11 - Preparación



Preparación

Aquella noche no pegué ojo.

Durante las horas posteriores a que mis hermanos y mi madre se fueran a dormir, permanecí allí, inmóvil, complaciendo mis deseos de llorar hasta quedarme sin lágrimas.

Ya no estaba segura de si lloraba por Rizienella, por la humillación que había sufrido aquella mañana, por la ansiedad que me producía la partida o por el dolor que se había apoderado de mi pecho.

Pero ya llevaba un rato a oscuras en el que no estaba llorando, sino repasando en mi mente todo lo que había descubierto durante aquellas semanas. Entre esos recuerdos me lamentaba de muchas cosas que no había llegado a decir, aunque sabía que ya no estaba en posición de decirlas. Hay quien dice que nunca es tarde, y tal vez hubiera gente para la que esas tres palabras sean ciertas, pero lo cierto era que, para todo lo que yo quería decir, ya era demasiado tarde.

El sol comenzaba a verse en el horizonte y me puse en pie. Elevé mi cuerpo pesado y puse todo mi empeño en frotarme los ojos, que me escocían como si me hubieran caído ascuas en ellos.

Cansada, bajé las escaleras y miré a mi alrededor, con la misma sensación que había tenido el día anterior de estar en una casa extraña. Estaba tan confusa que tuve la sensación de oír un ruido, como si algo arañase contra una tabla de madera.

El sonido continuó así por unos segundos, de forma discontinua, hasta que me di cuenta de que no me lo estaba imaginando. Al parecer, algo estaba arañando la puerta que daba al exterior. Mis piernas flaquearon un segundo y estuve a punto de caerme de bruces al suelo.

Me acerqué, dudosa, a la gruesa puerta desgastada con los años. Tomé el pomo con mis manos sudorosas y abrí ligeramente para mirar al exterior. Noté un leve empuje acompañando a un hocico que se asomó por el hueco que había dejado entre la puerta y el marco para curiosear.

Mientras la trufa del animal trataba de reconocer el aroma, dejé un poco más de espacio y del hueco emergió la cabeza entera de Shiver. Terminé de abrir la puerta, pero la perra, en lugar de entrar, se sentó donde estaba y bostezó.

Me arrodillé a su lado, estirando mi mano hacia ella con cautela. No quería volver a asustarla, como había pasado el día anterior. Cuando mi mano estuvo lo suficientemente cerca, se frotó contra ella y sonreí, emocionada.

Puede que me pasara más tiempo de lo que esperaba jugueteando con Shiver, que llegara el momento en el que mi madre se levantó y que me preguntara qué estaba haciendo a la entrada con aquel perraco.

 

—Se llama Shiver —puede que yo respondiera—. Es de Markus, aunque no sé muy bien qué hace aquí.

 

Mi madre me miró enarcando una ceja y después bostezó, aún adormecida.

 

—¿Cuándo vendrán los Liarflam? —Preguntó con un tono ligeramente fastidiado en la voz.

—No tengo ni idea.

—Solo por hoy, voy a decirles a tus hermanos que vengan conmigo. Si se quedaran en casa, puede que se metieran en medio.

 

Me reí. Estaba totalmente de acuerdo. Además, otro motivo por el que prefería que no anduviesen espiando era evitar que supieran lo peligrosa que sería en realidad aquella aventura. Mi madre volvió a bostezar y me pidió que fuera a despertarlos mientras ella preparaba el desayuno.

Antes de cerrar la puerta, aparté un poco a Shiver para no hacerle daño. Seguramente mi madre pondría el grito en el cielo si entraba en casa, por lo que era  mejor prevenir...

Subí las escaleras con una energía que no era la mía. Al llegar a la habitación de mis hermanos, abrí la puerta con cautela y me acerqué primero a la cama de mi hermana. Ella dormía a pierna suelta. La desperté con suavidad y ella se sentó en la cama mientras se frotaba los ojos.

Leonardo, por el contrario, fue otra historia.

 

—Leo. Despierta —le llamé con el mismo cuidado con el que lo había hecho con mi hermana.

 

Mi hermano ni se inmutó. Alis me miraba desde su cama con expresión ausente.

 

—Venga, perezoso, en pie —intenté de nuevo, más alto, tratando de no molestarle, sabiendo que si lo hacía lo tendría de un humor de perros el resto del día. Mi hermano entreabrió los ojos y bufó—. Madre quiere que vayáis con ella.

—Yo quiero dormir —se quejó mi hermano, girándose.

—Vamos, Leo. Te quiero abajo en cinco minutos.

 

Por toda la casa, se oyó un fuerte aullido que hizo que mi  hermano se incorporase de un bote.

 

—¿Ahora lobos? —Exclamó sorprendido.

—Es Shiver, la perrita de Markus. No sé por qué está afuera.

—¿Cómo es posible que Markus esté en todos los saraos? —Leo parecía irritado de nuevo mientras se dejaba caer en la cama.

—Cinco minutos —le recordé ignorando su pregunta.

 

Bajé de nuevo, Alis bajó conmigo. La puerta estaba abierta, al contrario de cómo la había dejado yo. La perra, no obstante, seguía sentada a la puerta y miraba al interior de la casa con tranquilidad. Noté que, a pocos metros de ella, había un hueso tirado en el suelo y, aunque no le di mucha importancia, le pregunté a mi madre.

 

—¿Le has dado tú ese hueso?

—Sí, pero parece que no lo quiere, ¿no? —Mi madre miró hacia el animal un segundo mientras untaba una rebanada de pan con nuestra mermelada casera—. Es una preciosidad.

 

Mi hermana quiso acercarse a acariciarla, pero la perra se levantó y se apartó un poco, tal y como había hecho conmigo la primera vez. Mi hermana pareció un poco decepcionada.

 

—No pasa nada, Lissie, solo la has asustado un poco —expliqué y me junté a ella, extendiendo mi mano en dirección a Shiver. Tardó unos segundos en reaccionar, pero después vino y se puso a reconocer el aroma de mi hermana, que comenzó a reírse con suavidad.

—Su narizota me hace cosquillas —tan pronto como la perra le dio un lametón en la mano, mi hermana exhaló, derritiéndose por la felicidad—. ¡La quiero mucho! ¿Se puede quedar aquí para siempre?

—No digas esas cosas, tendrá que volver con Markus —me reí.

—Niñas, entrad a desayunar —nos llamó mi madre. Después miró hacia el hueso y resopló desalentada—. Menudo derroche. Andrea, cielo, ¿puedes recoger el hueso del suelo?

 

Mi hermana entró corriendo mientras yo me acercaba a recoger el hueso. Tan pronto como entró en la casa, mi madre la interceptó y la mandó a lavarse las manos al barreño.

Tan pronto como tuve el hueso en la mano, Shiver se acercó a mí con interés. La miré extrañada y le mostré el premio que le había dado mi madre, a lo que ella respondió moviendo la cola y relamiéndose. En el momento que se lo di, se apartó un poco y comenzó a roerlo en el jardín.

 

—Parece que Shiver ha cambiado de opinión respecto al hueso —comenté mientras entraba en casa y pasaba a lavarme las manos con mi hermana en el barreño.

 

Mi hermano bajó y curioseó desde la puerta al animal en el exterior, antes de entrar a la cocina y compartir el desayuno con nosotras. Había un aire alegre al desayunar, diferente. Por una vez, todos éramos parlanchines y reíamos en la mesa.

Mis hermanos acompañaron a mi madre a la sastrería sin rechistar. Definitivamente, sabían lo que estaba pasando, pero mi madre y yo éramos demasiado obstinadas como para confirmárselo.

No sabía cuándo vendrían los hermanos, pero sí sabía que lo más probable era que me fuera a la sastrería al terminar nuestra reunión. Tras vestirme con mi vestido color blanco roto, de cuello alto de encaje y cintas en aguamarina, bajé a la puerta y me senté con ella abierta. El libro de “Nos vemos en el camino” en mis manos parecía pesar más que nunca...

Shiver seguía entretenida con su hueso mientras yo abría la página por el cuento en el que me había quedado la última vez que había leído. Era el cuento del caballero, y mi mente, reclamando mi atención absoluta, regresó al recuerdo de Markus diciéndome que aquella era su historia favorita.

Sonreí y empecé a leer con atención. Casi podía sentir que fuera su voz la que comenzaba a leerme el cuento, suave y reposada, su tono amable y dulce, su musicalidad harmónica, pianissima.

 

Aquella era la historia de un hombre bueno y generoso. Vivía siempre preocupado por los demás, ayudando en todo cuanto podía, pues sabía que él había sido mucho más afortunado que otros al nacer en una buena familia. Toda la gente le adoraba y le respetaba por su gran corazón, pero un día alguien se aprovechó de él, alguien en quien confiaba enormemente le usurpó toda su fortuna y huyó en la oscuridad de la noche. Esto le causó un gran dolor, hasta el punto en el que su melancolía le acabó llevando a la muerte.

La muerte sabía que la naturaleza del hombre siempre había sido caritativa y bondadosa, pero ella detestaba a todo ese tipo de gente porque infundían esperanzas en los demás. Sorprendida de que un hombre así, en un arrebato, se quitase a sí mismo la vida, ella pensó en castigarlo por entrometerse entre ella y sus víctimas. Así pues, le ofreció un trato: él debería seguir en el mundo como un espíritu, atormentado y errante por el resto de la eternidad a menos que eligiera maldecir por primera vez, momento en el que ella volvería a por él y le dejaría descansar en paz.

Y ella le explicó que entonces tendría que poner su mano sobre el corazón de aquella persona y decir “maldición”. Le dijo que aquello mataría a esa persona, que suplantaría su lugar como espíritu errante.

Durante años él vagó solitario por el mundo, y en lugar de utilizar sus manos para maldecir, las ponía sobre el pecho de la gente y murmuraba “bendición”, lo que hacía que la gente se sintiera mejor, afortunada y tranquila, pero aquello enfureció más y más a la muerte, y descubriendo el punto débil del hombre, lo llevó hasta el lugar donde vivía el hombre que lo había traicionado.

Por primera vez en su existencia, el hombre bueno sintió la ira apoderarse de su cuerpo y siguió al traidor, decidido a acabar con su vida. Tenía la intención de matarlo donde viviera, en el lugar que se habría construido con toda la fortuna del buen hombre. Y siguiéndolo, fue a parar a su casa, una chabola miserable que le sorprendió, pues con todo el dinero que había robado bien podría haber vivido perfectamente en un castillo, en un palacio.

Sin embargo, al entrar en la casa, descubrió que su mujer llevaba años enferma, y que lo único que la había mantenido con vida durante todos aquellos años fueron los remedios que médicos de todo el mundo le habían proporcionado, pero ninguno había podido curarla realmente, solo alargar su dolorosa vida.

Conmovido y aliviado de todo el dolor que le había pesado durante años, sintiendo una enorme vergüenza al pensar en lo que había pensado hacer, él posó su mano sobre el pecho de la mujer, y con la misma convicción con la que siempre lo había hecho, murmuró “bendición”.

Y aquella bendición fue tan grande y tan sincera que logró un milagro que nadie había podido lograr: sus manos curaron a la mujer de su constante agonía, y ella y su marido pudieron empezar de cero. La muerte estaba furiosa, y regresó al hombre diciéndole que haría cada día su existencia más y más miserable, pero él, con una sonrisa, posó sus manos en el pecho de la muerte y murmuró de nuevo “bendición”.

Y, según las leyendas, el espíritu seguiría vagando por el mundo, ayudando a las personas que, en medio de la desesperación, están por cometer alguna locura.

 

—Bendición —susurró la voz de mi amigo y me sacó de mi concentración. Miré hacia él sorprendida y quise lanzarme contra sus brazos, con mis ojos encharcados en las lágrimas causadas por la triste historia.

 

En su lugar, miré hacia él y me froté los ojos, riéndome con suavidad.

 

—Esta historia es tan triste —murmuré.

 

Él me sonrió de vuelta y se sentó a mi lado. Al mirar hacia sus ojos rojos, mi corazón dio un vuelco y desvié la mirada, nerviosa. Deseaba mirarlos sin descanso, pero me aterraba hacerlo y que él notara el brillo ilusionado de los míos.

 

—¿Qué tal estás? —Preguntó.

—Algo nerviosa —admití—. Tengo la sensación de que no sé qué estoy haciendo...

 

El silencio nos rodeó, pero no era uno de esos silencios incómodos de no saber qué decir, sino uno de esos agradables silencios en los que sobran las palabras.

 

—He tomado una decisión —anunció.

—¿Hm?

—Voy a acompañarte en tu aventura.

—¿Ehh?

 

Miré hacia él completamente perdida. De hecho, estaba prácticamente segura de no haber escuchado bien lo que él acababa de decir. Él extendió su mano y llevó uno de los mechones de mi pelo hacia detrás de mi oreja.

 

—Perdón por no haberme dado cuenta antes. Mi corazón no podía con toda la negatividad que lo tomó preso —su sonrisa se volvió amarga unos segundos—. Mi indecisión probablemente te haya hecho sentir menospreciada.

—¿Quieres decir que... vendrás conmigo?

—Prefiero viajar contigo buscando respuestas a quedarme en la jaula. Puede que nunca las encontremos, puede que vaguemos sin rumbo durante años, pero este viaje nunca tuvo ese fin, ¿verdad? Este viaje es por ti.

—¿Por mí?

—Quiero deshacer todo lo que escribieron nuestros padres y que nosotros pongamos nuestras propias palabras en su lugar. Quiero ir contigo sin seguir el sino que el antiguo duque decidió para mí, ni guiarme por una sensatez constrictora. Creo que en Lapper podremos encontrar al guardián del templo para que realice ese ritual, la desvinculación, y así librarte de ese nombre y de todo lo que ello implica.

 

Volví a mirarle a los ojos y, sin poder contenerme más, le abracé, al borde de las lágrimas. El joven recibió mi abrazo y me lo devolvió, atesorándome entre sus brazos. El hueso que le dimos a Shiver, bajo sus constantes mordiscos, emitió un sonoro crujido que alertó a Markus, quien miró en su dirección y se puso en pie de inmediato, deshaciendo nuestro abrazo.

 

—¡Shiver! ¿De dónde has sacado eso? —La perra soltó el hueso y se quedó sentada, mirando hacia Markus—. ¡Mal! ¡No se come fuera de casa!

—¡Perdón! —Me disculpé de inmediato—. Se lo dimos nosotros. No sabíamos si darle algo.

 

Markus retiró el trozo de hueso y después miró hacia mí. No parecía molesto, pero sí un poco contrariado.

 

—No, la culpa es mía. La acostumbré a tu olor dándole premios, es normal que acepte comida viniendo de ti —explicando esto, acarició al animal detrás de las orejas—. Solo procura no volver a hacerlo... Nunca dejo que coma nada que no le dé yo: me preocupa que alguien con malas intenciones trate de envenenarla para hacerme daño.

—Entiendo. No volveré a hacerlo, te lo prometo.

—Aunque, siendo tú, no me preocupa tanto.

 

Shiver se puso alerta y se fue corriendo hacia la verja. Lopus y Ashleigh aparecieron segundos más tarde. Al ver a la perra allí y levantar su vista hacia Markus, se quedaron parados, obviamente incómodos.

 

—¿Ashleigh? ¿Lopus? —su hermano parecía confuso.

—¿Pero qué haces tú aquí? —Preguntó Lopus abriendo la puerta de la verja, autoinvitándose a entrar.

—Esa, tal vez, debería ser mi pregunta.

 

Ashleigh entró detrás de su hermano, con un paso elegante y gracioso.

 

—No íbamos a dejar que Andrea se fuera sola —contestó Ashleigh mientras caminaba—, mucho menos después de lo que nos contaste.

—Además, fue un poco como nuestra decisión —Lopus sonaba ofendido—. De todos modos, ¿qué estás haciendo tú aquí?

 

Los ojos escarlatas del joven duque se mostraron atónitos.

 

—No sabía que vosotros... Es decir, yo también voy a acompañar a Andrea.

 

Ashleigh se quedó casi un segundo anonadada por el impacto de la noticia y después sonrió con entusiasmo. Lopus, por el contrario, bajó la cabeza y emitió un “ugh” lleno de frustración.

 

—¡Esto es fantástico! —La hermana de Markus parecía aún más emocionada que antes—. ¡Markus, me alegro muchísimo!

—Solo intenta no ser una carga para los demás, ¿vale? —Lopus gruñó desencantado.

—¡Vamos, no seas así! —Ashleigh le cogió el brazo y tiró de él para acercarse más a nosotros—. ¡Si tú mismo decías que sería raro si Markus no viniera con nosotros!

 

Miré hacia los tres. Cada una de sus personalidades brillaba con fuerza. Lopus miraba a su hermano Markus con fastidio, mientras él le devolvía una mirada severa. Ashleigh, por su parte, sonreía abiertamente y trataba de calmarlos a ambos, pintando y repintando la idea del viaje como una aventura sin igual. Mientras discutían, me reí por lo bajo.

 

—Estaba preocupada —admití en el momento en el que los tres dejaron su discusión para mirarme—. Me daba miedo salir de aquí con la actitud solemne de quien se marcha a la guerra.

—Con estos dos juntos, la guerra va hacia ti —Ashleigh se rió de nuevo—. Pero estoy segura de que saldrá bien. No creo que tengan ganas de vernos enfadadas.

—Eso es una amenaza —Apreció Lopus en voz alta. Su hermana le guiñó un ojo y entramos los cuatro en mi casa.

 

Lopus se apoyó en la pared de mi salón, con los brazos cruzados. Su hermana se sentó en el diván delante de él, nosotros tomamos asiento frente a ellos.

Mientras hablábamos de lo necesario para el viaje, Markus nos escuchaba sin decir nada. Miré hacia él en varias ocasiones, invitándole a añadir algo, pero siempre negaba con la cabeza y esbozaba una sonrisa tímida.

Ashleigh y Lopus hablaban de botas, de ropas elásticas, livianas y cómodas, de provisiones para sobrevivir días si fuera necesario. Por suerte, yo podía hacerme con todos aquellos materiales sin gastar mucho: podría utilizar algunas botas viejas de mi padre y preparar tarros de frutas en almíbar. Lo único que me llevaría más tiempo era la ropa, pero era hija de una sastre: no me preocupaba en absoluto.

 

—Deberíamos llevar un mapa —recordé.

—Estaba esperando que lo propusieras —Markus parecía entretenido.

—¿Vamos a algún sitio concreto? —Ashleigh estaba jugueteando con su pelo mientras nos preguntaba—. Pensé que viajábamos sin rumbo fijo...

—Bueno, no es exactamente algo fijo —expliqué—. Pero podría ser un punto de partida. Hay un templo en Lapper que, hasta donde sabemos, era el destino del viaje en el que nuestros padres murieron.

—¿Puedo proponer una cosa? —Lopus se apartó de la pared, adelantándose—. Tomemos esa referencia y vayamos en dirección contraria.

—Lopus, prefería el tú que solo hablaba para dar parte de los materiales que necesitaríamos —le desairó Markus descaradamente.

—No creas que a mí no se me había ocurrido —continué la broma de su hermano, como un toque de atención—. No acabaron precisamente bien, que digamos.

—Tomáoslo un poco en serio —el duque sonó mucho menos duro que antes, aunque sí parecía levemente molesto.

 

Sin embargo, con todo el intercambio de ideas que tuvimos entre Ashleigh, Lopus y yo principalmente, llegamos a coincidir en todas las cosas que necesitaríamos y las cosas que nos vendrían bien. Fue divertido, para mi sorpresa: mucho menos grave de lo que me había imaginado que sería.

Markus, a medida que avanzaba la conversación, intervenía menos. Al final, cuando nos pusimos a resumir todo lo que habíamos decidido, él lo apuntó todo y admiró su nota con orgullo.

 

—Me encargaré de todo —anunció.

—A todo esto, Markus —Lopus sonaba curioso—, ¿cómo es que al final te decidiste a unirte?

—Se me ocurrió que este grupo necesitaba al menos una persona capaz de pensar racionalmente —Markus habló con evidente sarcasmo, pero su hermano se puso rojo de la rabia.

—¡Serás!

—Pero, ¿cómo piensas hacerlo? —Interrumpió Ashleigh—. ¿Qué vas a hacer con Revon?

—Madre se encargará. Me ofreció ocupar mi lugar durante el tiempo que no esté aquí. Hasta entonces, lo prepararé todo para que a nuestra partida ella no tenga que hacer gran cosa.

 

Ashleigh miró de soslayo hacia la puerta del salón y suspiró. Parecía como si, repentinamente, hubiera perdido todo su ánimo y energía naturales.

 

—¿Crees que regresaremos a tiempo para la ceremonia de compromiso de Mina?

 

Mis ojos se centraron en ella y me quedé sin palabras. Existía la posibilidad de que no pudieran regresar nunca... ¿Acaso no se daba cuenta?

 

—Desde luego —Markus sonrió con tranquilidad. Mi mirada saltó hacia él y se llenó de preocupación. ¿Él tampoco lo entendía?

—¡Si tenemos suerte, puede que volvamos aprovechando el viaje de Teban Mile! —Se rió Lopus—. Volveremos antes de que te des cuenta, hermanita.

 

A partir de ese instante, el desasosiego creció en mí. Los tres hermanos se reían, parecían entusiasmados. ¡Ya ni siquiera se veían las diferencias entre los gemelos! Estaban rebosantes de ánimo, de ganas por comenzar aquel viaje. Me sentí nauseabunda y no pude decir lo que quería decir.

No saqué fuerzas para decirle a Ashleigh que podrían pasar años hasta que pudiéramos regresar, ni alzar mi voz para que Markus comprendiera que aquel iba a ser un viaje largo y sin un destino claro, ni mucho menos mencionar que, pese al optimismo de Lopus, un paso errado podría llevarnos a una muerte cruenta y temprana.

El miedo ocupó una parte muy importante de mí ese día y los que le sucedieron.

Por si eso fuera poco, mi madre y mis hermanos actuaban como si cada día fuera una despedida, como si, tras mi partida, las posibilidades de que regresara fueran remotas o inexistentes.

Según habíamos acordado, nos iríamos al séptimo día desde que tuvimos aquel primer acercamiento. Al tercer día, sin embargo, Markus apareció por la tarde en mi puerta y me invitó a acompañarle. Mi familia ya sabía que él me acompañaría, pero eso no fue excusa para que, mientras me iba con él, mi hermano le atravesara con la mirada desde la ventana del salón. Markus venía solo, sin sus hermanos, sin Shiver.

 

—Estoy un poco impaciente —admití. El albino me miró con una sonrisa de lado.

—¿Sí? Parece mentira.

—Bueno, intento que no se me note —me azoré, víctima de la intensidad de su mirada—. Solo espero que todo salga bien...

—Pese a que huir puede no ser la estrategia más elegante, cuanto más nos alejemos de Revon, más difícil será que ella pueda encontrarnos.

—¿Tú crees?

—Ella no puede saber hacia dónde nos dirigimos, ni qué caminos tomamos. Con cada cruce, sus posibilidades de dar con nosotros disminuirán.

—Pero tal vez ella sepa que vamos hacia Lapper.

—¿Tal vez debamos tomar un camino más largo, entonces?

 

Markus se paró y se quedó mirando hacia mí. Parecía tranquilo.

 

—Pase lo que pase, haré todo lo que esté en mis manos para protegerte.

—Pero, ¿por qué? ¿Por qué estaríais dispuestos a abandonar vuestro hogar por alguien como yo?

—Soy el duque de estas tierras y, pese a todo, jamás las he llamado mi hogar —respondió él—. No al menos hasta que tú decidiste acercarte a mí. Hasta ese entonces, no había conocido el valor de la amistad y de la pertenencia.

—Es verdad... Tú también te has sentido como yo.

—Desde que tengo memoria, cualquiera que haya tratado alguna vez conmigo lo ha hecho ocultando su verdadera naturaleza. Todos querían complacerme, pero al mismo tiempo, evitaban acercarse demasiado a mí. Creo que tenían miedo. Miedo de que yo siguiera los pasos de mi padre.

 

No me había parado a pensar en ello. Markus, incluso después del largo luto al que fue condenado, había heredado desde muy joven un título que le apartó por completo de la gente. Incluso sus hermanos habrían vivido situaciones similares pero, sin duda, la peor parte había caído sobre él.

 

—Hasta que te conocí a ti, nadie se había atrevido a gritarme a la cara, ni a echarme de su casa —él se rió, parecía divertirle el recuerdo de aquella disputa—. Incluso sabiendo quién era yo, has continuado tratándome como a cualquier otro: sin saludos estúpidos ni florituras estrafalarias.

—Creo que eso solo prueba mi ignorancia —respondí, roja como un tomate.

—Prueba que tu amistad es sincera —sonrió, feliz. Mi corazón se puso nervioso— y eso me da fuerzas.

 

No supe qué responder. Mi mente se había vaciado de absolutamente todo lo que no fuera su expresión al decir aquello: inocente, rebosante de felicidad. Incluso sus ojos acompañaron la curva de sus labios...

 

—¿Qué puedo decir? —Me reí, bromeando.

—Hm... ¿No deberías ser tú quien elabora sus propias respuestas? —Markus continuó mi broma, cruzándose de brazos, con un tono sarcástico en su voz.

—¿Solo por esta vez? Así podré hablar como tú.

—¿Como yo? —Sonó sorprendido.

—Algo así como... ¿poético?

 

Él se quedó pensativo, pero esta vez de verdad. Tal vez no estaba bromeando cuando se sorprendió porque yo remarcara que él hablaba de forma diferente a los demás. Me sentí ligeramente avergonzada hasta que él comenzó a reírse.

 

—¡Nunca lo había pensado!

 

Comencé a reírme y él se unió en seguida a mis risas. La última vez que me  había reído tanto parecía tan lejana...

Markus me llevó a uno de los zapateros locales —un señor mayor que cuando entró el duque se estiró con orgullo y al verme a mí con él torció la cara durante un instante apenas perceptible— y lo presentó como un artesano de su confianza. El hombre lo recibió con honores y apremio, aunque pareció ignorar mi presencia a propósito.

 

—Mi amiga Andrea necesita unas botas nuevas.

—¿Eh? —Tanto el zapatero como yo nos sorprendimos.

—Como mecenas de esta expedición, voy a encargarme de que tengas solo lo mejor. No voy a escatimar en gastos —después miró al artesano, que se había quedado paralizado por la impresión—. ¿Confío en que estén listos en breve?

—Podría tener las botas de... la señorita para dentro de una semana, alteza.

 

Markus puso una expresión divertida durante un segundo.

 

—Edmundo, creo que no me he explicado bien —su tono sonaba ligeramente más seco, lo suficiente para que el zapatero cambiase su energía altiva por una nerviosa y desamparada—. Ella viene con nosotros. Seguimos teniendo planeada la partida para dentro de cuatro días; ni un día más, ni un día menos.

—Es imposible...

—¿Y qué podrías hacer tú para que fuera posible?

—Markus, es solo una semana —le interrumpí, él levantó la mano pidiéndome silencio, sin mirarme, mientras continuaba intimidando al hombre. Aquella actitud, como hija de una artesana, me ofendió—. ¡No puedes apresurar el trabajo artístico! ¡Tal vez deberíamos salir más tarde, o incluso prescindir de esas botas!

 

Markus se volvió con una expresión contrariada. El zapatero suspiró, aliviado.

 

—Podría adaptar unas botas que ya estén hechas a sus pies, Alteza. Podrían estar listas para dentro de dos días.

—Por fin nos entendemos, Edmundo —Markus sonrió y se sentó—. Quiero que sean de la mejor calidad, por eso te doy permiso para utilizar uno de mis pares.

 

El zapatero accedió y Markus me dedicó una sonrisa complacida, pero a juzgar por lo rápido que desvaneció la sonrisa de su rostro, mi mirada se estaba clavando en él con rabia. No necesitaba palabras para entender lo poco que me había gustado su forma de actuar con Edmundo y el silencio inundó la sala mientras el zapatero tomaba las medidas de mis pies.

Al terminar, volví a calzarme mientras Markus me miraba inquieto. Salimos de la tienda y continué sin hablarle unos minutos hasta que paramos en la plaza del mercado.

 

—No es digno de que salgas en su defensa —empezó a hablar—. La forma en la que te miró me hizo hervir la sangre...

—El trato que yo reciba no te da derecho a amenazar a la gente así —respondí con firmeza—. ¿No ves que eso te lleva a reducirte a tu nivel?

—No es necesario que pongas la otra mejilla con gente así —Markus no parecía enfadado, pero sí que sonaba un poco más apagado que antes.

—Creo que no te has dado cuenta, pero yo soy artesana, Markus. La gente me habla así todo el rato, pero piensa, ¿no te molestaría verme amedrentada por alguien que me está hablando como tú le hablaste a él?

 

Él elevó la mirada unos segundos y después asintió con la cabeza.

 

—Tienes razón. Me he extralimitado al usar mi estatus como arma...

 

Me sentí mucho mejor al ver que lo entendía. A veces era difícil lidiar con Markus, sobre todo en situaciones como aquellas en las que nuestras diferencias sociales se volvían tan obvias.

 

—Mandaré a Lopus a recogerlas para no volver a perder los estribos con él.

—Está bien, puedo ir yo misma. Además, como tu madre me invitó a visitarla, podría aprovechar el viaje y llevar las vuestras también.

 

Markus accedió a regañadientes. El resto de la tarde estuvimos hablando, paseando por los alrededores de Revon. Tardó un buen rato en volver a relajarse, pero al terminar la tarde, volvimos a reír como lo hicimos al principio, a compartir nuestra impaciencia por el viaje, a imaginar lo que nos esperaba más allá de las montañas.

Él, que ya había estado lejos en más ocasiones, no quiso revelarme nada. Sus ojos brillaban con optimismo y, en ocasiones, me quedaba embelesada admirándole. Me preocupaba la forma en la que me perdía en su risa, en su mirada, en cualquier cosa que me llevase a ver al Markus que yo conocía.

Mis días en Revon estaban llegando a su final. Con cada amanecer, mi corazón se aceleraba más, sabiendo que la partida era inminente. Dos días después del encargo de las botas, tal y como le había prometido a Markus, regresé a la zapatería a recoger el pedido. Al entrar por la puerta, noté que su actitud hacia mí había cambiado y me temía que tuviera miedo de las represalias del duque.

 

—Gracias —el zapatero musitó mientras me probaba las relucientes botas de cuero.

—¿Gracias por qué?

—Por hacer entrar en razón al duque —me ayudó a ajustar las botas adecuadamente y tomé nota mental de cómo lo hacía—. No se puede apresurar el arte, y un encargo tan rápido me habría puesto en un apuro.

—Lo sé, mi madre pertenece al gremio de sastres. Estos trabajos tan repentinos normalmente se los reparten en las diferentes casas del gremio. En Revon solo hay tres zapaterías y, si las otras dos estaban ocupadas con las botas de los hermanos de Markus y usted se encargaba de hacer sus pares, no había ninguna casa disponible para hacer unas botas totalmente nuevas en menos de tres días.

—Así es.

 

El hombre, pese a todo, me miraba con desconfianza. Mis botas eran altas hasta las rodillas, atadas con cordones y con unos pliegues en la parte superior que servían como decoración. La rigidez del cuero nuevo me resultaba un poco incómoda, acostumbrada a mis zapatos usados. Con las botas puestas, me puse en pie y caminé por la tienda. Estaban hechas a medida, y aunque aún me resultaban incómodas, no cabía duda de que habían sido elaboradas con materiales de primera calidad.

En la caja que iba a llevar a la casa de los Liarflam, vi unas botas idénticas a las que yo llevaba. El zapatero me recomendó llevármelas puestas y utilizarlas al día siguiente también, para asegurarme de que no me hicieran daño durante un largo trayecto.

 

—Nunca me han hecho daño unos zapatos nuevos.

—Nunca has tenido que andar por los caminos para los que se hicieron esas botas. Solo puedo decir que, adonde quiera que vayáis, tened mucho cuidado.

 

Las ominosas palabras del zapatero me dejaron mal cuerpo para el resto del día. Con las botas puestas y mis zapatos en la bolsa de tela que siempre llevaba conmigo, llevé la caja con las botas de los Liarflam de camino a su mansión.

El jardín era enorme y estaba repleto de plantas y flores de todo tipo. Desconocía sus usos, pero estaba segura de que cada una de ellas lo tendría. Conociendo a Mina y a Ashleigh, todo serían plantas medicinales.

Mientras caminaba, oí voces, y decidí seguirlas por uno de los caminos de piedra que llevaba a un pequeño claro en el que estaban Mina y el hermano menor de Markus... ¿Eric, era?

El niño me percibió de inmediato y pegó un bote antes de cobijarse al amparo de su hermana mayor. Mina miró en mi dirección y me saludó amigablemente.

 

—Hola Andrea. Perdona el recibimiento, estaba instruyendo a mi hermano.

—No te preocupes. Perdón por interrumpir...

—¡Estoy aprendiendo los nombres de las plantas! —Exclamó el chico con efusividad desde detrás de su hermana.

—¿Aprendes los nombres de las plantas?—Respondí alegremente—. ¡Eso es estupendo!

—No me subestimes —se quejó el niño mirándome con mala cara.

—Eric, eso ha sido maleducado —le riñó su hermana con firmeza—. Discúlpate de inmediato.

—Pero es que...

—Elige bien tus palabras, pero te advierto que no hay nada que pueda excusar el responder así a una persona.

 

El chico miró a su hermana con reproche. Por la mirada, me recordó a mi hermano a punto de iniciar una disputa Yo me acerqué más, un poco avergonzada.

 

—No pretendía sonar condescendiente —aseguré—. Lo digo en serio, yo no sabría distinguir un pino de un abeto.

—¿Oh? —El chico pareció sorprendido—. Entonces, lo siento.

 

Estaba segura de que el niño no estaba impresionado en absoluto. Al menos eso era lo que su tono decía al disculparse. Noté cómo me ponía roja como un tomate y preferí escapar en aquel momento, cuando tenía la oportunidad.

 

—Estoy buscando a Markus... o a vuestra madre.

—Markus se marchó temprano, pero madre estaba con Ashleigh preparando un botiquín. Estarán en la botica, ¿sabes dónde está?

—¿Te refieres a la cabaña con relieves? ¿La que está llena de botes y tarros?

—Sí, esa misma —Mina se rió con encanto.

 

Me despedí de ellos. Los dos hermanos hicieron lo mismo, el niño con mucha más energía que su hermana mayor. Regresé por el camino y mientras contemplaba las flores y plantas del inmenso jardín, trataba de recordar por dónde se llegaba hasta el lugar al que me había llevado Ashleigh para curarme el brazo.

Me di cuenta de que no podía recordar nítidamente el camino. Aunque logré dar con el lugar, me sentí nerviosa y desolada. No había pasado siquiera una semana, pero los recuerdos de aquella tarde que estaba segura de que me perseguirían hasta mi tumba estaban tan difuminados que apenas podía recordar nada desde el momento en el que conocí a Lopus Liarflam.

Me torturé unos segundos, tratando de vislumbrar en mi mente el recuerdo de la mujer que me atacó. Traté de recordar su figura, pero estaba segura de que lo que me venía a la mente no se correspondía con la realidad. Me pasó lo mismo con su cabello, con su vestimenta. Había algo en mí que estaba segura de que la recordaba pero, por otra parte, nada de lo que me venía a la mente parecía... cierto.

Sus ojos eran...

¿Grises?

Recordaba perfectamente unos ojos grises, gélidos y amenazantes clavándose en mí, helándome la sangre...

¿Helándome la sangre? No... No podía ser. Aquella era la sensación contraria a lo que había sentido durante el ataque. Había notado cómo me ardía la sangre en las venas, cómo el fuego inundaba mi cuerpo.

Suspiré. Era inútil pensar en ello en aquel momento. Solo conseguiría amargar las pocas horas que me quedaban antes de la partida. Tras recomponerme, llamé a la puerta de la caseta. Seguidamente escuché la invitación de Katherine Liarflam desde el interior.

Entré un poco abrumada. Madre e hija me recibieron en la caseta como si fuera una más de la familia. Ashleigh tomó la caja con las botas y las inspeccionó fascinada.

 

—¡Me encantan! ¡Son perfectas! —Sonaba tan jovial que no pude evitar sonreír.

—Perdón por venir sin avisar —me disculpé.

—En absoluto, Markus nos avisó de que vendrías hoy —Katherine sonaba tan imperiosa como siempre, sin traicionar a su energía sublime y elegante—. Por favor, acepta sus disculpas. Aún le queda mucho que preparar antes de vuestro viaje, por lo que no podrá recibirte durante el día.

—Lo imaginaba —admití, un poco nerviosa. Por un lado era así, pero por el otro, me sentía inquieta al estar allí sin tenerlo a mi lado apoyándome. A fin de cuentas, solo conocía al resto de los Liarflam superficialmente.

—Ashleigh, confío en que puedes terminar los preparativos tú sola, me gustaría poder hablar con Andrea —Katherine se dirigió a su hija con suavidad, la chica asintió alegremente—. Trata de no abusar de aquello que no te será tan útil.

—Por supuesto—Ashleigh sonaba un poco avergonzada.

 

Katherine me invitó a salir con ella y la acompañé por el jardín. Ella me llevó hasta la casa principal en absoluto silencio, mientras mi preocupación y mi inquietud se acrecentaban con cada paso.

La mansión era una enorme construcción en una piedra blanca y pulida. El diseño arquitectónico de la fachada principal era magnífico: lo conformaban las columnas cuyos capiteles tenían motivos florales esculpidos con muchos detalles. Los relieves de las paredes y los capiteles estaban bañados en policromías plateadas que reflejaban la luz del sol, haciéndolos más exquisitos y fantásticos.

En el portón de madera clara también había una representación en bajo y medio relieve de las montañas, pero en lugar de estar cubierta en un metal precioso, estaba pintada con una pintura blanca, traslúcida, que mostraba la perfecta calidad de la madera. Aquella puerta parecía antiquísima, pero estaba tan bien conservada que mantenía todos los relieves y detalles como si fueran nuevos.

También vi que, sobre la puerta, había un escudo de armas. Lo reconocí como el mismo emblema que tenía la corona de Markus, el escudo de armas de la familia Liarflam: la serpiente y el conejo, los mismos símbolos, pero sin la joya central y bañados en la misma plata que el resto de detalles de la fachada.

 

—No me sorprende en absoluto tu visita —anunció Katherine—. De hecho, llevaba días esperándote. Imagino que los preparativos te hayan tomado bastante tiempo.

—Aún no he terminado de creérmelo —admití, arrepintiéndome de inmediato—. ¡Quiero decir...! ¡Ha sido todo tan rápido!

—Tranquila, entiendo tu nerviosismo como una muestra de impaciencia, no como la presencia de la duda —la mujer abrió la puerta de la mansión y acto seguido me invitó a entrar—. Pasa.

 

El interior tenía un blancor absoluto similar al exterior. La primera estancia en la que entramos tenía un tamaño colosal que me sobrecogió. Todo el suelo marmóreo reflejaba el resto de la sala, iluminada con la luz del sol que dejaban pasar los ventanales más altos. A cada lado había dos puertas completamente blancas, y unas escalinatas que subían al piso superior.

Katherine me guió hasta una de las puertas, la segunda a mano izquierda, donde había un salón sofisticado cuyas paredes estaban ocultas detrás de numerosas esculturas que representaban dríades, sílfides y ninfas de todas las clases. Los asientos eran dos sofás enfrentados, pero con el suficiente espacio como para tener una mesa baja entre ambos. Estaban tapizados con telas bordadas en colores que, por sí solos, inclusos unos ojos entrenados en las diferentes tonalidades como los míos los habrían percibido en un principio como blancos, pero que juntos le daban un toque de color a una habitación que sin ellos habría sido prácticamente monocromática.

Blanco impoluto, sin imperfecciones, sin suciedad, sin nada que destacase ni colores que sobresaltasen por encima de otros. Estaba segura de que aquella habitación debía ser un remanso de paz, tranquilidad y reposo, pero, por el contrario, a mí me producía la sensación de no pintar absolutamente nada allí.

 

—Toma asiento. Volveré de inmediato.

 

Katherine se marchó dejándome completamente sola en aquella habitación. Me senté en el sofá, prácticamente acurrucada en una esquina del mismo, mirando hacia las estatuas que parecían estar riéndose de mí. Todas, en sus poses mágicas y etéreas, pertenecían a aquella casa absolutamente blanca y, aunque no tenían vida, sus miradas se clavaban en mí.

De hecho, lo recordé todo acerca de aquella mujer que me había atacado días atrás. Recordé su voz, su risa estridente, su apariencia que bien podría haber formado parte de aquellas estatuas perfectas que me rodeaban.

Y sus ojos verdes, amenazantes, felinos y llenos de odio.

Traté de retomar mi compostura antes de que Katherine regresara. En su mano tenía un artilugio con aspecto gastado que dejó sobre la mesa antes de sentarse frente a mí. Lo admiré, extrañada. Era una forma prismática, con una esfera de cristal en el centro bajo la que había unas agujas como las de un reloj que parecían flotar en algún líquido transparente. Pero en aquel momento no se movían, por lo que no podían ser manillas.

 

—¿Nunca habías visto una brújula, Andrea?

—No —me encogí ligeramente, avergonzada.

—Siéntate recta —ordenó, obedecí casi por instinto. Me asusté ligeramente—. Vas a tener que mejorar mucho más que tu valor si pretendes conseguir que tu camino te lleve a buen puerto.

—Lo siento —susurré.

—Esa no es la actitud que espero de alguien que en dos días partirá con mis hijos en una odisea como la que os espera —Katherine volvió a regañarme con dureza. Sentí que me quedaba sin aire, pero ella suavizó ligeramente su expresión—. Mis hijos decidieron seguirte. Has atraído su curiosidad, pero no por eso puedes confiarte.

 

Sus palabras me abrumaron un poco. Bueno, mucho. Le habría recordado en aquel momento que, de todos, yo era la más joven, pero me aterraba su respuesta.

 

—Como hija de quien eres, espero que demuestres entereza. Quienes te acompañan son mis hijos.

—Lo haré lo mejor posible.

—No será suficiente teniendo en cuenta sus diferencias. A menudo, tendrás que ser tú quien tome las decisiones más difíciles. Incluso siendo la más joven, tendrás que saber llevarlos en la dirección correcta. Y espero que tengas en cuenta que, si les pasara algo, tu mejor opción sería no regresar a Revon nunca.

—¿Eh?

 

La mirada de la duquesa ya no era cordial. Por el contrario, sentí que me estaba amenazando. Asentí con la cabeza, intimidada por la mujer que tenía ante mí, a lo que ella respondió relajando un poco su postura.

 

—Te enseñaré cómo utilizar una brújula. Acércate.

 

Me senté a su lado, más por miedo a sus reacciones que por propia iniciativa y ella me explicó lo que eran los puntos cardinales y cómo encontrarlos con la ayuda de la brújula. Me habló de lo que encontraría al norte, de lo que encontraría al sur y de cómo podía dejarme llevar por el camino que me mostraban las agujas bajo la esfera de cristal.

 

—Habrá veces que sigas el camino que otros han andado antes que tú. Pero id con cautela. No sois los únicos que los seguirán.

 

No dije nada. Apenas hablé. Ya no estaba asustada, como al principio, sino fascinada por el conocimiento que tenía la duquesa de Revon.

Los métodos en los que me instruyó Katherine me hicieron ver más allá de su actitud regia. Conocía demasiado bien el fin de aventurarse sin un destino, aleatoriamente, sin pensar en llegar a ninguna parte. Aquello no era un conocimiento que me esperara de una duquesa, pero mi interés se intensificó con cada cosa que me mostraba y cada explicación que me ofrecía.

En aquel momento, me di cuenta: habría dado lo que fuera por escuchar la historia de aquella mujer. De entre todos los Liarflam que estaban envueltos en un misterio impenetrable el suyo era, sin lugar a dudas, el más intrigante de todos.

Pero no me atreví a preguntarle. Eso fue algo de lo que me arrepentiría durante el resto del viaje. Delante de mí tenía a alguien que poseía un conocimiento inmenso acerca de lo que a mí más me interesaba del mundo. Fui ridícula al no hacerlo y me fui de aquella casa sabiendo mucho más, pero sintiéndome como si no hubiese sacado partido a todo lo que ella podía enseñarme.

Mi último día en Revon lo pasé con mi familia, con mi madre y mis hermanos, haciendo poca cosa más que hablar. Mi hermana quería un recuerdo de cada lugar por el que pasara, mi hermano me dijo que con que volviera de una pieza sería suficiente.

No hubo novedades. Lo agradecí en el alma. Llevaba días demasiado preocupada, preparándolo todo, temerosa de que me faltase cualquier cosa esencial, algo que pudiera cambiar por completo mi juego en caso de que las cosas se torcieran.

La noche cayó sobre Revon tan rápido que sentí como si apenas hubiera amanecido. Mis hermanos se fueron a dormir y yo me senté frente a mi escritorio, con el diario que había adquirido en Sidlo durante mi última visita al mercado. Mientras escribía la primera entrada de mi cuaderno de bitácora, mi madre llamó a la puerta y me levanté para abrir. Ella entró con sus manos cargadas con ropas

 

—Cierra la puerta —susurró pasando hasta la cama, donde dejó todo lo que llevaba—. Tus hermanos podrían despertarse.

 

Hice lo que me pidió y después me uní a ella, mirando las extrañas ropas que había sobre la cama. Ella se pavoneó, orgullosa, por lo que imaginé que serían su creación.

 

—¿No es esta la maravillosa seda de Elvinos? —Pregunté con sorna.

—No querrás llevar nada que no esté hecho con esa tela nunca más —me advirtió.

 

Me reí mientras cogía uno de los vestidos pero, inmediatamente, mi cara se volvió un cuadro. Aquel vestido era sencillo pero... ¡corto! ¡No me llegaría ni por las rodillas!

 

—¡Madre! —Exclamé escandalizada. Ella me hizo un gesto para que bajase la voz, y así lo hice—. ¡No puedo llevar esto! ¡Es demasiado revelador!

—No vas a llevar solo eso —respondió ella mostrándome unas mallas con cintas de cuero en las piernas—. Cariño, sé que estas ropas son extrañas, que nunca has visto nada semejante, pero las he creado pensando en diseños que he conocido más allá de estas montañas.

—Supongo que me darán más libertad que un vestido...

—Y que un corsé —añadió ella.

—¿¡No voy a llevar corsé!?

 

Ella se rió y me mostró algo que parecía una faja, pero que era mucho más rígido y que estaba hecho de un cuero oscuro. Mi madre dijo que aquello era una coraza, por lo que la miré unos segundos sin convencimiento y ella me instó a que me lo probase todo junto.

Y he de decir que era mucho más cómodo de lo que me imaginé en un principio. Por un lado, podía moverme con total libertad. Por el otro, las telas eran vaporosas y livianas y apenas se notaban sobre mi piel. La coraza era lo que más incómodo me resultaba pero, en comparación con cualquier corsé, no era para nada molesta.

Mi madre parecía contenta y se sentó en mi cama con una expresión emocionada en el rostro.

 

—Voy a extrañarte muchísimo, cariño...

—Yo a vosotros también, madre.

 

Me senté a su lado y ella suspiró, conteniendo las ganas de llorar. Segundos después, recompuso su tono de voz.

 

—No te separes de los Liarflam, asegúrate de aclarar bien la ropa cuando la laves —repentinamente, sonaba mucho más seria que antes—. Si dormís en comuna, no te quites las botas ni dejes la mochila en cualquier parte. Sé comedida, pero no demasiado: no permitas que los Liarflam no te dejen hablar y...

—Madre, todo saldrá bien —me apresuré a añadir—. Tendré cuidado, he leído suficientes historias como para saber que tengo que evitar a gente sospechosa y bosques oscuros.

—Ya lo sé. Ya sé que eres muy lista —respondió con retintín—. Solo intenta pensar bien antes de actuar.

—Lo haré, madre...

 

Con mi madre aún en mi habitación, comencé a meter las prendas en la mochila, salvo el conjunto que me había probado. Al hacerlo, se me pasó por la mente llevar, al igual que Ashleigh llevaba un botiquín, algunas cosas de costura, pero antes de que pudiera decir nada, mi madre me entregó un estuche en el que había unas tijeras, hilos de varios tipos, agujas y alfileres.

Me reí por lo bajo mientras lo colocaba al fondo de mi mochila, justo al lado del tomo de “Nos vemos en el camino” y del cuaderno de bitácora de mi padre. Antes de que cerrase la mochila, también me entregó un paquete alargado, envuelto en una tela raída.

El corazón me dio un vuelco. Por la forma, sabía que me estaba dando un cuchillo. Yo misma había guardado la daga con la que Mortinella me había atacado una semana atrás en mi mochila. Estaba allí. Acababa de verla. No podía haberla cogido... ¿me habría descuidado?

Mi madre entendió mi repentina palidez y nerviosismo como algo mucho menos serio: que me aterraba tener un arma en mi  poder.

 

—Sé lo que estás pensando. Espero que no tengas que usarla nunca, pero prefiero que la lleves, que te protejas en caso de que te amenacen. Yo...

—La guardaré con cautela —prometí mientras deshacía el envoltorio que la cubría y contemplaba el arma. Tenía un acabado sencillo, tanto la empuñadura como la funda: tenían una capa de color negro que solamente mostraba el bronce del que estaban hechas por las partes en las que estaba desgastada. Quité brevemente la funda para ver que la cuchilla estaba en un estado límpido, sin mellas ni imperfecciones. De hecho, parecía recién afilada.

 

—Tener un arma no significa que debas usarla —me dije a mí misma.

—Si es con el fin de protegerte, úsala —respondió mi madre. Yo pasé mi mano por la enorme V grabada en sendas caras de la funda—. Perteneció a mi padre.

 

Jamás había conocido a ninguno de mis abuelos. Todos ellos habían muerto antes de mi nacimiento y mi madre rara vez hablaba de ellos. Antes de que pudiera decir nada, ella se puso en pie.

 

—Mañana es el gran día. Tendrás que irte a dormir ya.

—Sí. Terminaré lo que estaba haciendo y me iré de inmediato.

 

Mi madre miró hacia la mesa y torció ligeramente el gesto.

 

—Ni siquiera en la víspera de tu gran partida dejas los libros para descansar.

—No —me reí—. Solo que esta vez seré yo quien cuente la historia.

 

Mi madre se rió antes de salir por la puerta, dándome el último “buenas noches” que me daría en mucho tiempo. Antes de acostarme, me senté frente al escritorio y comencé a escribir. La pluma pareció moverse sola sobre el papel mientras dejaba que las palabras fluyeran, llenas de anticipación.