5 - Intrusión
Intrusión
Mi madre por la tarde
no se molestó en pedirme que volviera con ella a la sastrería. Como no había
sido un día especialmente movido, logró terminar su encargo por la mañana, así
que me propuso quedarme cuidando de mis hermanos.
No rechisté; probablemente mis hermanos
estarían cansados y se quedarían dormidos. Aquella era la ventana perfecta para
acceder a la biblioteca en secreto.
Y así, poco después de que mi madre volviera a
irse, me quité el vestido, quedándome en enaguas y corsé para aguantar mejor el
calor que se había concentrado dentro de la casa. Mientras esperaba a dejar de
oír las voces de mis hermanos en su habitación, no paraba de darle vueltas una
y otra vez a lo que había leído aquella misma mañana. No lograba comprenderlo y
no paraba de preguntármelo: ¿qué podría ser tan importante como para morir por
ello?
Si había algún lugar en el que pudiera
encontrar aquellas respuestas, solo podía ser en los textos que se encontraban
debajo de mi casa. Por eso no podía entrar en cualquier momento del día, ya que
no sabía cuánto conocían los demás y cuánto habría querido mi padre que
supieran de aquello.
Era complicado ocultarle algo tan importante a
mi madre, pero tenía la corazonada de que mi padre estaba comunicándose conmigo
y solo conmigo. Allí abajo había algo solo y exclusivamente para que yo lo
descubriera.
Y, tras un buen rato, la voz de mis hermanos
se enmudeció por completo. Me acerqué sigilosamente a su cuarto y abrí la
puerta con sumo cuidado para comprobar que, efectivamente, estaban dormidos.
Ciertamente era un poco arriesgado volver a
entrar en la biblioteca, pero lo era cada vez que accedía, y mi curiosidad se
estaba volviendo una tentación irrefrenable. Tan solo tenía que ser lo
suficientemente rápida.
Así bajé por las escaleras hasta el salón y
repetí el proceso que ya había hecho tres veces aquel mismo día. Mientras
bajaba las escaleras del sótano, no podía evitar soltar una suave carcajada de
nerviosismo mientras sentía vibrar mi corazón por la emoción. Allí estaban las
estanterías repletas de un conocimiento oculto, el secreto que mi padre había
guardado con recelo.
¿Cuántos códices y volúmenes habría? ¿Cientos?
¿Miles?
Caminé lentamente hacia el escritorio,
mientras miraba con el mismo asombro de aquella mañana cada estantería y cada
estante. Podría haber dedicado mi vida entera a leerlos todos y no sabía si
encontraría en verdad las respuestas que buscaba, pero tenía una idea.
Al final del diario que había escrito mi padre
había cinco palabras que estaban separadas del resto del texto. Aquel podía ser
mi punto de partida: si buscaba sobre ellas, probablemente sería capaz de
descubrir algo más, o al menos podría agarrarme a cualquier método más fiable
que ponerme a buscar libros al azar sin orden ni concierto.
Volví sobre mis pasos, recorriendo la
habitación de nuevo con la pretensión de recuperar el cuaderno de la cesta en
la que se había quedado en el piso superior, pero antes de llegar a la puerta,
esta se cerró de un portazo con el que pegué un brinco.
Tan pronto como recuperé la compostura escuché
un sonido familiar que me sacó de mi parálisis: el sonido de algo muy pesado
arrastrándose por el suelo. Al oírlo, abrí la puerta de inmediato y la
oscuridad de las escaleras cayó sobre mí como un cubo de agua helada. Subí las
escaleras con desesperación y, al abrir la segunda puerta, descubrí que alguien
había movido la estantería y mi única salida estaba bloqueada.
Intenté mover la estantería desde mi posición,
pero esta permanecía erguida en su sitio. Estaba atrapada. No podía salir. Solo
conocía a dos personas lo suficientemente despiadadas como para hacer algo así:
—¡Leo! —Chillé—. ¡Lis! ¡Esto no tiene gracia!
¡Sacadme de aquí ahora mismo!
No hubo respuesta. Inmediatamente, caí en la
cuenta: con lo difícil que me había resultado mover la estantería, ellos no
habrían sido capaces de desplazarla tan rápido, incluso si combinaban sus
fuerzas. Además, de haber encontrado la puerta, habrían entrado a husmear justo
como lo había hecho yo.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —Pregunté, temerosa. Por
mi mente cruzó la imagen del hombre de Sidlo. Tal vez estaba allí para recuperar su llave y había
decidido encerrarme como castigo por quedarme con ella—. ¡Por favor, sáqueme de
aquí!
Pero no se oyó absolutamente nada. Ni siquiera
unos pasos que corroboraran mi teoría de que había alguien allí que estuviera
encerrándome. Intenté de nuevo empujar la estantería desde dentro, pero no
logré moverla ni un milímetro. Era más fácil desde el exterior, desplazándola
lateralmente, ya que podía utilizar los otros muebles de apoyo para hacer mayor
fuerza... Pero allí no solo no tenía ningún punto de apoyo, sino que además los
escalones me hacían imposible una postura más adecuada.
Entonces, pensé en recurrir a la única idea
medianamente sensata que se me ocurrió en aquel momento: gritar hasta despertar
a mis hermanos.
—¡Alis! ¡Leonardo! ¡Ayuda! ¡Me he quedado
encerrada!
Y así me pasé hasta que mi garganta comenzó a
perder su fuerza. ¿Por qué no me oían? ¡Nuestra casa no era tan grande! ¡De
seguro tenían que estar escuchando mi voz desde su cuarto!
Pero no hubo respuesta y me dejé caer sobre
los escalones de fría piedra, derrotada. Comprendí que nadie iba a ayudarme.
Era como si nadie me escuchara. Yo tampoco era capaz de oír nada en absoluto;
parecía una dimensión diferente, aislada por completo de mi casa: un lugar en
el que nunca nadie sería capaz de encontrarme.
Lo intenté de nuevo. Aquella vez, aparte de
gritar, comencé a placar con fuerza la madera de la estantería. Con un poco de
suerte, alguien oiría o mis gritos o mis golpes, o incluso algunos de los
libros que había en ella caerían y acabarían llamando la atención.
No sé el tiempo exacto que pasó hasta que la
estantería comenzó a moverse, pero mi hombro había comenzado a doler a
horrores. No me importó nada más en aquel momento, pues mis chillidos se
intensificaron al igual que mis golpes desesperados en la parte trasera del
mueble. "Estoy aquí", aseguré, "por favor, ayuda..."
Pero, sorprendentemente, la persona que me
sacó de mi cautiverio no fue alguien a quien realmente esperase ver. No eran
mis hermanos, ni mi madre tampoco: era Markus.
En aquel momento, la alegría de ser encontrada
y el pánico que me había estado dominando durante toda aquella experiencia
obviaron el detalle de que él no tenía un motivo para estar en mi casa en aquel
preciso instante, pero todo lo que pudo salir de mí, mientras mis ojos
lagrimeaban todavía, fue abrazarme a él y aferrarme a su capa, sollozando.
—¡Andrea! —Exclamó, casi tan atacado de los
nervios como yo.
—¡Markus, gracias a todo lo que es sagrado!
¡He pasado tanto miedo! —Susurré con un hilo de voz.
—Estoy aquí. Estás a salvo.
Me abrazó con fuerza para calmarme, pero, al
hacerlo, noté su corazón acelerado golpear contra su pecho con fuerza.
Repentinamente, caí en la cuenta de que lo extraño que era aquel encuentro.
—¿Cómo has sabido dónde estaba? —Pregunté,
sosegándome.
— Por suerte, oí tu voz.
—¿Y qué haces en mi casa? —Inquirí,
sintiéndome un poco alterada, mientras me separaba y le miraba de nuevo con
lágrimas en los ojos—. No habrás sido tú quien me ha encerrado aquí, ¿verdad?
No ha tenido gracia.
—¡Jamás haría algo así! —La simple idea
pareció molestarle.
—¿Entonces?
Markus se quedó mirando hacia las escaleras
detrás de mí y después dirigió sus ojos intranquilos hacia mí.
—Vimos a una desconocida salir de vuestra
casa. ¿Estás bien? ¿Te hizo algo?
—¿Una desconocida? ¿De qué estás hablando?
—Era una forastera. Ninguno de mis hermanos,
ni siquiera yo mismo, la reconocíamos. Pensamos que tal vez sería una ladrona
buscando algo de valor. No sabemos si pretendía haceros daño.
—¿Qué? ¡No puede ser! ¿Dónde están Alis y
Leonardo?
—Tranquila, están bien. Están a salvo. Están
con tu madre ahora.
Noté que volvió a mirar hacia las escaleras.
Me encogí de hombros con vergüenza y desvié la mirada:
—Es una larga historia…
—Tenemos que irnos de aquí —Markus sonaba
aterrado—. Cuanto antes.
—¿Eh?
—Ahora mismo, no puedo asegurarte de que no
corras peligro entre los muros de tu hogar. Por eso tengo que pedirte que me
acompañes…
—¿Peligro?
—No sabemos si esa mujer regresará.
Me tomó de la mano y me apresuró a salir de la
casa, pero me detuve en seco y tiré suavemente de él.
—Markus, yo…
—Por favor, Andrea, te pido que no pienses en
nada más. Tenemos que ponerte a salvo.
—Pero es que estoy en enaguas, no puedo salir
así…
El joven se tensó y miró hacia otro lado, como
si hasta aquel momento no se hubiese percatado de lo vergonzosa que era mi
situación. Me soltó y se desabrochó la capa antes de pasármela. Cuando la cogí,
él suspiró y continuó hablando:
—Amiga mía, te aseguro que la última de mis
intenciones es preocuparte o promover tu inseguridad, pero es preciso que nos
vayamos cuanto antes. Como duque de esta tierra, sé lo extraordinario que es
que una forastera atraviese las montañas sin que me llegue noticia alguna...
—¿Te preocupa que vuelva? —Pregunté
cubriéndome con su capa, abrochando tanto el cierre de plata que juntaba la
tela índigo sobre el pecho como el cierre que tenía más abajo, en la cintura.
—Me preocupa más saber cómo ha podido llegar
en primer lugar. Desde el momento en el que ha cruzado la frontera de Revon,
esa mujer se ha vuelto una incógnita. Cada paso que ha dado sin que yo sepa de
su existencia la vuelve más intrigante. No sé lo que busca, pero no puede ser
nada bueno…
Miró de nuevo hacia mí y encontramos nuestras
miradas. Sintiendo una fuerte y repentina celeridad en mi pecho, posó su mano
sobre mi hombro y me sonrió amablemente.
—Por eso te pido que nos vayamos de inmediato
de aquí. Te voy a ser totalmente sincero: el no saber me abruma, me hace sentir
inseguro, pero que ese desconocimiento pueda suponer algún peligro para ti, por
mínimo que sea, me aterra.
Asentí y le sonreí. Todo mi miedo se había
desvanecido. Antes de salir de la casa, miré hacia atrás; la estantería estaba
desplazada, mostrando la puerta abierta de par en par. Por supuesto que estaba
así, pero mi mente obvió el problema que aquello suponía, por lo que salí de
casa con Markus sin decir nada más.
Mientras caminábamos por las calles de Revon,
no nos encontramos a nadie. De hecho, los caminos que deberían estar repletos
de personas estaban completamente vacíos en aquel momento. Lo agradecí, puesto
que, debajo de la capa de Markus, yo continuaba en ropa interior. En la
lejanía, oía el redoble lento de las campanas que se hacía durante los
funerales e imaginé que la falta de gente se debería al entierro de don
Claudio.
—No hay ni un alma —comenté sorprendida.
Aminoró la marcha y miró a su alrededor, con
una expresión de sobrecogimiento. Lo cierto era que la visión en sí era
devastadora y, en cierto modo, inquietante.
—Es verdad. ¿Tienes miedo?
—En absoluto —contesté con confianza.
—Yo sí —admitió con mala cara.
—Estoy aquí, contigo. No podrán hacernos nada
mientras estemos juntos.
Apretó ligeramente mi mano y después
continuamos caminando. Sus ojos escrutaban cada rincón de Revon con
nerviosismo. A nuestro alrededor solo existía el silencio. En el momento en el
que atravesamos la puerta de la sastrería, mi madre se quedó mirando a Markus,
quien entró primero, y cuando me vio a mí tras él se apresuró a abrazarme.
—¡Ay, mi pequeña! ¡Menos mal que estás bien!
Por encima del hombro de mi madre, miré hacia
Mina, quien también estaba allí junto a mis hermanos. Leonardo me miraba con el
ceño fruncido, de forma acusatoria, mas en el momento en el que se percató de
que lo estaba mirando, desvió sus ojos y los dirigió hacia Markus, enarcando
una de sus cejas llena de chulería y reprobación.
—¿Se puede saber dónde estabas? —Exclamó mi
madre de inmediato, muy enfadada.
No respondí, pues no sabía exactamente lo que
implicaría cualquier cosa que le dijera. Su rostro se volvió impaciente a causa
de mi impertinente silencio hasta que, comprendiendo el peligro, Markus salió
en mi ayuda.
—Hizo lo más natural: al percibir el peligro,
se escondió.
Mi hermano me atravesó con su mirada llena de
furia. Ya no era acusatoria como antes: en aquel momento, se veía como un juez
dispuesto a condenar a la pena máxima. Sin embargo, mi madre se dirigió hacia
Markus con rabia.
—¿Cómo ha podido entrar esa mujer en mi casa?
¿Dónde está la seguridad inquebrantable de la que tanto presumía Lewis?
—Ha sido un error y me encargaré de
solventarlo de inmediato…
—¡No me vengas con esas! ¡Tenías una única
tarea! ¿Cómo de difícil puede ser mantener la seguridad en este pueblo? ¡Eres
el duque de las montañas!
—Lo sé. Lo lamento. No permitiré que ocurra de
nuevo.
—No —interrumpí la conversación—. Markus, no
tienes la culpa de nada. Eres el duque de Revon, ¿y qué? ¡Eso no hace infalible
a nadie!
—Andrea, no te metas —replicó mi madre
amenazante.
—¡Eres tú la que lo dijo! ¡Todo el mundo tiene
defectos! ¡Incluso mi padre, al que todos vemos como un modelo a seguir, los
tenía!
—Está bien, Andrea —me calmó Markus—. Merezco
el criticismo, esto no debería haber ocurrido en un primer lugar.
—¡Pero no es tu culpa!
—Es mi responsabilidad igualmente. Lo correcto
ahora es estudiar la situación exhaustivamente hasta descubrir qué ha pasado.
Mi madre resopló con frustración y después
pareció calmarse un poco.
—Perdón, Markus, mi hija tiene razón: tú no
tienes la culpa. Pero solo de pensar lo que podría haberles hecho a mis hijos
ese… esa… ¡Agh!
La mirada de Markus se llenó de comprensión y
agachó la cabeza, avergonzado. Su hermana se aproximó y posó su mano sobre el
hombro de mi madre.
—Cris, no podemos ponernos en el peor de los
casos. Todavía no sabemos nada. Lo importante ahora es que Andrea, Leonardo y
Alis están bien.
—No gracias a alguien que yo me sé —reprochó
Leo en voz baja.
Dirigí mi mirada hacia él con reprobación,
pero la suya era una que nunca antes había visto: violenta y furibunda. Parecía
enfadado, retándome a dirigirle una sola palabra para tener una excusa con la
que lanzarse contra mí. Markus habló entretanto:
—Iré de inmediato al puesto de vigilancia para
averiguar qué ha pasado.
En el momento en el que Markus se dispuso a
irse, le seguí. Iba a salir con él de la sastrería cuando noté que alguien me
cogía de la mano justo antes de cruzar la puerta. Era su hermana.
—Está bien, Andrea —susurró. La puerta se
cerró delante de mí.
—Pero…
—Markus estará bien. No es quien te necesita
ahora.
Los ojos de mi madre, enrojecidos por el
llanto que contenían y por el terror, se dirigieron hacia nosotras. Sentí un
desasosiego repentino y retrocedí.
Mina también se quedó y comenzó a hablar con
ella, a quien sirvió una infusión herbal para tratar de tranquilizarla. Mi
hermano, apoyado en la pared, seguía con sus ojos clavados en mí mientras mi
hermana jugaba con un muñeco de trapo arrodillada en el suelo en silencio.
Me acerqué sabiendo que no era la mejor idea.
Mi hermano no suavizó el gesto, pero su energía dejó de ser tan amenazante como
segundos atrás.
—¿Estáis bien? ¿No os hizo nada?
—No gracias a ti —espetó mi hermano.
—¿Y cómo podía saber que esto iba a pasar?
—¡Por Zairon, Andrea! ¿Cómo ibas a saberlo?
¡Eso no te preocupó cuando te escondiste al ver el peligro!
Me quedé callada. No sabía cómo responder. Una
parte de mí quería disculparse con la verdad, pero la otra no confiaba del todo
en que comprendieran la realidad.
—¿Nos odias tanto? —susurró mi hermana.
—Lissie…
—Estamos bien, así que ni siquiera importa.
Pero me da miedo volver a casa.
—Estaremos bien —intenté calmarla—. Markus lo
solucionará.
Mi hermano soltó un bufido contrariado.
—¡¿Crees que tu novio nos salvará?! ¡Ni en tus
mejores sueños! —Constató Leo furibundo—. ¡Si fuese tan bueno, entonces esto no
habría pasado!
—Markus está muy afectado. Le preocupa, no
puedes imaginarte cuánto...
—Pero
Markus no se preocupó por nosotros —explicó Alis con una vocecita
entristecida—. Solo le importas tú.
En el momento en el que dijo aquello, mi voz
se quebró en mi garganta y enmudecí por el efecto. Hasta aquel momento, había
pensado que el joven había asegurado a mis hermanos antes de ponerse a buscarme
a mí, pero ya no lo tenía tan claro. Por suerte, Mina llegó a nuestro lado y,
sentándose a su lado, sonrió despreocupadamente.
—Mi hermano es un poco torpe. Quería
impresionar a Andrea, pero le salió mal.
—¡Ni que lo digas! —Exclamó Leo, molesto. Mi
hermana se rió levemente.
—Se ha puesto nervioso: esto nunca había
pasado. Pero ya veréis que enseguida lo soluciona y encuentra el modo de evitar
que ocurra de nuevo.
—¡No me fío de él! —Volvió a bufar mi hermano.
—Bueno, pero te fías de mí, ¿no?
Mi hermano se calmó un poco, sus comisuras se
curvaron de forma casi inapreciable, y asintió con la cabeza.
—Lo resolveremos todos juntos, ¿sí? —Siguió
Liarflam con una sonrisa encantadora en su rostro.
Mis hermanos asintieron alegremente. Miré
fascinada a la hermana de Markus. ¿Cómo había podido hablar con ellos de esa
forma, de igual a igual, con esa naturalidad?
Al anochecer, Mina nos acompañó a casa y de
nuevo se aseguró de que mis hermanos lo vieran como un entorno seguro con
palabras de respaldo. Mi madre parecía dudosa, pero terminó entrando también.
—Andrea, espera —me paró antes de que yo
entrara.
Me giré con una sonrisa tímida.
—No hace falta que te preocupes. Estoy bien,
no tengo miedo.
—Ya lo veo. Pero tienes que ser cauta.
—¿No ha sido solo un incidente aislado? Solo
fue un fallo en la seguridad.
Mina negó con la cabeza. Sentí como si me
hubiera caído una jarra de agua helada por la espalda.
—¿Cómo puedes saberlo?
—En su juventud, mi padre desarrolló un
sistema de vigilancia en las montañas. Es muy sofisticado, una persona normal y
corriente no sería capaz de saltarse el control así como así.
—¿Entonces?
—Sea como sea, no me gusta. No tiene por qué
ser motivo de alarma, pero todavía no hay que descartar algo más peligroso que
una ladrona.
Miré a la chica, estupefacta. ¿De verdad
estaba insinuando que aquella persona podía haber tenido la intención de
hacernos daño?
—Pero no les hizo nada a mis hermanos.
—Solo te ofrezco una hipótesis. No puedo
probar nada, pero todo me lleva a la misma conclusión.
—¿Qué conclusión?
Mina miró a nuestro alrededor y se aseguró de
que mi madre no estuviera escuchando.
—Ten mucho cuidado, Andrea. Si lo que creo es
cierto, esa persona te buscaba a ti.
—¿Cómo? ¿Qué te hace pensar eso?
—Alvinne Gartene —Mina notó mi
empalidecimiento tan pronto como pronunció el nombre de mi amiga y se apresuró a continuar—. No,
tranquila. No tiene que haber pasado nada. Pero es posible que ella hablara con
alguien de ti o de tu padre y que vinieran buscándoos expresamente.
—¿Conoces a Alvinne?
—No, solo he oído hablar de ella.
Mi madre salió de la casa apresuradamente y al
verme suspiró aliviada.
—No me di cuenta de que os habíais quedado a
hablar.
—Ah, lo lamento Cris. No tenía la intención de
sobresaltarte.
—Tranquila, solo estoy un poco nerviosa.
Mina calmó de nuevo a mi madre, repitiéndole
que era normal sentirse así pero que Revon seguía siendo un lugar seguro. Mi
madre respondió asintiendo y me rodeó con su brazo. Me sentí levemente
incómoda.
—¿Necesitáis algo? Sabéis que podéis pedirnos
cualquier cosa.
—Estaremos bien —aseguró mi madre.
Eso había dicho, pero, después de que Mina se
fuera, mi casa permaneció en un incómodo y perpetuo silencio. Ni mi madre ni
mis hermanos ni yo compartimos una palabra. Durante aquel rato que se me hizo
eterno no podía pensar con claridad, solo recordar una y otra vez en lo que
había hablado con la mayor de los Liarflam.
Al acostarme aquella noche, abrí el libro de
cuentos y, dejándolo abierto sobre mi pecho, no pude hacer otra cosa que no
fuera pensar. No sabía quién era aquella mujer ni qué podía haber estado
buscando en una familia tan modesta como la nuestra, pero me preocupaban las
palabras de Mina. Tenía sentido que Alvinne estuviera de una forma u otra
implicada, a fin de cuentas, no hacía tanto desde su partida. Miré hacia mi
escritorio. Tal vez podría escribirle, aunque no estaba segura de a dónde…
Mi cepsidra.
¡Mi clepsidra no estaba allí!
Me levanté sobresaltada de la cama y comencé a
buscar por todos los recovecos de la habitación. Mi corazón no daba tregua y mi
sangre de pronto se heló en mis venas. ¿Y si aquella mujer la había robado? No,
no podía pensar así todavía. Tal vez la habrían cogido mis hermanos para
trastear con ella y hacerme rabiar.
Salí de mi cuarto y me dispuse a llamar a la
puerta de mis hermanos, pero una tenue luz en el piso inferior llamó mi
atención. Rápida y sigilosamente, regresé a mi cuarto y cogí el abrecartas de
mi escritorio. Caminé en silencio bajando las escaleras hasta encontrarme en la
cocina con mi madre, quien se giró alertada y me miró con voracidad, antes de
recuperar la calma y la compostura.
—Andrea, hija... ¿Qué haces aquí?
—No podía dormir... ¿Y tú?
—Yo tampoco, hija.
—Madre, por cierto, ¿no habrás visto mi
clepsidra, verdad? Es que no está en mi habitación, no la encuentro. No sé si
me la habrán vuelto a coger mis hermanos, pero me preocupa que se rompa.
Mi madre se llevó las manos a la cabeza con
desesperación y negó con la cabeza. La miré aún más preocupada, pero tan pronto
como suspiró, me miró con una sonrisa nerviosa y complaciente y simplemente
contestó:
—No te preocupes, cariño. Mañana la
buscaremos. Deberías ir a dormir.
Cogí otra de las sillas y me senté en ella.
Crucé las piernas bajo mi camisón azulado y me quedé centrada en sus tristes
ojos azules. Me devolvió la mirada un segundo antes de retirarla, como si
tuviera la sensación de que yo podía ver la desolación, el miedo y la
desesperación reflejados en ellos. Pero, en la oscuridad de la noche, no
necesitaba de la vista para ver algo tan claro.
—Madre, ¿tú sabes quién es en realidad Markus?
—El padre de Markus, Lewis Liarflam, era un
noble. El dueño y señor de toda la cordillera, y aunque Markus no es el mayor
de los hermanos, ni tampoco el primogénito varón, por algún extraño motivo
Lewis decidió que fuera él quien heredase su puesto.
—Entonces sabes que es el duque. Es un noble.
—Toda la familia Liarflam lo es.
—No lo entiendo, ¿por qué le hablas siempre
como si fuera cualquier otra persona?
—No debería hacerlo, ¿verdad?
Suspiró de nuevo, contrariada.
—-No puedo evitar mirar a Markus y acordarme
de su padre. Es verle y sentir que tengo delante a ese maldito déspota. Esa
cara de asco, llena de desdén, esa desconsideración hacia todo el mundo que
hace que me hierva la sangre.
—Markus no es así —susurré cortante.
—Se nota que se preocupa por ti. Sé que él no
es Lewis, pero…
—¿El padre de Markus no era amigo de mi padre?
—Le interrumpí.
—Oh, sí, y admiraba muchísimo a tu padre, pero
eso no significa que fuera un buen hombre.
—¿Cómo es eso?
—Lo único bueno que puedo atribuirle son sus
ideas para mejorar algunas cosas en Revon: aumentó la seguridad poniendo
iluminación y vigilancia nocturna, llegó a acuerdos con ganaderos, pastores y
agricultores de toda la cordillera para que hicieran pactos los unos con los
otros, fomentando la creación de los gremios, lideró un consorcio con otras
áreas del reino para conseguir nuevos materiales y un mejor comercio...
—No suena tan malo.
—Creo que no soy la más indicada para hablarte
de esto, pero no quiero que le preguntes a Markus, así que te lo contaré: Lewis
Liarflam tenía un gran poder y unas ideas brillantes pero, pese a su
inteligencia, su arrogancia hacía de él un monstruo: durante mucho tiempo
generó unos impuestos abusivos para beneficiarse de ello, se aprovechó de su
poder y de sus contactos para deshacerse de sus competidores y de sus enemigos.
—Eso es horrible...
—Creo que es una suerte que ninguno de sus
hijos saliera a él, de verdad. Son todos muy buenos niños, pero aún así, tienes
que prometerme que tendrás cautela, ¿vale, cariño?
—No —respondí molesta.
—Andrea, solo escúchame…
—Madre, tendrás tus motivos para odiar a
Lewis, yo jamás lo conocí, pero sus hijos no son él. Markus es mi amigo…
—Los conozco a los cinco, Andrea, y son
encantadores, pero Lewis también podía serlo cuando se lo proponía.
—Markus no es así. Solo es un muchacho.
Siempre dices que es injusto que nadie en este pueblo me dé una oportunidad
para demostrar cómo soy, pero tú estás haciendo lo mismo con ellos.
Mi madre agachó la cabeza avergonzada.
—Le conozco desde que nació y jamás le había
visto sonreír. Desde que era un niño era tan callado, tan serio, tan reservado…
—¿Por qué no me los habías presentado nunca?
—Quise hacerlo, de verdad que quise. Tan
pronto como tu padre faltó, traté de estar aún más cerca de Katherine y de los
niños... Pero Lewis...
—Los encerró en un luto, ¿verdad?
Vi como ella apretó la mano en un puño y al
tiempo asentía con la cabeza.
—¡Pero el encerramiento acabó hace años!
¡Podríamos haber estado con ellos!
—Tenía miedo, ¿vale? —Respondió frustrada. Sus
lágrimas, brillantes bajo la tenue luz de las velas, se resbalaron por su
rostro en una marcha lenta y amarga—. La última vez que un Liarflam entró por
la puerta de esta casa, se llevó a Alecs para siempre. Era mi esposo, pero tú
eres mi hija. Si te pasara algo a ti no podría soportarlo.
Miré a mi madre con compasión. Logró mantener
su temple: no pasó del llanto tranquilo, no se desplomó.
—No es solo eso, Andrea. Lewis le prometió a
tu padre que la familia Liarflam nos ayudaría y te protegería, era la única
condición que puso Alecs cuando se fueron...
—¿Protegerme de qué?
Mi madre calló y negó con la cabeza. Por
primera vez, pude ver con total claridad que mi madre siempre había sabido más
de lo que decía saber. Su silencio no hacía más que entregarme la razón.
—¿Protegerme de qué, madre?
—Del peligro. La única verdad es que Lewis
mintió. Y con Lewis, todos los Liarflam nos dieron la espalda…
—¡Estuvieron nueve años en un luto!
—¡Han sido nueve años para mí también!
—Discutió ella, golpeando la mesa con fuerza.— ¡Si no nos hemos ido de Revon es
porque lo he considerado seguro hasta ahora, pero si este podrido lugar no
puede ofrecernos ni siquiera eso…!
—Quiero quedarme aquí —determiné con firmeza.
Mi madre desvió la mirada muy cabreada y
después concluyó la conversación con un tono seco y severo:
—Vete a la cama de inmediato.
Mi madre exhaló un resoplido que acentuó aún
más su enfado.
—¡Como quieras! —Respondí, poniéndome en pie
de muy mal humor, y subí a mi cuarto sin compartir una sola palabra más.
Me dejé caer en la cama y me revolví entre las
sábanas mientras refunfuñaba. Me peleé hasta enredarme con la ropa de cama por
completo y dejé que mi frustración se consumiera por sí sola. Pronto sentí cómo
si alguien entrara en la habitación. Un tacto suave y amable acariciando mi
pelo, un aroma floral desconocido, pero extrañamente familiar.
Y una voz.
Te he
encontrado.
* * * *
*
Desperté sobresaltada, enredada todavía entre
las mantas. Ya había amanecido y no había nadie en mi cuarto, por lo que
imaginé que en algún momento me había quedado dormida sin darme cuenta.
Me levanté perezosamente y me encontré a mi
madre al salir de mi cuarto. Durante un incómodo instante, nos miramos en
silencio antes de que ella hablara:
—Lo siento.
No quería responder, pero continuó hablando:
—Tienes razón, he sido injusta con los
Liarflam. Y en especial con Markus. Él no es Lewis, no debería tratarlo como si
lo fuera.
—Lewis es historia. Puede que te cueste
entenderlo, pero Markus es mi amigo y le quiero.
—Lo sé. Se nota que él también te ve así.
Mi madre parecía taciturna al hablar y tenía
una expresión agotada.
—Te prometo que a partir de ahora confiaré más
en él.
Sonreí levemente y murmuré un “gracias” de
corazón.
—Hazme el favor y despierta a tus hermanos.
Hoy quiero que vengáis los tres conmigo.
Antes de despertar a mis hermanos bajé y miré
hacia la estantería para comprobar que alguien había vuelto a ponerla en su
sitio. Recordaba perfectamente que el día anterior la habíamos dejado atrás sin
más, con la puerta abierta de par en par.
Markus la había visto. Me hubiera gustado
haberle enseñado la biblioteca, pero dadas las circunstancias parecía más
preocupado por ponerme a salvo que por investigar.
Entré en el cuarto de mis hermanos y me
enterneció ver a Alis acurrucada en la cama de Leo en lugar de en la suya
propia. Él la mantenía entre sus brazos y ella tenía los ojos cerrados pero
enrojecidos, con evidentes marcas de haber estado llorando.
Me acerqué un poco más y pensé en las palabras
que había utilizado Alis conmigo. “¿Nos odias tanto?”
Jamás me había parado a pensar en el poco
tiempo que había pasado con ellos en realidad. Tal vez en mi arrogancia solo
los había visto como un incordio, pero, por primera vez, quería intentar
comprenderlos un poco más.
Tenía que intentarlo. Era la hermana mayor…
—Buenos días —saludé intentando sonar
encantadora mientras le acariciaba el pelo a mi hermana. Abrió los ojos y me
miró con expresión molesta. Mi hermano estaba todavía en proceso de
despertarse.
—Ya vamos —anunció Alis con mala cara.
Salí de la habitación sabiendo que nada había
cambiado y que seguían enfadados. Bajé al piso de abajo y cogí un trozo de
queso y dos frutas.
—¿Tus hermanos se han levantado?
—Se están preparando.
Alguien llamó a la puerta de nuestra casa. Mi
madre resopló con impaciencia.
—Anda, ve a vestirte. Ya abro yo.
Mientras subía las escaleras, oí cómo mi madre
recibía al visitante, y al oír la voz de Markus me apresuré a terminar de
alistarme. Me peleé brevemente con mi corsé y mis enaguas y por encima me puse
un vestido sencillo de color blanco roto, con un cuello alto de encaje y mangas
julieta decoradas con cintas en color aguamarina. De inmediato bajé, desbocada
y alegre a saludarle.
Mi madre tenía mi clepsidra entre sus brazos y me miró confusa.
—¿Mi clepsidra?
—¡Markus la ha recuperado!
—¿De verdad? ¡Mil gracias! —Exclamé mientras
la cogía, con lágrimas en los ojos—. No te imaginas lo que esto significa para
mí...
—Vuestra intrusa ayer era una mera ladrona.
Intentó llevársela, pero mi hermano la encontró a tiempo.
—¿Entonces eso es todo? —Preguntó mi madre con
un hilo de voz mirándole de arriba a abajo—. ¿Qué ocurrió?
—Encontramos su rastro en el puesto de
vigilancia meridional. Durante la noche pasó por el mismo camino, así que
logramos emboscarla y reducirla sin dificultad.
—¿Entre cuántos? —Mi madre frunció el ceño.
—En realidad, he tomado parte de la
atribución, pero el trabajo físico fue todo obra de mi hermano.
Mi madre pareció conforme con esa respuesta y
me sonrió abiertamente.
—No te imaginas el peso que me quitas de
encima —respondió.
—Es un placer para mí conseguir que nuestras
calles sean más seguras. Con vuestro permiso, Cris —se giró hacia mí y me
dedicó una sonrisa complaciente—, Andrea...
Antes de que mi madre cerrara la puerta,
Markus me hizo un gesto rápido con la mano para que me encontrara con él. Mi
madre pareció contenta, y mientras se disponía a arreglarse ella también,
aproveché para escabullirme y salir. Me encontré con Markus en la puerta de la
valla.
—Muchas gracias, Markus —agradecí de nuevo—.
Mi clepsidra es mi posesión más preciada. Solo de pensar lo que esa ladrona
podría haber hecho con ella…
La sonrisa de Markus se desvaneció de
inmediato y negó con la cabeza.
—Quien entró ayer en vuestra casa no era una
persona normal.
—¿Cómo?
—Esa mujer… Desconozco lo que era en realidad,
pero puedo asegurar sin ninguna duda que no era humana…
—¿Entonces le mentiste a mi madre?
Agachó la cabeza avergonzado.
—Parecía cansada, como si apenas hubiera
podido dormir esta noche…
Miré hacia mi clepsidra en mis manos y la
apreté con fuerza. Mi padre decía que las mentiras mataban más rápido que el
veneno, pero en aquel momento, comprendí que Markus quería protegernos.
—El puesto de vigilancia era un auténtico
estrago. Jamás había visto nada similar.
—¿Qué quieres decir?
—Los vigilantes del área estaban calcinados.
No quedaron supervivientes...
—¿Un fuego?
—No había restos de ninguno y los edificios
estaban intactos. No lo comprendo, pero no es ninguna coincidencia.
Nos quedamos en silencio un largo rato.
Después, me preguntó:
—¿Estás asustada?
—Sí —admití.
—Estoy contigo —recordó. Le miré a los ojos un
poco más tranquila.
—Por favor, si regresas allí, ten mucho
cuidado. Quiero que sigas estando conmigo mucho tiempo.
Se rió suavemente y negó con la cabeza.
—Por el momento, Andrea… Hay una cuestión que
me gustaría hablar contigo. Este no es el mejor lugar para compartirlo, pero
podría verte más tarde, en la sastrería, si no fuera mucha molestia…
—Lo espero con impaciencia.
Mi amigo se despidió y se marchó de inmediato.
Imaginé que iría de nuevo a buscar más pistas al puesto de vigilancia. Regresé
a la casa a hurtadillas y, mientras mi madre y mis hermanos no miraban, regresé
a mi habitación, intentando reprimir el repentino miedo del que estaba siendo
presa.