9 - Sangre



Sangre

Los dos hermanos se hablaron durante todo el camino reprochándose el uno al otro por unas cosas o por otras. Markus desairaba a Lopus con una postura arrogante mientras su hermano le lanzaba comentarios burlones, menos elaborados pero sagaces y certeros. Casi parecía que se habían olvidado de mi existencia.

El chico de los ojos azules, cansado de hablar con su hermano, se dirigió a mí mientras miraba a Markus por encima del hombro.

 

—No entiendo que seas la amiga de este pieza.

—Nunca entiendes nada —replicó Markus enarcando una ceja.

—Como tú misma puedes observar, no hay quien le aguante.

—¡Qué cruz! —Resopló el otro finalizando su implicación en la conversación.

 

Le miré con ciertas dudas y después me encogí de hombros antes de mirar a Lopus con una sonrisa complaciente.

 

—Es un buen amigo. Me alegra estar con él, incluso cuando se vuelve así de apasionado.

—¡Apasionado! —Exclamó Lopus restallando en una sonora carcajada.— ¡Intensito suena mejor! ¡Y tal vez un poco gilí…!

—Pero eso son cosas que van ligadas al ser humano —respondió Markus seriamente irritado.

 

Lopus rápidamente pasó de la alegría a la desazón y le lanzó a Markus una mirada furtiva. Sus ojos brillaron con rabia, una rabia fría que me hizo estremecerme. Si las miradas matasen, yo habría sido en aquel momento testigo de un asesinato.

 

—Te picas por nada —se burló el hermano de Markus en voz alta.

 

No obstante, en esta ocasión Markus no respondió, simplemente obvió su comentario y siguió caminando en silencio. Nuestro paseo de vuelta a casa se había vuelto fastidioso, hasta el punto en el que me arrepentí de haberme ofrecido en un primer momento a ir a buscar a Lopus.

De entre los árboles, un viento recio se levantó, tan repentino e inesperado que apenas supe cómo reaccionar a su paso imponente que agitaba los árboles con una fuerza colosal. Markus se acercó a mí susurrando algo que no fui capaz de escuchar y me protegió con sus brazos, cubriéndome los oídos mientras su mirada se centraba en la mía con un gesto preocupado.

Motivado por la fuerza del viento, uno de los árboles cedió a espaldas de mi amigo. Al verlo, fue como si el tiempo a mi alrededor se ralentizara y como si mi ser no fuera capaz de controlar más mi cuerpo. Mi voz estaba, por algún motivo, congelada en mi garganta, incapaz de gritarle; mi cuerpo completamente agarrotado, impotente ante la caída... Tan solo mis ojos expresaron en ese momento el pánico y, segundos después, noté los brazos de Lopus empujándonos, abalanzándose sobre nosotros, apartándonos de la caída.

Escapando abruptamente de mi trance, respiré con dificultad mientras parpadeaba repetidas veces, secándome las lágrimas que habían comenzado a brotar de mis ojos. Tan pronto como pude, miré a mi alrededor, confusa. No estaba segura de qué acababa de pasar. Markus estaba furioso mientras comprobaba que yo estaba bien. Pronunció mi nombre varias veces, su voz temblaba. Mi cabeza daba vueltas, probablemente porque me la habría golpeado.

 

—¡Mi paciencia tiene un límite! —Gritó Markus, aunque su voz se oía distante, como si en lugar de encontrarse a mi lado estuviera a cientos de pies de distancia—. ¡Vete! ¡No quiero volver a verte!

 

Traté de incorporarme, pero solo me dio tiempo a ver al hermano de Markus internarse corriendo en el bosque, en medio del vendaval, tropezándose e incluso llegando a caerse mientras trataba de sortear los obstáculos. Terminó chocándose contra un árbol que tembló y se agitó con fuerza tras el golpe, dejando caer algunas de sus hojas. Paró unos segundos, acariciando la corteza del árbol antes de continuar su rumbo para perderse en la inmensidad.

 

—¿Te encuentras bien? —Preguntó mi amigo intentando ayudarme a levantarme. Al hacerlo, le di un puñetazo en el hombro con toda la fuerza que pude, que, dicho sea de paso, en aquel momento no era mucha—. ¡Au!

—¿Por qué has hecho eso?

—Te ha hecho daño —respondió entre preocupado y molesto. Me mostró la palma de su mano, manchada con un poco de sangre que imaginé que me pertenecía—. No puedo perdonarlo.

—¡Acaba de salvarnos la vida! —Repliqué mientras la fuerza de mi voz volvía a mí, sintiendo que era en realidad la única parte de mí que estaba volviendo a la normalidad.

 

Él desvió la mirada con arrepentimiento hacia el tronco partido que había caído detrás de nosotros. El viento se había amansado tan pronto como se había levantado, pero aquel árbol grueso tirado en medio del camino, partido por la mitad, parecía dejar constancia de lo que acababa de suceder.

 

—Perdí la calma, perdóname.

—Da igual. Solo ve a buscar a tu hermano —pedí.

—No puedo dejarte sola aquí…

—Estaré bien —respondí separándome de él. Mis oídos silbaban—. Seguiré el camino para llegar a Revon. Iré directa a mi casa. Nos encontraremos allí cuando encuentres a tu hermano.

—¡Al menos déjame escoltarte!

 

Negué con la cabeza. Él apretó la mandíbula y su piel se enrojeció ligeramente. Al notar su enfado, le tomé de la mano y le miré a los ojos, tratando de hacerlo sin reproche. Aquello pareció calmar un poco su rabia.

 

—Es tu hermano —murmuré.

 

Él desvió la mirada, como si aquella palabra activara en él un horrible sentimiento oscuro.

 

—Lo sé, pero yo nunca pedí que fuera él…

—Ahora él te necesita. Y sé que, en el fondo, tú le necesitas a él también.

 

Él me rodeó con sus brazos segundos más tarde y me apretó con cuidado contra su pecho. Casi podía sentir el palpitar de su corazón. Su voz sonó tierna de nuevo, preocupada, pero amable:

 

—Por lo que más quieras, prométeme que regresarás por el camino y con mucho cuidado. No te desvíes, por mucho que puedas atajar.

—Te lo prometo.

—Regresaremos pronto...

 

Noté que vacilaba un segundo y volví a apremiarle para que fuera en su busca. Hasta aquel momento, siempre le había visto como alguien preocupado por los demás, alguien que utilizaba la cabeza para ayudar a otras personas… pero, en aquel momento, el duque de Revon parecía mucho menos entregado, hasta el punto de estar dispuesto a abandonar a su propio hermano, ¡y qué si se llevaban mal!

Aún conmocionada, avancé con la torpeza propia de un potrillo herido que busca a su madre mientras trataba de llegar de vuelta al camino. Pocos segundos más tarde, la fuerza del viento regresó a por mí, fustigando a los árboles que comenzaban a crujir levemente con un eco amenazador. Entre su fuerte silbido, escuché de pronto un estruendo ensordecedor, tan fuerte que sentía que iba a cortarme los oídos, y tuve que tapármelos con fuerza, chillando al mismo tiempo, aterrorizada.

SCHHHHHHHHHHHWAAAAAAA

Miré hacia atrás, esperando encontrar a Markus detrás de mí, esperando sentirme a salvo al ver una mirada amiga, preocupada por mí, de vuelta para salvarme. Pero no fue así. Markus no estaba allí. Le había pedido que se fuera y yo estaba sola.

Y paró tan súbitamente que temí haber perdido el sentido del oído, aparté levemente las manos de mis orejas, confusa, callada y trémula. Pero, para mi alivio, escuché el sonido del bosque: el recitar de las aves cantoras, agradeciendo el fin del vendaval, el danzar suave de las ramas, salpicando de una serena calma todo en rededor. Incluso llegué a distinguir el sonido de unos arbustos moverse, a escasos metros por delante de mí, y de ellos emergió un tímido conejo gris que se apresuró a escapar a la seguridad de su madriguera. El viento había cesado de nuevo.

Y detrás de mí, oí el distintivo sonido de unas ramas partiéndose bajo el peso de alguien —o algo— que caminaba sobre ellas.

El último sonido llamó toda mi atención y me giré para ver una mujer emerger de entre la oscuridad del bosque. Era joven, con el aspecto hermoso de una dríade o de una sacerdotisa de los antiguos. Su cabello dorado, repleto de pequeñas ramas y hojas, caía sobre su cuerpo como una cascada, siguiendo sus curvas sinuosamente y resaltando la perfección de su esbelto cuerpo de sílfide.

Su vestido blanco y vaporoso parecía flotar hasta el suelo. Por debajo de su pecho tenía un cinturón metálico que complementaba su perfecta proporción. Su apariencia radiante me otorgó dos pensamientos: por un lado, me aterrorizaba, era demasiado hermosa; por el otro, hubiese deseado crear un vestido digno de que una mujer tan bella lo luciera. Era como una quimera, una ensoñación, una fantasía. Pero ella me habló.

 

—Oh, vaya. Hola.

 

Por un instante me quedé petrificada, pero tras unos segundos recuperé el aliento.

 

—Hola —saludé.

—Menos mal que he encontrado a alguien. ¿Podría saber tu nombre?

—Mi nombre es Andrea —murmuré. Sus ojos verdes brillaron con entusiasmo.

—¿Andrea? ¿Andrea Rodríguez? ¿La hija de Alecsandros Rodríguez?

—¿Conociste a mi padre? —Pregunté sorprendida.

—¡No puedo creer que te haya encontrado al fin! —Exclamó ignorando por completo mi pregunta.

 

Miré hacia la mujer con suspicacia y retrocedí un paso. Ella pronto notó mi incomodidad y recortó la distancia entre nosotras.

 

—¿Quién eres? —Pregunté.

—Mi nombre es Danielle, pero, por supuesto, eso no significa nada para ti. Llámame Mortinella, soy la persona que acabará con tu vida hoy.

 

Chillé y traté de huir, torpemente. Ella apenas tardó unos segundos en atraparme de nuevo y golpearme en la boca del estómago, haciéndome caer de rodillas al suelo. Jadeé con dificultad para recuperar el aliento después del golpe. Inmediatamente después, ella me agarró del pelo y tiró de mí hacia atrás, obligándome a encararme por completo a ella. Su mirada era amenazante, inestable. Su risa, en cambio, era suave, como su voz femenina y ponzoñosamente dulce.

 

—¿Te vas tan rápido? ¡Pero si acabamos de conocernos!

—¿Por qué quieres matarme? Yo no te he hecho nada.

—¿Qué por qué…? ¿Pero qué dices? ¡No me digas que no sabes quien soy! ¡Yo sé lo que eres, sé quién eres!

—Jamás he salido de Revon, no tengo ni idea de lo que estás hablando.

 

Su sonrisa se crispó en su cara con un gesto de puro odio y de rabia. Ella tiró de mí hasta que, guiada por el dolor, me levanté.

 

—Llevo años buscándote. Años rescatando cada pieza del rompecabezas, tratando de dar contigo —su voz comenzó a alterarse y a volverse errática—. ¿Y tú pretendes decirme que nadie te dijo nada?

—¡Por favor, déjame ir! ¡Ni siquiera sé de lo que estás hablando!

—¿No me digas que ni siquiera sabes quién eres? ¡Oh, esto sí que va a ser divertido!

 

Mortinella me agarró del brazo izquierdo violentamente, y tiró de mí una vez más, tirándome contra el suelo y apoyándose contra mí, utilizando su cuerpo para paralizarme antes de sacar una daga escondida en su cinturón. Al tenerla en su mano, agarró con firmeza mi brazo y se rió peligrosamente. Ella, en la mano con la que cogía su arma, tenía una inmensa cicatriz de algo que en algún momento la había atravesado y en torno a la cual su piel de volvía pálida y descolorida.

 

—¿Quién eres tú? ¡Tu nombre verdadero es el del ángel Rizienella! ¡Culpa a tu padre por condenarte a tu destino! —Chilló, escribiendo en mi antebrazo izquierdo con su daga. Grité sin poder contenerlo, el dolor era insoportable. Noté que mi brazo ardía: el filo del cuchillo tenía un color candente, y tan pronto como cortaba mi piel la cauterizaba. Mis gritos atravesaron el silencio del bosque, pero ella continuó escribiendo en mi brazo, sin detenerse por nada. También elevó el volumen de su voz, hasta que prácticamente sobrepasaba al de la mía—. ¡Culpa a tu madre por habértelo ocultado! ¡Cúlpalos a todos por haberte metido en este juego sin sentido!

 

Al terminar, me soltó el brazo, pero el dolor era tan intenso que seguía quemándome en la piel, en mi propia sangre. La mujer se levantó, pero yo no pude controlar mi cuerpo y hacer lo mismo, no mientras el dolor de mi brazo siguiera abrasándome como si su ardiente cuchillo continuara penetrando en mi piel. Ella me miró con desdén y me levantó, poniéndome de nuevo en pie.

 

—Tiene que ser una broma —se rió con una sonora carcajada—. No me lo esperaba en absoluto. ¿Cómo puede haber caído el nombre de Rizienella en una patética cualquiera como tú? Solo eres un peón, y sé exactamente de quién. Pero no te preocupes: cuando haya acabado contigo, me encargaré de que Liarflam caiga justo después.

 

Notando la verdad en sus palabras, di un cabezazo contra su cara. Ella, en un acto reflejo, se llevó las manos hacia el golpe y aproveché para escapar. Su voz me persiguió entre los árboles: un grito desgarrador de frustración; segundos más tarde, su voz se volvió imperiosa y tranquila de nuevo:

 

—¡Los mataré, Rizienella! ¡A tus amigos, a tus hermanos! ¡A tu madre! ¡Si sales de este bosque, todo lo que amas y todo lo que puedes haber ansiado en tu vida desaparecerá para siempre!

 

Me paré en seco y miré hacia atrás, aterrorizada. Ella atravesó la maleza, acercándose a mí de nuevo. Con un hilo de sangre desfilando bajo su nariz, me devolvió la mirada más terrorífica que había visto nunca.

 

—No les hagas nada.

 

Ella se rió con estridencia y volvió a su errática voz.

 

—¿Qué gano yo a cambio?

—¡Ellos no tienen nada que ver con esto!

—Tus amigos mienten —coreó ella como si estuviera cantando—. Los Liarflam siempre mienten. ¿Pero acaso no lo ves? Todo lo que eres y todo lo que crees es una gran mentira.

—¡No es cierto!

—Te contaré un secreto, vista tu predisposición a la muerte: yo maté a tu padre con esta misma daga. Fue hace diez años, ¿lo sabías? ¿Qué edad tenías tú entonces? ¿Nueve? ¿Diez?

—ocho —murmuré.

—Te pareces tanto a él. ¡Y solo por eso te odio!

—Pues mátame de una vez —respondí con resignación, esperando que se diera por satisfecha con aquello.

—¡Deseaba poder tener al fin una revancha digna de mí! Pero, ¡qué se le va a hacer! ¡Tú, al igual que tu padre, piensas que podrás salvarlos a todos! Pero no…

—Mi padre era un gran hombre —respondí con desprecio.

—Tiene gracia que sigas defendiendo a quien te metió en esto. Si lo piensas, en cierto modo, tu propio padre te ha condenado al ponerte en mi contra.

 

Sus palabras hirieron sensiblemente mi orgullo y cerré los ojos con fuerza en respuesta, antes de apretar los dientes y maldecirla en mi fuero interno con cada palabra despectiva que conocía. Todo lo que me preocupaba era lo que les pasaría a Markus y Lopus.

 

—Si los encuentras, tú… los matarás a todos —murmuré.

—Veo que empiezas a entender cómo funciona esto. Va a resultar que eres más lista que papi.

 

Noté mis mejillas arder, mi cara enrojecida por la rabia. Me lancé contra ella, agarrando la mano en la que sostenía el arma. Forcejeé unos segundos, pero ella era más fuerte que yo. Al ver que ella comenzaba a hacer flaquear mis fuerzas, chillé, plenamente consciente de que los hermanos me escucharían:

 

—¡Markus! ¡Lopus! ¡Huid, por vuestras vidas!

 

Ante aquel anuncio desesperado, Mortinella se rió de nuevo y me placó, tirándome contra el tronco de un árbol. Sentí como si mi respiración se hubiera cortado unos segundos por la fuerza del impacto y la miré aterrorizada.

 

—¡Qué amiga tan desconsiderada! Déjales que vengan, deja que te vean temblar, llorar y suplicar. Deja que te vean morir e intenten reclamar su venganza.

—Si Markus te encuentra, más te vale correr.

 

Ella se rió con fuerza y negó con la cabeza. Debía encontrar aquel comentario algo muy divertido. Acto seguido, regresó a mí, me agarró del hombro, haciendo fuerza contra el tronco que tenía detrás y elevó su daga una vez más.

 

—¿Aún no entiendes el favor que te haría al cumplir mi venganza?

—¡Yo no tengo nada que ver con eso!

—Te pareces mucho a tu padre, pero él era un hombre cobarde y murió solo, ahogándose en su propia sangre, suplicándome una y otra vez que le matara, llorando como un niño. ¡Ah, si lo hubieses visto!

—Mientes...

—Y lo vi en sus ojos: la culpa. ¿Crees que tu padre era sabio? No, solo era un hombre. Un hombre engreído, una rata que buscaba huir de su destino... ¡Y casi lo consigue! Deberías estarme agradecida: yo maté al hombre que te condenó a morir.

 

Cerré los ojos. Era el fin. Aquella era mi muerte.

Oí algo que no había oído nunca antes: un sonido que parecía una mezcla entre el viento siendo cortado y un silbido, pero antes de que me diera cuenta sentí algo caliente mojar mi mejilla y, al mismo tiempo, un grito agónico inesperado. Al instante, la daga de Mortinella rebotó contra el suelo.

Abrí los ojos, confusa y con la visión desenfocada por las lágrimas de dolor que habían salido de mí involuntariamente. Tras parpadear continuadamente, pude verlo todo más claro: la mano de Mortinella había sido atravesada por una flecha que seguía clavada en ella, ensangrentada y temblorosa, pero tan pronto como reaccionó, cerró la mano con fuerza, agarrando firmemente la saeta y amenazó mi cuello con la punta afilada. No pude siquiera girar la cabeza para ver quién la había lanzado, porque Mortinella retrocedió unos pasos y me arrastró con ella.

 

—¿Oh? ¿Vienes a jugar? —Preguntó ella con una voz divertida.— Lo lamento, pero el juego ya ha terminado: da un solo paso más y la mataré.

 

Pero, sin tiempo a más explicaciones, el mismo sonido de segundos atrás atravesó el viento de nuevo, y Mortinella se escondió tras el árbol contra el que me apoyaba. Su voz resonó susurrante a mis espaldas:

 

—La sangre de un demonio te ha manchado. Y juro sobre ella que, vayas a donde vayas y te escondas donde te escondas, no pararé hasta encontrarte y matarte.

 

Y con aquellas palabras, se fue, tan veloz que sus pasos pronto se perdieron en el silencio. Alcé la mirada, llevándome la mano a la herida de mi brazo. Allí estaba Ashleigh, que se aproximó a mí dejando un arco de madera blanca con detalles dorados en el suelo frente a nosotras y me comprobó de arriba abajo antes de abrazarme.

 

—¡Andrea! ¡Ah, menos mal que estás a salvo!

—Ashleigh —susurré más confusa aún que antes y me quedé mirando hacia el arco.

—¡Ya ha pasado todo! —Replicó con nerviosismo antes de pasar su mano por mi brazo herido y tocar mi sangre—. ¡No puede ser! ¡Estás herida!

—Es solo una quemadura —pude responder finalmente cuando ella me soltó para buscar, al parecer, cada herida en mi cuerpo, y se quedó horrorizada al inspeccionar más detalladamente mi brazo, en el que, en mi propia piel quemada, estaba escrito el nombre de Rizienella.

—¿Qué ha pasado?

 

A poca distancia de nosotras, estaba la daga que Mortinella había utilizado. Extendí mi mano y la recogí:

 

—Utilizó esto… No sé qué hizo, pero…

 

 Ella la miró ansiosa y me pegó en la mano para que la soltara.

 

—¡Es magia negra! ¡No toques eso!

—Pero ahora está fría, como cualquier otra daga...

—No entiendo nada. ¿Qué está pasando?

—Markus y Lopus discutieron —expliqué— y Lopus volvió a internarse en el bosque. Markus fue tras él y después ella me atacó...

—¿Te hizo esa herida en el brazo izquierdo con esta daga? —Remarcó sus palabras con una expresión confusa.

—Sí —murmuré. Ella me tomó el brazo y lo vendó temporalmente. Le pedí otra de sus vendas para recoger la daga. No sabía lo que era aquel arma, pero estaría mejor si la escondía en la biblioteca de mi padre para asegurarme de que Mortinella no la recuperaría.

 

Oímos unos pasos acelerados aproximándose entre la maleza. Ashleigh recogió su arco rápidamente y apuntó una flecha hacia el origen del sonido, con expresión seria. Sus hermanos aparecieron, Lopus primero, con los brazos en alto.

 

—¡Soy yo, soy yo! —Exclamó.

 

Ashleigh bajó su arco de inmediato e hizo un sonido de desaprobación. Markus salió de entre la maleza detrás de su gemelo y se quedó atrás. Él también parecía nervioso.

 

—¡Hay que salir del bosque! —Continuó Lopus alterado.— ¡Ya!

—Lopus, cálmate —la voz de Ashleigh sonaba ligeramente severa al dirigirse a su hermano menor—. Acaban de atacar a Andrea.

 

Markus se tapó la boca con las manos, aterrado y se apresuró a empujar a su hermano fuera de su camino para comprobar que yo estaba bien. Miró hacia mi brazo con gesto afligido y apretó los dientes.

 

—¡Lo sabía! ¡No debí dejarte sola!

—Eh… Estoy bien —respondí.

 

Pero en mi pecho sentía la presión del miedo, como si las manos de Mortinella, convertidas en una esencia etérea, sostuvieran mi corazón y lo estuvieran estrangulando. Tuve la sensación de que todos podían notar lo que yo estaba sufriendo: la presión en mi pecho, el nudo en mi tráquea.

 

—¿Quién te atacó? —La voz de Markus sonaba alterada, asustada—. ¿Sabías quién era?

—Mortinella —murmuré. De alguna forma, los tres me oyeron. Incluso Lopus, quien estaba de pie a varios metros de nosotros, me miró sorprendido. Sin poder contener más todos los sentimientos que estaban explotando en mi pecho, comencé a llorar—. Quiere matarme. Yo no he hecho nada. No sé qué está pasando.

—Lo sé —susurró Markus—. Lo sé.

 

Sus hermanos compartieron una mirada confusa.

 

—¡Yo soy Rizienella! —Continué, aterrada, hablando en susurros rápidos que a mí misma me costaba comprender cuando salían de mi boca.— ¡Ella lo dijo!

—Ahora estás bien —dijo él—. Estás conmigo. No tienes que tener miedo.

—¡Te matará a ti también!

 

Markus se quedó en silencio, mirándome desalentado con sus labios sellados. Su comisura tembló ligeramente. Lopus se acercó a nosotros y se arrodilló a mi lado. Su sonrisa era optimista, al igual que las palabras que compartió conmigo:

 

—No podrá con todos nosotros. Y sabemos cómo defendernos.

—Pero ella es muy fuerte.

—Y está sola —continuó Lopus—. Tú nos tienes a nosotros. Ya fuimos tras ella una vez. Podemos volver a espantarla las veces que haga falta.

 

Markus apretó sus puños e hizo lo mismo con su mandíbula:

 

—No permitiré que se acerque a ti nunca más —su voz oscurecida por la furia sonó baja, amenazante y fría—. Confinaré Revon del resto de las montañas, ofreceré la mayor recompensa por su cabeza. Incluso si accediera a nuestro pueblo de nuevo, jamás podría abandonarlo…

 

Ashleigh miró hacia él, preocupada.

 

—Markus, tranquilí...

—¡No! —Rugió. Sus ojos brillaban como el cristal, conteniendo las lágrimas que pretendían escapar de sus ojos—. ¡No lo permitiré, no…!

 

Mi mirada se perdió en la hierba del suelo y sentí un enorme dolor en mi pecho. Ashleigh le reprochó a su hermano su exacerbación, empezando así una acalorada discusión entre ambos a la que Lopus no tardó en sumarse, posicionándose de parte de su hermana.

 

—¡Eso que dices pronto originaría el miedo! —la joven sonaba feroz y desesperada—. ¡Son medidas serias, no puedes proponerlas sin siquiera esperar a analizar la situación!

—¡La situación lo requiere!

—¿Por esa mujer? —Lopus se rió, aunque no sonaba para nada divertido, sino ofendido—. Es una exageración.

—¡Esa mujer podría ser un demonio que busca a Andrea! —vociferó Markus furioso—. ¡Así que, a menos que tenga su cabeza seccionada frente a mí esta misma noche, convertiré Revon en una ciudadela fortificada! ¡Ella podría regresar, es posible que lo haga acompañada de un ejército! ¡Reclutaré más guerreros! ¡No pienso rendirme!

 

Escuchando las palabras de Markus, recordé que él me había confiado la importancia que le había dado a mi protección… “Incluso si eso significaba llevar a Revon a su ruina”. Por un segundo, sentí que el miedo de mi madre, la orden de Lewis y la muerte de mi padre estaban entrelazados, tan obvio que parecía haber estado ahí siempre.

Me levanté del suelo y me giré para mirar a los tres hermanos, tan enfrascados en su disputa que no habían notado mi movimiento. Con una extraña sensación de presión en mi pecho, me acerqué a ellos y elevé mi voz:

 

—Así que… Revon ya no es un lugar seguro —fueron mis palabras.

—¡Ashleigh, retira eso de inmediato! —Markus se giró y miró a su hermana con un gesto deleznable.

—He hablado yo, Markus —insistí, sintiendo cómo me ponía roja como un tomate.

 

Él miró hacia mí con una expresión devastada. Por su expresión, asumí que esperaba el criticismo de cualquier persona, menos de mí. Negué con la cabeza y sonreí levemente, sintiéndome insignificante, débil y vulnerable.

 

—Revon no es seguro —repetí, esta vez en voz más baja, manteniendo mi sonrisa mientras notaba la culpa acosarme en mi garganta—. No mientras yo siga aquí.

—Eso no es cierto —musitó Markus. Su ánimo había pasado rápidamente de la frustración y la rabia a una triste disconformidad—. Tienes que confiar en mí. Puedo protegernos a todos, sé que puedo…

—Sé que podrías —respondí, asintiendo con la cabeza—. Pero, ¿qué pasa con mis hermanos? ¿Qué pasa con Eric? Ellos lo notarán; si convirtiéramos Revon en lo que no es, estaríamos a salvo de sus ataques, pero, ¿a qué precio?

—La chica tiene razón —Lopus insistió—. No podemos dejar que esto se nos vaya de las manos.

—No puedes irte —en la voz de Markus ya no se percibía ni rastro del enfado. En aquel momento, sonaba herido, desolado, por lo que le tomé de la mano y acaricié su piel con ternura.

—Markus, no puedes enjaularme en Revon y llamarlo el paraíso para el resto de mi vida —murmuré—. Siempre he querido aventurarme a lo desconocido, y quedarme aquí, aunque encontraras el método para protegerme, me haría infeliz.

 

Él se quedó callado. Sus dos hermanos me miraron con pasmo. Ninguno de los tres dijo nada en respuesta a mis palabras. Ashleigh se acercó para abrazarme con fuerza mientras Lopus ponía su mano en el hombro de su hermano. “Aceptar la derrota es sabio” dijo.

 

—Tengo que curar tu brazo —Ashleigh sollozó y, tras apartarse de mí, secó sus ojos con el dedo índice de su mano derecha—. Regresemos, ¿vale? Podremos pensar en qué hacer cuando estemos un poco más tranquilos.

—Sí…

 

Lopus se adelantó, ansioso:

 

—Markus y yo deberíamos ir a buscar a los guardias y…

—Acompáñalas, Lopus —Markus sonaba firme.

—Pero…

—Yo mismo iré a buscar a los guardias. Protégelas y acompaña a Andrea hasta su casa cuando hayáis terminado.

 

Miré hacia mi amigo con miedo. Le dije que prefería que estuviéramos todos juntos. Él me sonrió tranquilo y me dijo que no me preocupara, que estaría bien, y se marchó apresuradamente, pese a que mi corazón temía por él. Aquella mujer odiaba a los Liarflam…

 

—Por favor, vamos con él —propuse.

—No podemos  —respondió Ashleigh negando con la cabeza.

—¿Cómo que no?

—Ha sido una orden —explicó Lopus—, él es el duque, después de todo.

 

Comenzamos a caminar de vuelta por el camino. Mi mirada iba de un hermano a otro y, pese a ir en completo silencio, no había espacio para la incomodidad. Probablemente estábamos todos demasiado cansados, asustados o confusos como para algo así…

 

—¿Por qué seguís sus órdenes? —pregunté tras unos minutos.

—Él es el duque —respondió Lopus—. No es que nos vaya a castigar, madre jamás se lo permitiría, pero sabe lo que está haciendo. A veces.

—Pero os enfrentasteis a él…

 

Ashleigh suspiró. Naturalmente, no esperaba que fuera fácil hablar de ello… Los tres parecían muy enfadados durante su disputa.

 

—Estaba ciego por la rabia, jamás lo había visto perder los papeles así —explicó Ashleigh—. Actué por impulso, habitualmente no me meto en sus asuntos, pero, como su hermana, no sabía muy bien qué hacer…

—¿Siempre seguís sus órdenes?

—Sí, claro. Por otra parte, no suele ser muy mandón —Ashleigh se encogió de hombros.

—Habla por ti —replicó Lopus.

—Cierto, hablo por mí, pero ahora que lo pienso, ¿por qué lo escuchaste? —Ashleigh miró perpleja a su hermano—. Tú nunca le haces caso, ¿por qué hoy sí?

—Oye, en ocasiones tengo mi corazón, ¿vale? No era el momento de vacilarle.

—Eso es bastante tierno viniendo de ti —se rió Ashleigh.

 

Lopus hizo una mueca burlona y continuamos así en silencio. Cuando salimos del bosque y pudimos ver el cielo, las nubes ya estaban teñidas de púrpura. Entramos por la puerta oeste y caminamos en silencio mientras todos los transeúntes nos miraban y susurraban sin esconderse.

Llegamos a los amplios terrenos que rodeaban la mansión de los Liarflam. No llegamos al inmenso edificio que se veía más allá del jardín, tan solo cruzamos la mitad del camino y paramos frente a una especie de almacén, una cabañuca de madera que, por supuesto, no tenía nada que ver con los graneros de las demás personas del pueblo: su madera, en perfecto estado, estaba pintada con policromías de pigmentos hermosos. Casi toda la cabaña estaba esculpida con plantas y flores que vibraban con los colores con los que estaban pintados aquellos delicados relieves. El marco y la puerta destacaban por su blancor absoluto.

Ashleigh abrió la puerta con una llave plateada y los tres entramos. El habitáculo no era muy grande ni luminoso. De hecho, parecía incluso más pequeño con las cuatro estanterías llenas de botes y viales. Ella encendió un candelabro alto con un yesquero dorado y me ofreció un asiento en una de las sillas que había en la habitación. Sin más dilación, movió una mesilla a mi lado y colocó un mortero de piedra blanca sobre esta.

Lopus cerró la puerta y se mantuvo apoyado en ella, mirando hacia nosotras en silencio, con una expresión distante, mientras su hermana buscaba botes entre las estanterías. Yo me quedé mirando hacia el joven, que al darse cuenta apretó los labios con un gesto incómodo.

 

—¿Estás algo mejor? —Preguntó. Yo asentí con la cabeza. Él suspiró—. ¿Por qué dices que esa mujer te persigue?

 

Ashleigh le lanzó una mirada molesta a su hermano y bufó.

 

—No es el momento —le reprendió. El joven desvió la mirada y susurró que lo sentía.

—No te preocupes —susurré. Noté como si en aquel momento mis secretos fueran demasiado pesados como para poder contenerlos por mucho más tiempo.

—Andrea, estás a salvo, ¡estás viva! —la hermana me sonrió con un gesto amable—. Es todo lo que importa ahora…

 

Ella sacó un bote de madera que tenía escrito con pintura el nombre “PLANTAGO”. El bote, por el otro lado, tenía una pequeña pintura de una planta con tallos finos, hojas anchas y un cilidro grisáceo. Ella sacó un poco de la hierba del bote, que incluso seca, la reconocí de inmediato, pese a que no tenía ni idea de que se llamaba así, y la echó en el mortero.

 

—Lopus, ¿podrías ir a por un huevo? —preguntó Ashleigh aplastando y moliendo las hierbas secas.

—Em… Vale.

 

El chico salió de la caseta de inmediato y, tras terminar con el mortero y dejarlo sobre la mesilla, su hermana sacó un barreño de plata y lo llenó con el agua de una tinaja. Dejó la bandeja sobre la mesilla, junto con un trapo y algunas vendas.

 

—Esto te va a doler —comentó con tranquilidad. Me puse muy nerviosa, pero ella procedió a retirarme las vendas con sumo cuidado.

 

Al principio, no me dolió, pero en el momento en el que empezó a quitarme las que estaban en contacto con mi piel herida, vi las estrellas. Ella ablandó la sangre seca que se había pegado a las vendas con ayuda del agua fría del barreño. Cuando al fin logró quitármelas, me limpió los restos de sangre. Entonces vi con claridad lo que Mortinella había hecho en mi brazo izquierdo: en mi piel y sangre quemada, rodeada por la la rojez que cubría casi todo mi antebrazo, estaba escrito el nombre RIZIENELLA.

Miré hacia Ashleigh asustada, pero ella solo me dedicó una mirada cautelosa antes de volver a mirar mi brazo y cubrirlo cuidadosamente con el paño húmedo.

Lopus regresó y, después de darle el huevo a su hermana, volvió a apoyarse en la puerta, cruzado de brazos. Ella separó la clara y la yema del huevo y mezcló la yema con las hierbas del mortero. Mientras lo hacía, miraba de vez en cuando disimuladamente hacia Lopus, que parecía distraído mirando a su alrededor.

En el momento en el que terminó de preparar el mejunje, apartó levemente el paño que cubría mi brazo. Los ojos de Lopus se centraron en nosotras, intentando curiosear. Noté que Ashleigh ponía todo su empeño en bloquearle la vista mientras me aplicaba el mejunje por todo el antebrazo.

Al terminar, volvió a vendarme y se relajó. Lopus parecía tener la intención de protestar, pero se cruzó de brazos y, por su mirada, noté que se estaba tragando su enfado.

 

—Andrea no es un cuadro —Ashleigh comenzó a recoger todo lo que había desplegado para curarme el brazo. Yo miré hacia Lopus, que no respondió, pero que seguía inflado con rabia—. Deberías tener en cuenta cómo se siente.

—¡Ugh, ya lo sé! —Replicó el chico con un gesto insolente.

 

Agaché la cabeza y miré hacia las vendas, decaída. Me daba la sensación de poder ver lo que había escrito debajo, aunque no fuera así.

 

—Yo soy Rizienella  —anuncié. Lopus y Ashleigh me miraron sorprendidos—. Es por eso que ella pretendía matarme. La mujer del bosque se presentó como el demonio Mortinella  y ha asegurado que no parará hasta lograrlo.

—Así que es por eso —susurró Lopus.

—Pero eso son solo leyendas, ¿no? —Ashleigh parecía en estado de negación.

—Hasta cierto punto, yo también lo creía —susurré—. Pero cada vez me cuesta más diferenciar entre lo que es un cuento y lo que es real.

 

Lopus y Ashleigh compartieron una mirada preocupada y después Ashleigh se acercó a mí y me cogió de las manos.

 

—Lo descubriremos —la joven me sonrió—. No te abandonaremos.

—Pero, ¿por qué? Apenas me conocéis.

—¿Estás de broma? —Preguntó Lopus con un tono incrédulo—. ¿Metiendo a Markus en cintura como tú lo haces? ¡Tenemos que proteger tus poderes a toda costa!

 

Me reí amargamente. Probablemente, él no tendría ni idea de cuáles eran realmente mis poderes, pero su comentario me resultó gracioso.

 

—Eres alguien especial —aseguró Ashleigh—. Y es como te dije esta tarde: he oído tanto hablar de ti que parece que te conociera desde hace mucho tiempo.

 

Me sentí más calmada. Ashleigh era una de esas personas que, por su voz reposada, por su aspecto sincero y cándido y por la elección acertada de sus palabras, despertaba una sensación de hermandad en mí que jamás había sentido con otra persona que no fuera Alvinne.

Cuando regresamos, ya era noche cerrada, por lo que pasamos a escabullirnos por los caminos que rodeaban el pueblo para evitar a los guardias. Aquello me resultó extraño, como muchas otras conductas de los Liarflam, pero imaginé que no querrían meterse en problemas.

Al llegar a mi casa, vi a través de las ventanas la luz tenue que procedía de las velas y  me aproximé con pesadumbre. Probablemente, mi madre ya estaría en casa esperando por mí, preparada para una regañina.

Mientras cruzaba nuestro jardín, la puerta se abrió. Al verme allí, mi madre corrió a abrazarme sin decir nada más. Apreté mi mandíbula y tuve que hacer verdaderos esfuerzos por no llorar en aquel momento.

 

—Lo siento —susurré.

—Oh, Andrea —mi madre se apartó de mí. Percibí un reflejo en sus mejillas. Ella sí estaba llorando—. Estaba tan preocupada.

—No era mi intención llegar tan tarde…

—Ya lo sé —ella miró detrás de mí y se dirigió a los hermanos Liarflam—.  Vuestra madre y vuestros hermanos están aquí. Pasad, por favor.

 

Los dos se miraron un breve segundo y después nos acompañaron hacia el interior de la casa. Mi madre les dejó pasar y cerró la puerta detrás de nosotros. Podía oír la voz del menor de los Liarflam hablando. En el momento en el que entramos, vimos a mis hermanos, a Mina, a Markus, a Eric y a una mujer al otro lado de la habitación que, por su belleza y elegancia, no podía ser otra que la madre de los hermanos Liarflam.

Al vernos entrar, Markus se puso en pie y miró hacia mí con preocupación. Le sonreí brevemente antes de que mi madre me guiara para que me sentara en el diván junto a mis hermanos. Alis tenía la cara enrojecida y se acurrucó a mi lado. La cogí de la mano.

 

—Eh, está todo bien —susurré. El ambiente era deprimente hasta el punto de ser tenso.

—Margarita ha muerto —susurró mi hermana con un hilo de voz.

—¿Cómo?

 

Aquella noticia me conmocionó al instante. Yo no compartía por Margarita el mismo cariño que mis hermanos o mi madre le tenían, pues conmigo jamás había sido tan amable o cercana. Sin embargo, aquello no significaba que le hubiese deseado ningún mal.

Pero, en lo más profundo de mi mente, sabía que su muerte estaba ligada al ataque de Mortinella. Intenté aguantar mis emociones, pero notaba que mi pecho en aquel momento era como un vaso de agua, lleno hasta los bordes, aguardando el momento oportuno para rebosar.

Miré hacia Markus. Parecía completamente abatido. Su madre, por detrás de él, miraba hacia mí con intensidad. Ella era preciosa, como la escultura de una divinidad, de una diosa de la belleza. No sonreía pero, iluminada como todos por la luz de las velas y candiles, ella destacaba por encima de todos los demás por su apariencia y elegancia.

Sentí como si estuviera analizando cada gesto y cada movimiento que yo hacía, por lo que desvié la mirada y vi a Leo sentado al otro lado. Él no lloraba, su orgullo era enorme,  pero podía ver la tristeza reflejada en su rostro como si fuera un libro abierto. Mina estaba junto a mi madre, tratando de calmarla. Sentí una enorme pena. Habían sido grandes amigas durante años, a fin de cuentas...

En momentos como aquel no había nada que se pudiera decir para aliviar el dolor, ninguna opción es válida, ni siquiera el silencio. Sin embargo, apreté la mano de mi hermana, dejé que llorara contra mí y pasé mi otro brazo, el vendado, por detrás de ella para darle a mi hermano mi apoyo en aquel momento. Él me dedicó una sonrisa vulnerable y después desvió la mirada.

 

—Muchas gracias —susurró mi madre, después de estar más tranquila—. Muchas gracias a todos.

—Cris, nuestra familia es la vuestra, en la fortuna y en la adversidad —mientras cruzaba la habitación para llegar hasta ella, la voz de la madre de los Liarflam, clara como el cristal, inundó la habitación como si fuera la música de una viola—. Y, en nombre de todos nosotros, os tendemos nuestra mano.

—Gracias, Katherine —los ojos de mi madre se inundaron de nuevo en lágrimas.

—Lo sé, querida, lo sé —la mujer se abrazó a mi madre—. Todo va a salir bien, lo sé.

—Trata de descansar bien esta noche —aconsejó Mina.

 

Mi madre asintió con la cabeza y Mina le ofreció prepararle una infusión para calmarla. Ella aceptó, y Mina se fue unos minutos mientras la madre de Markus continuaba consolando a la mía. Markus se acercó a mí y posó su mano sobre mi hombro.

Mina nos ofreció a todos la misma bebida. Era una infusión herbal con un regustillo de limón y miel. Poco después de tomar el remedio de Mina, los Liarflam se dispusieron para marcharse, motivados por su madre, que les instó a dejarnos en la intimidad, no sin antes recordarle a mi madre que estaría allí donde la necesitara.

Mi madre se despidió de todos ellos con cercanía,  lo mismo hizo Alis. Mi hermano también se despidió de todos, pero noté que con los gemelos lo hacía con más recelo que con el resto.

Mientras me despedía de Ashleigh con un abrazo prieto, mi madre subió  a mis hermanos a su habitación. Yo continué despidiéndome de los Liarflam. Antes de decirle nada a Markus, quedé frente a su madre, quien continuó mirando hacia mí, con una expresión que no denotaba ni felicidad, ni tristeza, ni enfado de ningún tipo.

 

—Quiero agradecerle su gesto tan amable en estos momentos tan difíciles —asentí e hice una pequeña reverencia. Por primera vez, la vi sonreír.

—Es un placer conocerte, Andrea. Markus me ha hablado mucho de ti.

—El placer es todo mío —respondí con tanta cortesía como pude recordar en los casi dos segundos que tardé en reaccionar.

 

Su pelo no caía en cascada, lacio como el de sus hijos más jóvenes. En su lugar, este flotaba en perfectos tirabuzones y rizos adornados por una tiara lateral, colocada con mimo y cuidado en la parte derecha de su cabeza. Aquella era la imagen que había tenido siempre en la cabeza al pensar en las palabras nobleza, aristocracia y élite: la mujer por la que cualquier otra se cambiaría sin mirar atrás.

 

—Desearía haberte conocido en otras circunstancias. Aprecio tu amabilidad. Somos dos familias unidas por los lazos del pasado, y que esos lazos vuelvan a ser fuertes en vosotros es magnífico.

—Muchas gracias —respondí, cohibida.

—Recuérdalo también, para lo que necesites, los Liarflam siempre te tenderemos nuestra mano y siempre te abriremos nuestras puertas.

—Gracias, de corazón.

 

Ella me sonrió amablemente antes de irse.  Me giré hacia Markus, pero él me evitó y huyó hacia el exterior, acompañando a su madre. Me apresuré a salir detrás de todos los hermanos. En el exterior, Katherine estaba parada frente a Markus y le miró con severidad antes de extender la mano para recibir algo de su hijo. Él, cabizbajo, sacó la corona del duque de Revon y se la entregó.

Su madre, con la misma elegancia con la que siempre se movía, apartó levemente el pelo de la frente de su hijo y allí mismo encajó la corona, adecentándole.

 

—Siempre deberías llevar puesta tu corona. Eres el duque de Revon, jamás debes olvidarlo.

 

Él desvió la mirada y, al verme petrificada en el umbral de la puerta, se quedó  mirando hacia mí con un aspecto lánguido.

 

—No te rezagues demasiado —su madre suavizó su gesto y apremió a sus hermanos para que la acompañaran—. Vamos.

 

Markus se quedó atrás, mirando hacia mí  con una expresión derrotada. Al ver que él no se acercaba a mí, decidí aproximarme yo misma.

 

—No quiero que te vayas —susurró. Su voz se quebró.

—Con el tiempo, tendré que hacerlo.

 

Como si el simple pensamiento le hiriera, su gesto volvió a la aflicción.  Le cogí de la mano, él reaccionó encerrando la mía entre las suyas.

Alcé mi mirada. La hermosa corona decoraba su frente, brillaba bajo la luz de la luna. De pronto, lo comprendí: Markus era noble, el duque de las montañas, alguien que no podría dejar atrás Revon y acompañarme. Intenté que el pensamiento no me afectara y le sonreí.

 

—Incluso si he de irme, aún no me he ido. Tal vez podríamos pasar más tiempo juntos, hasta que me decida…

 

Él me soltó la mano solo para abrazarme. Aquel fue el abrazo más amargo de mi vida, sabiendo que nuestra despedida estaba cerca. Mientras aferraba a Markus, atesoré entre mis recuerdos el aroma de su pelo, la sensación de sus brazos al rodearme, el suave tacto de su piel... Apacigüé mis emociones pensando en que, si me marchaba, él estaría a salvo del peligro de esa maníaca.

 

—Quiero verte mañana —susurró en mi oído—. Estaré esperándote durante la mañana bajo el árbol en el que nos conocimos.

—¿Y si mi madre me encierra por incumplir el toque de queda?

 

No respondió, me reí con suavidad.

 

—Puede que en ese caso, le cuente lo ocurrido —anuncié—. Lo entenderá.

—¿Estás segura?

—No puedo mantener esta mentira por más tiempo. Quiero que lo sepan. Mi madre, mis hermanos… incluso tu familia. Si hubiese muerto hoy, habría perdido la oportunidad de hacerlo.

—Yo mismo se lo contaré a mi familia —aseguró—, te lo prometo.

 

Nos separamos, le acaricié su brazo. Él parecía algo más tranquilo. Bajo la luz de la luna, con su apariencia de fantasía y su mirada melancólica, tuve el impulso de pedirle que lo dejara todo y me acompañara en mi aventura. Pero me contuve a tiempo. Pedirle aquello era pedirle un imposible y solo podría causarle más dolor.

 

—Hasta mañana, Andrea —se despidió, antes de marcharse.

 

Me quedé allí hasta que él se perdió al doblar la esquina. Después me giré y vi a mi hermano, escondido detrás de la puerta. En el momento en el que la abrí, él me clavó su mirada acusatoria, la misma con la que había estado castigándome durante una semana hasta el día anterior.

 

—No pienso llamarlo hermano —anunció Leo con sorna.

—¿Madre y Lissie?

—Lissie ya está dormida. Creo que madre también.

 

Miré hacia las escaleras con pesar. Imaginaba que mi hermana no tardaría en dormirse, pero me apenaba no poder hablar con mi madre en aquel momento. Sin embargo, tal vez así fuera mejor: controlar al mismo tiempo la reacción de mi madre y la reacción de mi hermano iba a ser demasiado complicado.

Me reí y negué con la cabeza. Contárselo a él iba a ser lo más difícil que había tenido que hacer en mi vida como hermana mayor. Era inteligente, pero demasiado impetuoso, demasiado insolente. Además, siempre había tenido la sensación de que me odiaba.

 

—Leonardo, hay algo de lo que quiero hablar contigo.

 

Él me miró con el ceño fruncido y apretó la mandíbula, muy tenso, dispuesto a saltar, a discutir conmigo.