8 - Diferencia



Diferencia

El sonido distante del viento llegó incluso a mi psique, asediando también mi visión. Entre sus aullidos cortantes, oí apenas unos pasos decididos. Ataviada con ropas de viaje, Margarita, la querida amiga de mi madre, paseaba por el camino mistral.

           

            —Te reconozco —una voz suave y dulce susurró a sus espaldas. Aterrorizada, Margarita se giró, oteando cada pequeño rincón del bosque, buscando el origen de la voz—. Tú estabas con ellos hace diez años.

 

            Apareciendo frente a ella, la figura de una mujer rubia se irguió entre la maleza. Margarita apenas pudo retroceder unos pasos, pero con un movimiento rápido, la otra mujer no tardó ni un segundo en darle alcance.

 

            —Ayúdame a hacerme con ella y te perdonaré la vida.

* * * * *

Cuando desperté, vi a mi hermana a mi lado. Ella seguía dormida, hecha un ovillo dentro de mis sábanas y hundida en ella hasta el punto en el que solo se le veía la coronilla y su mata de pelo negro sobresaliendo entre el blancor de los bordados. Intenté no hacer movimientos bruscos para no despertarla y me moví lentamente hasta sentarme al borde de la cama.

Como única fuente de luz tenía los tenues rayos de sol que se asomaban en los huecos de las contraventanas de mi habitación, suficientes como para poder ver casi toda mi habitación. No terminé de ponerme en pie, solo me quedé allí, meditabunda.

Si el día anterior Markus se hubiera ido, ¿qué habría pasado? Estaba segura de que todo habría cambiado. Tal y como me había hablado, no era descabellado pensar que, de ser así, no habría vuelto a verle jamás. Me preguntaba si mi hermano era consciente de eso, de si intervino precisamente por ese motivo.

Y aquello me llevaba a una segunda incógnita... ¿Quién era aquella mujer de la que nos había hablado Leo para interrumpir la partida de Markus? Desde luego, si todo había pasado tal y como mi hermano había descrito, ella ya no estaría viva...

 

—¡Abrazo! —Exclamó Alis a mis espaldas, prácticamente saltando sobre mí y rodeándome con sus bracitos pequeñitos y suaves. Pegué un bote.

—¡Lissie! ¡Casi me matas del susto!

 

Mi hermana se rió y saltó de la cama, a punto de resbalarse con mi alfombra. Después me miró con una impaciente sonrisa juguetona.

 

—¿Podemos ir afuera hoy? Por favor.

—No sé. Markus me pidió que nos viéramos y...

 

Ella ahogó un grito de emoción y su sonrisa se amplió, mientras asentía efusivamente.

 

—¡No tenemos que hacerle esperar!

—Eh... ¿no te daba miedo?

—Pero eso es porque no le conocía. Es muy bueno y es tu amor verdadoso.

 

Me reí, divertida por su pequeña equivocación, antes de levantarme y revolverle el pelo con la mano.

 

—Querrás decir que es mi amor verdadero.

—¡Es tu amor verdadero!

 

Me azoré levemente. No estaba segura de si aquel gazapo había sido sin querer o si su verdadera intención era bajar mi guardia para hacerme decirlo en alto.

 

—¿Hoy no es el día que madre reserva para quedarse con vosotros?

—¡Tú quieres quedarte a solas con Markus! —Exclamó sorprendida y fingiendo estar escandalizada, antes de comenzar a reírse con picardía.

—No empieces...

 

Lis siguió riéndose hasta regresar a su habitación, cuando yo al fin pude vestirme. Al abrir las contraventanas de mi habitación, vi que era un día sin una sola nube, lo que presagiaba que sería un buen día de sol. Con un poco de suerte, el frío del día anterior haría que hoy fuera más templado.

Elegí un vestido de color amarillo, de cuello alto y sin mangas. Tenía numerosos bordados y encajes blancos que dibujaban ornamentos inspirados en motivos antiguos encima del algodón amarillo, delimitando los bordes del vestido. A la altura del pecho, sin embargo, tenía una decoración central en el mismo encaje que hacía que aquella prenda fuera definitivamente sublime.

Me miré en el espejo y me sonreí, rememorando mi encuentro con Markus la noche anterior, Su forma de hablar había sido tan dulce que no podía esperar a verlo. ¿Tal vez después de hablar un poco dejara atrás el orgullo y se calmaran un poco las cosas?

Segundos más tarde, sin entender muy bien el porqué, mi sonrisa desapareció y noté una enorme presión en el pecho, como una anticipación oscura y tenebrosa que inundaba mi corazón. No estaba segura de a qué venía aquella sensación, ya que no había tenido ningún pensamiento que la propiciara. Era miedo, pero sin nada a lo que temer…

¿Qué estaba pasando?

Respiré profundamente para tranquilizarme hasta que al fin me decidí a salir de mi habitación. Mientras bajaba, oí a Leo protestar por algo en el piso de abajo y suspiré. “Hay cosas que no cambian nunca” pensé y puse los ojos en blanco. Cuando llegué abajo, miré hacia mi madre, quien parecía estar preparándose para marchar. Dudé un segundo y enarqué una ceja extrañada mientras me acercaba a ellos.

 

—Vamos, Leo, déjame tranquila —replicó mi madre con impaciencia.

—¡No puedes ir! —Prácticamente chilló mi hermano con tal efusividad que parecía melodramático.

—Sé que os lo prometí, lo entiendo, pero de verdad que me había olvidado por completo de que hoy iba un vendedor de telas de alta calidad al mercado de Aoira. Las necesito para la sastrería.

—¡Pero vendrá otro para el siguiente mercado! ¡Por favor, no vayas!

—Venga, os prometo que el próximo día haremos algo muy especial —después me miró a mí—. Por favor Andrea, échame una mano, es muy importante que vaya hoy.

 

Lo que mi madre estaba malinterpretando como una pataleta infantil por haberse olvidado de que pasarían el día juntos yo lo comprendí al instante como una muestra de preocupación por parte de mi hermano.

 

—Ayer oímos un oso cuando fuimos a la entrada del bosque —comenté yo, poniéndome disimuladamente de parte de mi hermano—. ¿De verdad tienes que ir justo hoy?

—Es muy importante, cariño, sabes que si no fuera así, no iría.

—Es solo que... hemos oído que ha habido ataques de osos recientemente. Si vas, no pases por el bosque. Si bajas por la parte oeste, lo puedes rodear casi todo.

 

Mi hermano me miró y después agachó la cabeza, comprendiendo lo que estaba haciendo.

 

—Pero Aoira está en la otra dirección. Rodear el bosque me llevará todo el día —respondió ella antes de suspirar contrariada—. Supongo que tendré que pedirle a alguien que me lleve, o no llegaré nunca.

—¡Sí, deberías! —Siguió mi hermano—. ¡Será mucho más seguro!

 

Mi madre se rió con suavidad y le dio un abrazo a mi hermano y después me hizo un gesto a mí para que me acercara y recibiera también el abrazo.

 

—¡Ah, no merezco los hijos que tengo! Sois maravillosos, hasta cuando os preocupáis tanto por mí que os interponéis en mi trabajo.

 

Mi madre se fue, pero en el momento en el que mi hermana bajó a la cocina donde estábamos Leo y yo, él se cruzó de brazos y se dejó caer sobre la silla.

 

—No creo que Markus haya hecho nada... ¿Y si eso siguiera por ahí suelto?

—Ayer le vimos en el bosque. Pasó la noche buscando a tu bicho —comentó Alis con inocencia.

—¿En serio? —Mi hermano me miró a mí, esperando mi confirmación.

—Sí. De hecho, quise darle una manta, pero no la aceptó.

—Andrea va a verle luego —comentó Alis con una amplia sonrisa.

 

Mi hermano me atravesó con una mirada de protesta.

 

—¡Ah! ¡Que nos va a dejar solos y encerrados en casa! ¡Fantástico!

—No seas así. Pensé que os quedaríais con mamá. No me sabría bien dejaros solos en casa después de lo que pasó ayer. No creo que a Markus le importe si venís conmigo.

—Qué considerada —respondió Leonardo con un tono beligerante.

—O siempre te puedes quedar encerrado en casa y esperar a que nuestra madre vuelva al anochecer —contesté, ligeramente molesta—. Me pregunto si entonces harás algo productivo aparte de dormir.

 

Alis se rió, pensando que era una broma. Obviamente, ni mi hermano ni yo le habíamos dicho la versión de lo que él había visto en el bosque.

Ninguno discutió más, y un poco más tarde de que mi madre se fuera, mis hermanos se prepararon para salir también. Cuando Markus llegó, le abrí la puerta de inmediato, aun cuando mis hermanos no estaban listos.

 

—¡Buenos días, Markus! —Saludé con una risilla—. ¿Qué tal la caza anoche?

—Sin novedad, como era de esperar. Ni rastro de ningún dragón.

—Igualmente, no podemos decirle eso tan dulce que dijiste ayer.

—¿Eh?

—Me pareció muy lindo, pero creo que a mi hermano no le hará tanta gracia. Se pensará que te estás burlando de él.

 

Markus no dijo nada en respuesta. Me pregunté si estaría demasiado cansado, parecía no estar de muy buen humor.

 

—¿Estás seguro de que quieres que vayamos al bosque? ¿No preferirías regresar a casa a descansar?

—Estoy bien —respondió, después me dedicó una sonrisa—, espero que, al menos, haya quedado demostrado que no hay nada que temer en Revon.

—¿Encontraste algo sobre aquella mujer? —Pregunté, repentinamente con tono serio.

 

Markus se aseguró de que nadie nos estaba mirando. Después, me susurró para que le dejara entrar. Le dejé pasar y cerré la puerta detrás de mí. Parecía inusualmente nervioso y vigilante.

 

—¿Qué ocurre?

—Tengo una muy mala sensación sobre esa desconocida de la que nos habló tu hermano ayer. Su descripción coincide con la mujer que vimos salir de tu casa el día que te encontré encerrada detrás de la estantería. Y el hecho de que ella atacara al… la criatura con la que se topó tu hermano me hace pensar que no es una mujer cualquiera.

 

El ligero titubeo de Markus llamó mi atención. No solía mostrar tan abiertamente su nerviosismo. Tuve intención de reprenderlo cuando mi hermana bajó corriendo y se apresuró a saludarle con un abrazo mientras se reía. Leo la siguió, pero se quedó a una cierta distancia del duque. Markus, por supuesto, le devolvió el saludo a mi hermana.

 

—Espero que no te importe que mis hermanos nos acompañen hoy —continué, cortando por completo la discusión.

—En absoluto. He de decir que mi hermana está muy entusiasmada con esta merienda. Así que todos sois bienvenidos, siempre y cuando estéis dispuestos a entrar en el bosque.

 

Markus miró hacia mi hermano, y toda la respuesta del chico fue un resoplido molesto. Lo entendí de inmediato como una provocación y enarqué una ceja mirando al albino con reproche.

 

—No empieces otra vez con eso —susurré advirtiéndole.

 

Con una sonrisa dulce, me miró cándidamente y después comentó con alegría:

 

—Solo pretendo ofreceros un día tranquilo en el bosque. Mis hermanos también estarán allí. Por eso me gustaría que todos disfrutásemos sin preocupaciones.

—Me encantaría —anunció Leo. Su voz sonaba tranquila pero desafiante.

—Tú tampoco, Leo —repliqué con una voz amenazante.

 

Entre los dos iban a volverme loca si continuaban actuando así todo el día.

 

—¿A qué esperamos, entonces? —Urgió el joven.

 

Mi hermano mostraba hacia Liarflam un antagonismo especial. Le miraba constantemente como si le estuviera retando. Markus, en cambio, pasaba el rato con mi hermana, mostrándose encantador con ella, tierno y más alegre que Leo, quien permanecía encerrado en un evidente enfado.

 

—Andrea, Markus solo quiere hacerme quedar mal —susurró mi hermano.

—Lo he notado.

—¡Pues dile algo!

—¿Qué quieres que le diga?

—¡Yo qué sé! ¡Algo! ¡A ti al menos te escucha!

 

Markus, por delante de nosotros, parecía no estar para nada afectado por las provocaciones de Leo.  Era evidente que se estaba comportando así para ofrecer una imagen de tranquilidad y de parsimonia con la que mostrar que mi hermano no estaba siendo honesto cuando hablaba del dragón.

 

—Leo, ¿puedo decirte algo?

—¿Por qué nunca te pones de mi parte?

—En realidad, no tiene mucho que ver con esto, pero me parece que deberías saberlo.

 

Mi hermano no contestó a eso, pero me miró con atención.

 

—La mujer con la que hablaste ayer podría estar buscándome.

—¿Qué dices? —Replicó malhumorado.

—Markus dice que la persona que nos describiste anoche se parece a la persona que entró en nuestra casa la semana pasada.

—¡¿Cómo?! —Exclamó Leo escandalizado.

—¡No te enfades! —Elevé mi voz, disimulando al notar las miradas de Markus y de mi hermana centrándose en nosotros. Mi hermano pronto notó mis intenciones y me acompañó en mi disimulo, cruzándose de brazos haciéndose el enfadado—. ¿No se te puede decir nada?

—¡Lo que tú digas!

 

Después, se rezagó ligeramente, simulando una rabieta. Esperamos un poco para asegurarnos de que Alis y Markus dejaban de estar pendientes de nosotros. Leo se acercó de nuevo para saber más.

 

—¿Dices en serio que esa mujer te está buscando?

—Sí. Creo que Markus también lo piensa.

—¿Pero por qué iba a buscarte a ti? —Inquirió extrañado.

—Bueno, eso te lo explicaré en otro momento, ¿vale? El caso es que ayer, cuando te encontraste con ella, ¿te dijo algo?

—Dijo que era una conocida de nuestro padre. Me hizo preguntas sobre ti.

—¿Recuerdas qué te preguntó?

—Pues me preguntó qué te gustaba hacer, le dije que leías mucho; también que si solíamos ir al bosque muy a menudo y, bueno, le dije que era la primera vez en todo el verano que íbamos juntos. También preguntó si Markus y tú erais pareja.

—¿Preguntó algo sobre ti?

 

Mi hermano negó con la cabeza y se encogió de hombros.  Después me dedicó una mirada molesta y enarcó una ceja. Iba a decir algo, pero entonces Markus se giró un segundo, dirigiéndose a nosotros:

 

—Pronto llegaremos —informó.

 

Después de esto, mi hermano no dijo nada más hasta que llegamos al claro del bosque que se encontraba en una vega por la que descendía un río. Al presentarnos allí, Markus se adelantó, mientras mis hermanos y yo le esperábamos a la entrada. En el centro, entre una cama de flores de cientos de colores, una mujer preciosa y un niño, sendos albinos de piel y cabello, hablaban rodeados por un aura alegre y calmada. Markus se les acercó y el niño le saludó con efusividad, mientras que la joven miró en nuestra dirección y nos sonrió, invitándonos a acercarnos.

Mis hermanos caminaron detrás de mí con cautela. Cabe decir que me sentía especialmente nerviosa al aproximarme a ellos, sobre todo al ser el centro de la mirada de la hermana de Markus.

Tanto Markus como Mina compartían una belleza embelesante, pero aquella chica, aparte de la belleza que compartían en su familia, vestía con una elegancia desemejante a las ropas más sencillas de sus hermanos. Su vestido violeta, ceñido por la parte superior y abombado por debajo de la cintura, estaba hecho a su medida y complementado con un cinturón, un cuello y unos guantes de encaje, todos ellos blancos como como las nubes.

Su apariencia era noble, mucho más que la de Markus: aquella era precisamente la imagen que me venía a la cabeza al pensar en la hija de un duque: con la apariencia de haber salido de un lienzo, destacando su presencia cándida y angelical entre flores y con una sonrisa dicharachera permanente en sus labios.

Mientras nos acercábamos, el menor de los Liarflam se escondió tímidamente detrás de su hermano mayor. Era inusualmente pequeño. Teniendo en cuenta el tiempo que hacía desde la partida de nuestros padres, aquel niño debía tener la edad de mi hermana, pero era delgado y más bajo que ella. Solo por su apariencia, no le hubiese echado mucho más de cinco años, pese a su cara redondita y su cabello, que caía sobre sus hombros y en aquel momento estaba decorado con una corona de flores que coincidían con las que había a su alrededor.

 

—Hola —saludé con reservas al llegar frente a ellos.

—Hola, Andrea —me sorprendí un poco de que conociera mi  nombre—. Yo soy Ashleigh. En verdad, no estoy muy segura si decirte “encantada de conocerte” o si saludarte sin más. Markus y Mina me han hablado tanto de ti que ya me siento como si te conociera de hace tiempo.

—Encantada de saludarte, Ashleigh —respondí. La chica se rió, divertida por mi respuesta.

 

El niño se asomó por detrás de Markus, pero después su hermano mayor le animó a decir algo.

 

—Hola, soy Eric, encantado de conoceros —murmuró, y se rió con una timidez ligeramente coqueta y remolona.

—¿Por qué tienes flores en la cabeza? —Preguntó Alis, que era bastante más alta que él, sacándole casi una cabeza entera.

—¿Por qué tú no tienes flores en la cabeza?

 

La lógica del hermano pequeño de Markus hizo impacto en mi hermana, que se giró y me protestó de inmediato.

 

—¡Andrea! ¡Yo quiero una corona de flores también!

 

Por supuesto, yo no sabía ni cómo empezar a hacer una corona de flores, por lo que aquello me ponía en un pequeño compromiso. Sin embargo, el hermano pequeño de Markus se la quitó y se la ofreció a Alis.

 

—Si la quieres es para ti.

—¿De verdad?

—Claro —dijo, colocándosela.

 

Ashleigh se inclinó un poco para quedar a la altura de Alis.

 

—Te sienta muy bien —dijo Ashleigh—. Tu pelo oscuro hace que destaquen más todavía, Alis.

—¿También sabes mi nombre? —La niña también estaba sorprendida.

—Claro que lo sé. Y también sé el tuyo, Leonardo —continuó mirando hacia mi hermano.

—No sabía que erais tantos —comentó Leonardo, sonando un poco irritado.

—Somos cinco —respondió Markus cordialmente—: dos mujeres y tres varones.

 

Mientras hablábamos, el hermanito pequeño de los Liarflam salió corriendo hacia los árboles, donde habían asentado unas sábanas junto con varias cestas. Pronto volvió con una espada envainada en sus brazos. Al llegar a nuestro lado, la desenvainó, mostrando su largo filo de metal.

Y sí, me asusté de ver a un niño tan pequeño con un arma.

 

—¡Markus, Markus! ¡Mira lo que hago!

—¡Ah! ¡Te vas a hacer daño! —exclamé sorprendida cuando comenzó a hacer estocadas contra el viento.

—No te preocupes —Ashleigh intervino, y haciéndole un gesto a su hermano pequeño, logró que este parase y le diera la espada con una cara larga—. Es una espada de entrenamiento. No tiene filo ni punta.

 

Lo demostró pasando sus dedos por todo el filo de la espada. Su hermano le hizo un gesto entusiasmado y la joven le devolvió la espada, tras lo que continuó con su demostración.

 

—Todos los Liarflam sois tan… excepcionales.

—Todas las personas son excepcionales a su manera —aseguró la joven con una sonrisa—. Muchas de las cosas que Markus me ha contado sobre ti también son fascinantes.

 

Me reí con nerviosismo y me pregunté qué cosas les habría dicho Markus. Confiaba en él, pero jamás me había encontrado con una situación parecida, en la que la gente me conocía por cosas buenas en lugar de por rumores. A mayores, me ponía nerviosa no poder corresponderla en ese sentido.

 

—Hemos traído una comida ligera —añadió Ashleigh mostrándome una cesta de mimbre aclarado cubierto con un paño blanco—. Nos gustaría que nos acompañarais.

 

Los seis nos sentamos juntos sobre las sábanas que compartían el mismo blancor inmaculado de los hermanos. Eric se sentó entre sus dos hermanos; yo, al lado de Markus, y Leonardo entre Alis y yo.

 

—¿Habéis cocinado vosotros? —pregunté al ver la pinta deliciosa de la comida.

—No realmente —respondió Ashleigh cordialmente—. Pedí que nos lo preparasen, si hubiese tenido que hacerlo yo, dudo que tuviéramos algo comestible en el menú.

—Ah, claro. Tendréis servicio, imagino.

—Solo tres personas —continuó la joven—. Un mayordomo, un maestresala, y una escolta.

—¿Por qué tan pocos?

—Verás, es que cuando mis hermanos estuvieron a punto de nacer, los criados que teníamos por aquel entonces pretendieron hacerles daño porque eran los posibles herederos del ducado de nuestra familia. Desde entonces, mi padre se aseguró de que solo unos pocos tuvieran acceso a nosotros. Por supuesto, para trabajos más extenuantes solemos delegar en trabajadores temporales.

—¿Intentaron haceros daño? —Miré hacia Markus sorprendida— ¡eso es horrible!

—En realidad, solo fue un núcleo de detractores de mi padre —explicó.

—Imagino que vosotros tampoco quisierais recibir a nadie nuevo en vuestra casa después de eso.

—En realidad, estamos acostumbrados a vivir así —Ashleigh se encogió de hombros con un gesto tan leve como gracioso—. Pero dejemos de hablar de nosotros, ¡podríais hablarnos de vuestra familia! He oído sobre vuestra madre. Me fascina que haya podido cuidar de vosotros ella sola.

—Es que mi madre es muy buena en lo que hace —respondió Leonardo—, cuando aún vivía en el Valle, la princesa Adesvin de Norgles la quiso tener en su corte.

—¿La princesa Adesvin de Norgles? —Markus sonó estupefacto—. ¿Cómo rechazó una oferta tan magnífica?

—Se casó con papá —explicó Alis con una risilla tímida.

 

Los dos hermanos mayores de los Liarflam compartieron una mirada sorprendida.

 

—¿Hay algún problema? —Intervine.

—No, no, ninguno —se apresuró a responder Ashleigh, sonriendo de nuevo—. Nos ha sorprendido que decidiera venir aquí, teniendo un futuro tan brillante junto a su marido en Norgles. Aunque, imagino que, ahora que la princesa ha desaparecido, no podáis retomar esa oferta…

—¿La princesa Adesvin ha desaparecido? —Pregunté apocada por mi ignorancia.

 

Ashleigh, de hecho, pareció sorprendida por mi pregunta y ladeó la cabeza, intentando recordar algo.

 

—Hace algunos años, sí. En las fiestas, la gente ya apenas habla de ello, pero ha habido todo tipo de rumores, sobre todo al principio. Ahora es Afne quien tiene que regentar ambas tierras y, bueno, si no reapareciera Adesvin, él podría ser el soberano de ambas. Pero es curioso, podrían haber tenido un futuro brillante allí y eligieron Revon… No me quejo, los vestidos de tu madre son los más bonitos que he visto.

—En realidad, pasó tiempo hasta que vinieron a Revon —expuso mi hermano.

—¡Andrea, cuéntales la historia! ¡Tú te la sabes muy bien!

 

Me reí tímidamente antes de comenzar a narrar:

 

—Nuestros padres se conocieron siendo jóvenes en el Valle. Mi padre era un explorador inquieto que soñaba con caminar todo Zairon; mi madre, en cambio, era una sastre talentosa a la que incluso la monarquía reconocía. Ella, con su brillante futuro por delante, solo deseaba que fueran sus vestidos y su nombre los que algún día recorrerían el mundo.

»Y, pese a que fueron amigos, durante años no se vieron el uno al otro como a nada más. Mi padre, con el tiempo, cumplió su sueño de volverse un aventurero, e incluso mi madre llegó a adquirir cierto renombre, hasta el punto en el que la princesa Adesvin le propuso formar parte de su corte. Pese a todo, ella siempre sintió que le faltaba algo. Algo muy importante.

»Fue entonces cuando, después de años separados, se reencontraron. Mi padre, por primera vez, vio a mi madre como más que una amiga, y le hizo una promesa.

—¿Una promesa? —Ashleigh me miraba con los ojos como platos, completamente inmersa en mi historia.

—Él le prometió que le traería una gema conocida entre los aventureros por su cualidad de conceder deseos.

 

Los ojos de Markus brillaron con curiosidad.

 

—¿Y los concedía?

—¡Makus, no estropees la historia! —Le paró su hermana sin siquiera mirarlo.

—Mi padre partió, buscando por todo Zairon la gema de la leyenda. Su búsqueda lo guió a Aihme, a las oscuras y gélidas tierras que el sol jamás llega a tocar y, en una cueva, se encontró a una criatura que le entregaría la gema si respondía una única pregunta: “¿Quién eres tú?”

»Descubriendo la trampa de la criatura, la cual intuyó que no aceptaría su nombre por respuesta, sonrió y respondió “soy el pretendiente de la mujer que deseo que sea la nueva portadora de la gema.”

»Y la criatura le hizo entrega de la gema, una costebronita tallada como un anillo. Cuando él regresó a mi madre, se la entregó, cumpliendo así su promesa. Al hacerlo, le confesó su amor, y le ofreció la gema como su anillo de pedida. Sin embargo, ella rechazó su proposición, explicándole su deseo de continuar con su trabajo y él, comprendiéndolo, se la entregó sin más, sin necesidad de tener su mano ni de corresponder su amor.

»Mi padre le dijo que tendría que pedir un deseo, pero no un deseo cualquiera: uno que ella ansiara con todo su corazón. Cuando él se fue, ella le vio marcharse, y al verlo perderse en la distancia, susurró “desearía poder amarlo tanto como él me ama a mí”.

»Y meses después, en un arrebato, ella se marchó del Valle y, siguiendo su rastro, llegó hasta la frontera, donde se encontraron de nuevo. Sorprendido, él le preguntó qué hacía allí, a lo que ella solo respondió pidiéndole acompañarlo en su próxima aventura.

»Mi padre, por supuesto, accedió de inmediato. Durante la aventura, ella comenzó a notar la pasión de mi padre, a compartir su alegría, a disfrutar de la compañía del hombre que, por primera vez en su vida, la hizo sentir completa. Así se enamoró de él, y poniéndose por primera vez el anillo, le prometió a mi padre que se casaría con él.

—¡Oh! ¡Eso es tan romántico! —Exclamó la joven. — ¿Acaso no lo es, Markus?

 

El joven asintió con la cabeza, perdido en sus pensamientos. Alis después miró hacia Ashleigh con curiosidad.

 

—¿Cómo se conocieron vuestros padres?

 

Markus se desconcentró y los tres hermanos, incluido el pequeño Eric, nos miraron con una expresión sombría.

 

—En un viaje —respondió Markus.

—¿Y cómo se enamoraron? —Volvió a intentar mi hermana.

—Ella conocía a un amigo de nuestro padre —siguió Ashleigh.

—¿Y cuándo se prometieron?

—Ya está, Alis —la paré, notando cómo, con cada pregunta, los hermanos parecían más incómodos—. Esas preguntas son privadas.

 

Nos mantuvimos en silencio durante el resto de la comida. Al terminar, mis hermanos y el hermano pequeño de Markus se apartaron para jugar los tres juntos.

 

—He de admitirlo: tuviste una idea brillante al pensar en juntar a Eric con los hermanos de Andrea, Markus.

—¿Fue idea tuya?

—Pensé que, al tener la misma edad, podrían llevarse bien —explicó el joven.

—Aunque, todo sea dicho, vosotros os habéis adaptado muy bien después del luto. Mucho mejor que nosotros, desde luego.

 —Ah... bueno...

—La familia de Andrea no quedó de luto tras la muerte de su padre.

 —¿No? —Inquirió, sorprendida—. Oh, qué fortuna la vuestra. Vivir en un luto es tan siniestro…

—Lo siento mucho —murmuré.

—Envidio vuestra suerte,  pero en el buen sentido. Me encanta la luz del sol, y el calor del verano, y sentir la hierba y los olores de la naturaleza, o ver las flores nacer en primavera. Tener el poder de vivir la libertad cada día de tu vida es un privilegio tan fascinante…

 

Me quedé embobada escuchándola al hablar. La joven se ruborizó y desvió la mirada, ligeramente azorada.

 

—Lamento estar divagando así. No pretendía hacerte sentir incómoda.

—En absoluto —respondí—, yo… hasta ahora no lo había visto como algo tan especial.

—Creo que voy a buscar bayas de belladona a la orilla del río.

—¿Belladona? —Me extrañé—. ¿Pero esa no es tóxica?

—Oh, sí —se rió jovialmente—, pero para una planta que significa mujer hermosa, solo era de esperar que ocultara secretos muy peligrosos.

 

No estaba segura de haber comprendido su referencia, la muchacha se apartó y se sentó al lado de un matorral a varios metros de nosotros. Markus y yo compartimos una mirada y le sonreí tímidamente.

 

—La historia que nos contaste… ¿Es en verdad la que une a tus padres?

—Sí. ¿Crees que me la he inventado también?

—Jamás pensaría eso de ti.

—Es una buena historia. Nuestra madre nos la ha contado cientos de veces. Imagino que la adornasen un poco por aquí y por allá, porque no hay forma de que existan las criaturas que conceden deseos, ¿no es así?

—Ya la conocía —admitió—. La había leído.

—¡Imposible! —repliqué ofendida.

—Oh, créeme, es muy posible —musitó, su mirada misteriosa me intrigó—. Y cuando te cuente dónde leí la historia, entenderás el porqué.

—¿A qué te refieres?

 

Markus sonrió y agachó la cabeza. Escuché una risa leve, y después me volvió a dirigir su mirada. Parecía entusiasmado.

 

—Nos vemos en el camino.

—¿Qué dices?

—Es el cuento del viajero, uno de los últimos que hay en el libro.

—¿Por qué iba a tener un libro de cuentos la historia de mis padres?

 

Le miré con preocupación, pero él seguía manteniendo una apariencia tranquila y contenta. ¿Acaso no se daba cuenta? ¿Acaso no veía cómo las incógnitas seguían creciendo, sin más respuestas?

 

—¡No tiene sentido!

—Andrea, permíteme compartir contigo mi visión personal sobre esto.

—¿Quieres decir que lo entiendes?

—En realidad, es solo una teoría, pero podría suponer una base más lógica para nuestra búsqueda si partimos de ella. Creo que el libro “Nos vemos en el camino” es un libro que habla del viaje que hicieron nuestros padres.

—¿Cómo? ¡Pero si solo son cuentos e historias!

—Salvo una parte, ¿cierto?

 

Nos miramos el uno al otro sin decir nada unos segundos, pero nuestras miradas hablaban por nosotros. La introducción previa a los cuentos era la única que contenía información sobre el viaje, las intenciones de los viajantes y el trayecto de su periplo.

Todo lo que habíamos descubierto hasta aquel momento había sido nimio: el diario de mi padre contenía algo de información, pero no la suficiente como para concluir nada; en cuanto a la biblioteca, podrían haber pasado años antes de que pudiéramos sacar algo en claro.

 

—Escúchame, Andrea —susurró—. He pensado que es posible que la información del cuaderno de tu padre estuviera censurada a propósito. Tal vez alguien quisiera proteger a quienes estuvieron involucrados. Por supuesto, como dije antes, todo es una teoría por el momento, pero ese libro podría contener la información más fiable concerniente al viaje de nuestros padres.

—¿Pero qué es exactamente “Nos vemos en el camino”? ¿Quién lo escribió? ¿Por qué lo hizo?

—El libro es de un escritor anónimo. Ignoro por qué lo escribió. ¿Tal vez pretendía dejar una crónica de la heroicidad de nuestros padres?

—¡Pero las historias no contienen nombres! ¡Se identifican solo por la profesión de quien las contaba!

—Es cierto —recordó Markus—. No puede estar buscando la gloria de los peregrinos, no tiene sentido…

 

El tiempo empeoró rápidamente. Enfrentándose al calor con el que había comenzado la mañana, un viento frío comenzó a castigar las ramas y hojas de los árboles, que temblaron con un sonido blanco y relajante. El cielo, no obstante, no presentaba nube alguna. Con el cambio de la sensación térmica, Ashleigh regresó, con una sonrisa decepcionada.

 

—Puede que el tiempo no acompañe esta tarde —opinó la joven.

 

Markus miró a su hermana con un gesto molesto. Ella comenzó a recogerlo todo y cuando vi lo que hacía me presté a ayudarla. Mi amigo no dijo nada, tampoco se ofreció a ayudarnos mientras recogíamos. Al final, ella me agradeció con una sonrisa cálida.

 

—Un millón de gracias por tu ayuda, Andrea.

—No tiene importancia —respondí.

—Estos días el frío se está volviendo tan repentino… Creo que lo mejor será recoger antes de que el tiempo vaya a peor —acto seguido, miró a su hermano, que nos observaba sentado en la hierba—. Hermanito, ¿podrías ir en busca de Lopus?

—¿Por qué? —La voz de mi amigo sonaba truculenta y sin desfiguraciones de amabilidad. Noté su rabia. No quería hablar del tema.

—Deberíamos avisarle de que vamos a marcharnos. Yo no puedo ir con este vestido, ya sabes que le gusta seguir los caminos más escarpados.

—No deseo verlo —aseguró, aunque no necesitaba decirlo.

—Puedo ir yo misma —me ofrecí al notar la tensión en el ambiente—. ¿Dónde podría encontrarlo?

 

Markus suspiró profundamente tan pronto como escuchó mi respuesta y se levantó.

 

—Te acompañaré —ofreció—. Conozco los lugares que suele frecuentar mi hermano.

—Andrea, puedo acompañar a tus hermanos a casa —propuso Ashleigh—. Con tu permiso, puedo hacerles compañía hasta que regreséis los tres.

—Gracias, Ashleigh.

 

Ella me agradeció de vuelta con un gesto amable. Markus y yo nos dirigimos hacia la parte más profunda del bosque, donde los árboles no permitían la existencia de un camino y la vegetación cubría cada hueco en el suelo. Mientras caminábamos entre los helechos, me di cuenta a lo que se refería Ashleigh: recorrer aquel terreno escabroso con un vestido era un verdadero incordio.

Escalamos troncos de árboles caídos, devorados por el musgo, huecos y envejecidos. Cruzamos las partes de la ladera de la montaña que abruptamente caían hacia el vacío. Anduvimos las partes en las que la timidez de los árboles no deja pasar la luz, hasta llegar al pico de una de las montañas.

La piedra gris en él ya no tenía árboles, tan solo algo de maleza, musgo y algunas retamas con flores amarillas adornaban la tierra carente de la fertilidad de la que gozaba el bosque. La montaña acababa elevándose con la forma de un peñasco escarpado que se inclinaba hacia el norte. Cuando se subía hasta el peligroso risco se podía encontrar una gran roca caballera —lo que muchos llamaban “la Cabeza del Potrillo”, puesto que aquella era la montaña más pequeña de toda la cordillera— y, más allá del borde, un despeñadero con una larga caída.

 

—¿Crees que él estará aquí?

—Hay veces que mi hermano se sienta al borde del risco. Voy a acercarme a comprobarlo. ¿Puedes esperar aquí? Es algo peligroso.

—Ten cuidado...

 

El joven me sonrió y me acarició la mejilla. Noté cómo mi piel ardía por donde la suya rozaba y tuve que pararme a recordar cómo se respiraba.

 

 —Tu preocupación es enternecedora, amiga mía.

—No quiero que te pase nada.

—Yo también deseo que nunca sufras ningún daño, ninguna aflicción.

 

Sus ojos se pararon al contactar con los míos y su mirada bloqueó el resto de mis sentidos. En aquel momento, solo había espacio en mi mente para los ojos escarlatas, las pupilas purpúreas y las blancas pestañas del hombre que tenía delante de mí.

 

—Pero he sido egoísta —continuó—, ayer menté cosas impropias de lo que soy y de lo que siento en realidad y eso te causó un gran dolor, ¿no es cierto? Te tengo en gran estima, Andrea. Por eso quiero dejar atrás mi infausto orgullo y, con mi corazón en mis manos, confesarte que lo siento.

 

Mi corazón se detuvo con el tiempo, o tal vez mi consciencia sobre mis propias funciones vitales se volvió una distorsión. Por un instante, solo pude pensar en mostrar mis sentimientos más ocultos, en lanzarme a sus brazos, en apresarlo entre los míos y en volverme yo también lo único que ocupara su mente.

Mas, para despertarme de mi trance, un soplo fuerte del viento nos interrumpió súbitamente. Tanto su cabello blanco como mi melena negra se rebelaron y nos latigaron en la cara con fuerza.

 

—Volveré de inmediato. Espérame aquí.

 

El joven se aproximó al risco para coronarlo. Mientras lo escalaba, le miraba con preocupación, hasta que desapareció por completo de mi vista debido a la inclinación vertical y la forma escalonada del risco. Mientras él no estaba en mi ángulo de visión, pasaron los minutos y comencé a impacientarme. Traté de asomarme, pero mis intentos eran fútiles.

 

—¿Markus? ¿Markus? ¿Estás bien?

 

Aterrorizada por la falta de respuestas, me giré para ver si podía encontrar un lugar desde el que tener una mejor vista y le vi detrás de mí, de pie, sin decir nada. No le había visto ni oído regresar, por lo que me dio un susto de muerte.

 

—¡Markus! ¡Me has asustado! —Acto seguido agaché la cabeza—. Me había preocupado, nunca había estado en la Cabeza del Potrillo y tenía miedo de que te hubieras caído...

—Pero, ¿no ves que estoy bien? —dijo con un tono completamente indiferente.

—¿Tu hermano no estaba allí? Deberíamos seguir buscándolo.

 

Él se cruzó de brazos y manteniendo una postura de contrapposto con la que estaba apoyando más peso en una pierna que en la otra.

 

—¿Por qué has venido hasta aquí si te da miedo?

—Bueno, es que cuando Ashleigh te pidió que fueras a buscar a tu hermano, no parecías muy contento con la idea.

—Eso es porque Lopus es una desgracia para la familia Liarflam. Todos estaríamos mucho mejor si desapareciera y no volviera jamás.

—¿Se puede saber qué te pasa! —Exclamé molesta—. ¿Por qué dices esas cosas sobre tu propio hermano! ¿Es que eres idiota o…!

 

Él no respondió. Me acerqué rápidamente para enfrentarme a él y reprocharle su conducta, más aún después de sus palabras dulces de minutos atrás, pero al mirarle a los ojos me quedé paralizada. Aquellos no eran los ojos rojos de Markus en absoluto: eran de un color azul profundo, como un pozo sempiterno, y con unas pupilas inusualmente grandes.

Al ver su diferencia con respecto al Markus que reconocía, retrocedí, recordando los changeling de los cuentos, esos que son capaces de transformarse e imitar a otra persona para engañar a sus presas. ¿Tal vez aquella criatura había adoptado la forma y la voz de mi amigo para devorarme?

Chillé asustada conforme el joven dio un paso hacia mí. Él retrocedió también, sorprendido por mi reacción y elevando las manos para mostrarme su indefensión.

 

—¡Perdón! ¡No era mi intención asustarte!

—¡Lopus! —Exclamó detrás de mí la voz de Markus, me giré y le vi bajando con cuidado de la Cabeza del Potrillo.

 

El otro albino miró hacia Markus frunciendo el ceño y desvió la mirada, con un gesto abatido. Le miré, absorta. Su apariencia era sencillamente idéntica a la apariencia de mi amigo. No solo compartía su larga cabellera blanca, sino también su rostro y su altura. Incluso su forma física era muy similar a la de su hermano.

Al llegar a mí, Markus me rodeó con su brazo de forma protectora. Con toda su atención en mí. Yo no podía apartar mis ojos del otro muchacho.

 

—¿Te ha hecho algo, Andrea?

—¿Qué crees, que iba a empujarla ladera abajo?

—¡Lopus, silencio! —Le paró Markus muy molesto.

 

El otro joven resopló frustrado y refunfuñó mientras regresaba mi atención a Markus. Me quedé mirando sus ojos, comprobando que eran rojos, asegurándome de que era él.

 

—Sois idénticos.

—¡Oh, genial! —Exclamó el joven llamado Lopus acercándose a nosotros con una risa un poco estridente—. ¡Por favor, mírame a los ojos y dime que no me parezco en nada a ese petimetre pomposo!

—Puedo ver una gran diferencia —me reí con con timidez.

—Muy a mi pesar, él es mi hermano Lopus.

—Markus, relájate —se burló el otro joven—. Se te pondrá el pelo blanco por amargado.

 

Comencé a reírme con más fuerza. Las bromas de Lopus me resultaron especialmente divertidas después de llevar en tensión tantos días. Markus me miró con reproche, pero su hermano me acompañó con su risa jovial y despreocupada.

 

—Lopus Liarflam, a tu servicio —se presentó con una sobreactuada reverencia—. ¿Cómo te llamas?

—Soy Andrea Rodríguez.

—¡Oh, dichosos los ojos! ¡Soy tu mayor admirador! ¡Cuentan las leyendas que eres capaz de aguantar a Markus durante horas! ¿Cuál es tu secreto?

 

Me reí de nuevo. Markus me soltó y entornó los ojos con impaciencia.

 

—Como siempre, Lopus, eres incapaz de mantener la compostura aunque sea con una persona a la que acabas de conocer.

—Pero Andrea y yo ya nos conocíamos —respondió, sonriendo con picardía.

—¿Nos conocíamos?

—Anoche me ofreciste una manta.

 

¡Claro! ¡La noche anterior estaba muy oscuro y lo había confundido con su hermano! Probablemente, incluso con luz, no habría caído en el hecho de que eran dos personas diferentes si no me fijaba con detenimiento.

 

—¿No te habrá sentado mal pasear a esas horas? Hacía mucho frío.

—Tenía tareas que hacer —respondió encogiéndose de hombros.

—¡Oh, ahora que lo pienso! ¿No fuiste tú quien recuperó mi clepsidra?

—¿Tu… qué? —Preguntó el joven, desconcertado.

—El reloj de agua —intervino Markus. Después miró hacia su hermano con interés.

—¡Ah! ¡Esa cosa! Sí, bueno…

—¡No te imaginas lo que eso significa para mí! ¡Aún sin conocerme, me has ayudado tanto! ¡Esa clepsidra era un regalo de mi padre y tiene un gran valor sentimental para mí!

 

Lopus se rió y respondió que a él también le había ayudado haber hablado conmigo la pasada noche. Markus nos miró con impaciencia:

 

—Decidme si sobro.

—Perdón, Markus. Es que nunca le agradecí a tu hermano como es debido.

—Hermano, calma. ¿Tienes miedo de que te robe a tu amada?

—¡Ya está bien! —Bramó Markus, muy enfadado—. ¡Cállate de una vez!

 

Le dirigí a Markus una mirada sorprendida. Él miraba hacia su gemelo con pura rabia, sus ojos rojos encendidos con la furia del fuego y una mueca que delataba que estaba perdiendo los nervios.

 

—Ese es mi hermano —murmuró Lopus.

—¿Qué te he ordenado? —Inquirió Markus.

—¿Queréis parar los dos de una vez? —les corté, contagiándome de su tensión y su enfado.— No quiero que os peleéis, por favor. Solo hemos venido a buscar a Lopus para regresar a casa, ¿por qué no podemos hacerlo bien?

 

Ambos se quedaron en silencio. Los dos se miraban rabiosos, dispuestos a lanzarse al cuello del contrario a la mínima. Así pues, cogí a Markus de la mano, cosa que pareció confundirlo unos segundos.

 

—Markus, sé que no conozco nada de vuestra familia, pero vinimos a buscar a Lopus y estás actuando raro…  me gustaría que os llevarais bien, ¿por favor?

 

La mirada de Markus se tranquilizó por completo y me acarició el dorso de la mano. Me sonrió con ternura y después se dirigió a su hermano.

 

—Lo siento, Lopus —se disculpó—. Puede que haya sido excesivamente duro contigo. Supongo que no debería darle tanta importancia al pasado…

—Qué… demonios…

 

El otro hermano me miró con fascinación, como si delante de sus propios ojos hubiera ocurrido un milagro o algún fenómeno de orden mágico.

 

—Enséñame a hacer eso pero ya.

 

Me reí de nuevo, apreté la mano de Markus con suavidad y le di las gracias en un susurro.

 

—Te perdono, hermano. Siento haberte metido ratones en tu habitación esta mañana.

—¡Fuiste tú! —Exclamó volviendo a enfadarse.

—No deberías darle tanta importancia al pasado, Markus —se apresuró a continuar Lopus—. Los rescataré cuando regresemos. No quedará ni uno. Promesa.

—Viendo lo bien que ha acabado todo, ¿qué tal si regresamos ya?

 

Los dos accedieron. Incluso después de aquella escena de rencor y de tensión, ambos caminaron de vuelta por las zonas que Markus y yo habíamos recorrido anteriormente sin mayores discusiones. Casi todo el rato guié la conversación hacia temas que no pudieran resultarles molestos.

En la distancia se podía ya escuchar el arroyo que llevaba al caudal que cruzaba Revon. La oscuridad del denso bosque poco a poco dio paso a la luz de las partes menos profundas. El atardecer lo bañaba todo con una cálida luz dorada que pronto desvelaría los colores magentas y violáceos con los que llegaría la noche.

Los dos estaban conmigo, pero tenía una horrible sensación en mi pecho, como una daga de frío hielo atravesando mi corazón y quitándome el aliento. Aquella sensación parecía un eco de la misma que había tenido aquella mañana, mientras me preparaba...

Y aquello me daba muchísimo miedo.