13 - Deserción



Deserción

Cuando regresé a la habitación, Ashleigh me recibió amigablemente. Ella estaba comprobando unos pequeños viales que guardó rápidamente en un estuche de encaje antes de que yo dejara el vestido en su cama y me sentara en la que supuse que sería la mía.

La hermana mayor de Markus se quedó mirando el vestido, impresionada.

 

—Eres  increíble —alabó—. Es imposible que lo hayas logrado en solo una tarde.

 

La joven miró hacia mí con una enorme sonrisa. Aunque yo en ese momento no estaba realmente en la conversación. Ni siquiera estaba muy segura de encontrarme en la habitación con ella. Es decir, que había luces, pero que no había nadie en casa.

Ella se probó el vestido junto con el corpiño que habíamos adquirido en Miriatom y se comprobó de arriba abajo, con las mallas puestas. En aquel momento logró llamar mi atención y me quedé mirando hacia ella, sonriendo al ver lo bien que le sentaba la combinación.

 

—¡No me lo creo! —Exclamó con alegría.

—Te está como un guante —aseguré.

—¡Tus manos, Andrea! ¡Tus manos valen oro! —Ella llegó hasta mí y me cogió de las manos, sonriéndome abiertamente—. ¡Gracias! ¡Gracias, una y mil veces!

—No es para tanto —me ruboricé.

 

Ella, sin embargo, parecía darle una importancia enorme a todo el gesto en sí. En verdad, mientras me elogiaba sin parar me estaba haciendo sentir horrible, precisamente porque sabía que en pocas horas me obligaría a mí misma a dejarlos atrás, a abandonarlos para protegerlos de mi predicción.

 

 —¿No tienes hambre? —Pregunté, tratando de cambiar de tema—. ¡Yo me comería una vaca entera!

—Ahora que lo dices —observó, cayendo en mi treta—, iré a buscar a mis hermanos. ¿Quieres esperarnos abajo?

 

Me levanté y me dispuse a salir de la habitación cuando alguien llamó a la puerta y entró Lopus. Ashleigh emitió un sonido satisfecho.

 

—Bien, ya encontramos a Lopus. Solo nos queda Markus.

—¿Cómo? ¿Que no está con vosotras?

 

Ashleigh se sorprendió. Su hermano se cruzó de brazos, obviamente molesto, y bramó:

 

—¿Markus en su mundo, como si nada fuera con él? ¡No! ¡Seguro que me tomas el pelo! ¡Las malas costumbres nunca mueren! ¡De verdad! ¿Qué demonios le pasa?

—¿Cuál es tu problema? —Pregunté repentinamente irascible.

—¿Mi problema? Bueno, pues tal vez que sé que yo soy el idiota al que le va a tocar salir a encontrarlo.

—Estará con Shiver —respondí. De hecho, estaba segura de que se había quedado allí mientras yo regresaba a la habitación para disimular nuestro encuentro.

—¡Ya lo sé, lo sé! —Lopus parecía estar demasiado alterado, rozando la rabia. Casi daba miedo porque había algo extraño en su comportamiento. No habría sabido decir el qué, pero me ponía los pelos de punta e incluso me dio un escalofrío—. Bajad abajo y esperadnos en una mesa. Cuando vuelva quiero ver una cerveza delante de mí.

—Si lo prefieres, bajamos arriba —se burló Ashleigh con una risita. Su hermano entornó los ojos con su respuesta.

 

El gemelo se fue y noté cómo la habitación recuperaba rápidamente el ambiente tranquilo, pese a que tanto Ashleigh como yo compartimos una mirada desazonada. Las dos nos levantamos y salimos. Ashleigh cerró la puerta con una llave pequeña y me quedé mirando hacia ella. Cuando se giró y me vio allí plantada, de pie, se rió con vergüenza.

 

—¿Qué pasa?

—No, nada —desvié la mirada. Tenía que hacerme con aquella llave de una forma o de otra o, por lo menos, conseguir que Ashleigh la descuidara cuando estuviera conmigo por la noche.

—Ya se empieza a oír bullicio —comentó Ashleigh, mirando hacia las escaleras con preocupación. En efecto, subiendo por ellas se oía el eco de las risas y el barullo que gobernaba en el piso inferior—. ¿Crees que habrá mucha gente?

—La parte de la taberna es amplia, no lo descartaría.

—Aparte de nuestra habitación, tienen otras tres comunas. Este lugar parece muy concurrido, da un poco de miedo.

—Menos mal que tenemos una llave —apunté.

—Pues sí.

 

Bajamos las escaleras y nos encontramos de frente con todo el bullicio. En el interior de la posada había ya varios hombres embriagándose, tanto ellos como el ambiente, que comenzaba a apestar a alcohol fuerte. Todos nos miraron al acceder a la taberna y, mientras la mayoría volvieron a clavar sus ojos en sus bebidas, otros tres comenzaron a vocear groserías. Ambas nos encogimos ligeramente, aterradas por la lascivia en sus miradas.

 

—¡Ya está bien! —Les paró la dueña—. ¡Nadie aquí necesita aguantar vuestras sandeces! ¡Callaros o llevaros ese lenguaje donde sea apropiado!

 

Tras la riña de la dueña, los tres hombres se callaron y volvieron a sus asuntos. En el momento en el que la dueña vino a tomarnos la nota, Ashleigh alzó la mirada.

 

—Gracias —dijo Liarflam aún amedrentada, como yo.

—Estos perros son mucho ladrar, no les hagáis caso —aconsejó la posadera—. ¿Qué os pongo?

—Cuatro cervezas —respondió Ashleigh de nuevo. En el momento en el que la dueña se giró, me miró un segundo—. ¿Puedes sentarte en una de las mesas del fondo?

 

Yo asentí y me aparté para guardar el sitio más lejano a los hombres que nos habían lanzado improperios cuando entramos. Después me quedé mirando hacia Ashleigh, intranquila. Estaba tan nerviosa que no me di cuenta de que alguien se me había acercado hasta que tomó asiento frente a mí y pegué un bote.

Aquel hombre ocultaba su cara bajo la capucha de una capa totalmente negra. Aunque no podía distinguirlos del todo, sus ojos estaban clavados en mí y bajo las sombras de su vestimenta brillaban tanto como los de un felino atento al momento exacto para arremeter contra su presa.

 

—V... Váyase, por favor —murmuré sin fuerza en la voz. Tras las vejaciones de unos instantes atrás, estaba aterrada. Él se inclinó sobre la mesa y comenzó a susurrar.

—No deberías haber salido de Revon. Ahora eres vulnerable.

 

Miré aterrada al hombre que tenía delante de mí. Mi cuerpo estaba paralizado del miedo. El hombre frente a mí aprovechó mi mudez para decir algo más:

 

—No confíes en los descendientes de Liarflam.

—¿Quién es usted? —Preguntó Ashleigh al regresar, con una voz imperiosa.

 

Me levanté de inmediato y me escondí rápidamente detrás de ella, quien en seguida notó que no era un amigo y se irguió con una pose aún más amenazante. Aquel hombre esbozó una sonrisa desganada en el momento en el que Ashleigh se acercó un poco más a la mesa, dejando las cervezas y repitiendo su pregunta con impaciencia. Acto seguido, él se levantó y se enfrentó a ella con una presencia mucho más imponente que la de la joven. Era bastante más alto que ella y tenía un aura mucho más oscura. Incluso su voz sonó mucho más conminatoria que la de mi amiga cuando espetó cada una de sus palabras como si le asqueara el dirigir su voz hacia ella:

 

—Eso no es de tu incumbencia, Aaron.

 

La joven se quedó muda, pálida y afligida. El hombre le dedicó una sonrisa cruel antes de apartarse de nosotras y de salir de la posada. Ashleigh, que había logrado mantener algo de su compostura, se sentó con la misma expresión que se le había congelado en la cara.

 

—¡No puede ser! —Sollozó ella. Su voz temblaba de puro pánico y sus ojos brillaban llenos de lágrimas.

—Ashleigh, tranquila.

—¡No estoy tranquila! ¡Engañar sobre el propio género es un delito serio!

—Ashleigh, no sabemos quién es ese hombre. Aunque te acusara de algo... ¡cálmate! —Ashleigh se estaba llevando las manos a la cabeza, haciendo verdaderos esfuerzos por no romper a llorar—. Es tu palabra, la de tus hermanos y la mía contra la palabra de un borracho.

 

Ella respiró profundo repetidas veces y después asintió con la cabeza.

 

—Es cierto —comprendió ella—. Tienes razón. No sé qué me ha pasado...

—Ha sido un día muy largo y duro —razoné, sentándome a su lado—. Estamos bajo mucha presión.

—¿Cómo lo haces? ¿Cómo puedes ver lo bueno en todo?

—Si no lo hiciera, me hundiría.

—¿Y no tienes miedo?

—Estoy aterrada. Pero voy a permanecer fuerte, ¿vale? Por ti y por tus hermanos.

 

Ella no dijo nada, pero de inmediato entraron los gemelos por la puerta trasera. Markus y yo compartimos una mirada y una sonrisa mientras Lopus se sentaba y le pegaba un trago largo a una de las cervezas.

 

—¡Deliciosa! ¡Gracias, Sumire! —Exclamó en voz alta.

—¡No hay de qué, majo! —Respondió la posadera desde la barra.

 

Su gemelo miró hacia la barra sorprendido y después dirigió sus ojos hacia su hermano, que se relamía después de haber probado la cerveza.

 

—¿Ya os llamáis por el nombre de pila?

—Mientras tú estabas desaparecido, yo estuve haciendo mis deberes —anunció Lopus mientras le lanzaba una mirada furtiva a Markus—, intentando averiguar más sobre los amigos de Alecsandros Rodríguez.

—¿Descubriste algo nuevo?

—Aparte de las numerosas visitas temporales, hay un habitual —mencionó Lopus bajando la voz—. Alguien que, al parecer, vive en las montañas.

—¿Y su nombre? —Su hermano se mostró muy interesado.

—No me lo dijo, seguiré intentándolo... Pero parece que lleva un par de semanas sin aparecer por aquí.

—¿Creéis que le habrá atrapado Mortinella? —Preguntó Ashleigh. Me puse repentinamente tensa al escuchar ese nombre.

—Es una posibilidad —Markus giró la cabeza hacia su hermana y se escandalizó de inmediato al verla vestida con la ropa que yo había estado arreglando. De inmediato, su voz se volvió un susurro precipitado y acusatorio—. ¡Ashleigh! ¿Estás loca? ¡La dueña podría reconocerte!

 

Los tres, simultáneamente, se quedaron paralizados un segundo y miraron hacia Sumire, desconcertados. La mujer limpiaba la barra mientras hablaba con uno de sus clientes sin percatarse de sus miradas.

 

—Je. Una habitación para las dos chicas —Lopus parecía entusiasmado más que molesto—. Sumire es una leyenda.

—¿Cómo se ha dado cuenta? —Preguntó Ashleigh con nerviosismo.

—¡No has sido precisamente discreta! —Markus miraba a su hermana con dureza—. ¡Te lo advertí! ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Agua pasada no mueve molino —intervine poniéndome en defensa de Ashleigh—. Si no ha dicho nada hasta ahora, no creo que diga nada.

 

Los tres hermanos se quedaron en silencio, evidentemente incómodos. Cogí la jarra de cerveza frente a mí y miré hacia la blanca espuma con interés. Olía muy fuerte, pero no me disgustaba. De hecho, era un olor fragante que despertaba mi apetencia.

 

—¿Nunca has probado la cerveza, Andrea? —Ashleigh cambió de tema.

—No. Solo he bebido el vino especiado que prepara mi madre y en ocasiones sidra caliente —expliqué.

—También es tu primera vez bebiendo cerveza, ¿verdad, Markus? —Lopus se rió entredientes—. Es la bebida del pueblo, ¿qué opina su alteza?

—Huele un poco fuerte —comentó con desgana mirando a su bebida.

 

Mientras Lopus trataba de instar a su hermano a que diera un trago largo, yo comencé a beber de mi jarra. Al principio el fuerte aroma dio paso a un sabor inesperado, amargo y resinoso. Después de mi primer trago, dejé la cerveza de nuevo en la mesa con un regusto silvestre y vegetal en mi paladar.

 

—¿Y bien, Andreita? —Lopus me miró enarcando una ceja.

—Está muy buena.

 

Lopus miró a su hermano con una sonrisa pícara. Estaba claro que le estaba retando. Markus le dio un sorbo a la suya y torció el gesto asegurando que no le gustaba. Su hermano soltó una risotada.

 

—¿Qué ha sido eso? ¡Ni siquiera la has probado! ¡Dale un trago de verdad! ¡No estás bebiendo té!

 

Markus se mostró enfadado con su gemelo y después le dio un trago más largo. Al terminar apartó la cara y dejó la bebida de nuevo en la mesa, alejándola de sí. Estaba asqueado por el sabor, pero mantuvo la compostura y no hizo ningún aspaviento.

 

—¿Y bien?

—No me gusta. Es muy amarga —respondió el duque en voz baja.

—Como tú —se rió Lopus pegándole un lingotazo a la suya.

 

Sumire trajo a nuestra mesa una pota con un puchero de garbanzos y carnaza. Nos ofreció cuencos y cucharas de barro que Markus agradeció enormemente. Estábamos tan hambrientos que mientras comíamos no les oí volver a protestar como habían hecho en Miriatom. Lopus intentó picar de nuevo a su hermano, que lo ignoró por completo.

La comida era excelente, lo mejor para recuperar fuerzas para el día siguiente. Durante un buen rato, llegué a olvidarme de cuáles eran mis planes mientras compartíamos en la sobremesa nuestras expectativas de la siguiente etapa y mientras Lopus se servía de la pota su segundo cuenco.

Terminé la cerveza antes de terminar la comida. Lopus ya iba por la segunda cerveza —la que su hermano había dejado abandonada después de darle su primer y único trago— y por su tercer cuenco de potaje. Ashleigh  me miró sorprendida al ver mi jarra vacía y después se rió.

 

—Si bebes demasiado rápido te pasarás toda la noche yendo y viniendo del baño —informó.

 

La miré un instante y me volvió a la cabeza de pronto mi plan de escapar por la noche. Por supuesto, aquella era la excusa perfecta para pedirle a Ashleigh guardar yo misma la llave de la habitación antes de ir a la cama.

 

—Perdón, es que estoy sedienta —comenté.

—Hay que arreglar eso de inmediato —respondió Lopus poniéndose en pie y acercándose de nuevo a la barra.

 

Cuando regresó con nuestras bebidas, le dejó a Markus un vaso de vino especiado delante, a lo que Markus respondió desviando la mirada, ligeramente incómodo, pero añadiendo un tímido “gracias”. Pasamos un buen rato hablando. En una ocasión, recorrí la taberna con la mirada, buscando al encapuchado que nos había estado molestando al principio de la velada. Al no encontrarlo me tranquilicé bastante y continué bebiendo y charlando con los hermanos.

Pronto empecé a sentir los efectos diuréticos de la cerveza y tuve que levantarme para salir a las letrinas. Markus salió de la posada conmigo, esperándome a la puerta, cerciorándose de que nadie con malas intenciones se acercara a mí mientras yo cruzaba la pequeña distancia entre la trasera y la letrina.

Mientras tanto, no acostumbrada a beber en cantidad ni de forma habitual, yo ya estaba un poco afectada por el alcohol.  Además, estaba segura de que aquella cerveza era mucho más fuerte que cualquier cosa que hubiese bebido antes.

Tras salir de la letrina, tropecé, pero logré mantener el equilibrio. Markus se unió a mí y rodeó mi cintura con uno de sus brazos, juntándome más a él.

 

—Tal vez hayas bebido suficiente por hoy.

 

Asentí con la cabeza y me reí estúpidamente. Era consciente de que si continuaba bebiendo acabaría pillando una cogorza increíble.

 

—¿Está bien si nos quedamos al aire libre un poco? —Preguntó.

—Estoy bien —aseguré.

—Prefiero estar contigo a solas, donde no nos vean mis hermanos —susurró con una cadencia suave y delicada que me hechizó.

 

Me tomó de la mano cuidadosamente y me dedicó una sonrisa arrebatadora que disipó cualquier parte de mi mente que no hubiese caído bajo su embrujo. La luz tenue del farol que iluminaba la parte trasera de la posada se reflejaba en su pelo y, cuanto más nos alejábamos del foco, más irreal le hacía parecer.

Recorrimos los terrenos que rodeaban la posada y, en el costado de la misma, nos sentamos en la hierba que durante el verano no había sido tan castigada gracias a la sombra que la propia edificación le brindaba durante las horas más cálidas. Allí compartimos un agradable silencio mientras admirábamos juntos el cielo estrellado. El de aquella noche lo recuerdo como el más hermoso, tal vez por el entusiasmo de la aventura o por la persona que me acompañaba.

Me giré levemente para mirarle y nuestros ojos se encontraron. No pude controlar mi sonrisa, tal vez no quise hacerlo. Markus invadía toda mi mente. Regresando mi atención hacia el cielo estrellado, apoyé mi cabeza en su hombro y respiré profundamente para calmar a mi corazón revolucionado.

Sentí su mano escalar por mi pelo, tocándolo con lentitud. Sus manos eran grandes, pero muy suaves y me acariciaban con una delicadeza que, por la ligereza de su tacto, casi parecía que lo hiciera con plumas en lugar de con sus dedos.

Una ráfaga de viento repentina me hizo estremecerme y me incorporé, mirando hacia él. Aquel mismo viento le había despeinado, metiéndole todo el pelo en la cara. Le sonreí y le aparté los mechones que caían por delante de sus ojos hacia detrás de una de sus orejas. La rocé solo un instante, pero noté algo que me llamó la atención. Algo que le recorría la oreja, como una cicatriz...

 

—Lo siento —se disculpó apartándome la mano, cohibido—. Mis orejas no son bonitas como las tuyas.

—¿Tienes una cicatriz? —Pregunté en voz muy baja—. ¿Cómo te la hiciste?

—No lo sé. No lo recuerdo.

 

Markus parecía repentinamente incómodo, consciente de sí mismo. De hecho, me evitó la mirada, avergonzado.

 

—Perdón —me disculpé, cayendo en la cuenta que nunca antes se las había visto porque siempre las ocultaba con su pelo. No había llegado a ver la cicatriz, pero por el tacto había notado que era grande y era probable que le ocupara la oreja completa.

—No tiene importancia.

 

Bajo la mirada de cientos de miles de estrellas, él volvió a besarme. Bajo todos esos ojos que más tarde serían testigos de cómo le abandonaba, mi corazón se hizo trizas.

 

* * * * *

 

Volví con Ashleigh a la habitación poco después de que su hermano y yo nos reuniéramos de nuevo con ellos. Estaba tan cansada que tenía unas ganas inmensas de dormir. Ella también estaba agotada y, en el momento en el que entramos, cerró la puerta con la llave y la dejó metida en la cerradura.

 

—Voy a dejar aquí la llave —me informó. Le dediqué una mirada inocente y ella pareció divertida—. No intentes escaparte durante la noche.

 

Noté que me cambió la cara tan pronto como ella dijo eso. Sentí como si me hubiese tirado un cubo de agua helada encima.

 

—¿Cómo?

—No te hagas la tonta conmigo, no te va a funcionar —su sonrisa se llenó de picardía antes de sentarse a mi lado—. Markus y tú habéis estado desaparecidos toda la tarde y toda la noche.

 

Me puse roja como un tomate, aunque pude respirar tranquila sabiendo que Ashleigh no se había percatado de mis planes. Ella se rió entusiasmada.

 

—¿Desde cuándo hay algo entre mi hermano y tú?

—No sé de qué me hablas —me reí con disimulo.

—¡No le diré que me lo has dicho! ¡Te lo prometo!

—No tenemos nada —negué, azorada.

—Esto sí que es bueno —su sonrisa pilla se recompuso en un gesto lleno de interés—. Entonces no hay nada entre vosotros dos. Si no hay nada, entonces no tienes nada por lo que preocuparte.

 

Ella deslizó su mano hasta mi costado y rescató de mi coraza algo entre sus dedos índice y corazón. Me lo mostró con suficiencia, aunque no podía ver nada a la luz de nuestras dos candelas.

 

—¿Y este cabello?

—Es mío —respondí muy tensa.

—Con este largo, esta ondulación y este color solo puede ser de dos personas —respondió, ignorando mi respuesta—. Asumo que es de Markus, pero si no quieres contarme la historia, me estarás dando motivos para imaginar lo que yo quiera.

—Solo pasamos el rato juntos.

 

Su sonrisa coqueta me aseguró que la historia que se estaba montando en su mente era demasiado interesante. Al mismo tiempo en el que ella volvía a interrogarme con un “¿haciendo qué?”, me di cuenta de algo más: ella también ocultaba siempre sus orejas bajo su melena. Aquel detalle me llevó a recordar que absolutamente todos los Liarflam, incluso con el pelo recogido, las mantenían ocultas. No obstante, después de haber visto la reacción de Markus, no me atrevía a preguntarles a ninguno de ellos el porqué.

 

—Vale, no me lo digas —se rió ella apartándose al percibir mi silencio—. Voy a estar muy pendiente de vosotros.

—¡Ah! —Su respuesta me preocupó enormemente. Solo en ese momento me di cuenta de lo peligroso que sería que ella permaneciera vigilante durante la noche pensando que podría escapar para encontrarme con Markus—. ¡Está bien! ¡Puede que nos hayamos besado!

 

Ashleigh emitió un leve chillido entusiasmado. Su reacción, de hecho, me tomó por sorpresa. No esperaba que recibiera aquellas noticias con tanta alegría. Por algún motivo, imaginaba que impondría alguna barrera por la evidente diferencia entre nuestras clases sociales.

 

—¿No te importa? —Pregunté un poco nerviosa.

—¿Importarme? ¿Por qué?

—Tu hermano es el duque.

—Markus nunca te contó la historia de mis abuelos, ¿verdad?

 

Me quedé mirando a Ashleigh, ansiosa. Ella se levantó para sentarse en su cama y comenzó a quitarse el corpiño.

 

—Mi abuela, Belladona Liarflam, o solo Bella, como la conocemos nosotros, nació y creció en Revon —tan pronto como terminó de quitarse el corpiño, se tumbó sobre la cama, mirando hacia mí—. Como sus padres no tuvieron más hijos, era la única que podría suceder a mi bisabuelo en el ducado de las montañas. Ella estaba prometida con un noble de Elvinos, pero no le amaba.

«Un día, visitando las tierras de su prometido, se encontró con el apasionado espectáculo de un bardo de los caminos. Ella quedó prendada de la magia que nacía de su laúd. La música siempre los acompañaba adonde fueran y mi abuela rompió su compromiso para poder estar con él.»

«Por supuesto, todos, incluso sus padres, se opusieron a su relación con mi abuelo. Intentaron por todos los medios separarlos, pero su vínculo era tan fuerte que jamás lograron romper lo que había entre ellos. Tuvieron que verse cientos de veces, a escondidas, en la noche, manteniendo en secreto su amor...»

«Años después, los padres de Bella murieron durante el asalto de unos bandidos mientras regresaban a Revon. Todos los nobles que conocían las montañas quisieron aprovechar el momento para intentar seducir a Bella, pero mis abuelos se casaron sin que nadie lo supiera, se enfrentaron a las voces, a las críticas... Durante años, la alta sociedad habló de los Liarflam como sacrílegos...»

 

Ashleigh se estaba quedando dormida mientras narraba. De hecho, antes de terminar la última frase bostezó y no logré entender lo que decía después. Estaba completamente acostada en la cama, con sus ojos cerrados.

 

—Tu abuelo se llamaba Marcus, ¿cierto?

—Sí. Era un hombre muy risueño, ¿sabes? Yo lo conocí...

 

Después de eso, Ashleigh no respondió más. Me quedé unos minutos observándola bajo la luz de las candelas y suspiré. Los ojos se me llenaron de lágrimas al levantarme y echarme la mochila a la espalda con cautela. Apagué la luz de Ashleigh y recogí la otra candela antes de abrir la puerta de la habitación y mirar hacia la joven una última vez antes de cruzarla y cerrarla detrás de mí.

Cerré la puerta con llave y, antes de irme, colé la llave por debajo de la puerta hacia el interior de la habitación. Me mordí el labio con impotencia y me aparté de la puerta, dejando atrás a Ashleigh, a sus hermanos y todas las promesas que nos habían unido hasta aquel momento.

Bajé las escaleras con un paso silencioso, casi fúnebre, y me encontré con la tenue luz de las pocas velas que restaban en el local prácticamente vacío. El único que quedaba allí era un último borracho dormido sobre una de las mesas, roncando sonoramente.

Crucé la habitación con cuidado, tratando de no hacer ningún ruido que pudiera despertar al hombre. La puerta de una de las dependencias se abrió y salió Sumire. Me quedé paralizada mientras ella me dedicaba una mirada reprobatoria.

 

—Parece que llevas una carga muy grande a tus espaldas —comentó con una voz ensombrecida.

 

Me aproximé, cuidando que mis pasos no hicieran crujir la madera del suelo. Al estar frente a ella, separadas únicamente por la barra, asentí.

 

—Escúcheme bien —susurré—. Esta noche, aquí no he dormido yo. Si alguien viniera asegurando lo contrario, me echó de inmediato por un altercado, por cualquier razón. A mis amigos les tiene que decir que no me vio cuando me fui.

—¿A qué viene todo ese secretismo?

—Rizienella...

 

El gesto de Sumire se deformó en una mueca de pánico y asintió.

 

—¿Y adónde irás en medio de la noche?

—A donde las sombras puedan ocultarme.

 

La dueña frunció los labios, molesta, pero miró hacia la puerta y se encogió de hombros.

 

—Busca a Thukker en las montañas —dijo.

—¿Qué?

—Es un viejo amigo de tu padre. De todos, es el único que podrá ayudarte en este momento.

 

Asentí, un poco chocada por la repentina información. De mi monedero saqué una de las monedas de plata que me había devuelto Ashleigh y la puse sobre la barra, pagando así mi estancia, mi comida y la cerveza. Ella se quedó mirándome al marcharme hasta que llegué a la puerta.

 

—Que el sol y la luna te cuiden en tu periplo —fue su despedida.

 

Y salí por la puerta, encontrándome con una oscuridad insondable. La luz de mi vela no era, ni por asomo, suficiente como para poder ver tres pasos por delante de mí. Apenas pude alejarme de la posada cuando noté el cuerpo peludo de Shiver chocar suavemente contra mí.

Me puse de rodillas y la perra-loba se lanzó a darme lametones en la cara de nuevo. Paseé mis manos por su pelaje, sintiendo que mi pecho estaba a punto de estallar por la presión, y sonreí.

 

—Shiver, cuida de ellos —le susurré—. Sobre todo de Markus. Te va a necesitar.

 

La híbrida gimoteó unos instantes. Sentí una ternura amarga que me retenía, pero tenía que mantenerme fuerte.

 

—Haz que regresen a salvo a Revon —pedí—. Adiós, amiga.

 

Y me fui de inmediato, sosteniendo la pequeña luz que apenas iluminaba el bosque a mi alrededor con un aspecto sempiterno, tétrico y lúgubre. Con el viento, las ramas de los árboles crujían como si se lastimaran por mi huida. Creía que entre los susurros del viento podía oír la palabra “cobarde”, pero seguí caminando pese a mi miedo y mi paranoia. Mi cuerpo estaba dolorido aún de la caminata del día anterior y el cansancio acumulado era una desventaja a la hora de moverme por el bosque aunque siguiera el camino.

Y pensé en regresar, eso es cierto. Hubo un momento en el que pensé que ya no podía caer más bajo al abandonar de aquella forma a las personas a las que quería. Pensé en qué sería lo primero que haría Ashleigh cuando se despertara y no me viera a su lado, o la reacción de Lopus cuando se enterase de que había desaparecido, o incluso la cara de Markus al recibir la misma noticia.

...

Con la última imagen que se me vino a la cabeza, recordé mi visión. Fue un sentimiento amargo, como el primer beso que había compartido con él. Estaba decidida a cambiar su destino, a luchar, con mi poder, para que él y sus hermanos vivieran.

Incluso si eso significaba romper mi corazón en mil pedazos y aventurarme a lo desconocido. No podía regresar... Por muchas ganas que tuviera de gritar, de llorar y de que él me consolara, de reír y de que de una vez por todas él entendiera lo mucho que su compañía significaba para mí. Yo también quería entenderlo a él...

Oí un crujido detrás de mí y sentí como si mi corazón se hubiese parado. Al girarme vi a alguien, como una figura dibujada en las tinieblas con la patética luz que podía colarse entre las ramas y las hojas. Su capa ondulaba como la de un enviado de la mismísima muerte, y cada paso que daba anunciaba el peligro de permanecer quieta.

El grito de un halcón se escuchó en la distancia y él comenzó a correr hacia mí. Decidí que era el momento de salir corriendo. El dolor de mis músculos se había vuelto vano y me permitió correr con bastante agilidad. Pronto vi que su carrera era más rápida que la mía y me di cuenta que la única forma que tenía de escapar era internándome en la profundidad del bosque y utilizar mi pequeña estatura como mi mejor baza.

Eso es lo último que se debe hacer cuando no se conoce un bosque como si fuera la palma de la mano, pero aquella era una medida desesperada para una situación desesperada. Correr entre los árboles, saltar troncos caídos, esquivar monolitos y tratar de perderlo entre la confusión de los árboles era lo único que podía hacer.

Pero, pese a mi brillante idea y a la agilidad, que me daban ventaja en aquella situación, cuando miré hacia atrás para comprobar si lo había logrado despistar choqué de lleno contra un árbol, rompiendo el candelero que sostenía mi vela. Este cayó al suelo hecho trizas, la vela se había apagado y así perdí mi única fuente de luz.

Oí sus pasos acelerados en la distancia. No tenía más remedio que continuar, con o sin luz: él no se iba a dar por vencido tan fácilmente. Frente a mí vi la luz de la luna y me apresuré hacia sus haces. Aquello podría ser una salida del bosque o tal vez incluso un claro. Sabía que no podía correr mucho más, que tendría que tratar de encontrar un escondite, pues la boca me sabía a sangre y mi cuerpo estaba comenzando a resentir por el exceso de ejercicio y la falta de descanso.

Mi pelo se enredó entre las ramas de los árboles que se juntaban para impedirme el paso. Forcejeé y tiré, agarrándolo con las manos y rompiendo las ramas solo para perder el equilibrio, resbalar y caer por una cuesta de piedra empinada que después caía en vertical abriendo un desfiladero entre las dos montañas. A tiempo pude agarrarme a un hueco entre dos rocas, pero al alzar la mirada y ver al encapuchado salir de entre los árboles y pararse a varios metros de mí, sentí que todo había terminado.

Noté que mi sangre se congelaba. El desfiladero no era demasiado ancho, pero la otra montaña era más alta que aquella y no era viable intentar saltar al otro lado. Soltarme y dejarme caer tampoco parecía una salida: había varios metros de caída que prometían, como mínimo, romperme las piernas.

Un nuevo grito de halcón me perforó los tímpanos, y aquel hombre se apresuró a agarrarme y a tirar de mí hasta sacarme de aquella encrucijada. Después, me sacó de la cuesta con prácticamente dos saltos y me susurró en una voz suave y silbante.

 

—Espera aquí.

 

Reconocí la voz como la del mismo hombre que se había presentado delante de mí mientras esperaba a Ashleigh en la taberna. Frente a nosotros, apareció un animal que jamás había visto antes: habría jurado que era un enorme águila con el tamaño y el cuerpo de un caballo.

Me caí al suelo de espaldas por la impresión, mirando aterrada cómo aquel animal de plumaje dorado chillaba y elevaba sus enormes alas de forma amenazante contra el encapuchado.

De aquella maravillosa criatura bajó la misma mujer que me había atacado días atrás en el bosque, que acarició el plumaje del animal y se rió coquetamente. Mortinella se acercó con un contoneo seductor y se plantó delante de nosotros con aire inocente.

 

—Entrégamela —pidió con una resplandeciente sonrisa.

—Ni lo sueñes —respondió él.

—Si me la entregas, conocerás mi misericordia.

—No te engañes, tú no tienes de eso.

—Solerum, no merece la pena que la protejas. Nada va a devolveros a Mialogum —coreó con una voz encantadora. Yo miré a mi salvador, paralizada por el miedo.

 

Oí cómo mi salvador suspiraba y después soltaba una leve risa:

 

—Seguimos caminos creados por el odio a un mismo fantasma, pero nuestras sendas son muy diferentes. No podemos cambiar lo que ocurrió.

 

Con un chispazo de luz, algo golpeó a Mortinella en su abdomen. Ella miró hacia nosotros con una mirada voraz y alzó la mano, dirigiendo su palma hacia el hombre, en silencio y con enorme concentración marcando sus enormes ojos verdes. Segundos después, ella sonrió.

 

—Debería haberlo sabido. Volveré a por ella y entonces tú y tus patéticos amuletos sucumbiréis ante la destrucción más dolorosa que puedas imaginar.

 

Mortinella volvió a su montura y esta despegó en la otra dirección, golpeando uno de los árboles y rompiendo las ramas de este con un enorme estruendo. El encapuchado se giró y caminó de nuevo hacia mí, con un paso lento y solemne. Antes de que yo pudiera decir nada, él posó los dedos índice y corazón de su mano izquierda sobre mi frente, susurrando algo en una lengua desconocida y, acto seguido, perdí el conocimiento.

 En realidad, perder el conocimiento era solo una simplificación de lo que me pasó. En cierto modo, estaba consciente en el momento en el que el desconocido me cogió en brazos. Mis ojos estaban cerrados y todo lo que oía era imperceptible, como si me estuviera tapando los oídos con una almohada. Sin embargo, era capaz de sentir el movimiento y el momento en el que mi cuerpo quedó tendido sobre una superficie blanda.

Por extraño que sonara, estaba dormida, pero al mismo tiempo, estaba consciente...

Los sonidos amortiguados a mi alrededor comenzaron a sucederse. Pronto, la habitación se llenó con un olor nostálgico, suave y dulce. Aquel aroma me transportó a mi infancia, a una receta que preparaba mi padre y que nadie más conocía: la crema de Brices.

Todas las semanas, él la preparaba con esmero y la tomábamos caliente o fría, dependiendo de la estación. Su grata fragancia no era ni siquiera la mitad de deliciosa de lo que lo era su sabor.

Aquellos recuerdos regresaron a mí con el mismo aroma, unos recuerdos que hacía años que estaban ocultos en lo más profundo de mi corazón y que prácticamente me habían abandonado por completo. Jamás había podido recordar nada anterior a la partida de mi padre, pero aquel recuerdo parecía tan real... tan mío...

El calor y la ternura inundaron mi pecho mientras abría los ojos torpemente. Estaba en una habitación y mis brazos tocaban un pelaje sedoso y cálido. Había una tenue luz de un hogar y, antes de incorporarme, giré la cabeza y miré a mi alrededor, perezosa, para comprobar que la habitación estaba construida con algún tipo de cúpula abovedada, tallada de forma bastante rudimentaria en una roca con apariencia bastante dura.

No era una sala amplia, sino todo lo contrario: estrecha y llena de montañas de libros, pergaminos y todo tipo de volúmenes, mapas, cartas náuticas y útiles de escritura. La única fuente de luz era el hogar sobre el que calentaba una marmita que era el origen de aquel apetitoso olor. Ninguna ventana ni tragaluz ofrecían luz natural al ambiente sobrecargado de la habitación.

Yo estaba echada sobre un camastro, igual de tosco que el resto del habitáculo, cuyas mantas parecían pieles coleccionadas o atesoradas por un cazador. Me incorporé hasta sentarme y, confusa por el repentino cambio de aires, me paré a pensar.

Recordaba haberme quedado dormida en las montañas, pero apenas recordaba si lo que había vivido anteriormente era verdad o no. Tenía que haber soñado que me iba de Revon con los hermanos Liarflam y que les había abandonado en una posada montañesa. Recordé ver en medio de la noche la cara de Mortinella y pensé que, si era así, ella me habría matado. ¿Tal vez estaba muerta?

Pero, unos segundos después de que me asolara aquel pensamiento, la única puerta de la habitación —de madera oscura y con aspecto envejecido— se abrió para dar paso al mismo encapuchado que se me había acercado en la posada. Tan pronto como apareció frente a mí, lo recordé todo con claridad: él me había perseguido por el bosque y me había salvado del demonio. Al verme, me saludó sin prestarme atención:

 

—Veo que estás despierta.

 

No estaba segura de si su completa naturalidad me resultaba inquietante, molesta o tranquilizadora; él llevaba algo de leña en un brazo.

Acto seguido, miré a mi alrededor con nerviosismo, pues lo que no tenía a mi lado era mi mochila. Allí tenía la daga de Mortinella, por si necesitaba defenderme… ¿Dónde demonios estaba? Justo después recordé que tenía otra enganchada en una cinta en mi pierna y me apresuré a desenfundarla solo para darme cuenta de que tampoco estaba allí.

 

—La perdiste anoche en el bosque, junto con ese candelero —aseguró con severidad, señalando los trozos de cristal de la lámpara destartalada tirados en el suelo a los pies del camastro—. No tienes que temer. Mientras estés aquí estarás a salvo.

—¿Dónde estoy? —Pregunté sin apenas voz para hacerlo—. ¿Qué es lo que quieres?

—Este es un refugio en el que podrás descansar y recuperar tus fuerzas —profirió en un tono desencantado—: solo yo lo conozco, así que no te preocupes por Mortinella.

—¿Por qué me has traído aquí?

—Porque si tengo que confiar en que dependas de ti misma para sobrevivir, voy a perder una apuesta muy importante —respondió mientras colocaba los leños en el hogar y los atizaba—. Te escapaste de la posada a medianoche, ¿acaso no aprecias tu vida?

—No tiene nada que ver contigo —respondí violentamente.

 

Él alcanzó una silla, se sentó con el pecho contra el respaldo y me miró directamente a los ojos. La ira los avivaba, las llamas rojizas del hogar solo encendieron aún más aquel efecto furioso en ellos.

 

—Mortinella nos encontró anoche, ¿lo recuerdas?

—Mortinella —susurré, confusa. Aquel nombre sonaba tan... Irreal.

—Podría haber acabado de una vez por todas con su terror si tú no hubieses estado allí, qampia estúpida.

—Ese no es mi nombre, me llamo...

—Andrea Rodríguez, hija de Alecsandros Rodríguez y Cris Vilar, heredera de la tradición de Rizien —después alzó la ceja con actitud condescendiente—. ¿Me equivoco?

—Pero, ¿quién demonios eres tú?

—Un viejo amigo de tu padre. Llámame Thukker. He de admitir que corres casi tan rápido como un Liarflam, pero huir solamente no te ayudará a sobrevivir. Montada en su hipogrifo, Mortinella no hubiera tardado en darte alcance.

—¿Un hipogrifo? Desde luego, amigo, has perdido la cabeza.

—Incluso cuando, con tus propios ojos, has visto la verdad, eres capaz de negarla —observó él con una impertinente mirada de desagrado—. No has aprendido nada.

 

No respondí, pero le miré enrabietada.

 

—Gracias, supongo —repliqué en una voz tan baja que apenas pude oírme a mí misma.

—No me las des hasta que estés a salvo de verdad. Le harías un flaco favor a tu padre si murieses ahora después de todo lo que él ha hecho por ti.

—¿Todo lo que...? —Repliqué enfurecida y le miré con los ojos llorosos, no pudiendo contener por un segundo más la rabia que me consumía por dentro—. ¡Qué sabrás tú de mi padre! ¡Todo esto es su culpa, pero es a mí a quien le ha tocado cargar con todos sus errores! ¡Era un necio! ¡Un cobarde! ¡Un...!

 

Él se levantó de golpe, tirando al suelo la silla en la que estaba sentado. Yo me aparté, aterrada. Thukker entrecerró sus ojos y apretó los labios, dando la sensación de que me iba a castigar con furia.

 

—Si tan bien conoces a tu padre —la sensación fue como si su voz, fría como un témpano, me atravesara—, yo no voy a hablarte de él. Ese no es mi trabajo.

 

Respiré profundamente, tranquilizándome, antes de recuperar la compostura y responderle:

 

—¿Ah, sí? ¿Entonces cuál es tu trabajo?

—Por desgracia, soy tu nodriza. Me toca ponerte a salvo. De nuevo, eres una criatura inepta, inmadura e incapaz de sobrevivir por tu cuenta.

 

Me sentí enormemente ofendida. Ya no solo me trataba como a una cría, sino que me estaba comparando con un bebé.

 

—¿Y a ti qué más te da lo que me pase? —Alcé mi voz— ¡Tú no sabes nada sobre mí!

—Te lo diré una vez —susurró clavando sus ojos en mí, arrebatado por la ira. Sus palabras sonaron mucho más amenazantes que cualquier grito, pues parecía por su voz un maníaco sediento de sangre—. Y no lo repetiré jamás. No estoy aquí para aguantar el egoísmo de una qampia como tú. Modera un poco tu lenguaje a partir de ahora, porque no pienso tolerar una sola falta de respeto más. ¿Te ha quedado claro?

 

Una vez más, me aparté de él todo lo que pude en aquel camastro. Mientras él se giraba para atender la crema que estaba cocinando, mis ojos se anegaron de lágrimas, pero me mantuve fuerte. No iba a darle a aquel hombre la satisfacción de verme llorar. Respiré profundamente mientras trataba de pensar en una forma de escapar, pero mis músculos estaban tan doloridos que probablemente no fuera capaz de llegar muy lejos.

Tanto mis piernas como mis hombros me dolían horrores. Estaba segura que mi falta de descanso había potenciado el dolor de mis agujetas y mi fatiga. Mientras pensaba en el modo de escapar, él se giró con un cuenco lleno de la crema y me lo ofreció.

 

—Ten. Toma esto. Te ayudará a recuperar fuerzas.

 

Lo cogí con reticencia y lo mantuve en mis manos. Por una parte, no quería comer nada de lo que él me diera pero, por otra, tenía un hambre atroz y aquel aroma me resultaba tan apetitosamente familiar que no podía contenerme. Sin más, comencé con un sorbo inocente, pero aquel sabor despertó en mí otro recuerdo: la risa de mi padre. Era un sabor dulce, delicioso, como un caramelo cremoso. Cuando quise darme cuenta, había terminado toda la crema.

 

—Descansa el resto de la noche —el hombre se sirvió su propio cuenco—. Nos marcharemos cuando haya amanecido.