hice ademán de reírme también, pero después Lopus continuó
hablando con ella.
—¿También podrías proporcionarnos una buena
comida caliente? ¿Y tal vez una rica cerveza montañesa?
—Para ti, la primera va por la casa —respondió
ella con una sonrisa de oreja a oreja—. Además, llegáis justo a tiempo. Esto se
va a llenar hasta arriba en muy poco tiempo.
—Con ambiente —se entusiasmó Lopus—. Justo
como a mí me gusta. Iré a decírselo a mis hermanos de inmediato.
Él se marchó con viento fresco, pero yo me
quedé allí, mirando a la dueña de la posada, muy extrañada. Ella se fijó en mí
y me preguntó de inmediato “¿y a ti qué te pasa? ¿No vienes con ellos?”
—Sí, lo siento mucho —respondí de inmediato,
al darme cuenta que me había quedado mirándola—. Solo es que me resultaba
familiar.
—Eso es imposible. Llevo toda mi vida aquí y
te aseguro que nunca he visto una cazadora elfa como tú en mi vida.
—¿Cazadora elfa? —Pregunté sorprendida.
—Seda de Elvinos, coraza de cuero... La última
vez que vi una indumentaria parecida fue cuando ellos pasaron la noche en mi
posada.
—¿Ellos? ¿Quiénes?
—Pues el equipo de aventureros de Alecsandros
Rodríguez —respondió ella sin más—. Llenaron la posada hasta arriba y la
mayoría pasaron casi toda la noche en la cantina. En todos estos años, nunca he
visto algo tan prodigioso: gente de todas partes festejando, música de cada
rincón de Nevo inundando la estancia, el alboroto, el regocijo...
—¿Qué celebraban?
Ella se rió y se encogió de hombros.
—Celebraban su vida —respondió con un tono
animoso—. Eso es lo que ese pillastre de Alecsandros decía. ¡Qué gran hombre!
¡Un auténtico líder!
Los tres Liarflam, que habían estado apartados
hablando sobre lo que Lopus había logrado negociar, al oírla hablar de aquello,
se acercaron juntos a la barra.
—¿Cómo fue?
—Ese día no se me olvidará en la vida.
Llegaron escalonadamente. Los primeros fueron él, con dos elfos y —miró hacia
los tres hermanos sin muchas ganas y después se encogió de hombros— vuestro
padre también. A medida que avanzaba la tarde, todos llegaban. Nunca vi nada
parecido, todos tratándole con respeto y hablándole con los honores de un
príncipe de Zairon, ignorando al duque de las montañas. Pensé que sería alguna
eminencia, y cuando me aproximé para ofrecerle mis respetos, él me ofreció los
suyos.
—¿Alguna vez volvió a ver a alguien de ese
grupo? —Consultó Markus.
—Naturalmente. Muchos han pasado por aquí en
ocasiones. El hombre con el que me casé era de ese grupo y, a menudo,
recibíamos visitas de antiguos amigos suyos.
—¿Tal vez podríamos hablar con su marido?
—Intentó Markus, con una voz melosamente amable—. Puede que sepa algo acerca de
esa aventura.
—No. Es imposible —respondió la dueña
violentamente—. Él murió hace tiempo.
Lopus miró a su hermano con desgana un
segundo.
—Lamentamos su pérdida —contestó Ashleigh con
empatía. No parecía estar fingiéndolo en absoluto—. No sé si lo sabe:
Alecsandros murió hace diez años y esta es su hija. No estamos del todo seguros
de cuál era el propósito de su aventura, pero tenemos que continuar donde él lo
dejó y no sabemos por dónde empezar...
La dueña se inclinó un poco más sobre la barra
y me miró con la ceja izquierda enarcada. Me encogí levemente y después esbozó
una sonrisa torcida.
—Lo siento, sé muy poco de cuáles eran sus
intenciones. No quisieron hablar de ello. Ni siquiera mi marido soltaba prenda.
Aunque sí hay algo que recuerdo que dijo mi marido cuando regresó... Pese a la
muerte de Alecsandros, él parecía lleno de esperanza, y durante semanas repetía
que Zairon al fin estaba a salvo, que Rizienella había regresado.
Los tres Liarflam y yo compartimos una mirada
silenciosa pero interesada. La dueña, después de esto, se apoyó sobre la barra
y enarcó una ceja.
—Arriba hay cuartos donde podréis pasar la
noche. Las chicas podréis pasarla en una habitación de dos camas, vosotros dos
tendréis que hacerlo en la comuna de seis —remarcó ella hoscamente—. Detrás de
la posada hay una letrina y pilas de agua donde podréis asearos si queréis.
—Muy amable —concluyó Lopus la conversación,
comprendiendo a la perfección con las palabras de la mujer que nos había puesto
un límite de hasta dónde podíamos llegar con aquella conversación—. Iremos
ahora mismo.
El mayor de los hermanos se fue de inmediato,
prácticamente tirando de los otros dos. Yo les seguí, pero mientras subíamos
las escaleras escuchando el tenue refunfuño de Markus, un rápido pensamiento
cruzó mi cabeza.
—Ah, tengo que bajar un momento.
Los tres me miraron sorprendidos por mi súbito
cambio.
—¿Y eso? —Preguntó Ashleigh con cara de pocos
amigos.
—Me acabo de acordar de una cosa. Solo serán
unos minutos.
—Bien —respondió Markus, cortando a su
hermana, que estaba haciendo ademán de responder—. Podemos dejar tu mochila en
el cuarto que compartirás con Ashleigh. ¿Lopus?
Su gemelo le miró con los ojos como platos y
después se acercó a mí para agarrar mi mochila, pero me aparté de inmediato y
respondí que prefería llevarla conmigo, lo que los dejó todavía más
descolocados. Bajé, como había dicho, y me encontré a la dueña mirando hacia el
expositor que tenía la mariposa.
—Disculpe —murmuré, sacándola de su
concentración—. Pero creo que ya me acuerdo de usted. Su marido se llamaba
Arnoldo, ¿Cierto?
—Sí, así es... ¿cómo lo has sabido?
—Usted encargó un traje hace dos años —dije—.
Fue la primera vez que alguien le pidió a mi madre que fuera yo expresamente
quien lo hiciera. Era para su marido, ¿recuerda?
Ella me miró y se llevó las manos a la boca,
emocionada, y sus ojos comenzaron a brillar con ternura y con nostalgia.
—Su último traje. Es cierto... Él me suplicó
antes de morir que fueras tú... Y fuiste tú. Es increíble...
—¿Por qué es increíble?
—Realmente, realmente eres tú. ¡La hija de
Alecsandros, en carne y hueso!
—Sí, pero, ¿eso no lo habíamos dicho antes?
—Esos
Liarflam mienten más que hablan, su lengua es de serpientes. Mi marido me habló
de ti, de tu madre. Tú, la hija de Alecsandros, eres...
Ella dejó de hablar y negó con la cabeza.
Sentí que no quería que continuara hablando de aquello, por lo que cambié de
tema.
—¿Es cierto que Lewis Liarflam estuvo aquí?
Ella se quedó en silencio un segundo y posó su
mano sobre la vitrina, frente a la mariposa.
—Lo que él hizo —murmuró—. Fue imperdonable.
Si solo me hubiese insultado, si tan solo me hubiese humillado, pero ese
monstruo fue el que me arrebató la vista en mi ojo derecho.
Me fijé más atentamente y descubrí una
cicatriz entre las arrugas de su cara. Apenas era perceptible, pero su leve
relieve era un poco más grueso que las líneas de edad.
—Eso es terrible.
—Tu padre intervino después y me curó. Si no
fuera por él, probablemente hubiese perdido el ojo entero. Tu padre tenía un
corazón de oro —susurró con nostalgia, mientras unas diminutas lágrimas se
desvelaban en ambos ojos—. Él veía la bondad en todo el mundo, incluso en ese
monstruo llamado Lewis.
—Sí, supongo...
—Esto nunca se lo he confesado a nadie, pero
sé que Arnoldo regresó por vergüenza. Él
era uno de los guardianes de Liarflam y, cuando regresó, supe que mi relación
con él nació de la pena.
—¿No era feliz con él?
—Al contrario, ese bribón fue lo mejor que me
pasó en la vida. Pero supongo que hay cosas que se van y nunca vuelven. Al
igual que tu padre, pequeña. Lo debes estar extrañando muchísimo.
—Hay días que sí —contesté con diplomacia—.
Pero hay días en los que me pregunto si le importaba lo más mínimo la gente a
la que dejaba atrás. Sobre todo después de un tiempo, me he dado cuenta de que
no lo conocía tan bien como pensaba...
Ella pasó su mano por mi mejilla con una
sonrisa tranquila.
—La duda demuestra lo mucho que te importa.
Ese sentimiento te hace grande por dentro, y te hará enorme con el tiempo,
cuando tus preguntas se conviertan en respuestas.
Ella tenía razón: si no me importase, no
estaría buscando respuestas; no habría comenzado aquel viaje si no quisiera
saber la verdad. Por primera vez, me sentí cercana a mi padre...
Aquellas palabras me hicieron sentir mejor.
Cuando subí las escaleras, escuché las voces de los hermanos Liarflam, que
estaban hablando muy agitados. Me quedé a la puerta, espiando mientras
escuchaba sus voces nerviosas.
—… Pero, después de Lapper, no tenemos nada
—oí a Ashleigh—. Ahí se acaba el camino, pero esa loca no dejará de
perseguirnos.
—Lapper es todo lo que tenemos de momento
—respondió uno de los gemelos, supuse que Markus, por su voz cortante—. Pero
puede que encontremos más pistas, algo que nos lleve a romper la tradición de
Rizien para librar a Andrea de toda esta locura.
—Qué optimista, hermanito —expresó Lopus con
fingido entusiasmo—. Seguro que de ahí podemos encontrar un camino que nos
lleve directos al mágico reino de los unicornios.
—Cállate, idiota —bufó Markus.
—¿De verdad esto es por ella? —Preguntó
Ashleigh con voz seria—. Porque parece que lo estés haciendo por ti.
—¡Lo estoy haciendo por nosotros! ¡Nadie pidió
que tú vinieras! ¡Ni tampoco tú, Lopus! —Gruñó él, demostrando que estaba muy
molesto— ¡Podría haberla acompañado yo solo!
—Huir solo nos va a poner en más peligro
—razonó Ashleigh—. Deberíamos centrarnos en encontrar una solución a largo
plazo.
—Estoy con Ashleigh. Si no hacemos algo al
respecto, vamos a acabar palmando. ¡Eso me arruinaría la semana! —se quejó
Lopus muy molesto.
—¡Ya basta! ¡Los dos! —alzó Markus la voz,
después la bajó de una forma tan drástica que apenas pude oírle—. Sí, es
cierto, es muy peligroso. Y sí, podríamos morir, es algo probable. Pero ella
todavía no sabe nada, me... ¡Me necesita! Y a vosotros también. No quiero que
tenga que pasar por esto sola...
Los tres hermanos se quedaron en silencio, y
suspiré para rebajar la presión que se había apoderado de mi pecho, esperando a
que la conversación continuase. Sin embargo, ninguno de ellos dijo nada en un
buen rato, por lo que entré sin más y ellos me recibieron cálidamente, como si
la conversación de segundos antes nunca hubiese tenido lugar.
Fue entonces cuando me di cuenta de que eran
expertos a la hora de engañar a los demás. La energía alegre, despreocupada y
entusiasmada que habían mostrado desde el principio no era más que una fachada,
algo que utilizaban para que yo no me percatara de su miedo.
—¿Dónde estabas, Andrea? —Preguntó Ashleigh
con disimulo.
—En el excusado —respondí. Lopus me miró
enarcando una ceja y después desvió la mirada.
—Oh, se me ocurre que podríamos mirar ahora lo
del traje, ¿no? —La sonrisa de Ashleigh era tan cándida que me parecía mentira
lo que acababa de escuchar—. Markus, Lopus, nos vemos luego, ¿vale?
Los dos jóvenes se marcharon; en el pasillo,
pude oír que Markus se quejaba por tener que dormir en una comuna y a Lopus
respondiéndole “ya, ya, que no te vas a morir”. Sin más dilación, saqué de la
mochila los otros tres vestidos que tenía y le ofrecí a Ashleigh que eligiera
el que más le gustaba. Como había imaginado, ella eligió el que era de color
blanco. Cuando se desvistió y vi cómo se ponía el vestido encima de su pecho
vendado pese a las quejas que me había confiado aquella tarde, me acerqué un poco
y se las desaté por encima del vestido.
—¡No! ¡Andrea! —Chilló ella, sorprendida.
La miré con las vendas en las manos y ella me
miró roja como un tomate.
—No tengo corsé —admitió ella, tapándose el
pecho muy avergonzada—. ¡Por favor, por favor, devuélvemelas!
En sus hombros, por donde había pasado antes
la venda, había un relieve. Una marca roja que parecía dolorosa.
—No lo necesitas —rebatí—. Con el corpiño será
suficiente.
—¡No es así! Me siento desnuda...
—Yo también me sentía así al principio —dije
sentándome de nuevo—. Pero dale unas horas. Sin el corsé somos libres y cuando
te haya arreglado el vestido, te sentirás mucho mejor...
La hermana, aún roja como un tomate, me
permitió tomarle las medidas. Con el estuche de costura en la mano, comencé a
repasar la forma de sus curvas, marcando con alfileres la forma de su cuerpo
para hacerle los ajustes necesarios.
—Andrea, sobre lo que dijiste antes, en el
río...
—No tiene importancia —respondí un poco
ansiosa.
—Sí la tiene. Lo he fastidiado todo. Sé que
soy un estorbo, no quería ser un lastre, pero intentaré esforzarme más a partir
de ahora.
—Ashleigh, no es eso, de verdad.
—Sé que lo es. Todo lo que sé hacer es meter
la pata. Soy ruidosa, torpe y muy poco cuidadosa con lo que digo. Ojalá se me
diera bien ser un poco más como tú. Tú eres tan tranquila, tan perfecta...
—¿Me tomas el pelo? Eres como la persona más
femenina que he conocido en mi vida, y créeme que no hay nada de bello en ser
como yo. Tengo mucho carácter y aún con esas nadie me ha tomado en serio hasta
ahora.
Tanto ella como yo compartimos una mirada y
comenzamos a reírnos.
—Estamos tontas —musitó—. Pero sé que mi
familia no aprueba mi comportamiento. Esperan que dé una imagen de absoluta
perfección. Lo intento, pero siempre que trato de mantener esa cara de ángel...
perdón, esa cara inocente de mujercita perfecta... Hay algo dentro de mí que no
es feliz. Me cuesta no sentirme como alguien completamente ajeno a mí.
—Bueno, aquí no hay nadie más —comenté—. Solo
estoy yo.
Ella se rió con alegría y se encogió de
hombros.
—Por eso te digo que eres perfecta. Tienes
mucha paciencia y no tratas a la gente como si fueran moldes o figuras de
arcilla.
Me senté a su lado y la miré directamente a
los ojos, sorprendida. En su forma de actuar y en la positividad que derrochaba
con su cándida pero alegre personalidad, nadie diría que ella tuviera ese
conflicto interno reconcomiéndola por dentro.
—¿Te sientes así con tu familia? —Pregunté
anonadada—. ¿Ellos te tratan como si fueras un molde?
—Pero ellos no lo hacen con mala intención
—continuó, abochornada, después de asentir con la cabeza—. Sé qué es lo que
tengo que ser: por quienes somos, tengo que ser fuerte... pero nadie te dice
que cuando eres fuerte la gente piensa que puedes resistirlo todo y que,
prácticamente, es tu obligación.
Guardé en silencio y asentí, comprendiendo que
mi compañera me estaba hablando desde lo más profundo de su corazón.
—No puedo imaginarme lo difícil que tiene que
ser tener esas responsabilidades... si te sirve de consuelo, yo creo que eres
estupenda —aseguré con una sonrisa—. Pero también creo que deberías ser tú
misma. Serías mucho más feliz sin una máscara.
Ella se rió suavemente mientras se derramaba
una única lágrima de sus preciosos ojos.
—Nunca pensé que fuera algo tan importante
—admitió mientras se reía—. Pero muchas gracias, Andrea. Me siento mucho mejor
después de haber hablado contigo.
Terminé de entallarle el vestido con alfileres
y me aparté un poco, con una sonrisa.
—Ya está. Quítatelo con cuidado, no vayas a
pincharte o a rozarte.
Ella asintió y se lo quitó. Después volvió a
ponerse la camisa, esta vez sin las vendas. Se miró una y otra vez y suspiró.
—Creo que voy a estar un rato así. Me duelen
las marcas que me ha dejado la venda.
—También puedes ponerte el corpiño —pensé—.
Está en mi mochila.
—¡Es cierto! —Exclamó, acudiendo a su propia
mochila—. Te costó dos monedas de plata, ¿no? ¡Caray! ¡Qué suerte que te
reconociera!
—Ah —me alivió ver que se acordaba, me hubiese
muerto de la vergüenza si hubiese tenido que pedirle de vuelta el dinero.
Mientras ella buscaba su monedero, yo sacaba cuidadosamente el corpiño de mi
mochila y lo dejaba sobre la que asumí que sería su cama durante la noche—. Sí,
muchas gracias.
En el momento en que tuve las dos piezas de
plata en mi mano, me sentí mucho más tranquila. Me había costado muchas horas
de trabajo en la sastrería el poder ahorrar aquellas propinas y, aunque no
tenía mucho en mi bolsita, confiaba en que sería suficiente para subsistir por
mi cuenta mientras se me ocurrían formas de conseguir más dinero.
—Voy a buscar un lugar tranquilo en el que
ponerme a trabajar en el vestido —informé a Ashleigh mientras recogía mi
estuche y el vestido marcado—. Nos vemos en un rato, ¿está bien?
Ella me dedicó una sonrisa encantadora antes
de que yo saliera de la habitación. Me encaminé hacia el piso interior y salí
por una puerta trasera. Detrás de la posada estaban las cuadras, erguidas a
varios metros de la puerta trasera, por debajo de las copas enormes de los
árboles que rodeaban la posada.
Era una hora agradable y un lugar como
cualquier otro para sentarme, apartada de todo lo demás y separar mi mente de
todo lo que había pasado aquel día. La sombra que me ofrecían amablemente los
castaños que abrazaban la posada me ayudó a olvidarme de las rencillas de los
tres hermanos.
Sinceramente, poner en práctica las enseñanzas
de mi madre me hizo sentir mucho mejor. Casi me transportó de vuelta a la
sastrería; casi me sentí como en casa. Mientras le hacía los apaños al vestido,
Shiver, que se encontraba descansando en las cuadras, se me arrimó y se tumbó a
mi lado, gozando del refrescante aire vespertino junto a mí. Mi mano, de vez en
cuando, se escapaba para hacerle caricias y carantoñas; la loba no se movía,
pero sí agitaba su cola como una respuesta cómplice.
Al terminar los arreglos, ya al comienzo del
atardecer, suspiré y admiré mi trabajo,
orgullosa. Había pasado prácticamente toda la tarde arreglando aquel vestido y,
aunque antes de empezar me preocupaba la calidad que tuvieran las costuras
hechas tan aprisa, el resultado había sido inesperadamente bueno.
Contenta por mi trabajo y calmada por el
frescor del atardecer, llevé mi mano hacia Shiver y apoyé mi espalda contra la
pared, perdiendo mi mirada entre la timidez de las hojas y me permití unos
minutos de relajación en los que solo estaba yo, acariciando el pelaje áspero
pero cautivador del animal.
Y, sin darme cuenta, me quedé dormida.
Antes de
que todo cobrara la nitidez propia de mis visiones, solo vislumbré borrones
verdes, blancos... Y rojos. Tan pronto como pude percibir más allá de las
tonalidades, lo primero que vi fueron mis manos, teñidas de carmesí. Pude oír
mi voz desesperada, sollozando un nombre: “¿Markus?”.
A pocos
metros de mí, tendida en el suelo, Ashleigh estaba completamente inmóvil, con
el vestido blanco y el corpiño florido manchados de sangre. Ella no miraba
hacia mí, pero algo dentro sabía que... sabía que estaba muerta.
Más
allá, vi a Lopus, enfrentándose a Mortinella, con todas las fuerzas que él
podía concebir. Había logrado herirla, pero ella seguía en pie, burlándose del
joven y de sus fútiles intentos.
Bajé la
mirada. En mi regazo sostenía a Markus, cuyos ojos, abiertos de par en par,
miraban sin mirar, inexpresivos e inertes...
—¿Markus? —Sollocé al despertarme de golpe.
Parpadeé repetidamente. Shiver miró hacia mí,
alarmada, segundos antes de ponerse en pie y apoyarse contra mí, dándome
lametones por toda la cara, como si supiera exactamente cómo me estaba
sintiendo en aquel momento. Ella se apartó varios segundos después y se echó
frente a mí, mirándome con una expresión entristecida.
Me levanté con una sonrisa fingida y llegué
hasta la pila, donde me lavé la cara y me quedé unos instantes contemplando mi
reflejo. Sabía que la persona que me devolvía la mirada jamás se equivocaba en
sus sueños, que siempre tenía razón al determinar que algo ocurriría.
Ashleigh... Markus...
Me dejé caer al suelo, con derrotismo, y
Shiver acudió a mí apresuradamente. Comencé a llorar con fuerza, como si mi
sueño ya hubiera ocurrido, como si la tragedia ya hubiese chocado de lleno
contra mí.
—Lo siento, Shiver, lo siento —mi voz, rota
por el dolor como el resto de mi ser, temblaba descontroladamente.
La perra se sentó frente a mí con la cabeza
gacha. Me quedé así durante un buen rato, acariciando a Shiver, completamente
perdida en mis pensamientos. Respiré profundamente y sonreí al final, antes de
que me asaltara un pensamiento totalmente nuevo...
¿Y si podía evitarlo todo? ¿Y si podía cambiar
el destino? Estaba claro que, mientras estuvieran a mi lado, los hermanos
conocerían la muerte prematuramente. En cambio, había algo incierto en el
destino, pues si yo no estaba con ellos, nuestro sino jamás cumpliría todos los
requisitos para que mi visión se hiciera realidad.
Si yo me iba...
—¿Andrea? —La voz de uno de los gemelos me
sacó de mis pensamientos de golpe y miré hacia la procedencia del sonido. Era
Markus—. Te he estado buscando. ¿Te encuentras bien?
Asentí con la cabeza y me recompuse de
inmediato, poniéndome en pie. Shiver acudió al joven rápidamente y él, en
cambio, se acercó a mí.
—¿Has estado llorando? —Preguntó sorprendido—.
Tus ojos...
—Me he caído y me he hecho daño—me disculpé
fingiendo una risa convincente—. Se me han saltado las lágrimas.
—Deberías ver a mi hermana.
—Solo ha sido un golpe tonto. No le des más
importancia de la que tiene.
Sus ojos rojos delataban su preocupación.
Mirarlos me dolió. Sentí como si fuera a derrumbarme de nuevo, pero me
tranquilicé y una fuerte determinación llenó mi pecho: iba a protegerle, aunque
eso significara no volver a verle jamás.
—Escuché vuestra conversación a escondidas
—admití—. No debería haberlo hecho...
—No es lo que parece —susurró él.
—Yo soy la única razón por la que has decidido
abandonar Revon —afirmé sin más tapujos.
Él no respondió pese a que me mantuve
expectante, esperando su respuesta. Su cara se ensombreció. Al no escuchar una
contestación, suspiré y me dispuse a entrar de nuevo en la posada, murmurando
“entonces estoy en lo cierto”.
Sin embargo, antes de que me diera tiempo a
apartarme de él, noté su mano cogiendo la mía. No miré hacia él, aunque sentí
como si mi corazón se congelara en mi pecho. El sintiempo nos rodeó de nuevo y
todo lo que pude escuchar, por encima del murmullo de las hojas de los árboles,
o el viento, o los pasos de Shiver sobre la hierba pajosa, fue su voz entre
susurros:
—No. Si no hubiera sido por ti, jamás saldría
de las montañas. Llevo años rodeado de dudas, sintiendo mi existencia como algo
insignificante. Entonces llegaste tú, y comencé a sentirme valiente, grande e
importante...
Apreté mi mandíbula. Sentí un dolor irradiando
desde mi pecho hasta mi garganta, estrangulándome. Noté un temblor al tiempo
que intentaba tragarme las emociones que convergían entre ambos.
Y, pese a mi lucha interna, él continuó
hablando:
—¿Cómo no voy a seguirte cuando me haces
sentir así?
Me giré para mirarlo de frente. Me dedicó una
sonrisa sincera y sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas de nuevo. Su
expresión se volvió intranquila nuevamente mientras volvía a preguntarme si me
encontraba bien.
Yo, en cambio, no estaba bien. No mientras me
miraba, no mientras me sonreía y venía a mi mente la imagen de su rostro sin
vida. Quería abrazarme a él y no soltarle nunca, que mi dolor remitiera y poder
estar a su lado, pero, a pesar de todo lo que yo quería, tenía que hacer lo que
yo consideraba correcto para él.
Mis dedos, casi instintivamente, se posaron en
su pómulo afilado y perfectamente esculpido en su rostro, acariciándole con
suavidad, descendiendo hasta su mejilla. Su mano ascendió hasta la mía,
juntándolas.
Él las llevó hasta sus labios y sentí cómo los
presionaba contra mi palma, sin despegar sus ojos de los míos. Mi corazón dio
un respingo y se aceleró sin compasión mientras admiraba encandilada cómo él
había detenido el tiempo de nuevo con un solo gesto.
Aparté mi mano con cuidado y, con ella, la
suya. Me acerqué más a él y él se acercó más a mí. Podía sentir su respiración
chocar contra mi cara. Vi que Markus cerraba los ojos, por lo que sonreí
estúpidamente y le imité. Esta vez, sus labios encontraron a los míos
esperándolos. Por un segundo, no supe qué hacer, pero en seguida su boca
reclamó la mía, enloqueciendo por completo a mi corazón. Mis manos ascendieron
sincronizadas por su cuerpo y se enredaron en su pelo, en su cabeza,
acariciándole con cuidado.
Todo el tiempo que duró aquel beso y que
extendieron todos los que continuaron después del primero fue arrebatándome
poco a poco cada idea de mi mente, cada miedo en mi pecho y cada duda que
invadía mi corazón hasta la unión de nuestras bocas.
Él se apartó de mí lentamente, dejando atrás
un regusto dulce, casi afrutado, y entreabrí los ojos, que solo llegaron a
atisbar su sonrisa. Alcé mi mirada y volví a centrarme en la suya. Quería
grabar cada detalle en mi mente, incluso cómo el destello del atardecer se
reflejaba en sus ojos.
—Te seguiría a cualquier rincón de Zairon —su
voz exaltó aún más mis latidos—. Aunque me llevase toda la vida.
—No tienes por qué seguirme así —pronuncié con
suavidad. Él se rió.
—Resulta que es lo que quiero hacer.
Hechizada todavía, apoyé mi frente contra su pecho, rodeando su cintura con mis brazos y dejando que él me aprisionara con los suyos. Sentí un enorme amargor cortándome la respiración. Iba a ser muy difícil dejarle atrás sabiendo que estaba enamorada de él.