4 - Secreto
Secreto
Era noche cerrada y yo
seguía despierta, varias horas después de que mi familia entera se acostara. Me
encontraba en aquel momento mirando hacia la estantería desde el diván, muy
fijamente. Había dejado a propósito un candil a pleno rendimiento sobre la mesilla
que había frente a mí, y desperdigadas sobre esta también se encontraban las
siete llaves que había podido encontrar por toda la casa sin levantar
sospechas.
Llevaba esperando casi una hora, sin hacer
nada más que mirar fijamente hacia la nada cuando me levanté, ya cansada de
esperar, y me dispuse a mover la estantería por mí misma. No me había
arriesgado a tener otro sueño premonitorio y a haber terminado con alguna
indisposición para hacer aquello. Además, la noche era el mejor momento para
albergar un secreto que no debía ser contado.
Arrastré el mueble con cuidado de hacer el
menor ruido posible. La noche era el mejor momento para hacer aquello, pero
también era la peor situación en la que podrían encontrarme, pues tendría que
dar muchas explicaciones a quien me encontrara. Aún así, sabía perfectamente
que, si realmente quería empezar por algún sitio, tenía que correr algunos
riesgos.
En el momento en el que la puerta quedó
descubierta por completo, alcé a pulso la mesilla de madera maciza y la llevé
al lado de la puerta para darme luz y tener las llaves cerca.
Lo primero que hice fue comparar las llaves
con la cerradura. Obviamente, no quería comenzar probando las más improbables.
Desde luego, la llave más grande —la llave de la despensa— era demasiado ancha
como para entrar en aquel agujero, por lo que quedó inmediatamente descartada,
pero a excepción de esa tuve que probar, una tras otra, todas las llaves que
tenía en mi poder.
La llave que abría el armario de mi madre, la
llave de mi habitación, la de la habitación de mis hermanos, la de la puerta de
entrada de la cocina, la de la puerta de la entrada principal y mi llave de la
sastrería... ninguna de ellas abrió la puerta.
Tan solo me faltaba una por probar, pero era
la más difícil de conseguir de todas: la misma del cuarto de mi madre y siempre
la tenía controlada. El único momento en el que quedaba sin vigilancia era
cuando iba a la sastrería, pero entonces mis hermanos estarían despiertos y
probablemente acabarían descubriéndome.
Me sentí abrumada mientras movía de nuevo la
mesilla hasta su sitio correspondiente. Tenía que devolver cada llave a su
sitio sin llamar la atención, y tirar por cualquier esquina la de mis hermanos.
Sin embargo, al siguiente instante, me quedé parada mirando las llaves con
suspicacia, y después acaricié algo que se había movido sobre mi pecho.
Aquella llave que había perdido aquel hombre
en Sidlo: la más imposible de todas, era una completa locura. Por eso me
acerqué solamente con el candil en la mano, lo dejé en el suelo mientras
descolgaba la llave de mi cuello y la miraba con ciertas dudas, comparándola
con la cerradura. Tenía el tamaño perfecto para entrar, de hecho, de todas las
llaves probadas aquella noche, aquella era la que más se parecía a la puerta y
a la propia cerradura por su desmejoría y su apariencia envejecida.
Probar no me iba a hacer ningún daño, a menos
que se hubiese partido la llave dentro de la cerradura, pero, para mi sorpresa,
cuando traté de girar la llave esta fue, de todas, la única que comenzó a
girar.
Era aquella.
…
¿Por qué?
¿Por qué la llave de un completo desconocido
era capaz de abrir una puerta secreta en mi casa?
Y con un tirón, un empujón, una patada y
prácticamente un placaje fui capaz de abrir la puerta. Esta reveló unas
escaleras que bajaban. Antes de entrar, colgué de nuevo la llave de mi pecho,
recogí el candil y respiré profundo. Un fuerte olor a olvido, a humedad y a
abandono me recorrió las fosas nasales hasta los pulmones y me hizo toser con
fuerza. Mirando hacia abajo, con una incertidumbre y una adrenalina
indescriptibles, comencé a bajar las escaleras lentamente.
Las escaleras eran de piedra, y estaban
hirientemente frías. Iba descalza, no tenía otra opción: no me podía permitir
llevar zapatos y hacer ruido al caminar, no me quedaba otra que bajar
aguantando los escalofríos que comenzaban a subir por mis piernas.
Todo estaba lleno de telarañas y de polvo. Al
final de aquel pasaje, otra puerta, esta sin cerradura, que tuve que placar de
nuevo hasta tres veces para lograr abrirla.
Dentro reinaba una oscuridad insondable.
Incluso con el candil emitiendo una llama envidiable, no era capaz de ver a dos
palmos de lo que había delante de mí. Pensé que tal vez debía volver en otro
momento, pero algo dentro de mí, un sentimiento o algún tipo de emoción extraña
que me llenaba el pecho, me llamaba para que me adentrara aún más en lo
desconocido.
Entré, temerosa de encontrar algún tipo de
monstruo allí dentro, mientras me repetía a mí misma constantemente que no
existían. Estaba temblando como un flan, aterrorizada y con demasiadas
preguntas.
La habitación en la que me encontraba debía
ser enorme. Y a medida que caminaba entre la densa oscuridad de aquel lugar,
comenzaron a dibujarse unas siluetas o formas leves que intentaban confundirme.
Parecía como si unos ojos me estuvieran mirando desde el final de la sala,
petrificados para siempre, y cuanto más me acercaba, más real me parecía
aquella ilusión.
Choqué contra algo en mi camino, que cayó y
chocó contra el suelo con un escandaloso ruido metálico. Me giré sin darme
cuenta de cuánto y en seguida me di cuenta de que me había perdido; ya ni
siquiera podía vislumbrar la puerta por la que había entrado. Entré en pánico y
comencé a correr, tratando de rectificar mis pasos, asustada.
De frente, me choqué con una estantería.
Retrocedí un poco, mareada, pero al instante siguiente pensé que si seguía la
pared en la que estaba apoyada, podría encontrar la salida en un santiamén.
Mientras palpaba siguiendo la estantería, me
di cuenta de que, al terminarla, otra se erguía junto a ella. Así continuaban y
se extendían ocultando la pared por toda la sala hasta llegar a la puerta. Me
apresuré a subir las escaleras, cerrar la puerta tras la estantería y ocultarla
de nuevo. Mi corazón latía aceleradamente con emoción y entusiasmo. Lo que se
encontraba bajo nuestros pies era una enorme biblioteca subterránea… ¡En
nuestra propia casa!
Mientras subía a hurtadillas de nuevo a mi
habitación, me estaba preguntando cómo podía ver lo que había allí dentro la
próxima vez que entrara. Tenía que planearlo mejor, pero no se me ocurría la
forma de iluminar un lugar tan grande para entrar y buscar con tranquilidad.
Tendría que iluminar las escaleras para saber
cómo regresar a la casa, y tal vez seguir las estanterías, en lugar de
internarme en ella a ciegas. Con aquella idea, me dejé caer sobre la cama con
una sensación de plena satisfacción. Pese a haber descubierto lo que había
detrás de la puerta, mi extraña premonición recurrente persistió aquella noche.
La sombra de quien ya casi reconocía como mi
padre bajaba también las escaleras en la oscuridad, se adentraba en la cámara y
se perdía en la penumbra. Por primera vez, me asedió una incógnita que nunca
había pensado tener que preguntarle a nadie:
¿Adónde tengo que dirigirme?
Desperté con los ojos llorosos y cierto dolor
de cabeza. La noche anterior había olvidado cerrar las contraventanas y la luz
del amanecer me había deslumbrado de lleno en la cama. Estaba muy cansada y
hubiera deseado haber seguido durmiendo, pero me incorporé sobre la cama y me
llevé la mano al pecho.
Allí estaba la llave. Sin el corsé, tenía más
libertad de movimiento por debajo de mis clavículas y la notaba chocando contra
mi piel. Aún no me explicaba que aquella llave abriera la puerta. Parecía todo
una gran mentira...
Y, segundos después, oí la estantería moverse
en el piso inferior. Me giré hacia la puerta de mi habitación, que estaba medio
abierta, y decidí coger el candil y apresurarme a bajar. Volví a entrar en el
salón y miré en su interior. La estantería había vuelto a desplazarse sola y la
puerta que había detrás estaba abierta, pese a que yo estaba segura de haberla
cerrado con llave el día anterior...
Me asomé para ver de nuevo las escaleras. No
había excesiva luz, pues aún estaba amaneciendo, pero se podían ver
perfectamente las escaleras que bajaban a la sala oculta. Tal vez, si me daba
prisa, podría bajar en una carrera a ver la biblioteca de nuevo antes de que mi
madre se levantara. Tras encender el candil, bajé las escaleras de nuevo, y me
sorprendí al ver que la segunda puerta estaba cerrada. ¿De verdad me había
preocupado de cerrarla tras de mí, teniendo en cuenta la adrenalina de aquel
momento?
La sangre se me heló por completo al abrirla,
pues dentro ya no había una oscuridad inmensa sino la misma luz del alba que
iluminaba el exterior. Caminé pasmada hasta el centro. Era una sala hexagonal,
con suelo de piedra gris y completamente lisa, y unas enormes estanterías que
ocupaban cada una de las paredes de la habitación, repletas de libros, papeles
sueltos y volúmenes que parecían desperdigados sin orden ni concierto.
Todo estaba lleno de polvo. Incluso por el
aire flotaban las partículas grises que parecían crear una leve neblina dentro
de la habitación. Frente a mí había algo cubierto por una vieja sábana blanca y
a su lado derecho un candelabro de pie, de siete velas. A la izquierda de la
forma cubierta de blanco había otro idéntico tirado en el suelo. Asumí que
sería probablemente contra lo que me había chocado por la noche.
Lo puse en pie con cuidado. Era muy pesado y
estuvo a punto de volver a caer cuando lo solté, pero pude atraparlo a tiempo.
Acto seguido, pasé mi mano por encima de la sábana, la agarré y tiré de ella
para desvelar un escritorio vetusto con relieves tallados en ébano barnizado.
Seguí el relieve con mis dedos, sorprendida.
Por algún motivo, aquel mueble estaba despertando en mí un fuerte sentimiento
de nostalgia. Di vueltas alrededor de él, observando los relieves, que
representaban diferentes animales y guirnaldas, y me topé con una enorme silla
con el respaldo y el asiento bordados en verde y plateado, desgastados y
desmejorados por el paso del tiempo y el polvo.
Lo aparté un poco y me senté en él. Justo
entonces, una intensa melancolía tomó mi corazón, como si aquella sencilla
acción me hubiera arrastrado a un tiempo muy lejano. Suspiré y traté de
contener las lágrimas y el sentimiento que me desoló mientras comprobaba más
detenidamente el escritorio que tenía delante.
A cada lado del hueco que el escritorio
proveía para la silla había dos cajones. Deslicé mi mano hacia el más alto de
mi lado derecho y lo abrí con sumo cuidado. Dentro de este había grafitos,
plumas, plumillas, tinteros, papel en blanco y un sello de metal, en el que
había una enorme letra R para ser reproducida probablemente en una estampa de
lacre. Cerré el primer cajón y abrí el segundo.
Había un cuaderno con tapas de cuero flexible.
Lo abrí por la primera página que había y descubrí que lo que había dentro eran
algunos dibujos de flores y de plantas. Debía ser algún tipo de herbario
personal. Desconocía que mi padre hubiera sido tan bueno en el dibujo...
En el primer cajón de la izquierda había
varias barras de cera de lacre, y bastantes yesqueros, además de un apagavelas
con una curiosa forma semiesférica.
El último cajón contenía un libro bastante
ancho, y al abrirlo, descubrí una letra escrita rápidamente y lo que parecía
ser un diario o algún tipo de cuaderno de bitácora. Inspeccioné las cubiertas,
pero no había ninguna letra ni ninguna indicación en ellas, pues su color
blanco estropeado por el tiempo, el polvo y con numerosos rasguños no contenía
absolutamente nada —ni tan siquiera un simple adorno hecho a mano, un título o
algún apunte— . Abrí de nuevo la primera página, entornando los ojos para leer
las letras a las que estaba desacostumbrada.
Este
diario queda reconocido por Azher Hyra Lunaria Bocelva,
Nawiroth Solerum Ritson, Lewis Stern Alain
Liarflam...
...
Y
Mialogum Alecsandros Rodríguez como diario de expedición,
y único
documento existente de la misma para memorar
el
progreso y la situación de esta aventura.
Tras los primeros tres nombres, todo lo que
había hasta llegar al nombre de mi padre, estaba cubierto por recuadros de
tinta completamente negra, de tal manera que era imposible leerlos. Me sonreí a
mí misma y dejé el libro en el escritorio. Saqué un papel y grafito del cajón,
y tras colocar el folio sobre el códice, empecé a frotar el grafito sobre
ellos.
Mi idea era descubrir lo que había escrito
haciendo una calcografía sobre las oquedades del papel. Pero, para mi sorpresa,
a medida que veía que mi truco estaba funcionando, me di cuenta que no se
correspondía lo escrito con las únicas líneas que no estaban cubiertas.
Al terminar, comencé a leer lo que había en mi
calcografía:
Estimado
lector o lectora:
Confiamos
en que tus intenciones serán nobles y que no pretendas daño alguno
al
tratar de descubrir las entradas, nombres y partes ocultas de este cuaderno.
Lamentamos
las molestias ocasionadas por esta censura, pero gustaríamos
de
ofrecerte una opción más satisfactoria como es la de meterte en asuntos que
sean de
tu incumbencia.
Si
piensas que deberías tener la posibilidad de leer dichas partes, rogamos que
te
pongas en contacto con nosotros para que utilicemos las medidas pertinentes.
Con
nuestros mejores deseos,
Lunaria
y Solerum
Se me puso la carne de gallina y sentí un
repentino desasosiego mientras dejaba el libro sobre el escritorio
apresuradamente y hacía trizas el papel que tenía en la mano, asustada.
No era posible, no era posible… Aquello
debería haber desvelado las palabras que había escritas anteriormente, no un
mensaje completamente diferente y con un carácter tan amenazante.
Segundos más tarde, me calmé y pensé
racionalmente. Seguro que habían encontrado una manera de alisar el relieve que
se forma al escribir en la página y lo cambiaron con una nuez sin tinta.
Comprendiendo esto, respiré profundamente hasta sentir mi corazón regresar a su
ritmo habitual, y entonces oí en la lejanía un gallo cantando y volví a sentir
la celeridad del miedo, porque aquella era la llamada con la que despertaba mi
madre cada mañana. Cogí el códice y me apresuré a meterlo de nuevo en el cajón
para salir de la habitación, pero antes de salir, dudé.
Regresé a por el diario corriendo y salí con
él en las manos, cerrando las dos puertas detrás de mí y dejándolo en el suelo
para desplazar de nuevo la estantería. Mi respiración estaba acelerada. Al
regresar a mi habitación, echarme en la cama y acurrucarme entre las sábanas
para fingir normalidad, me escondí temerosa, dudando si habría sido lo
suficientemente rápida o sigilosa. Mi corazón volvía a golpear con fuerza
contra mi pecho y luché para calmarlo como bien posible me fuera.
Oí a mi madre entrar. Contemplando la
posibilidad de que notara mi pequeña aventura nocturna, me removí entre las
sábanas intentando esconderme. Segundos después, una de sus manos se posó sobre
mi hombro y dí un ligero respingo. Ella se rió ligeramente y me calmé un poco
al darme cuenta de que no había notado nada.
—¿Qué te ha pasado? —Volvió a reír con
suavidad.
—Na-nada —respondí con prisa—. Me has
sorprendido.
Con una afilada intuición, miró hacia el libro
que descansaba a mi lado entre las sábanas. Lo escondí levemente, temerosa de
que descubriera su procedencia. Mi madre entornó los ojos y me dedicó un gesto
ligeramente severo.
—Te he dicho cientos de veces que no leas
hasta tan tarde. ¿Tengo que volver a guardar todos los libros en mi habitación
por la noche?
—No…
Cuando era más joven, mi madre solía hacer eso
para cerciorarse de que no me escabullía a leer por las noches.
—Ya oíste a Mina el otro día: parte de tus
problemas de salud se deben a que no duermes lo suficiente.
—¿Y qué culpa tienen los libros de mis
visiones?
Ante esa respuesta, frunció los labios
ligeramente molesta y después sonrió.
—Pero cualquier ayuda para descansar mejor es
bien recibida, ¿no? Incluso si eso significa cerrar el libro antes por las
noches.
Suspiré con pesadez, pero asentí. Casi me
había olvidado de que estábamos hablando de un tema que no tenía nada que ver
en realidad con lo que había estado haciendo aquella noche.
—Necesito tu ayuda en la sastrería hoy.
Prepárate mientras voy a buscar a Margarita.
Recordé el momento en el que me había
enfrentado a ella y mantuve mi cara impasible mientras por dentro me consumía
la rabia. Sabía que no tendría el valor de decirle a mi madre lo que habíamos
hablado el día anterior, pero simplemente pensar en ello me hacía hervir la
sangre.
—Dile que dije hola —respondí con encanto.
—De tu parte.
Mi madre se fue y comencé a prepararme para el
día. Pasé más tiempo de la cuenta peinando mi pelo, puesto que se había
encrespado con la humedad. Era probable que lloviera aquel día, por lo que
ajusté el corsé mucho más que los días anteriores, intuyendo que el tiempo
sería más fresco, aunque cabía la posibilidad de que hubiera un bochorno
agobiante.
Por encima de mi ropa interior, aquella vez
llevé un vestido sin mangas ligero de color crema con cuello marinero que
dejaba entrever la parte superior de mi corsé. Por supuesto, sabiendo que
llevaría aquel vestido, había elegido un corsé cuyo pecho estaba decorado con
hileras de ribetes de encaje. Era uno que por delante se cerraba con botones y
que se ceñía con cintas por la espalda. Tenía un cálido color blanco antiguo y
su matiz recordaba ligeramente a las páginas de un libro.
Ya vestida, bajé las escaleras para buscar
algo para comer. La cocina y la entrada estaban vacías. En cualquier otra
situación, aquel no sería un detalle importante, pero en aquel momento, sentí
un ligero sobrecogimiento, como una soledad intensa que se apoderaba de mí.
Mientras comía una fruta y un mendrugo de pan
con confitura, los pensamientos de soledad siguieron aflorando, pero apenas
hube terminado, oí a mi madre cruzar la puerta de la entrada principal hablando
animadamente con Margarita.
—Vamos, pronto, Andrea —me apremió mi madre
mientras subía al piso superior para coger algún libro con el que entretenerme.
Al llegar a mi habitación, me apresuré a
recoger el libro de cuentos que había comprado el día en el que conocí a Markus
y que se encontraba en mi mesilla de noche, pero al llegar al lado de mi cama,
vi el cuaderno de bitácora y mi idea cambió. Lo cogí y lo llevé escondido
detrás del primero.
Al bajar, me despedí secamente de Margarita y
salí apresuradamente de la casa, juntándome a mi madre y caminando a su lado
hacia la sastrería.
—Me marcharé ya mismo —anunció mientras
recogía sus herramientas y las metía en su cesta, de la que sacó el cuaderno
que había comprado el día anterior y me lo dió—. Toma, esto es tuyo.
Minutos más tarde, volvía a estar sola. Me
aproximé al centro de la sala y me senté en el suelo, bajo la temprana luz que
caía desde el tragaluz. Contemplé el cuaderno de bitácora que había recuperado
aquella madrugada.
Algunas de sus páginas estaban arrancadas, y
tenía algunos huecos poco naturales en un códice como aquel. Paseé mis dedos
por encima del bloque de hojas que lo componían y noté la rugosidad de un papel
que en algún momento había estado mojado.
Lo abrí y me dio un escalofrío al recordar el
mensaje que ocultaba aquella nota amenazante que había descubierto por la
mañana. Rápidamente pasé a la siguiente página. La primera era una entrada
sobre la que había numerosos borrones. Entre otros, la fecha de la entrada,
oculta bajo un cuadrado de tinta negra. Estaba segura de que si trataba de
calcar el contenido de ese bloque, como aquella mañana, encontraría un mensaje
similar al de entonces o un a ti qué te
importa.
Pero, al comenzar a leer, mi corazón dio un
vuelco al comprender la fecha de la que estaban hablando.
Alecs R.
Día de partida:
████ debe odiarme por haberme
ido. Desde el momento en el que le hablé del lugar al que nos dirigiremos, no
ha parado de llorar y de reprocharme. Es duro despedirse de ella, hoy más que
nunca, y sabiendo que cuando vuelva —si es que logro confundir al destino y
vuelvo— tendremos que afrontar una carga incalculable sobre nuestras espaldas.
Los Liarflam han prometido que
todos estarán a salvo y que nunca les faltará de nada en caso de que no pueda
regresar a Revon. No hay que perder tan pronto la esperanza de que todo salga
bien; somos los únicos que saben dónde acudir —es una suerte haber logrado convencer a
Lewis— aunque, como siempre, no
se puede saber lo que está pensando.
La primera etapa, como no se
podía esperar de otra forma, no tuvo más novedad que sus constantes quejas por
el frío. No ha habido incidentes. Nuestros compañeros se reunirán con nosotros
a lo largo de la noche. He de mantener la calma. No quiero que esta aventura
comience atragantada por una negatividad como la que me inunda en este momento
después de haber recibido un regalo así. Por todos mis errores, tengo que
responder ahora y continuar mirando hacia adelante con aplomo.
No he podido dejar de pensar
en la cara de mi pequeña cuando nos fuimos. ¡Parecía tan dispuesta a
acompañarnos! Solo puedo desear con todo mi corazón que esa fuerza la acompañe
siempre, incluso cuando yo ya no me encuentre cerca.
Cada día me sorprende más lo
inteligente que es. Casi parecía, por su forma de comportarse, que sabía qué
estaba pasando, y eso me ha hecho pensar que esto es una completa locura.
Desearía poder volver atrás en el tiempo y ver a mis hijos crecer felices,
tener una vida alegre y lo más alejada de este peligro que hoy se cierne sobre
nosotros, pero solo así podrán continuar libres del terror por muchos años.
Prácticamente me siento como
si estuviera traicionando mis principios y a mi propia familia...
Cerré los ojos con fuerza y traté de recordar
aquel día. Había nevado, de aquello estaba segura, pero no recordaba mucho más.
Todo en lo que pude pensar en aquel momento fue en una mirada llena de
oscuridad, de odio y en una sonrisa despreciablemente cruel. Sentí un
escalofrío.
Traté de continuar leyendo, sin embargo, la
mayoría de las entradas eran completamente incomprensibles porque, o bien
estaban llenas de manchones de tinta, o bien arrancados sin ningún cuidado
—casi arañados del papel—, que cada vez hacían más obvio que todas aquellas
medidas ocultaban algo. Había páginas completas que eran simplemente una mancha
de color negro sobre un papel, y en las pocas en las que pude descifrar algo me
faltaba un contexto para llegar a comprender de lo que se hablaba.
Mientras trabajaba en descifrar y entender
aquella lectura, oí la puerta y escondí el diario, sobresaltada, antes de
ponerme en pie de un salto. Mina Liarflam entró con timidez, preguntando por mi
madre en voz baja. Aquel día vestía de un color azul cerúleo con un sombrero y
una cesta de mimbre, ambos decorados con lazos, que la hacían parecer más
pálida y aniñada.
—Ah, hola, Andrea.
—Buenos días, Mina —saludé con encanto para
disimular.
—Me alegra verte bien. Parece que te has
recuperado muy pronto, eso es bueno.
—Sí, muchas gracias por todo.
La hermosa joven esbozó una sonrisa complacida
y se acercó un poco más a mí como con cautela.
—Markus me habló de tu pedida de mano
¿Necesitabas algo para la ceremonia?
—A veces tu madre me manda muestras —susurró
con timidez mientras sacaba unas pequeñas muestras de encajes y telas— por si
me interesa algo para mi ajuar.
Me mostró varios tejidos, desde un crepé
blanco tiza hasta un dupión blanco seda de tonalidad fría. También me mostró
una parte de un encaje chantilly que no parecía tener mucha similitud con los
otros tejidos que me había mostrado.
—Son telas muy diferentes —observé
sorprendida.
—Aún no sé muy bien por cuál decantarme.
—Al menos tienes claro que quieres que sea
blanco.
—Sí, bueno, el blanco más absoluto y limpio.
¿No es así como visten la mayoría de las mujeres en sus bodas?
—Bueno, no todas —murmuré. La mayoría de
mujeres no tenían dinero como para desperdiciarlo en un vestido que solo
utilizarían una vez en sus vidas. Había muchas que utilizaban los vestidos de
sus madres y abuelas, vestidos que no eran blancos ni siquiera años atrás, pero
recordé que estaba hablando con una noble y traté de controlar mi lenguaje para
no hacerle sentir mal—. Es una tradición complicada. Las telas así suelen ser
mucho más caras y difíciles de conseguir que las telas más comunes. Las chicas
suelen preferir vestidos un poco más sencillos, o les hacen modificaciones a
los vestidos de sus madres o incluso de sus abuelas y, de hacerse uno nuevo,
buscan telas más asequibles. Mi madre las encarga sobre todo por lo mucho que
le gustan ese tipo de tejidos, pero no le salen del todo rentables. Si te soy
sincera, creo que tiene en mente que, en algún momento, me ponga a trabajar en
el mío.
—Estoy totalmente perdida. Si no lo he
empezado diez veces, no lo he empezado ninguna.
—Yo comencé imitando vestidos. Podrías empezar
por imitar uno que te guste, o tu vestido favorito.
—¿Mi vestido favorito? —Preguntó ella
pensativa—. Me acuerdo de una ilustración en un libro. Siempre soñé con un
vestido como ese, pero cuando comencé mi ajuar, me di cuenta de lo difícil que
es la confección y… bueno…
Desvió la mirada con una sombra rosada en sus
mejillas que de otro modo serían completamente blancas. A decir verdad, me
refería a un vestido que ella poseyera y no a un vestido sacado de una
ilustración...
—Va a parecer que visto con una sábana mal
cortada cuando llegue el día. Me he empeñado en hacerlo yo misma para aprender
algo nuevo, pero estoy viendo que me supera.
—Se me ocurre una idea —comenté con
tranquilidad—. Si me enseñas tu diseño, podría decirte cómo tendrían que ser
las piezas del patrón para que lo comprendas un poco mejor.
Volvió a mirarme con una expresión suplicante
y entusiasmada al mismo tiempo.
—¿De verdad? ¿Harías algo así por mí?
—No es para tanto —respondí un poco azorada
por la importancia que ella parecía darle—. Si puedes traerme esa ilustración,
no será muy difícil ver qué forma necesitan las piezas y qué tela sería mejor.
Ella sonrió agradecida y asintió repetidas
veces.
—Iré a por el libro ya mismo. ¿De verdad no te
supondrá una molestia?
—En absoluto.
—Oh, mil gracias, Andrea —agradeció, sonriendo
risueña mientras se disponía a salir—. Y cuando sepa cómo hacerlo, podemos
mirar las telas.
Mina salió de la sastrería con energía y yo
volví a mi libro prácticamente de inmediato. Continué justo donde lo dejé:
intentando descifrar algunas entradas. La siguiente que pude leer me llamó
especialmente la atención:
Alecs R.
Solerum y ████ volvieron a
pelearse. Lunaria fingió ignorarles, aunque sé que está enfadada de verdad en
esta ocasión. Resulta duro verlos a la gresca día sí y día también, pero no
puedo hacer nada... No por lo menos mientras esté involucrado.
Imaginé que estaría hablando de Lewis, el
padre de Markus. Las pocas entradas en las que había leído su nombre, siempre
estaba protagonizando alguna disputa con alguien. Me llamaba la atención
especialmente porque, en aquella ocasión, el nombre estaba oculto, y era la
única vez en la que habían hecho esto con el nombre del señor Liarflam.
¿Tal vez estaba equivocada y no se refería a
Lewis aquella entrada en concreto?
Continué leyendo:
Cuando Solerum y yo nos
adelantamos para reconocer la zona, pude hablar con él de la pelea con ████.
Por extraño que suene, parecía contrariado al hablar de esto conmigo. Hablamos
del pasado, de lo que fue, y temo que arrastra más carga de la que puede sostener
y que sigue sin afrontar lo que pasó. Él no tiene la culpa de lo que le pasó a
████ , pero de no haber sido por ese accidente, yo jamás habría abierto los
ojos.
Nunca me he sentido tan
culpable como hoy; he interferido demasiado, y he acabado haciendo daño a las
personas a las que más quería, a mi familia.
Lo siento, Azher Hyra. Lo
siento, Nawiroth. Lo siento, ████.
Algunas de las palabras estaban curiosamente
emborronadas. No censuradas como las otras: emborronadas, como si sobre la
tinta hubieran caído apenas unas gotas que la hubiesen corrido. Alguien había
llorado al leer o al escribir aquella entrada. Me pregunté si aquellas lágrimas
pertenecerían a mi padre.
El resto de páginas hablaban de más conflictos
con Lewis, de diversas situaciones (tanto más desalentadoras como más alegres)
que le iban aconteciendo al grupo. Algunas de las entradas estaban escritas en
símbolos que desconocía, parecían una lengua extranjera. Del resto, casi todas
las páginas legibles estaban firmadas por mi padre o por alguno de sus
acompañantes cuyo nombre estaba oculto. Una de las entradas me llamó
especialmente la atención: una que no estaba firmada:
Hace años, le lancé una
maldición a ████ , justo cuando el poder de Mialogum comenzó a crecer y supe
que ella, tarde o temprano, desearía enfrentarse a él. Mientras yo siga con
vida, estará protegido de su rabia por la pureza de su corazón.
Al igual que nuestra
condición, podría herir la forma física, causar heridas terribles, pero eso
nunca separaría su esencia de su cuerpo, ergo, es el corazón el que escuda, con
su luz, de la muerte.
Por mi hechizo, no podría
siquiera matar a cualquier persona que mantuviera una inocencia real en su
corazón. Siempre que la esencia sea pura y esté limpia de sangre o sufrimiento,
estará protegida.
Porque si tenemos que confiar
en la podrida estirpe de los Liarflam para proteger a nuestra familia, nos
valdría más sacrificarlos directamente. Alecs no lo ve, pero en los ojos de
Lewis no existe la verdad ni el amor, solo la envidia y el rencor.
Alecs ha oído su voz a través
del viento. Tenemos que encontrarla antes de que sea demasiado tarde. Hacerla
entrar en razón… Mialogum no es su enemigo. ████ quiere venganza.
No permitiré que esto acabe
así.
Tras ellas, volví a pasar las páginas sin
éxito hasta toparme con la última hoja con contenido del diario. Estaba escrita
con una letra casi incomprensible pues, al contrario que las demás, parecía que
esta había sido escrita muy deprisa. Sentí mi corazón latir con fuerza,
encogiéndose, mientras leía y temblaba al pensar que aquello fue lo último que
escribió mi padre en vida. Y era como si estuviera escribiendo una carta para
mí.
Ratoncilla, mi pequeña,
perdóname por todo. No he estado allí para veros crecer a tus hermanos y a ti,
pero a partir de hoy tu vida va a cambiar. Sé que este diario llegará a tus
manos y eso significará que has encontrado un gran secreto que se te ha ocultado
todo este tiempo. Para ti, en ese momento, seré un desconocido, pero me acuerdo
de ti, me acuerdo de todos, sois mi último recuerdo.
Desde este momento, deberás
continuar lo que comencé en este viaje. La vida tal y como la conoces podría
depender de ellos. No te desesperes nunca: sé que el día en el que descubras
toda la verdad detrás de mi partida está próximo, pero no te precipites: este
diario es solo el comienzo. Tus ojos intentarán confundirte a veces, pero
confía en ti misma y en las personas que te acompañarán en esta aventura.
Nunca olvides que te quiero.
Te adoro. Y que hagas lo que hagas siempre sentiré un incalculable orgullo por
ti.
Tu destino es encontrar y
reuniros los cinco. Tú eres la única que puede hacerlo.
Rizienella
Solerum
Ierosaeth
Lunaria
Mortinella
Debajo del último nombre, la página había sido
arrancada. Tras leer aquellas líneas, las lágrimas habían comenzado a brotar
casi inconscientemente.
Aunque no sabía lo que significaban, volví a
leer las cinco palabras que estaban en una columna bajo las últimas palabras de
mi padre mientras me frotaba una y otra vez los ojos con la mano para detener
mi llanto.
Markus tenía razón: mi padre había sido
asesinado y, por sus palabras, sonaba como si hubiera sabido que iba a morir
desde el primer momento. Con aquel pensamiento y haciendo de tripas corazón,
guardé el diario junto con el otro libro que había traído a la tienda. Durante
un buen rato, me quedé mirando los inventarios mientras trataba de pensar en lo
que acababa de leer.
Por el tragaluz, la luz del sol ya se veía
fuerte cuando Mina regresó con un libro entre sus manos y me senté con ella a
deducir los patrones de las piezas que necesitaría para dar con su vestido. La
ilustración que me mostró era la de un vestido con un aspecto de una época
pasada, sin embargo, poseía ese encanto magnífico de los vestidos de las
princesas de antaño. Era un vestido con una cola larga, un torso ajustado y un
escote halter deslumbrante. Las mangas tenían forma de trompeta y el velo, en
lugar de ir junto a una corona o peineta, tenía la forma de una capa larga con
caperuza en un tejido de encaje con un motivo floral que lo cubría por
completo.
—No me extraña que te guste tanto —aseguré
mientras leía la leyenda bajo la ilustración—. Gloria a la reina Beliþana.
—¿Conoces la leyenda? —Preguntó Mina mientras
yo seguía desentrañando los patrones.
—No, la verdad. Nunca antes lo había oído.
—Beliþana y su hijo Gharkenus eran dos reyes
del pasado. Según las leyendas, Beliþana luchó en la guerra contra la noche
perpetua su misma noche de bodas. Era tal su poder mágico que su vestido
permaneció blanco, inmaculado e impoluto durante los nueve ciclos de batallas
constantes e interminables.
—Formidable —admití mientras centraba toda mi
atención en Mina.
—Pero en la última batalla, su esposo cayó y
ella, desolada, cargó el cuerpo en sus brazos de vuelta a su hogar y lo
devolvió a la tierra con sus propias manos, enterrándose viva a sí misma con su
magia junto a su difunto esposo. Bajo la tierra, renunció a su existencia
mortal para convertirse en la diosa de la tierra, pero antes de abandonar su
cuerpo y trascender, de entre el barro de su propia tumba nació un bebé, un
nuevo rey conocido como Gharkenus.
—Qué historia tan triste.
—Lo es, pero… es un mito muy antiguo. En este
amor que superó la separación de la muerte se han inspirado cientos de miles de
cantares y epopeyas. Una reina poderosa que no le teme a nada, ni siquiera a su
propia muerte.
Tan pronto como se dio cuenta de su emoción,
se tapó la boca y con una risilla suave se disculpó. Deseaba poder pasarme
escuchando sus historias durante horas, pero continuamos el trabajo para
terminar lo antes posible.
Mientras le explicaba a Mina cómo hacer todas
las piezas para hacer el vestido y le daba recomendaciones de cómo realizar la
confección, llegó mi madre. Al verla, saludó con efusividad antes de acercarse
a nosotras y ver lo que estábamos haciendo. Cuando contempló mi trabajo sonrió,
satisfecha. Finalmente, continuó explicándole qué clase de tela funcionaría
mejor con el diseño.
La hermana de Markus se fue con una amplia
sonrisa ilusionada. Mi madre me frotó el hombro en señal de aprobación.
—Estoy orgullosa de ti.
Respondí con una sonrisa. Después, mi mirada
se centró en mi cesta y suspiré con angustia. Al notar mi actitud, preguntó
extrañada si había pasado algo.
—¿Cómo era mi padre?
—¿Alecs? Era muy inteligente. Y un aventurero
nato...
—Pero, habrá algo más, ¿no?
—¿Algo más?
—No sé; sus defectos, sus miedos... Siempre
que hablas de él, solo oigo sus virtudes.
—Tu padre tenía incontables defectos, como
todos. Jamás le vi atender a consejos y opiniones. Siempre vivía como si
estuviera en una constante carrera contra el tiempo, para él, una vida no era
suficiente para todo lo que quería saber, conocer y vivir —se rió, recordando
algo gracioso—. Oh, y algo que me sacaba de quicio era su atrevimiento, sí, era
un descarado...
—¿Era alegre?
—El que más. Siempre estaba animando a los
demás con una sonrisa.
—¿Entonces nunca lo viste triste o asustado?
—¡Por supuesto que sí, Andrea! ¡Nadie puede
estar siempre con una sonrisa en la cara! Pero siempre que él no estaba del
todo bien, ahí estaba yo para apoyarlo. Además, nunca le faltaron amigos ni
personas que lo quisieran.
Entonces, aquella desesperación, aquella
tristeza que llenaba las páginas que había escrito no tenían nada que ver con
cómo era normalmente. Era curioso porque, en todas las páginas, desde la
primera hasta la última, parecía como si tuviera encima un peso indescriptible.
Solo podía imaginar la dureza de aquel viaje, puesto que mi padre había partido
de Revon sabiendo perfectamente que iba a morir.