7 - Destino
Destino
Después de nuestra
aventura nocturna, como era de esperar, pasé mi día adormecida y temblorosa,
pálida por la falta de sueño y desorientada. Mi madre pensó que había vuelto a
quedarme leyendo durante la noche y, pese a mis quejas, me quitó mi libro de “Nos
vemos en el camino”. Aquello me molestó mucho, pero de todos modos llevaba
varios días demasiado entretenida como para terminar el libro.
Aquella noche no fue la única en la que Markus
se presentó en mi casa. Durante la semana, accedimos a encontrarnos otras dos
veces, pero aquellas sesiones de búsqueda no resultaron la mitad de intensas
que la primera. Casi siempre se quedaba poco tiempo. Lo suficiente como para
devolverme los libros que se había llevado, para que compartiéramos nuestros
hallazgos y para seleccionar qué libros leer a continuación relacionados con
aquellos cinco nombres.
Nuestras lecturas eran variadas en contenidos:
desde leyendas, historias y cuentos hasta documentos bibliográficos, pasando,
por supuesto, por rituales, cantorales y poemarios. Yo me dedicaba a leer a
escondidas para asegurarme de que mi madre no me descubría saltándome su
castigo. La mayor parte del tiempo me dedicaba a leer por la noche.
En uno de los últimos libros que hojeé, uno en
el que explicaban diversos rituales, me llamó la atención uno en especial:
Hasta donde habíamos descubierto Markus y yo,
los nombres de los cinco se pasaban de un progenitor a un descendiente como un
legado legítimo, inquebrantable. Durante generaciones, mantenían el mismo
apellido, pues, a fin de cuentas, eran linajes con siglos de historia. Sin
embargo, con aquel ritual, podía romperse la línea sucesoria y otorgarle el
nombre sagrado con todos sus poderes a un miembro que de otra forma no
heredaría la tradición detrás del nombre, sin necesidad de que compartieran
ningún tipo de parentesco.
A este ritual se le llamaba desvinculación, y
había ocurrido en diversas ocasiones, casi todas durante aciagas guerras en las
que los ángeles y los demonios eran utilizados para destruir al enemigo.
Según aquel libro, una mujer llamada Zahafri
Mortinella Cashima había sido la primera persona conocida en desvincular a su
hija del nombre de Mortinella con la intención de que nunca la persiguieran
como a un demonio, un intento infausto, ya que su hija terminó muriendo antes
que ella misma durante un ataque de las tropas enemigas.
En otra ocasión, una mujer llamada Siagnoa
Solaria Maravdisaria trató de salvar a su hijo de heredar su mismo destino como
el hijo del dios Sol y, de acuerdo con la leyenda, el ritual no funcionó, y el
propio Sol la convirtió en cristal de luz para que su espíritu se convirtiera
en la luz errante que guiaría a su hijo a conseguir la paz en su reino.
Las últimas personas en realizar aquel ritual,
por lo menos según los textos allí documentados, habían sido una pareja:
Penélope Rizienella y Anush Ierosaeth que, tras casarse en secreto y bajo un
juramento prohibido, fueron perseguidos por diversos reyes hasta que ambos
accedieron a entregar las tradiciones de Rizien y de Ieros a los hijos de
Darius, el hermano de Anush: Taminé y Hirbod, tras los cuales se desconocen las
identidades de los siguientes herederos.
Markus, por su parte, me explicó que los cinco
nombres eran, según la consideración de las diversas naciones, los nombres de
los ángeles y demonios de Zairon.
—¿Ángeles y demonios? ¡Pero si son personas!
—Me quejé refunfuñando—. No me gustan esos términos para referirse a gente de a
pie.
—Realmente, su alineación depende de cada
nación. Verás, hace décadas, hubo una guerra en la que participó una persona
conocida como Lunaria—Markus señaló el nombre que destacaba en lo alto de las
estanterías, siendo este uno de los que estábamos investigando—. Por las
batallas en las que participó, fue reconocida como un demonio en Etermost,
Norgles, Elementarya y Merivan, pero en reinos como Artemun o en regiones que
formaban parte del antiguo Suntmaris que fue invadido en esa misma guerra, se
le rinde culto como un ángel por su valor.
—¿Y qué fue de Lunaria? —Pregunté desalentada.
Aquellas historias, casi siempre, terminaban de la misma forma.
—Tengo entendido que juró lealtad a los
príncipes para conseguir su indulto. Dirige un ejército neutral al que todos
los príncipes acceden a envíar efectivos. El infante Afne a veces me ha hablado
de él cuando hemos coincidido en fiestas.
Con aquel comentario, recordé que mi amigo se
trataba de un noble y me quedé cohibida. Solo de imaginarlo codeándose con la
realeza y con otros de su status, me di cuenta de lo insignificante que era yo
a su lado.
Markus, al verme distraída, me dió un suave
toque con el libro en la frente.
—Se consideran ángeles y demonios porque su
orden mágico difiere del que tenemos el resto de los mortales —continuó—.
Poseen un vínculo especial con nuestro mundo, con Zairon. Eso les hace poseer
capacidades y poderes inalcanzables para los demás.
—¿Capacidades y poderes?
—He pensado, por ejemplo, la capacidad de ver
el porvenir —concluyó con seriedad.
Cuando me dijo aquello, negué con la cabeza.
Le reprendí lo absurdo que era lo que estaba insinuando, pero insistió:
—No podemos descartarla como una posibilidad.
—¿La posibilidad de qué? ¿De que yo sea un
ángel? Markus, no niego que todo esto pueda tener relación con mis visiones
pero, salvo por ellas, no tengo nada de especial.
—Eso no es cierto —replicó, ligeramente
molesto—. Además, tan solo es una hipótesis por el momento. Ten en cuenta que
estamos tratando de recuperar información fiable entre cientos de miles de
mitos y leyendas.
Honestamente, su proposición me había dejado
ciertamente preocupada. Si bien era cierto que la mayoría de lo que leíamos no
eran más que cuentos, de un tiempo a aquella parte las casualidades parecían
volverse certezas y la realidad se estaba volviendo una ventana cada vez menos
nítida. Aquello me asustaba.
Casi todas nuestras noches mantenían el mismo
ritmo y nuestros avances parecían nimios. No habíamos encontrado nada en
relación con la ilustración, tan solo otras ilustraciones que mostraban templos
diferentes, hacia los que ni él ni yo tuvimos la misma sensación. Por ese
frente, mi frustración se volvía cada vez mayor. Estábamos tan cerca y a la vez
tan lejos de encontrar algo, que siempre me iba a la cama con la sensación de
estar pasando por alto algo obvio...
Pero al menos, todo el conflicto que se había
generado en mi otra vida parecía calmarse de nuevo: finalmente, después de casi
una semana, mi madre me devolvió el libro que me había confiscado.
—Como vuelvas a hacerlo, venderé todos y cada
uno de los libros que hay en esta casa —amenazó. Me reí levemente y prometí que
no volvería a hacerlo. Me devolvió un gesto severo, frunciendo el ceño.
Llevaba casi una semana leyendo tanto sobre
Ierosaeth, Rizienella, Mortinella, Lunaria y Solerum que decidí otorgarme el
placer de cambiar de tema y leer algo diferente aunque solo fuera durante una
tarde. Al abrir el tomo fue cuando me quedé sin aliento.
Justo detrás del mapa que mostraba el trayecto
de los aventureros, había una ilustración que mostraba un templo. Era, en
efecto, el mismo que Markus me había mostrado la primera noche, mientras
buscaba entre las bibliografías de los Ierosaeth. Si bien no eran exactamente
iguales por la perspectiva y el libro que yo tenía en mis manos en aquel
momento era mucho más rudimentario que el que se encontraba escaleras abajo, a
grandes rasgos se notaba que representaban el mismo lugar. Al verlo, me paré a
leer detenidamente las primeras páginas. Estas citaban así:
Sobre un
manto nevado y bajo un invierno desconocido
Cuando
el regalo del Sol se vuelve un tesoro carecido
La flora
sucumbe al sueño al oír la voz del viento gélido
Y el
consejo de los astros se halla entre nubes escondido
Cientos,
de los nueve reinos, parten siguiendo a un buen amigo.
Guiados
por una esperanza, una promesa y un único sino
Hacia
donde Zairon habla y desde el mar se oyen sus latidos.
El
templo su llegada aguarda, en un acantilado erguido,
Por el
triunfo se enfrentan a la tempestad los peregrinos
Buscando
el templo de Ierosaeth en su épico periplo
Caminando
juntos a Lapper, ansiando el mismo destino...
Tan pronto como leí aquellos versos, sentí
como si quisiera chillar de alegría. Aquel nombre era lo que Markus y yo
llevábamos toda la semana buscando, y se encontraba justo allí… ¡Por supuesto
que ambos lo reconocíamos! ¡Ambos lo habíamos visto al leer el libro!
Pronto pensé en contarle a Markus lo que había
descubierto, pero recordé que no le vería, probablemente, hasta la noche. En su
lugar, consideré que la mejor idea era bajar el libro a la biblioteca para
enseñárselo cuando nos encontráramos, sin perder el tiempo.
Pero tan pronto como bajé las escaleras, me
encontré a mis hermanos en el salón. Me resultó extraño: normalmente solían
echarse una siesta vespertina todos los días del verano. Tal vez el hecho de
que aquel fuera un día más fresco que los anteriores hacía que no tuvieran
tanta modorra.
—¿Qué ocurre? ¿Cómo es que estáis despiertos?
—Oh, hermana. Qué raro verte sin esa lapa de
Liarflam revoloteando a tu alrededor —Gruñó Leonardo con una actitud arisca—. O
simplemente verte, a secas.
—Oye, ya os dije que lo siento por eso.
—Ya —resopló airado—. ¿Y?
—Entiendo que estés molesto, pero ¿no
podríamos hacer una tregua?
—Tregua es a lo que recurres cuando no sabes
qué hacer —se burló y siguió a lo suyo.
Entre mi hermano y yo, la tensión creció tan
rápido y tan fortalecida que casi podía verse y cortarse con un cuchillo. Mi
hermana intervino tímidamente:
—Este año no hemos cogido fresas y moras. Me
gustaría comer unas pocas.
Leonardo esbozó una sonrisa suficiente mirando
hacia la pequeña antes de dedicarme a mí una exigente. “Llévanos” ordenó
mientras se cruzaba de brazos. Maldito mocoso.
—Te tendría que haber tirado de la cuna cuando
tuve la ocasión—repliqué en broma.
—Tuviste una oportunidad y la dejaste
escapar—él se rió al instante, manteniéndose todavía firme y con los brazos
cruzados.
Comprendiendo que no iba a poder bajar
mientras ellos estuvieran allí, accedí a llevarlos después de colocar el libro
en la estantería que ocultaba la entrada a la biblioteca, un lugar de donde
podría cogerlo más tarde cuando viniera Markus.
Les insté para que subieran a prepararse y yo
subí a mi habitación también. No tenía tantas ganas de salir de la casa, había
acumulado un enorme cansancio por aquellas noches tan largas. Al abrir el
armario, comprobé mis vestidos con pereza y saqué uno de color verde que no
había tenido la ocasión de probarme aún. Como era un poco más grueso me pareció
perfecto. Además era verde. Y no un verde cualquiera... Era del color de la
hierba, el mismo tejido que le había enseñado a Markus y que le había gustado
tanto que quería un traje hecho con él. Al recordarlo, sonreí y lo saqué: Tenía
una pechera en un satén más oscuro y brillante que el resto de la prenda, por
lo que parecía que llevaba otra prenda por debajo.
La falda tenía también pliegues en el mismo
satén, que se mostraban al caminar. Era un vestido de tirantes, pero estos
estaban ocultos detrás del cuello, que podía adaptarse y permitía mostrar tanto
del satén sobre el que se cernía como se quisiera. Su cintura era alta,
realzada con una cinta clara.
Pese a que aquella era una elección un tanto
excesiva para ir a buscar moras, mi intención era, tal vez, recoger algunas
flores silvestres a la entrada del bosque para llevarlas al cementerio más
tarde. Me gustaba hacer eso de vez en cuando, pararme un poco, intentar
recordar a mi padre. Tras todos nuestros descubrimientos, él había estado más
presente que nunca en mi vida y no sabía bien cómo encajarlo todo…
Cuando bajé las escaleras, vi que mis hermanos
ya estaban abajo, esperando por mí. De verdad, qué prisas se daban cuando les
interesaba...
Entre los tres preparamos unas cestas para ir
hasta la entrada del bosque. Al salir de casa, tanto Alis como Leo parecían
complacidos y corrieron alegremente. Cuando llegamos, nos dispusimos a
recolectar de las zarzas y arbustos, pero mi hermano se adelantó intentando
internarse más allá en la arboleda.
—¡Eh! —Le paré—. ¡Aquí, donde pueda verte!
—¡Solo voy a por grosellas! —contestó de mal
humor—. ¡Y tengo ya doce años! ¡No me trates como a un crío!
—Tienes diez minutos —le advertí frunciendo el
ceño—, si no vuelves te llevaré a casa del pelo.
—¡Que sí!
No estaba segura de si realmente le gustaban
las grosellas o de si simplemente quería ir a explorar o hacer el mono. Me daba
igual, sinceramente, aunque tenía que hacerme responsable de él y seguir
manteniendo mi autoridad como la hermana mayor.
Nunca antes había pasado nada en realidad,
pero con todo lo que había ocurrido últimamente sentía un poco de paranoia y
miedo, aunque tras unos minutos de respirar el aire del bosque, ese miedo se
apaciguó, y pude relajarme al fin. Sin embargo, a pesar de los días cálidos del
verano que habían precedido a aquel, el viento se estaba volviendo fuerte y
frío, presagiando una tormenta bajo la que no me quería encontrar a la
intemperie.
—¡Te quedan cinco minutos! —grité. No
respondió, pero estaba segura de que podía oírme desde los arbustos de
grosellas.
Alis estaba cogiendo fresas mientras, de vez
en cuando, miraba hacia mí. En mi cesta ya había un número considerable de
moras y en aquel momento ya me estaba dedicando a coger algunas flores del
bosque. Mi hermana se acercó a mí y comprobó cómo lo hacía, y después me miró a
la cara.
—¿Son para padre? Siempre que coges flores del
bosque son para él.
—Si tenemos tiempo, llevaremos este ramo al
cementerio —respondí con alegría, pero tras eso resoplé y miré hacia donde
había quedado nuestro hermano—. A ver si Leonardo se espabila y no le tengo que
llevar de los pelos.
—¿Cómo era él?
¿Cuántas veces me habían hecho Leo y ella esa
pregunta? ¿Cuántas veces les había respondido lo genial y maravilloso que era?
—Oh, Lissie, él era el hombre más valiente que
Zairon ha conocido jamás. Era sabio y respetable, con un corazón de oro y un
fuerte sentido de la justicia. Nos quería tanto...
No pude continuar, mi voz se estaba quebrando
por alguna razón. Aquel diario había hecho algo en mí, no estaba segura aún de
si me había abierto los ojos o de si había corrompido por completo la visión
que tenía de mi propio padre, pero aquellas palabras sonaban cada vez más
extrañas aún en mi propia voz.
—¿Tienes ya suficientes fresas? —pregunté
ocultando mis sentimientos emergentes.
Asintió con la cabeza, pero un ruido fuerte y
cercano que hizo retumbar hasta los propios árboles la interrumpió, cortando
por completo nuestra tranquilidad. Había sonado como una especie de rugido,
pero mucho más feroz y amenazante que el de un oso.
Mi
hermana se quedó paralizada por el miedo. En medio de nuestra conmoción, dejé
atrás tanto mi cesta como las flores y, aupándola, la saqué en brazos del
bosque, corriendo, para llegar a casa cuanto antes. Alis estaba llorando, con
la cara enrojecida y temblando de miedo cuando por fin cruzamos la puerta y la
dejé de nuevo en el suelo.
—¡Lis, no abras a nadie hasta que yo vuelva!
¡Voy a buscar a Leo! ¿Entendido?
Asintió repetidas veces mientras seguía
sollozando. Me faltaba el aire cuando regresé apresuradamente al bosque, aún
sabiendo que no podía detenerme hasta haber encontrado a mi hermano. Corrí como
pude hasta los arbustos de grosellas, pero Leo ya no estaba allí.
Sabiendo que un animal salvaje podría estar
cazándonos, le busqué en silencio, sin gritar su nombre, con el corazón a mil
por hora. Oteando mi alrededor alerta, con mi pie derecho pateé algo que estaba
en el suelo. Era su cesta, llena de grosellas, y la recogí con cuidado. En el
perpetuo silencio del bosque pude escuchar un sollozo muy débil, pero no tan
lejano. Sin dudarlo ni un segundo, corrí hacia la fuente del sonido y vi a mi
hermanito acurrucado y agazapado entre las gruesas y largas raíces aéreas de un
sauce.
Nunca me había sentido tan aliviada como en el
momento en el que vi que estaba bien.
—¡Leo! ¿Te encuentras bien?
El pobre estaba temblando y llorando, pero se
giró para mirarme y asintió con la cabeza levemente antes de lanzarse a mis
brazos, acobardado por lo que demonios hubiera visto.
—Tranquilo, Leo. Ya estoy aquí —le
tranquilicé, mientras le daba su cesta y le cogía en brazos.
Aunque Leonardo ya era mayor, en aquel momento
no protestó ni dijo nada al respecto. Probablemente aún estaba paralizado por
el miedo. Se dejó llevar en silencio. Ya más tranquila, pasé de mi anterior
carrera a caminar lenta y sigilosamente por el bosque, lo que era más cauto que
salir corriendo de nuevo.
—Menos mal que estás bien —musité en la
entrada del bosque, cuando ya se tranquilizó un poco y me obligó a dejarle de
nuevo en el suelo.
—¡Andrea! —exclamó asustado, señalando hacia
las flores silvestres en las que me había entretenido yo antes—. ¡Mira!
Me aproximé para ver que la cesta que había
dejado atrás estaba aplastada e inutilizable, al igual que todas las moras que
había contenido, cuya pulpa y zumo se extendían alrededor, dejando un rastro
rojizo bajo la huella de algo enorme que se había quedado grabada en el suelo.
Aquella huella era al menos cinco veces más
grande que la de un oso. No conocía ninguna criatura con unas patas tan
grandes. No al menos en aquellos bosques.
—¿Qué ha podido hacer una cosa así? —pregunté
a media voz, sorprendida.
—¡Era un dragón! —aseguró mi hermano—. ¡Y era
enorme!
Miré hacia mi hermano extrañada. ¡Dragones!
¡Ya era lo que me faltaba para que mi vida quedase exactamente en el filo entre
lo imposible y lo demente!
—Leonardo, no tiene gracia.
—¡Yo lo he visto, Andrea! ¡Rugió porque me vio
a mí! ¡Creí que no lo contaba!
Negué con la cabeza. Tenía que haber sido otra
cosa, ¿cómo iba a haber dragones en Revon? Sin embargo, mi hermano comenzó una
apresurada descripción para terminar de convencerme y, cómo no, de asustarme:
—¡Era completamente blanco y con los ojos
azules! ¡Tenía escamas por todo el cuerpo, que eran como bandejas de grandes!
¡Y-y-y su cuerpo estaba cubierto en témpanos blancos! —Con sus chillidos
desesperados, había comenzado a llorar—. ¡Cuando me miró, sentí tanto frío que
fue como si mi voz se congelase en mi garganta! ¡No pude gritar ni apenas
moverme!
En todas las leyendas que había leído entorno
a los dragones, siempre coincidían las mismas situaciones: los dragones
aparecían para tiranizar un pueblo. Demandaban doncellas vírgenes como tributo
por su “protección”, que a menudo significaba un contrato por el que no lo
destruirían todo a su paso. Algunas de esas doncellas eran su alimento. Otras
eran las madres de los nacidos de su sangre: vástagos esclavos de sus deseos,
un ejército de sirvientes fieles capaces de mezclarse entre humanos y de
cambiar de forma y pasar por versiones más débiles de su progenitor.
—Está bien. Te creo —aseguré finalmente cuando
dejamos atrás el claro y el bosque—. Pero no puedes contarle a Lissie eso, la
asustarías de por vida.
—¡Esa cosa está en el bosque y a ti te
preocupa que se asuste nuestra hermana!
—¿Quieres dejar de ser un mocoso egoísta y
pensar por una vez en los demás? —Pregunté alzando la voz con imponencia, él me
miró con reproche—. Dragón o no, nuestra hermana es pequeña. Si supiera que hay
una bestia así rondando los bosques, viviría con miedo. Por una vez, te pido
algo: deja a nuestra hermana fuera de esto.
Leo agachó la cabeza y pidió perdón. Aquello
sí que me sorprendió, pues era tan orgulloso y arrogante que no solía aceptar
que los demás tuvieran la razón y él no.
—Se lo contaré a Markus, ¿vale? Él sabrá qué
hacer.
—¡No! —chilló, de nuevo al borde del llanto—.
¡A Markus no!
Miré a mi hermano extrañada y me devolvió un
gesto aprensivo mientras negaba con la cabeza.
—No confío en él.
—¿Por qué?
—¡No lo sé! ¡Hay algo en él que es extraño!
—Ya veo —respondí enfadada—. Siendo mi
hermano, ¿te atreves a juzgarle sin siquiera conocerle?
Mi hermano agachó la cabeza con
arrepentimiento.
—Lo conozco de vista y de oídas. Todos dicen
cosas sobre él, sobre su familia que normalmente no me creería, pero Markus es
muy frío, no sé si está enfadado con todo el mundo o qué, pero nunca sonríe.
Siempre creí que no le gustaba nadie.
—Leo, tú mismo puedes verlo: es un chico
completamente normal. Si es frío es porque los demás le habéis obligado a
serlo.
Mi hermano se quedó en silencio y se encogió
de hombros. No me gustaba que hablase así de uno de mis pocos amigos, pero pude
ver en su gesto la vergüenza.
—Si confías en mí, sabrás confiar en él.
Leonardo no respondió. No sabía si para bien o
para mal... Pero en el momento en el que entramos en casa de nuevo, aún con mi
hermano temblando como un flan, nos encontramos con una sorpresa: Alis no
estaba sola; Markus estaba allí. Ella parecía muy intranquila hasta que nos vio
entrar en el salón, y acto seguido se levantó de un salto y corrió hacia
nosotros. Para mi sorpresa, me abrazó mientras gimoteaba. Sin embargo, mis ojos
se centraron en el joven albino, que en aquel momento nos miraba desde el otro lado
de la habitación en un hondo silencio.
Me sentí violenta por un segundo, por un lado
por la desobediencia de mi hermana, pero por el otro porque no hacía ni un
minuto que estábamos hablando de él.
—Markus, ¿qué haces aquí?
—Había pensado en venir a verte. Cuando
llegué, Alis estaba muy inquieta, contándome algo sobre un rugido en el bosque
—respondió—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Os encontráis bien?
Leonardo agachó la cabeza y miró hacia Markus
con reproche, justo antes de girarse y subir por las escaleras dando pisotones.
Acto seguido mi hermana me soltó para mirar hacia donde se había ido nuestro
hermano y subió detrás de él, llamándolo muy confusa, dejándonos a Markus y a
mí solos en la habitación.
—Mi hermano vio un dragón.
—Los dragones no existen —razonó—. Creyó ver
un dragón.
—Yo le creo.
—Yo no.
—Si mi hermano dice que ha visto un dragón, es
porque ha visto un dragón. Mi hermano no se inventa las cosas así como así, es
mucho más serio de lo que crees.
—Sé que Leonardo es un chico brillante, pero
sabes tan bien como yo que es posible que se lo esté inventando. Yo hacía cosas
similares a su edad para asustar a mis hermanas.
Negué con la cabeza mirándole con reproche.
Tenía ganas de empujarle hasta la puerta y echarle de mi casa. Él notó en
seguida el efecto que había tenido su explicación y cambió por completo su
argumento:
—Tu clarividencia es una cosa, y no niego que
a nuestro alrededor haya algo místico, casi mágico... ¡Pero estamos hablando de
dragones, Andrea!
—Él no se inventaría una cosa así.
—Los niños imaginan cosas constantemente.
—¡Markus, no te atrevas a poner en duda la
sinceridad de mi hermano! —Respondí alzando la voz, pero repentinamente notando
que me estaba alterando más de la cuenta y bajando el volumen de nuevo—. Oí
algo. Y Leonardo estaba aterrado.
Noté que Markus también estaba comenzando a
irritarse.
—Andrea, tengo demasiadas preocupaciones.
Preferiría que una de ellas no fuera tener que escuchar la historia de un chico
que presuntamente vio un dragón —sentí que mis mejillas ardían—. ¿Y cómo era? A
ver si lo adivino: marrón oscuro y con escamas verdes. ¡No sabes la cantidad de
veces que han venido a describirme ese “dragón”! Y siempre resulta que
confundieron una roca en el bosque.
—Era blanco.
—¡Blanco!
—Sí. Y con los ojos azules —respondí furiosa—.
Probablemente viera esa roca amenazante de la que hablas cubierta de nieve.
¡Oh, espera! ¡Estamos en pleno verano!
—¿De verdad les vas a dar más importancia a
las invenciones de tu hermano que a una explicación razonable?
—Será mejor que te vayas —culminé.
—¡No te atreverás!
—Vete de mi casa.
Markus me miró rojo como un tomate y con un
gesto airado y atacado. Antes de que él o yo añadiéramos algo más, mi hermano
bajó corriendo las escaleras. Al vernos allí y la tensión que compartíamos, se
acercó con cautela y se posicionó a mi lado. Markus le atravesó con la mirada
con una furia impropia en él, tan ardiente que el adolescente se encogió en
respuesta.
—Parece ser que no soy bien recibido en esta
casa.
—Markus, no te vayas —le paró mi hermano con
la cabeza gacha.
—No tienes nada que temer, Leonardo —respondió
el joven disponiéndose a irse—. Ningún dragón te atacará. Aunque eso tú ya lo
sabes.
—Vuelve a tu habitación, Leo —susurré—. El
duque ya se estaba yendo.
—¡No! ¡No sabe lo que pasó! —Se quejó y
después se dirigió a Markus—. ¡Mi hermana dice que tú te preocupas por nosotros
y que siempre sabes qué hacer! ¡¿Por qué te marchas?!
Markus enarcó una ceja mientras miraba a mi
hermano, sorprendido. Su gesto se había calmado un poco, pero seguía
manteniendo una chispa de enfado en sus ojos.
—Te escucho.
—Había una mujer —murmuró—. Me preguntó por
Andrea. Dijo que era una vieja conocida de mi padre. El dragón apareció
después, con un viento muy fuerte, yo salí corriendo, pero ella no se movió.
—El dragón era blanco y con los ojos azules,
¿cierto?
—Sí, y también era muy grande.
—¿Qué aspecto tenía la mujer? —continuó
preguntando Markus.
—Tenía el pelo rubio, como una cascada. Era
tan guapa que parecía una ninfa.
—¿Era? ¿El dragón la atacó? —mi hermano negó
con la cabeza en respuesta a esta pregunta.
—No. Ella atacó al dragón —mi cara se volvió
un poema con la respuesta de Leo—. ¡No me lo estoy inventando!
Tanto Markus como yo nos quedamos en silencio.
El joven finalmente se puso en cuclillas frente a mi hermano. Una sonrisa
suave, en la que pude identificar cierta condescendencia, curvó los labios del
duque.
—¿Harías algo por mí, Leonardo? A cambio, te
prometo que buscaré al dragón.
—¿El qué?
—Cuida bien de tus hermanas. En especial de
Andrea.
—Pero tú vas a volver, ¿no? —mi hermano
parecía en verdad preocupado.
Markus desvió la mirada incómodamente. Yo
también lo hice.
—Leonardo, ¿me permitirías hablar a solas con
tu hermana un momento?
—¿Para qué?
—Nada que a ti importe, cotilla —le reproché—.
Sube a ver qué tal está Lissie. Yo subiré en seguida.
Mi hermano accedió a regañadientes, pero lo
hizo de todas formas. Markus y yo compartimos una larga, silenciosa e incómoda
mirada hasta que él suspiró.
—Te pido disculpas por mi conducta. No debería
haber desestimado su testimonio sin siquiera escucharlo.
—¿Le crees?
—No —admitió—. Pero te prometo que lo
investigaré.
—Esto es increíble…
—Andrea, estoy intentando arreglar las cosas.
—No es conmigo con quien tienes que
disculparte.
—Contigo me he extralimitado. No quise actuar
como lo hice. Vine aquí con la intención de verte, no podía esperar hasta la
medianoche.
—¿Entonces has descubierto algo?
—En realidad, no. Mi día ha sido largo y
extenuante, deseaba pasar tiempo contigo y, tal vez, ¿sonreír un poco?
…
Menudo zalamero.
Quería seguir enfadada pero, después de
aquellas palabras, el calor en mi pecho derritió toda la frialdad que me
quedaba. ¿Por qué podía llevarme del enfado al deseo con tanta facilidad? Por
mi orgullo, no iba a dejar que me derrotara tan fácilmente, por lo que decidí
ponérselo un poco más difícil.
—Resulta que yo sí descubrí algo nuevo
—aseguré evitando mirarle directamente.
—¿En serio? ¿El qué?
—Es un secreto. Solo te lo contaré si te
quedas un poco más.
Al pasar por su lado antes de subir las
escaleras, me acerqué lo suficiente como para decirle al oído “he descubierto
cuál es el lugar que vimos en la ilustración.” Y lo dejé esperando mientras
subía a comprobar cómo estaban mis hermanos antes de nada. Mi mente estaba
distraída, pero tenía esperanza en que, al bajar, el joven siguiera allí y no
hubiera decidido marcharse sin más. Cuando bajamos los tres, ver que seguía
allí hizo que mis ánimos se calmaran un poco. Una vez abajo, cogí la cesta de
mi hermana, llena de fresas.
—¿Hacemos mermelada?
Mi hermana pareció entusiasmada, aunque Leo
seguía nervioso y Markus se mostró confuso. Los cuatro entramos en la cocina,
mis hermanos comenzaron a lavar las fresas mientras yo encendía el fuego del
hogar y vertía el agua de una tinaja en una olla antes de ponerla al fuego.
Markus estaba a la puerta, mirándonos incómodo y en silencio. Tendí mi mano
hacia él para invitarle a entrar.
—Necesitamos el zumo de un limón, mucho azúcar
y limpiar algunos tallos de ruibarbo.
—¿Ruibarbo?
—Tenemos allí, en la cesta de la despensa,
junto a las patatas —le indiqué señalando con la cabeza a la puerta—. Es un
tallo rojizo. ¿Crees que lo podrás encontrar?
Markus me miró como si no hubiera entendido ni
una sola palabra de lo que yo acababa de decir y se acercó a la despensa,
abriendo la despensa lentamente y sin mucha seguridad. Pasó un buen rato
mirando hacia el interior con expresión perdida hasta que mi hermana se
aproximó y le ayudó a localizarlo.
Liarflam y yo nos pusimos a limpiar el
ruibarbo mientras mis hermanos le sacaban el jugo al limón. Él imitaba todo lo
que yo hacía. Mientras lo limpiaba con torpeza, pensé que me tocaría repasarlo
a mí después de que el joven terminara.
Sin embargo, al final logró un resultado
bastante bueno en el único tallo que llegó a limpiar mientras yo limpiaba el
resto de los que teníamos. Parecía conforme con el resultado de su trabajo.
—Te ha salido bastante bien.
—Esto es divertido —admitió.
Mientras continuábamos haciendo la mermelada y
macerando las fresas y el ruibarbo en el limón y el azúcar, lavamos varios
botes en el agua hirviendo. Terminamos poco antes del atardecer.
—¡Quiero un poco! —Exclamó Alis.
—Aún está caliente. Tienes que esperar a que
repose.
Dije eso mientras sacaba los botes llenos de
mermelada a la repisa de la ventana, esperando que con el frescor del día no
tardaran en enfriarse, pero al asomarme noté un calor agobiante.
—Qué extraño. Habría jurado que hace solo un
rato hacía frío…
—¿No podemos comer? —Volvió a intentar mi
hermana.
—Te dolerá la barriga.
Mi hermana se quejó. Mi hermano no había
hablado mucho, pero parecía más tranquilo que a nuestro regreso del bosque.
—Creo que es hora de que regrese —se excusó
Markus.
—Oh, espérame —le paré antes de que saliera—.
Tengo que darte un libro.
Regresé a recoger mi tomo de “Nos vemos en el
camino” de la estantería y me encontré con él a la entrada de mi casa. Me miró
con impaciencia hasta que puse el libro en sus manos.
—¿Nos vemos en el camino?
—Ábrelo.
Obedeció extrañado y, al ver la ilustración,
sus ojos brillaron con un interés centelleante. Me miró con fascinación y
después esbozó una sonrisa plena.
—Lapper —musitó—. Este lugar lo cambia todo.
Ahora sí podemos buscar más acerca de este lugar, encontraremos algo.
—Creo que sé qué fueron a hacer allí. Hay un
ritual con el que uno de los cinco puede pasar su nombre a un sucesor
diferente, sin necesidad de compartir un vínculo. Las tradiciones de los
ángeles y demonios pasan a sus descendientes si no lo hacen así.
—¿Por qué querrían deshacer su linaje?
—Creo que utilizaban el ritual para proteger a
sus hijos, a veces de las guerras, a veces de las represalias. Después del
cambio, parece que había un periodo de tiempo en el que se desconocía quién
poseía el nombre, hasta que alguien volvía a destacar dentro de los herederos
de la tradición…
—Sí, es posible que pensaran realizar ese
ritual…
Markus me miró con preocupación. Su gesto se
había vuelto sombrío.
—¿Cómo te sientes?
—¿Después de descubrir que existe una
posibilidad que sea uno de los ángeles o demonios de las leyendas? Creo que no
muy bien.
—Tal vez exista otra explicación.
—Mis visiones comenzaron en torno a la muerte
de mi padre. ¿Qué otra explicación puede existir?
Él agachó la cabeza, cortando así nuestro
contacto visual.
—Siendo totalmente honestos, es la única
explicación que encuentro para que encajen todas las piezas: el viaje, tus
visiones, la biblioteca, la orden de mi padre…
Me dio un ligero escalofrío y después le miré
con preocupación.
—¿Vendrás esta noche? —pregunté con ciertas
esperanzas de, por lo menos, poder hablar de ello y no sentirme tan sola.
—Temo que no será así. He de dar caza a un
dragón.
—Markus, por favor, no empieces…
—Hablando en serio: sigo sin creer en los
dragones, pero durante la noche descubriré qué fue lo que vio tu hermano en
realidad.
Suspiré y le miré ligeramente molesta.
—No obstante, mañana podríamos vernos. Una de
mis hermanas había planeado que pasáramos el día en el bosque. ¿Te gustaría
acompañarnos?
—Si el dragón deja algo de ti sin devorar, sí.
Él se rió amargamente y se despidió. No estaba
segura de si era mi impresión o si en verdad se estaba comportando de una forma
inusualmente infantil. Al regreso de mi madre, mis hermanos no dijeron nada
sobre el dragón del bosque, ni sobre Markus. A decir verdad, parecieron evitar
el tema en general. Sin embargo, algo en ellos había cambiado: Leonardo no
resultó un incordio tan inaguantable, ni mi hermana fue tan distante conmigo
como acostumbraba a ser. Era como si aquella experiencia los hubiese vuelto niños
completamente distintos.
Lis me sorprendió cuando, pasada la
medianoche, yo me encontraba leyendo más de “Nos vemos en el camino” mientras
el impetuoso viento hacía un ruido susurrante y empujaba las contraventanas con
tanta fuerza que parecía que podía arrancarlas de cuajo. La puerta de mi
habitación se abrió lentamente y mi hermana me miró desde el umbral,
abrazándose a Violeta, su muñeca favorita.
—¿Alis? —La llamé extrañada—. Es muy tarde,
deberías estar en la cama.
—Violeta ha tenido una pesadilla. Me ha dicho
que le da mucho miedo. ¿Podemos dormir aquí contigo?
—¿No
prefieres a madre o a Leo? Nunca habías acudido a mí.
—Pero tú me protegiste.
Tras aquellas palabras, tuve una sensación
extraña y dulce. De modo que le hice un hueco y ella se acurrucó dentro de mis
sábanas. Con sus pequeños brazos se aferró a mí, y noté su piel. Me sorprendió
su suavidad, no me la esperaba.
—¿Andrea?
—¿Sí?
—¿Estás enfadada con Markus?
—Oh, em… No. No mucho.
—¿Qué le pasó a Leo en el bosque?
—Vio a una criatura y se escondió —respondí,
intentando sonar convincente.
—¿Markus está buscando a la criatura ahora?
—Dijo que pasaría la noche en el bosque
dándole caza, sí.
—Pero estará bien, ¿no? Fuera hace mucho frío
y viento...
Me levanté ligeramente y miré hacia la ventana
con preocupación. El chasquido de las contraventanas al chocar entre sí retumbó
de nuevo en mi habitación. Probablemente, Markus ya habría regresado a su casa,
pero… ¿y si no era así?
—¿Si bajo a dejar una manta para Markus no
dirás nada?
—Si bajo contigo, no tendrías que preocuparte
de eso.
De nuevo, mi hermana me sorprendió. Jamás
había pensado que sería lo suficientemente mayor como para ser capaz de llegar
a esas conclusiones ella sola. Finalmente, nos levantamos, sacamos una de las
mantas de lana de mi armario y salimos de mi habitación sigilosamente.
Por instinto, miré hacia la estantería cuando
pasamos al lado de la sala de estar. Por supuesto, estaba donde tenía que
estar: ocultando la puerta a la biblioteca. Tanto mi hermana como yo íbamos en
camisón y descalzas, y al abrir la puerta un frío casi invernal y un viento
huracanado nos dejaron temblando. Cerré la puerta rápidamente, sin salir al
exterior.
—¡Hace mucho frío! —se quejó mi hermana.
—Lissie, voy a salir un minuto a dejar esta
manta atada en la valla. Espérame aquí.
—Vale.
Poniéndome la manta como una capa, abrí la
puerta y crucé corriendo el jardín hasta la valla. Me dispuse a atarla, hasta
que un destello plateado me distrajo y levanté la mirada para vislumbrar la
figura de Markus saliendo del bosque. Su pelo blanco reflejaba la luz plateada
de la luna. El viento movía su cabello, revolviéndolo mágicamente a su
alrededor, como si danzase a su ritmo vivaz.
—¿Un Liarflam no sabe que estas no son horas
para rondar los bosques?
Él se paró. Desvió la mirada y se encogió de
hombros.
—Este no.
—Te he traído una manta.
Se giró de nuevo para mirarme. No pude verle
bien la cara, pero supuse que estaría sorprendido, porque inmediatamente se
rió.
—¿Y esto?
—Hoy hace mucho frío. No quiero que te pongas
enfermo.
Él la cogió con su mano derecha, y en lugar de
taparse, me cubrió entera con ella, a excepción de la cara.
—Muchas gracias, pero creo que a ti te viene
mejor que a mí.
—¿Vas a regresar ya a casa?
—No lo creo —respondió.
—Siento mucho que te veas obligado a pasar la
noche a la intemperie por mí, pero es todo culpa tuya, Markus. Es que, ¿por qué
tienes que ser tan estúpidamente orgulloso? Me hubiese valido que le pidieras
perdón a mi hermano. Tanto si existe un dragón como si no, tú eres el adulto.
El joven comenzó a reírse a carcajadas. Jamás
había oído a Markus reírse así.
—¿Te estás riendo de mí?
—En absoluto. Me hace gracia que digas lo que
piensas tan abiertamente, es algo muy valiente.
—Ah… ¿gracias?
—Gracias a ti por la manta.
—¿De verdad no la quieres?
—Estoy bien. De hecho, gracias de nuevo. Me
has alegrado la noche.
—Qué bien que ya no estés enfadado. Pero no
vuelvas a tachar a mi hermano de mentiroso. Si él dice que vio a un dragón, es
porque lo vio.
—Dile que el dragón es amistoso —respondió.
—¿Eh?
—Solo está aquí para proteger las montañas y
encontrar un lugar que conocía hace mucho tiempo. Tienes mi palabra: nunca le
hará nada.
—¿Estás bien?
—Sí —contestó sin más.
Hubo un silencio corto entre nosotros dos y
después me reí, ligeramente incómoda por la situación. No estaba segura de qué
mosca le había picado, pero parecía una persona completamente diferente.
—Tengo que irme, pero ha sido divertido hablar
contigo.
—Nos veremos mañana.
—Puede ser.
Él se despidió antes de irse por el camino y
doblar la esquina que llevaba a otra de las salidas que daban al bosque. El
viento había amainado y ya no sentía un frío tan hiriente como en el momento en
el que salí. Al regresar, mi hermana se rió.
—¿Era él? —Preguntó—. ¿Qué te dijo?
—Dijo que lo que hay en el bosque es amistoso.
—¿Solo eso? ¡Pero si hablasteis más!
—Venga, no seas chismosa. Vamos a la cama.
De nuevo, ella se acurrucó entre mis sábanas a
mi lado cuando volvimos a mi habitación. Sus ojos se cerraron casi al instante.
Finalmente, yo también me rendí al sueño, nerviosa por si alguna de mis
visiones me asaltaba durante mi descanso. Afortunadamente, no fue así.
Siempre había sido bastante egoísta, negándome
a pasar tiempo con mis hermanos pequeños, quienes tuvieron que crecer, como yo,
sin una figura paterna a la que aferrarse. Rara vez había jugado con ellos, y
en cierto modo me había distanciado, hasta el punto en el que no los conocía.
No sabía que a mi hermano le gustaban las grosellas, ni que mi hermana fuera
tan frágil y asustadiza.
Tal y como a veces se comportaban conmigo, con
sus travesuras y sus juegos ridículos, hasta entonces no había comprendido lo
mucho que me había merecido ese comportamiento. Siempre habían intentado formar
parte de mi vida, pero yo misma me había excluido en un intento de convertirme
en alguien a quien mi padre hubiese admirado. Aquella noche me hice una
promesa: A partir de ese día sería la hermana mayor que mis hermanos jamás
habían tenido.