12 - Temor



Temor

Desperté antes del alba, acelerada por la sensación de haberme quedado dormida. Miré a mi alrededor con el corazón en un puño y, al abrir las contraventanas de mi habitación, respiré tranquila.

Aún no había llegado el momento de irme. Podía estar tranquila.

Me senté en mi cama unos minutos, concentrándome en recordar lo que había visto en mi visión, pero mi nerviosismo me estaba jugando una mala pasada al no dejarme la concentración que necesitaba para explorar el recuerdo de mi sueño.

Tal y como me pasaba al ser más joven, era consciente de haber tenido una visión, de haber visto algo que ocurriría, pero mi mente no era capaz de llegar hasta esa revelación. Sabía que, cuando lo viviera, vendría a mí el recuerdo de aquella misma visión, como una sensación de extrañeza o de haber vivido lo mismo dos veces.

Frustrada, traté de apartar mi mente de la visión y comencé a prepararme. Mi meditación me había ayudado a despejarme más de lo que ya estaba, y tras haberme vestido y lavado bien la cara, estaba completamente despierta.

Bajé las escaleras silenciosamente, con mi mochila cargada a mi espalda y me interné en la cocina. Preparé un buen desayuno, con frutas, pan y queso, mientras escuchaba los latidos de mi propio corazón aporreando mi pecho. La cocina comenzó a bañarse con la luz malva del principio del amanecer. Por un segundo tuve que contenerme para no comenzar a llorar.

Apenas había terminado de comer cuando mi madre bajó las escaleras y, sin decir nada, me abrazó con fuerza. Detrás de ella, bajaron mis hermanos, quienes se unieron a nuestro abrazo. Los ojos de mi hermana pequeña estaban empapados en lágrimas mientras que mi hermano mantenía un silencio taciturno, pero que no llegaba a conceder pistas reales de su verdadera tristeza.

 

—Volveré muy pronto. Ya lo veréis.

 

Oímos un ladrido en el exterior y todos nos asomamos por la ventana. Tras el cercado de la casa, esperaban los tres hermanos Liarflam junto con el perro de Markus, Shiver. Mi hermano Leonardo resopló y comenzó a quejarse en voz alta.

 

—Markus... ¡Siempre es Markus!

—¿Algún día dejarás de meterte con él?

—¡Mira, hermanita, lo he intentado! ¡Pero no me gusta nada! ¡Lo detesto!

—La próxima vez que lo veas puede que tengas que llamarlo hermano mayor —me burlé, recordando que él pensaba que había algo entre Markus y yo.

 

Mi hermano se puso rojo como un tomate y me dio un puñetazo flojo mientras yo me reía. Alis también se rió y mi madre les lanzó una mirada reprobatoria antes de adecentarme.

 

—Trata de escribirnos siempre que puedas. ¡Y no hagas caso a los desconocidos!

—Lo sé, lo sé.

 

Me apresuré hacia la puerta. Mis hermanos me siguieron y, antes de que pudiera abrirla, mi hermano se adelantó a decir:

 

—Qué te digo yo, hermanita... Que si Markus se pierde tampoco pasa nada.

 

Me reí. Él se cruzó de brazos, refunfuñando, y después me miró con una sonrisa pícara. Entonces abrí la puerta, pero antes de salir por ella, mi madre puso su mano sobre mi hombro y volvió a abrazarme.

 

—Andrea, pase lo que pase y veas lo que veas, no dejes que este viaje cambie quien eres —me susurró al oído.

 

La miré extrañada y respondí un “no” dudoso.

 

—Tú estás mucho más avanzada que nuestra realidad diaria, pero allí fuera todo es muy diferente.

—Tranquila, mamá. Estaré bien —repetí por enésima vez.

 

Me aparté de ellos con una sonrisa y caminé hacia los hermanos. Lopus me saludó de buen humor, seguido de sus dos hermanos a los que, en comparación, parecía haber robado la energía. Antes de cruzar la verja miré hacia atrás un instante, y la mirada de desesperación de mi madre se quedó grabada en mi cabeza. Me sentí como si estuviera torturando a mi propia madre... tan solo mis hermanos se despidieron de mí con alegría y efusividad.

 

—¡Andrea! —Ashleigh pronunció mi nombre con fascinación mientras me miraba de arriba abajo, revisando mi atuendo—. ¿Qué llevas puesto?

—Lo hizo mi madre —respondí tímidamente mientras Lopus golpeaba suavemente mi coraza, que sonó prácticamente como si estuviera llamando a una puerta—. Resulta bastante más cómodo que un vestido

—¡Me gusta! —La joven me concedió una sonrisa amable antes de girar sobre sí misma para mostrarme sus ropas compuestas por unas mallas oscuras y una camisa holgada y clara—. ¡Mira qué bien me sienta a mí la ropa de mis hermanos!

 

Entonces me di cuenta de que los tres hermanos iban vestidos de forma muy parecida. Incluso Ashleigh llevaba ropa de hombre. Markus llevaba pantalones marrones y una camisa hecha a medida. Lopus, al contrario que sus hermanos, llevaba una camisa un poco más ceñida, azul y de mangas hasta los codos, y sobre esta una pechera que parecía tan robusta como la coraza que me había dado mi madre.

 

—¿Para qué llevas una armadura? —Preguntó Lopus con una risita—. ¿Acaso tú sabes luchar?

 

Markus bufó y miró a sus hermanos con cierto desaire. Después, solo dijo una palabra:

 

—Cautela.

—Que sí, Markus, que sí —su hermano resopló con impaciencia—. Solo déjame divertirme si surge la ocasión.

 —¡Eh, Lopus! —su hermana llamó su atención alegremente mientras pasaba sus finos dedos por encima de la cuerda de su arco, que llevaba cruzada sobre su pecho—. ¡No olvides que no eres el único que está prevenido!

—¡Esa es mi hermanita! —se rió su hermano, pero Markus le cortó a media frase.

—¡Ashleigh, baja la voz! —Se quejó, mortificado—. ¡Como descubran que eres una mujer en vez de un hombre...! ¡No quiero ni pensarlo!

—Relájate, Markusito —Ashleigh respondió con una risotada embustera y, acto seguido, trató de poner una voz más grave y profunda que le quedó bastante natural—. Perdón, primito Markus. Soy tu primo Aaron, ¿recuerdas? No me meteré en problemas, así que no llores más.

 

La suspicacia con la que Markus miró a su hermana lo dijo todo. Aún no habíamos dado el primer paso y el ambiente ya parecía tremendamente tenso.

 

—Pues a mí me parece que va a colar —murmuré para quitarle hierro al asunto.

 

Intentaba mostrarme positiva, pero en realidad, aquel comienzo me había dejado preocupada.

La brisa estival de Revon se despidió de nosotros sacudiendo las ramas de los árboles que, con sus hojas, nos brindaban adiós. Los caminos de las montañas olían al dulce aroma de las plantas y flores veraniegas, bañadas con el rocío del nuevo día. Ashleigh estaba eufórica y no paraba de hablar una y otra vez de todos los lugares que íbamos a conocer mientras miraba emocionada al guardapelo que descansaba sobre su pecho.

Markus mantenía la distancia, irritado por la actitud de su hermana. Lopus, por el contrario, parecía estar pasándoselo como nunca, especialmente cuando su hermano se enervaba. 

 

—¡Ashleigh, basta! ¡Mantén la boca cerrada!  —Markus explotó mientras caminábamos por el bosque—. ¡Eres una mujer, y sabes que un ardid como el de suplantar la identidad de un hombre puede costarte muy caro!

—Déjala en paz, Markus —intervino su hermano de inmediato—. No hay nadie a nuestro alrededor, no hace falta que estés todo el rato encima de ella.

—Ashleigh, te advertí en el momento en el que tuviste esa idea de que tienes cara de niña. Tu táctica del disfraz es absurda, cuando menos, pero si encima no te estás calladita, la gente se va a dar cuenta en seguida de que eres una mujer.

 —Lo siento —susurró su hermana mayor. Sus ánimos habían caído en picado.

 

Me quedé en silencio, contemplando la escena, horrorizada. Lopus había regresado junto a su hermana, tratando de animarla, pero ella apenas respondía con unos pocos monosílabos o gemidos leves. Me apresuré a acercarme a ellos.

 

—He tenido esta idea —anuncié con alegría—: yo llevo conmigo otros tres vestidos, aparte de este. Si encontrásemos en Sidlo un corpiño que te venga bien, no tendrías que esconder que eres una mujer.

—¿Eh? —Ella miró hacia mi ropa un segundo y se rió, animada de nuevo—. Eres un amor, Andrea. No pretendía importunarte así.

—No lo haces. Estamos juntas en esto, ¿no? Es natural que nos ayudemos.

—¿Has oído eso, cascarrabias? —Voceó Lopus—. Andrea trae soluciones en lugar de problemas.

 

Markus seguía por delante de nosotros, ignorándonos por completo. Ashleigh volvió a agachar la cabeza, afectada.

 

—Hablaré con él —prometí adelantándome.

 

Shiver se apresuró hacia mí y caminó a mi lado en todo momento hasta que alcancé a Markus. Al llegar junto a él, la perra-loba se adelantó y tomó el liderazgo de la expedición. Casi parecía estar orgullosa de llevarnos por el buen camino.

 

—¿Qué ocurre, Markus? —Le pregunté.

—Estoy preocupado. Mi hermana no se da cuenta de lo peligroso que es lo que está haciendo.

—¿Quieres decir vestirse como un hombre?

—No quiero que le hagan daño. Está bajo mi protección. Tú también lo estás y no podría perdonarme que os pasara algo a ti o a ella.

—Yo creo que, si alguien intentara hacerle daño a Ashleigh, ella los dejaría a todos temblando con su habilidad como arquera —imité el gesto y el sonido de lanzar una flecha. Markus se rió levemente—. No parece el tipo de chica a la que alguien pueda hacer daño fácilmente.

—No, supongo que no.

—Espera. Ahora es un hombre, ¿no? Aaron...

—¡No le sigas la corriente! —Mi amigo pareció agitado, pero al ver que comenzaba a reírme, acabó riéndose él también.

 

En realidad, yo no sabía nada de la ley que prohibía engañar con la vestimenta en el género de uno mismo. No conocía el mundo más allá de las montañas y en mis ojos aquel no parecía un tabú tan escandaloso. Tal vez porque, en mi vida, la ropa solo era ropa. Pero, más allá de las montañas, el reino de Etermost no era tan despreocupado como yo pensaba que sería. Solo muchos años más tarde he descubierto que ni la gente ni las leyes promueven la libertad. La vestimenta, la actitud e incluso la propia identidad se miraban con recelo, persiguiendo a todo aquel que osara perturbar la norma.

El mundo estaba plagado de tinieblas disfrazadas de luz y de justicia... cuando la gente  estaba preocupada porque una mujer se vistiera como un hombre.

Llegamos a Sidlo mucho antes de lo que esperaba. Ashleigh buscó en las dos corseterías del pueblo, pero fue incapaz de encontrar uno que estuviera adaptada a su delgada y esbelta figura. Desanimados, continuamos, aunque Lopus parecía seguro de que en Miriatom encontraríamos algún corpiño que le sentara bien.

 

—Como haremos noche en Miriatom, si encontrásemos uno un poco más grande, tal vez Andrea podría ayudarme a arreglarlo —Ashleigh intentó hacer que su voz sonara más profunda mientras salíamos del pintoresco pueblecillo, dedicándome una sonrisa amistosa.

—¿Noche en Miriatom? ¡Pero si llegaremos allí poco después del mediodía! —Lopus comenzó a reírse a carcajada limpia—. ¿Es demasiado para ti, perezoso primo Aaron?

—¡Si no lo digo por mí! —Exclamó Ashleigh—. ¡Lo digo porque...! ¡No deberíamos forzar mucho el primer día!

—Podríamos descansar un poco en Miriatom y continuar después —opiné. Markus sacó de su mochila su tomo de “Nos vemos en el camino” y comenzó a leer las primeras páginas, entre las que se describía el camino.

—Hay una posada a medio camino entre Miriatom y Neruliem —Comentó con calma—. Esa será nuestra primera parada.

—¿Me tomas el pelo? —Preguntó Ashleigh escandalizada, dejando escapar su voz habitual—. ¡Hay casi diez leguas entre Revon y Neruliem!

—¿Qué pasa, primo Aaron? —Se burló Lopus con socarronería—. ¿No vienes de mucho más lejos? Te veo un poco flojo.

—Eres tan divertido que no sé cómo no existe todavía el entremés de Lopus el mordaz— replicó Ashleigh, irritada.

—Interesante idea, ¿cómo no se me había ocurrido antes?—respondió Lopus riéndose—. Me pregunto quién será el primer actor que encarne a mi querido primo Aaron, la inspiración detrás de cada una de mis aventuras.

 

Comencé a reírme entre dientes, mientras ellos continuaban soltándose perlas. La verdad era que, aunque al principio Ashleigh sonaba disgustada, pronto comenzaron a bromear entretenidos y a hablar como si fueran a crear realmente una obra basada en la vida del primo Aaron.

Se inventaron que venía de las fronteras, que habría luchado en una guerra si no fuera porque encontró su vocación en escapar de las filas con la primera oportunidad que tuvo. Conoció a varias doncellas que lo engañaron y él engañó a otros cuantos donceles con astucia y picardía.

En realidad, de aquella etapa surgió una picaresca que nos entretuvo gran parte del camino hasta llegar a Miriatom. Incluso Markus, que al principio los miraba con hastío, acabó aportando algunas anécdotas de la vida llena de engaños y de desencuentros del primo Aaron.

Cuando llegamos a Miriatom, uno de los pueblos más grandes de las montañas, Ashleigh y yo nos adelantamos para encontrar un corpiño entre las corseterías. Ella actuaba como si fuera mi acompañante, y yo buscaba entre los corpiños que nos mostraban, mirando disimuladamente la reacción de la joven, que con gestos me indicaba cuáles le gustaban y cuáles no.

Afortunadamente, logré distraer al tendero con unas cuantas preguntas acerca de los tejidos y las calidades de las costuras mientras Ashleigh se escondía y se probaba algunos de los corpiños. Incluí unos cuántos detalles acerca de las partes más técnicas hasta que mi compañera regresó con disimulo y dejó uno sobre el mostrador, al otro lado de donde estábamos nosotros y asentía mirándome.

 

—¿Y este? —Me apresuré hacia el que había elegido Ashleigh y me cambió ligeramente la cara al ver la cantidad de detalles floridos bordados en el tejido. Aquel no iba a ser nada barato...

—Este es una pieza extraordinaria, ¿no crees? Lamento decirte que no lo tenemos en otro tamaño...

—Podría tomarlo como referencia —sonreí amablemente.

—Sin lugar a dudas, aunque luego no podría aceptarlo de vuelta —el corsetero me dedicó una mirada suspicaz y después sonrió—. Tú eres la hija de Cris Vilar, ¿no es cierto? Llevaba un rato pensándolo, pero no acababa de ubicarte.

—Ah, sí —me sonrojé en el momento en el que me reconoció. Era obvio que acabaría recordándome, teniendo en cuenta que trabajaban dentro del mismo gremio.

—¿Qué tal llevas tu aprendizaje? ¿Has partido en busca de ideas novedosas?

—Sí —me apresuré a responder—. Me gustaría conocer la ropa de otros reinos, conocer nuevas técnicas y patrones.

—Siendo así, dejaré que te lo lleves un poco más barato de cómo lo tenía para los demás clientes. Serán dos monedas de plata.

 

Mantuve mi sonrisa impasible pese a que aquella cantidad era como si me acuchillaran en una parte de mi corazón reservada a mi monedero. Sabía que, tan pronto como saliéramos de la tienda, Ashleigh repondría mis dos monedas de plata, pero dolía igualmente. Después de guardar el corpiño con cuidado y de despedirnos del tendero, salimos de la tienda y regresamos a la plaza en la que habíamos dejado a Markus y a Lopus.

Esos dos estaban discutiendo acaloradamente en medio de la plaza. Shiver, en cambio, estaba echada a la sombra y los ignoraba por completo, como si no fuera con ella el asunto. Ashleigh se llevó la palma de su mano a la frente.

 

—Vaya par...

 

En el momento en el que nos reunimos con ellos, Markus y Lopus se separaron y dejaron de dirigirse el uno al otro durante un buen rato. Mientras buscábamos la sombra, Ashleigh gimoteaba porque le dolían las piernas.

Cuando por fin encontramos un lugar en el que resguardarnos del fastidioso sol, nos quedamos allí a comer. Lopus logró encontrar un lugar en el que nos sirvieron ensaladas y un jamón. Tan pronto como se acercó, la perra se levantó y empezó a mover la cola, interesada en lo que llevaba en sus brazos. Lopus le dejó una parte huesuda del jamón y Shiver agradeció su festín tirándose a por la comida, pero los otros dos Liarflam se mostraron aprensivos a comer con las manos. A mí me daba igual: tenía tanta hambre que podría haberlo comido directamente del suelo.

 

—No está tan mal —Ashleigh intentó suavizar el ambiente mientras comíamos, aunque intentaba tocar lo menos posible la comida con sus dedos.

—Odio la sensación —Markus estaba asqueado por tocar su comida con las manos—. A partir de hoy, buscaremos solo sitios en los que ofrezcan cubiertos.

—Hablas de cubiertos que habrá utilizado otra gente —se burló Lopus.

—¡Qué asco! ¡Cállate! —Se quejó el duque.

 

Nos reímos los tres. Markus no lo hizo. Realmente, no parecía muy feliz con la comida. De hecho, apenas comió nada hasta que saqué la daga de mi abuelo y se la ofrecí para ayudarse a comer.

 

—Andrea —Ashleigh paró de comer en seco y se puso seria—. ¿Es eso...?

—No, no. Es la daga de mi abuelo. Mi madre la llevó a afilar para mi partida, está limpia.

 

Markus se ayudó con la daga para comer, pero después también buscó desesperadamente un lugar para lavarse. Poco después de terminar y de lavarnos las  manos, continuamos el camino por la parte desnuda de la montaña. El camino era mucho más estrecho, el sol ardía en nuestras espaldas y no había bosque para resguardarnos en aquella ladera pelada. Esa parte del trayecto no fue tan alegre como el principio, porque el calor devastador nos mantuvo a todos bastante irritados durante un tiempo. Lopus pasó un buen rato quejándose de lo mucho que detestaba el calor, hasta que dimos con un arroyo donde paró para refrescarse y nos salpicó a todos a propósito.

Ya comenzaba a sentir el increíble agobio y el cansancio y no era tan paciente como en el momento en el que salimos de Revon. Tuve que tragarme mis palabras para evitar gritarle a Lopus, principalmente porque sus otros dos hermanos ya habían saltado a reprocharle su estupidez.

 

—¡Vamos a calmarnos! —Intervine al ver que la discusión comenzaba a irse de madre—. Llevamos un buen rato caminando al sol. ¿Qué tal si descansamos un poco antes de llegar a la posada?

—¡Si descansamos, será peor! —Se quejó Ashleigh—. ¡No puedo más! ¡Me quedo aquí! ¡Que me devoren los osos!

—¡Ya basta, Ashleigh! —Markus intentó calmar a su hermana.

—¡Solo es agua! —vociferó Lopus, pese a que ya nadie se estaba enfrentando a él por habernos mojado.

—¡Vale, vale! —Me impuse, intentando calmar mis propios ánimos, que comenzaban a hacer que me ardiera la sangre—. ¡No queda tanto para la susodicha posada! ¡Solo está un poco más lejos!

—¡Escuchad a la princesa Andreita! —El tono de Lopus sonaba ligeramente burlón y le lancé una mirada molesta.

—¿Princesa? ¡Debo ser la única que no está quejándose porque le duelen las piernas, porque le da asco comer con las manos o porque pega el sol! —Repliqué, hecha una furia—. ¡Igual sois vosotros los princesos y princesas! ¡Ya está bien! ¡Si no podéis seguir mi ritmo, seguid el camino para regresar a Revon!

 

Los tres hermanos se encogieron de hombros. Me di cuenta de que había explotado en el momento en el que Lopus susurró “o solo Andreita está bien”. En aquel momento me crucé  de brazos y me apoyé contra un árbol esperando a que los tres estuvieran listos para continuar.

Era muy injusto. Yo era la más joven. ¡Ashleigh me sacaba seis años y no hacía más que comportarte como una cría! ¡Y Lopus y Markus no estaban siendo mucho mejores! ¿Era esto lo que nos esperaba el resto de nuestra aventura?

Cuando retomamos la marcha, ellos continuaron por detrás de mí, en silencio. Shiver era la única que caminaba a mi lado, con sus andares orgullosos, como si fuera compañera mía en lugar de los Liarflam. Mientras caminaba, me sentía ligeramente más calmada, menos irritada por la actitud que habían tenido los hermanos durante la segunda etapa de nuestra jornada.

Shiver se detuvo en seco mirando hacia la maleza que se levantaba a la derecha del camino. Yo la imité, ignorante de qué significaba aquel cambio tan repentino. La loba emitió un rugido gutural que me alarmó y retrocedí unos pasos antes de que los Liarflam llegaran para respaldarme.

En pocos segundos, Lopus se adelantó, blandiendo una espada corta, y Ashleigh se aproximó a mí preparando su arco. En el momento en el que yo me dispuse a alcanzar la daga de mi abuelo que me había entregado mi madre, sentí cómo alguien tiraba de mí, y todo lo que supe era que, al instante siguiente, Markus me tenía aprisionada en sus brazos, protegiéndome contra su pecho, impidiéndome siquiera mirar lo que estaba pasando.

Pero todo lo que pude hacer fue escuchar algo que perturbaba los helechos y arbustos, seguido de un bufido felino, antes de que Markus relajase los brazos. Tanto Ashleigh como Lopus bajaron sus armas cuando vieron a Shiver poniéndose en una pose juguetona.

 

—Será una broma, ¿no? —Preguntó Lopus mosqueado.

 

Un gatito blanco, pequeño y peludo, se acercó unos pocos pasos al perrazo y osciló sus diminutas zarpitas a varios metros del enorme animal, y cuando este giró la cabeza, el gatito pegó un salto y cayó hacia atrás, antes de salir corriendo y bufando como si estuviera poseído. Tanto Lopus como Ashleigh comenzaron a reírse.

 

—Markus, ya puedes soltarme —anuncié, incómoda.

—Oh, sí, perdona, Andrea —respondió él mientras me soltaba.

—Markus, deberías entrenar mejor a Shiver —Lopus se rió, mientras se agachaba y la loba acudía a él para recibir los agradecimientos de los dos hermanos que estaban al frente—. ¿No decías que rastrear era su fuerte?

—No me culpes por el hecho de que le chiflen las bolitas de pelo. Pero muy bien, habéis actuado muy rápido los dos, aunque fuera una falsa alarma.

—No —interrumpí yo—. No está bien. Markus, ¿qué ha sido eso? ¿Por qué me has apartado de los demás de ese modo?

—Andrea, tú no deberías luchar. Eres demasiado importante.

—¡No! —Le contradije muy disgustada—. ¡No lo soy! ¡Dejad de tratarme así!

—Bueno, tienes que entender que estamos haciendo esto por ti —expuso Markus con un gesto preocupado—. Nos preocupa que ella vuelva e intente hacerte daño...

—¿Oh? ¡Oh, muy bonito! —Exclamé, afligida—. ¡Entonces creo que lo mejor es quedarme viendo cómo os mata a vosotros primero y que me mate a mi después!

 

Markus se quedó sin una respuesta, pero de inmediato acudió Ashleigh en su ayuda, interviniendo con un tono diplomático.

 

—Markus no quería decir eso, Andrea —explicó la hermana—. Queremos hacer esto por ti. No hay nada de malo en que nosotros luchemos mientras tú te pones a salvo.

—¿Me tomas el pelo? —Lopus se puso de mi parte de inmediato—. ¡Si quiere luchar, deberíais dejarla! ¡Podría aprender un par de cosas antes de verse en una situación de peligro extremo!

—¿Qué situación de peligro extremo? —Markus sonó tan extrañado que casi parecía que estuviera tratando a Lopus como un loco que no sabe de lo que habla.

—Bueno... —el hermano mayor del duque se quedó callado durante un segundo, pensando—. ¿Y si nos separamos? Si ella no sabe cómo defenderse, no tendrá ninguna posibilidad.

—Eso es ridículo —Markus volvió a intervenir—. No va a separarse de nosotros. Fin de la discusión.

—Markus, tal vez sí deberíamos dejar que Andrea aprenda a defenderse, por si acaso —Ashleigh intervino tímidamente.

—He dicho que se acabó —Markus sonó tan firme como su madre.

 

Le miré con reproche y me aparté de ellos de nuevo. Ashleigh se apresuró a llegar a mi altura y me dedicó una sonrisa vergonzosa. En realidad, no tenía muchas ganas de hablar, y como imaginé que el tema de la conversación no me gustaría nada, decidí empezarla yo misma.

 

—Oye, Ashleigh, ¿por qué decidiste vestirte de hombre?

—Ah...

—Perdón, no pensé que fuera un tema delicado.

—No, no. Está bien. Lo cierto es que me gustan los pantalones, si pudiera llevarlos todos los días, los prefiero a las faldas y a los vestidos... Pero esta ropa es tan incómoda.

—¿Incómoda? —Pregunté sorprendida. Teniendo en cuenta la ropa que llevaba, tenía que sentirse mucho más cómoda que con cualquier vestido y corsé.

—Sobre todo por las vendas que me oprimen el pecho —se quejó—. Me agobian, pero no me las puedo quitar.

 

Ella suspiró y se encogió de hombros. El resto del camino hasta llegar a la posada a medio camino entre Miriatom y Neruliem lo pasé sola, evitándolos. Los ánimos habían acabado por los suelos después de hacer tanta distancia.

En resumen, había sido un primer día terrible.

Pero, al encontrarnos de frente con el letrero de la posada “La Oronja Pintada”, cansados como estábamos, volvió a renacer la satisfacción entre nosotros, incluso con el olor fuerte que desprendían sus paredes y el estilo rudimentario de su mobiliario de madera oscura, vieja y sin barnizar. En el interior, había una especie de vitrina detrás de la barra con setas e insectos disecados, que iban desde los saltamontes y los grillos hasta una preciosa mariposa de enormes alas de color blanco y con líneas y detalles en marrón que me llamó mucho la atención.

 

—Vaya, si no lo viese con mis propios ojos, no lo creería —anunció la dueña a la llegada de los Liarflam. Tanto Ashleigh como Markus la miraron contrariados—. Jamás pensé que vería el día en el que un noble volviese a cruzar esa puerta.

 

Escupió la palabra noble como si se le hubiese atragantado en lo más profundo de su ser. Lopus se giró y miró a sus hermanos con intención de hablar, pero su gemelo se adelantó:

 

—Vámonos —susurró Markus—. Aquí no somos bienvenidos.

—No, no, lo tengo todo controlado —cortó Lopus de inmediato—. Aún faltan cuatro leguas para Neruliem. Quedaos aquí. Hablaré con ella.

—Lopus, no sé si será lo adecuado —susurró Ashleigh muy nerviosa mirando con suspicacia a la mujer que dominaba detrás de la barra—. Esa señora no parece muy amigable.

—Ashleigh, con esa actitud desde luego que no seremos bienvenidos. Dejádmelo a mí, ¿vale? No perdemos nada por probar, ¿no? ¿O tenéis una idea mejor?

 

Entendiendo el abrupto silencio de sus hermanos como una respuesta negativa, Lopus se adelantó. Curiosa por sus métodos, le seguí hasta estar los dos en frente de la dueña.

 

—Nos vendría muy bien un sitio para pasar la noche —comenzó él con un tono divertido y charlatán—. Venimos desde Revon sin parar, y nos espera un largo camino por delante.

—Tú y tu troupe podéis largaros. Me recordáis a ese pusilánime que era vuestro padre y me dejó bien claro lo que la gente de vuestra clase piensa de lugares como este.

 

Él miró a su alrededor unos segundos y después sonrió con aprobación.

 

—Lo sé, lo sé, mi padre era un capullo, por algo le poníamos estiércol en su estudio cuando menos se lo esperaba. Este sitio no está tan mal, el viejo Lewis no sabía viajar con estilo.

 

Aquello pareció divertir a la dueña, que se rió por lo bajo.

 

—Zalamero. Pero me caes bien, muchachito. Serían doce piezas de cobre por cabeza pasar la noche. Diles a tus hermanos que, si siguen mirando con esos remilgos, para ellos serán veinte dormir en el establo.

—¿Solo veinte? —Preguntó Lopus sorprendido—. Vamos, a ellos les puedes sacar los cuartos. ¡Me están dando un viaje...!

 

La señora comenzó a reírse de nuevo y asintió con la cabeza. Yo hice ademán de reírme también, pero después Lopus continuó hablando con ella.

 

—¿También podrías proporcionarnos una buena comida caliente? ¿Y tal vez una rica cerveza montañesa?

—Para ti, la primera va por la casa —respondió ella con una sonrisa de oreja a oreja—. Además, llegáis justo a tiempo. Esto se va a llenar hasta arriba en muy poco tiempo.

—Con ambiente —se entusiasmó Lopus—. Justo como a mí me gusta. Iré a decírselo a mis hermanos de inmediato.

 

Él se marchó con viento fresco, pero yo me quedé allí, mirando a la dueña de la posada, muy extrañada. Ella se fijó en mí y me preguntó de inmediato “¿y a ti qué te pasa? ¿No vienes con ellos?”

 

—Sí, lo siento mucho —respondí de inmediato, al darme cuenta que me había quedado mirándola—. Solo es que me resultaba familiar.

—Eso es imposible. Llevo toda mi vida aquí y te aseguro que nunca he visto una cazadora elfa como tú en mi vida.

—¿Cazadora elfa? —Pregunté sorprendida.

—Seda de Elvinos, coraza de cuero... La última vez que vi una indumentaria parecida fue cuando ellos pasaron la noche en mi posada.

—¿Ellos? ¿Quiénes?

—Pues el equipo de aventureros de Alecsandros Rodríguez —respondió ella sin más—. Llenaron la posada hasta arriba y la mayoría pasaron casi toda la noche en la cantina. En todos estos años, nunca he visto algo tan prodigioso: gente de todas partes festejando, música de cada rincón de Nevo inundando la estancia, el alboroto, el regocijo...

—¿Qué celebraban?

 

Ella se rió y se encogió de hombros.

 

—Celebraban su vida —respondió con un tono animoso—. Eso es lo que ese pillastre de Alecsandros decía. ¡Qué gran hombre! ¡Un auténtico líder!

 

Los tres Liarflam, que habían estado apartados hablando sobre lo que Lopus había logrado negociar, al oírla hablar de aquello, se acercaron juntos a la barra.

 

—¿Cómo fue?

—Ese día no se me olvidará en la vida. Llegaron escalonadamente. Los primeros fueron él, con dos elfos y —miró hacia los tres hermanos sin muchas ganas y después se encogió de hombros— vuestro padre también. A medida que avanzaba la tarde, todos llegaban. Nunca vi nada parecido, todos tratándole con respeto y hablándole con los honores de un príncipe de Zairon, ignorando al duque de las montañas. Pensé que sería alguna eminencia, y cuando me aproximé para ofrecerle mis respetos, él me ofreció los suyos.

—¿Alguna vez volvió a ver a alguien de ese grupo? —Consultó Markus.

—Naturalmente. Muchos han pasado por aquí en ocasiones. El hombre con el que me casé era de ese grupo y, a menudo, recibíamos visitas de antiguos amigos suyos.

—¿Tal vez podríamos hablar con su marido? —Intentó Markus, con una voz melosamente amable—. Puede que sepa algo acerca de esa aventura.

—No. Es imposible —respondió la dueña violentamente—. Él murió hace tiempo.

 

Lopus miró a su hermano con desgana un segundo.

 

—Lamentamos su pérdida —contestó Ashleigh con empatía. No parecía estar fingiéndolo en absoluto—. No sé si lo sabe: Alecsandros murió hace diez años y esta es su hija. No estamos del todo seguros de cuál era el propósito de su aventura, pero tenemos que continuar donde él lo dejó y no sabemos por dónde empezar...

 

La dueña se inclinó un poco más sobre la barra y me miró con la ceja izquierda enarcada. Me encogí levemente y después esbozó una sonrisa torcida.

 

—Lo siento, sé muy poco de cuáles eran sus intenciones. No quisieron hablar de ello. Ni siquiera mi marido soltaba prenda. Aunque sí hay algo que recuerdo que dijo mi marido cuando regresó... Pese a la muerte de Alecsandros, él parecía lleno de esperanza, y durante semanas repetía que Zairon al fin estaba a salvo, que Rizienella había regresado.

 

Los tres Liarflam y yo compartimos una mirada silenciosa pero interesada. La dueña, después de esto, se apoyó sobre la barra y enarcó una ceja.

 

—Arriba hay cuartos donde podréis pasar la noche. Las chicas podréis pasarla en una habitación de dos camas, vosotros dos tendréis que hacerlo en la comuna de seis —remarcó ella hoscamente—. Detrás de la posada hay una letrina y pilas de agua donde podréis asearos si queréis.

—Muy amable —concluyó Lopus la conversación, comprendiendo a la perfección con las palabras de la mujer que nos había puesto un límite de hasta dónde podíamos llegar con aquella conversación—. Iremos ahora mismo.

 

El mayor de los hermanos se fue de inmediato, prácticamente tirando de los otros dos. Yo les seguí, pero mientras subíamos las escaleras escuchando el tenue refunfuño de Markus, un rápido pensamiento cruzó mi cabeza.

 

—Ah, tengo que bajar un momento.

 

Los tres me miraron sorprendidos por mi súbito cambio.

 

—¿Y eso? —Preguntó Ashleigh con cara de pocos amigos.

—Me acabo de acordar de una cosa. Solo serán unos minutos.

—Bien —respondió Markus, cortando a su hermana, que estaba haciendo ademán de responder—. Podemos dejar tu mochila en el cuarto que compartirás con Ashleigh. ¿Lopus?

 

Su gemelo le miró con los ojos como platos y después se acercó a mí para agarrar mi mochila, pero me aparté de inmediato y respondí que prefería llevarla conmigo, lo que los dejó todavía más descolocados. Bajé, como había dicho, y me encontré a la dueña mirando hacia el expositor que tenía la mariposa.

 

—Disculpe —murmuré, sacándola de su concentración—. Pero creo que ya me acuerdo de usted. Su marido se llamaba Arnoldo, ¿Cierto?

—Sí, así es... ¿cómo lo has sabido?

—Usted encargó un traje hace dos años —dije—. Fue la primera vez que alguien le pidió a mi madre que fuera yo expresamente quien lo hiciera. Era para su marido, ¿recuerda?

 

Ella me miró y se llevó las manos a la boca, emocionada, y sus ojos comenzaron a brillar con ternura y con nostalgia.

 

—Su último traje. Es cierto... Él me suplicó antes de morir que fueras tú... Y fuiste tú. Es increíble...

—¿Por qué es increíble?

—Realmente, realmente eres tú. ¡La hija de Alecsandros, en carne y hueso!

—Sí, pero, ¿eso no lo habíamos dicho antes?

 —Esos Liarflam mienten más que hablan, su lengua es de serpientes. Mi marido me habló de ti, de tu madre. Tú, la hija de Alecsandros, eres...

 

Ella dejó de hablar y negó con la cabeza. Sentí que no quería que continuara hablando de aquello, por lo que cambié de tema.

 

—¿Es cierto que Lewis Liarflam estuvo aquí?

 

Ella se quedó en silencio un segundo y posó su mano sobre la vitrina, frente a la mariposa.

 

—Lo que él hizo —murmuró—. Fue imperdonable. Si solo me hubiese insultado, si tan solo me hubiese humillado, pero ese monstruo fue el que me arrebató la vista en mi ojo derecho.

 

Me fijé más atentamente y descubrí una cicatriz entre las arrugas de su cara. Apenas era perceptible, pero su leve relieve era un poco más grueso que las líneas de edad.

 

—Eso es terrible.

—Tu padre intervino después y me curó. Si no fuera por él, probablemente hubiese perdido el ojo entero. Tu padre tenía un corazón de oro —susurró con nostalgia, mientras unas diminutas lágrimas se desvelaban en ambos ojos—. Él veía la bondad en todo el mundo, incluso en ese monstruo llamado Lewis.

—Sí, supongo...

—Esto nunca se lo he confesado a nadie, pero sé que Arnoldo regresó por vergüenza.  Él era uno de los guardianes de Liarflam y, cuando regresó, supe que mi relación con él nació de la pena.

—¿No era feliz con él?

—Al contrario, ese bribón fue lo mejor que me pasó en la vida. Pero supongo que hay cosas que se van y nunca vuelven. Al igual que tu padre, pequeña. Lo debes estar extrañando muchísimo.

—Hay días que sí —contesté con diplomacia—. Pero hay días en los que me pregunto si le importaba lo más mínimo la gente a la que dejaba atrás. Sobre todo después de un tiempo, me he dado cuenta de que no lo conocía tan bien como pensaba...

 

Ella pasó su mano por mi mejilla con una sonrisa tranquila.

 

—La duda demuestra lo mucho que te importa. Ese sentimiento te hace grande por dentro, y te hará enorme con el tiempo, cuando tus preguntas se conviertan en respuestas.

 

Ella tenía razón: si no me importase, no estaría buscando respuestas; no habría comenzado aquel viaje si no quisiera saber la verdad. Por primera vez, me sentí cercana a mi padre...

Aquellas palabras me hicieron sentir mejor. Cuando subí las escaleras, escuché las voces de los hermanos Liarflam, que estaban hablando muy agitados. Me quedé a la puerta, espiando mientras escuchaba sus voces nerviosas.

 

—… Pero, después de Lapper, no tenemos nada —oí a Ashleigh—. Ahí se acaba el camino, pero esa loca no dejará de perseguirnos.

—Lapper es todo lo que tenemos de momento —respondió uno de los gemelos, supuse que Markus, por su voz cortante—. Pero puede que encontremos más pistas, algo que nos lleve a romper la tradición de Rizien para librar a Andrea de toda esta locura.

—Qué optimista, hermanito —expresó Lopus con fingido entusiasmo—. Seguro que de ahí podemos encontrar un camino que nos lleve directos al mágico reino de los unicornios.

—Cállate, idiota —bufó Markus.

—¿De verdad esto es por ella? —Preguntó Ashleigh con voz seria—. Porque parece que lo estés haciendo por ti.

—¡Lo estoy haciendo por nosotros! ¡Nadie pidió que tú vinieras! ¡Ni tampoco tú, Lopus! —Gruñó él, demostrando que estaba muy molesto— ¡Podría haberla acompañado yo solo!

—Huir solo nos va a poner en más peligro —razonó Ashleigh—. Deberíamos centrarnos en encontrar una solución a largo plazo.

—Estoy con Ashleigh. Si no hacemos algo al respecto, vamos a acabar palmando. ¡Eso me arruinaría la semana! —se quejó Lopus muy molesto.

—¡Ya basta! ¡Los dos! —alzó Markus la voz, después la bajó de una forma tan drástica que apenas pude oírle—. Sí, es cierto, es muy peligroso. Y sí, podríamos morir, es algo probable. Pero ella todavía no sabe nada, me... ¡Me necesita! Y a vosotros también. No quiero que tenga que pasar por esto sola...

 

Los tres hermanos se quedaron en silencio, y suspiré para rebajar la presión que se había apoderado de mi pecho, esperando a que la conversación continuase. Sin embargo, ninguno de ellos dijo nada en un buen rato, por lo que entré sin más y ellos me recibieron cálidamente, como si la conversación de segundos antes nunca hubiese tenido lugar.

Fue entonces cuando me di cuenta de que eran expertos a la hora de engañar a los demás. La energía alegre, despreocupada y entusiasmada que habían mostrado desde el principio no era más que una fachada, algo que utilizaban para que yo no me percatara de su miedo.

 

—¿Dónde estabas, Andrea? —Preguntó Ashleigh con disimulo.

—En el excusado —respondí. Lopus me miró enarcando una ceja y después desvió la mirada.

—Oh, se me ocurre que podríamos mirar ahora lo del traje, ¿no? —La sonrisa de Ashleigh era tan cándida que me parecía mentira lo que acababa de escuchar—. Markus, Lopus, nos vemos luego, ¿vale?

 

Los dos jóvenes se marcharon; en el pasillo, pude oír que Markus se quejaba por tener que dormir en una comuna y a Lopus respondiéndole “ya, ya, que no te vas a morir”. Sin más dilación, saqué de la mochila los otros tres vestidos que tenía y le ofrecí a Ashleigh que eligiera el que más le gustaba. Como había imaginado, ella eligió el que era de color blanco. Cuando se desvistió y vi cómo se ponía el vestido encima de su pecho vendado pese a las quejas que me había confiado aquella tarde, me acerqué un poco y se las desaté por encima del vestido.

 

—¡No! ¡Andrea! —Chilló ella, sorprendida.

 

La miré con las vendas en las manos y ella me miró roja como un tomate.

 

—No tengo corsé —admitió ella, tapándose el pecho muy avergonzada—. ¡Por favor, por favor, devuélvemelas!

 

En sus hombros, por donde había pasado antes la venda, había un relieve. Una marca roja que parecía dolorosa.

 

—No lo necesitas —rebatí—. Con el corpiño será suficiente.

—¡No es así! Me siento desnuda...

—Yo también me sentía así al principio —dije sentándome de nuevo—. Pero dale unas horas. Sin el corsé somos libres y cuando te haya arreglado el vestido, te sentirás mucho mejor...

 

La hermana, aún roja como un tomate, me permitió tomarle las medidas. Con el estuche de costura en la mano, comencé a repasar la forma de sus curvas, marcando con alfileres la forma de su cuerpo para hacerle los ajustes necesarios.

 

—Andrea, sobre lo que dijiste antes, en el río...

—No tiene importancia —respondí un poco ansiosa.

—Sí la tiene. Lo he fastidiado todo. Sé que soy un estorbo, no quería ser un lastre, pero intentaré esforzarme más a partir de ahora.

—Ashleigh, no es eso, de verdad.

—Sé que lo es. Todo lo que sé hacer es meter la pata. Soy ruidosa, torpe y muy poco cuidadosa con lo que digo. Ojalá se me diera bien ser un poco más como tú. Tú eres tan tranquila, tan perfecta...

—¿Me tomas el pelo? Eres como la persona más femenina que he conocido en mi vida, y créeme que no hay nada de bello en ser como yo. Tengo mucho carácter y aún con esas nadie me ha tomado en serio hasta ahora.

 

Tanto ella como yo compartimos una mirada y comenzamos a reírnos.

 

—Estamos tontas —musitó—. Pero sé que mi familia no aprueba mi comportamiento. Esperan que dé una imagen de absoluta perfección. Lo intento, pero siempre que trato de mantener esa cara de ángel... perdón, esa cara inocente de mujercita perfecta... Hay algo dentro de mí que no es feliz. Me cuesta no sentirme como alguien completamente ajeno a mí.

—Bueno, aquí no hay nadie más —comenté—. Solo estoy yo.

 

Ella se rió con alegría y se encogió de hombros.

 

—Por eso te digo que eres perfecta. Tienes mucha paciencia y no tratas a la gente como si fueran moldes o figuras de arcilla.

 

Me senté a su lado y la miré directamente a los ojos, sorprendida. En su forma de actuar y en la positividad que derrochaba con su cándida pero alegre personalidad, nadie diría que ella tuviera ese conflicto interno reconcomiéndola por dentro.

 

—¿Te sientes así con tu familia? —Pregunté anonadada—. ¿Ellos te tratan como si fueras un molde?

—Pero ellos no lo hacen con mala intención —continuó, abochornada, después de asentir con la cabeza—. Sé qué es lo que tengo que ser: por quienes somos, tengo que ser fuerte... pero nadie te dice que cuando eres fuerte la gente piensa que puedes resistirlo todo y que, prácticamente, es tu obligación.

 

Guardé en silencio y asentí, comprendiendo que mi compañera me estaba hablando desde lo más profundo de su corazón.

 

—No puedo imaginarme lo difícil que tiene que ser tener esas responsabilidades... si te sirve de consuelo, yo creo que eres estupenda —aseguré con una sonrisa—. Pero también creo que deberías ser tú misma. Serías mucho más feliz sin una máscara.

 

Ella se rió suavemente mientras se derramaba una única lágrima de sus preciosos ojos.

 

—Nunca pensé que fuera algo tan importante —admitió mientras se reía—. Pero muchas gracias, Andrea. Me siento mucho mejor después de haber hablado contigo.

 

Terminé de entallarle el vestido con alfileres y me aparté un poco, con una sonrisa.

 

—Ya está. Quítatelo con cuidado, no vayas a pincharte o a rozarte.

 

Ella asintió y se lo quitó. Después volvió a ponerse la camisa, esta vez sin las vendas. Se miró una y otra vez y suspiró.

 

—Creo que voy a estar un rato así. Me duelen las marcas que me ha dejado la venda.

—También puedes ponerte el corpiño —pensé—. Está en mi mochila.

—¡Es cierto! —Exclamó, acudiendo a su propia mochila—. Te costó dos monedas de plata, ¿no? ¡Caray! ¡Qué suerte que te reconociera!

—Ah —me alivió ver que se acordaba, me hubiese muerto de la vergüenza si hubiese tenido que pedirle de vuelta el dinero. Mientras ella buscaba su monedero, yo sacaba cuidadosamente el corpiño de mi mochila y lo dejaba sobre la que asumí que sería su cama durante la noche—. Sí, muchas gracias.

 

En el momento en que tuve las dos piezas de plata en mi mano, me sentí mucho más tranquila. Me había costado muchas horas de trabajo en la sastrería el poder ahorrar aquellas propinas y, aunque no tenía mucho en mi bolsita, confiaba en que sería suficiente para subsistir por mi cuenta mientras se me ocurrían formas de conseguir más dinero.

 

—Voy a buscar un lugar tranquilo en el que ponerme a trabajar en el vestido —informé a Ashleigh mientras recogía mi estuche y el vestido marcado—. Nos vemos en un rato, ¿está bien?

 

Ella me dedicó una sonrisa encantadora antes de que yo saliera de la habitación. Me encaminé hacia el piso interior y salí por una puerta trasera. Detrás de la posada estaban las cuadras, erguidas a varios metros de la puerta trasera, por debajo de las copas enormes de los árboles que rodeaban la posada.

Era una hora agradable y un lugar como cualquier otro para sentarme, apartada de todo lo demás y separar mi mente de todo lo que había pasado aquel día. La sombra que me ofrecían amablemente los castaños que abrazaban la posada me ayudó a olvidarme de las rencillas de los tres hermanos.

Sinceramente, poner en práctica las enseñanzas de mi madre me hizo sentir mucho mejor. Casi me transportó de vuelta a la sastrería; casi me sentí como en casa. Mientras le hacía los apaños al vestido, Shiver, que se encontraba descansando en las cuadras, se me arrimó y se tumbó a mi lado, gozando del refrescante aire vespertino junto a mí. Mi mano, de vez en cuando, se escapaba para hacerle caricias y carantoñas; la loba no se movía, pero sí agitaba su cola como una respuesta cómplice.

Al terminar los arreglos, ya al comienzo del atardecer, suspiré y admiré  mi trabajo, orgullosa. Había pasado prácticamente toda la tarde arreglando aquel vestido y, aunque antes de empezar me preocupaba la calidad que tuvieran las costuras hechas tan aprisa, el resultado había sido inesperadamente bueno.

Contenta por mi trabajo y calmada por el frescor del atardecer, llevé mi mano hacia Shiver y apoyé mi espalda contra la pared, perdiendo mi mirada entre la timidez de las hojas y me permití unos minutos de relajación en los que solo estaba yo, acariciando el pelaje áspero pero cautivador del animal.

Y, sin darme cuenta, me quedé dormida.

 

Antes de que todo cobrara la nitidez propia de mis visiones, solo vislumbré borrones verdes, blancos... Y rojos. Tan pronto como pude percibir más allá de las tonalidades, lo primero que vi fueron mis manos, teñidas de carmesí. Pude oír mi voz desesperada, sollozando un nombre: “¿Markus?”.

A pocos metros de mí, tendida en el suelo, Ashleigh estaba completamente inmóvil, con el vestido blanco y el corpiño florido manchados de sangre. Ella no miraba hacia mí, pero algo dentro sabía que... sabía que estaba muerta.

Más allá, vi a Lopus, enfrentándose a Mortinella, con todas las fuerzas que él podía concebir. Había logrado herirla, pero ella seguía en pie, burlándose del joven y de sus fútiles intentos.

Bajé la mirada. En mi regazo sostenía a Markus, cuyos ojos, abiertos de par en par, miraban sin mirar, inexpresivos e inertes...

 

—¿Markus? —Sollocé al despertarme de golpe.

 

Parpadeé repetidamente. Shiver miró hacia mí, alarmada, segundos antes de ponerse en pie y apoyarse contra mí, dándome lametones por toda la cara, como si supiera exactamente cómo me estaba sintiendo en aquel momento. Ella se apartó varios segundos después y se echó frente a mí, mirándome con una expresión entristecida.

Me levanté con una sonrisa fingida y llegué hasta la pila, donde me lavé la cara y me quedé unos instantes contemplando mi reflejo. Sabía que la persona que me devolvía la mirada jamás se equivocaba en sus sueños, que siempre tenía razón al determinar que algo ocurriría.

Ashleigh... Markus...

Me dejé caer al suelo, con derrotismo, y Shiver acudió a mí apresuradamente. Comencé a llorar con fuerza, como si mi sueño ya hubiera ocurrido, como si la tragedia ya hubiese chocado de lleno contra mí.

 

—Lo siento, Shiver, lo siento —mi voz, rota por el dolor como el resto de mi ser, temblaba descontroladamente.

 

La perra se sentó frente a mí con la cabeza gacha. Me quedé así durante un buen rato, acariciando a Shiver, completamente perdida en mis pensamientos. Respiré profundamente y sonreí al final, antes de que me asaltara un pensamiento totalmente nuevo...

¿Y si podía evitarlo todo? ¿Y si podía cambiar el destino? Estaba claro que, mientras estuvieran a mi lado, los hermanos conocerían la muerte prematuramente. En cambio, había algo incierto en el destino, pues si yo no estaba con ellos, nuestro sino jamás cumpliría todos los requisitos para que mi visión se hiciera realidad.

Si yo me iba...

 

—¿Andrea? —La voz de uno de los gemelos me sacó de mis pensamientos de golpe y miré hacia la procedencia del sonido. Era Markus—. Te he estado buscando. ¿Te encuentras bien?

 

Asentí con la cabeza y me recompuse de inmediato, poniéndome en pie. Shiver acudió al joven rápidamente y él, en cambio, se acercó a mí.

 

—¿Has estado llorando? —Preguntó sorprendido—. Tus ojos...

—Me he caído y me he hecho daño—me disculpé fingiendo una risa convincente—. Se me han saltado las lágrimas.

—Deberías ver a mi hermana.

—Solo ha sido un golpe tonto. No le des más importancia de la que tiene.

 

Sus ojos rojos delataban su preocupación. Mirarlos me dolió. Sentí como si fuera a derrumbarme de nuevo, pero me tranquilicé y una fuerte determinación llenó mi pecho: iba a protegerle, aunque eso significara no volver a verle jamás.

 

—Escuché vuestra conversación a escondidas —admití—. No debería haberlo hecho...

—No es lo que parece —susurró él.

—Yo soy la única razón por la que has decidido abandonar Revon —afirmé sin más tapujos.

 

Él no respondió pese a que me mantuve expectante, esperando su respuesta. Su cara se ensombreció. Al no escuchar una contestación, suspiré y me dispuse a entrar de nuevo en la posada, murmurando “entonces estoy en lo cierto”.

Sin embargo, antes de que me diera tiempo a apartarme de él, noté su mano cogiendo la mía. No miré hacia él, aunque sentí como si mi corazón se congelara en mi pecho. El sintiempo nos rodeó de nuevo y todo lo que pude escuchar, por encima del murmullo de las hojas de los árboles, o el viento, o los pasos de Shiver sobre la hierba pajosa, fue su voz entre susurros:

 

—No. Si no hubiera sido por ti, jamás saldría de las montañas. Llevo años rodeado de dudas, sintiendo mi existencia como algo insignificante. Entonces llegaste tú, y comencé a sentirme valiente, grande e importante...

 

Apreté mi mandíbula. Sentí un dolor irradiando desde mi pecho hasta mi garganta, estrangulándome. Noté un temblor al tiempo que intentaba tragarme las emociones que convergían entre ambos.

Y, pese a mi lucha interna, él continuó hablando:

 

—¿Cómo no voy a seguirte cuando me haces sentir así?

 

Me giré para mirarlo de frente. Me dedicó una sonrisa sincera y sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas de nuevo. Su expresión se volvió intranquila nuevamente mientras volvía a preguntarme si me encontraba bien.

Yo, en cambio, no estaba bien. No mientras me miraba, no mientras me sonreía y venía a mi mente la imagen de su rostro sin vida. Quería abrazarme a él y no soltarle nunca, que mi dolor remitiera y poder estar a su lado, pero, a pesar de todo lo que yo quería, tenía que hacer lo que yo consideraba correcto para él.

Mis dedos, casi instintivamente, se posaron en su pómulo afilado y perfectamente esculpido en su rostro, acariciándole con suavidad, descendiendo hasta su mejilla. Su mano ascendió hasta la mía, juntándolas.

Él las llevó hasta sus labios y sentí cómo los presionaba contra mi palma, sin despegar sus ojos de los míos. Mi corazón dio un respingo y se aceleró sin compasión mientras admiraba encandilada cómo él había detenido el tiempo de nuevo con un solo gesto.

Aparté mi mano con cuidado y, con ella, la suya. Me acerqué más a él y él se acercó más a mí. Podía sentir su respiración chocar contra mi cara. Vi que Markus cerraba los ojos, por lo que sonreí estúpidamente y le imité. Esta vez, sus labios encontraron a los míos esperándolos. Por un segundo, no supe qué hacer, pero en seguida su boca reclamó la mía, enloqueciendo por completo a mi corazón. Mis manos ascendieron sincronizadas por su cuerpo y se enredaron en su pelo, en su cabeza, acariciándole con cuidado.

Todo el tiempo que duró aquel beso y que extendieron todos los que continuaron después del primero fue arrebatándome poco a poco cada idea de mi mente, cada miedo en mi pecho y cada duda que invadía mi corazón hasta la unión de nuestras bocas.

Él se apartó de mí lentamente, dejando atrás un regusto dulce, casi afrutado, y entreabrí los ojos, que solo llegaron a atisbar su sonrisa. Alcé mi mirada y volví a centrarme en la suya. Quería grabar cada detalle en mi mente, incluso cómo el destello del atardecer se reflejaba en sus ojos.

 

—Te seguiría a cualquier rincón de Zairon —su voz exaltó aún más mis latidos—. Aunque me llevase toda la vida.

—No tienes por qué seguirme así —pronuncié con suavidad. Él se rió.

—Resulta que es lo que quiero hacer.

 

Hechizada todavía, apoyé mi frente contra su pecho, rodeando su cintura con mis brazos y dejando que él me aprisionara con los suyos. Sentí un enorme amargor cortándome la respiración. Iba a ser muy difícil dejarle atrás sabiendo que estaba enamorada de él.