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Antes de morir, mi padre había puesto mucho empeño en llenar cada una de nuestras habitaciones con aquellas cosas que él había conocido durante sus viajes, llenando nuestra imaginación con temas inspirados en los bosques más recónditos, las cascadas más mágicas y los mares más lejanos. Los muebles de la habitación eran de madera clara, desgastados por los años, pero en mi imaginario personal simulaban las rocas cubiertas de sal. La puerta por la que había entrado, que era la única parte de la habitación que tenía madera oscura, justo frente a la ventana que miraba hacia el levante para lograr despertarme con los primeros rayos del sol de Revon. En esta puerta había algunos arañazos tallados, indicaciones de mi crecimiento durante mi infancia.

Entre mis cosas, había un armario, repleto con todos los vestidos veraniegos que me había hecho mi madre. Tanto mis hermanos como yo habíamos crecido vistiendo como príncipes, eran los privilegios de ser los hijos de una artesana tan extraordinaria. Aquel repertorio me hacía sentir realmente afortunada, especialmente sabiendo que la mayoría de la gente sólo podía tener dos trajes de jornada aparte del que utilizaban en las ocasiones especiales…

Los años siguientes a la muerte de mi padre, mi madre se había visto superada por su ausencia y por todas las trabas que nos pusieron en el pueblo. Había sufrido un bloqueo creativo, pero su inquebrantable voluntad le dio fuerzas para levantarse cada mañana a pesar del dolor. Terminó por readoptar su apellido de soltera, porque lo había amado tanto y había sentido tal desesperación al perderlo que no podía soportar que la llamaran con su nombre.

Se deshizo de recuerdos, de cosas de mi padre y de valiosos regalos. Algunos de ellos los vendió en los momentos en los que la sastrería no nos daba suficiente dinero, otros los abandonó, y otros pocos pude rescatarlos y esconderlos de su vista en la caja de mi armario. Terminó por arrepentirse de haberse deshecho de tantos recuerdos, pero aquella fue la única forma de librarse de la melancolía que estaba consumiéndola. Tardó en lograrlo, pero tras varios años consiguió volver a recuperar su alegría natural.

Yo, por mi parte, había veces que aún no me lo creía. Incluso a mis dieciocho años, aún había veces que deseaba que la puerta de la entrada se abriera, y él volviera con su deslumbrante sonrisa, riendo, y anunciando alegremente “¡Familia, he vuelto a casa!”

El cómo podría haber muerto mi padre era una cuestión que me reconcomía por dentro. No comprendía qué clase de peligro podría haber acabado con alguien como él. Tenía muy claro que mi padre no había muerto “por un accidente” como me habían intentado convencer al darme las primeras explicaciones acerca de lo que había pasado. Esa historia no tenía sentido.

Deseaba descubrir lo que realmente había pasado, pero ni siquiera usando mi secreto podía hacerlo. Mi madre y Alvinne eran las únicas que conocían aquella verdad acerca de mí, no estaba segura de cuándo habían comenzado exactamente, pero después de la partida de mi padre comencé a soñar cosas... No recuerdaba muy bien cuáles habían sido los más tempranos, pero en el día a día me producían sensaciones extrañas, de haber vivido los acontecimientos que se presentaban.

Desde los trece años, era completamente consciente de qué era lo que ocurría en realidad: por alguna razón que aún no era capaz de comprender, mis sueños vaticinaban el futuro: todo lo que soñaba terminaría por cumplirse, tarde o temprano, exactamente como lo había soñado.

Lo que al principio me inquietaba terminó por convertirse en algo que llegó a fascinarme. Leí libros de las llamadas “Escuelas del Sueño” para intentar entender por qué yo tenía un poder así, pero descubrí que mi talento era único. Por más libros que leyera, no era capaz de dar con uno solo que me explicase nada.

Pero era gracias a todas aquellas lecturas que podía recordar mis propios sueños. Relajarme antes de la experiencia onírica hacía que estas “visiones” fueran más vívidas, y una vez despierta, la mayor parte de las veces —había otras que no— meditaba hasta recordar hasta el último detalle de mi sueño... Aunque a veces no podía escapar de las consecuencias que venían después... como pasó aquella noche.

Vestida ya con mi camisón de un color azul tan claro que era casi blanco y de tela tan liviana que parecía que flotaba a mi alrededor, esperé con el libro entre las manos a que el cansancio y el sueño decidieran apoderarse de mí. Entre las primeras páginas el libro poseía un mapa, un trayecto y una ilustración rudimentaria del templo al que se dirigían los peregrinos. La llama del candil que estaba sobre el escritorio titilaba hasta que yo misma la extinguí cuando la luna ya se encontraba muy lejana. Había comenzado a leer el libro que había comprado aquella tarde y ya comenzaba a sentirme cansada.

 

El templo su llegada aguarda, en un acantilado erguido, por el triunfo se enfrentan a la tempestad los peregrinos buscando el templo de Ierosaeth en su épico periplo caminando juntos a Lapper, ansiando su mismo destino —murmuré los versos del inicio de nuevo, los mismos que me habían atado por completo a su aventura.

 

Me acerqué a la ventana y me dispuse a cerrar las contraventanas, pero me distraje admirando el paisaje y el negro horizonte, iluminado únicamente por la plateada y bella luz de la luna creciente. Con la dulce brisa nocturna me sentí adormecida y cerré las contraventanas.

Me fui a mi cama, donde esperé haciendo mis rituales de relajación pacientemente para tratar de calmar mi estado de ánimo y que me resultara mucho más fácil recordar mis sueños al día siguiente. Finalmente, reposé la cabeza en la almohada, sin llegar a taparme con las sábanas. Acomodándome, cerré los ojos tratando de no pensar en nada mientras me concentraba. Sentí un ligero escalofrío, signo de que el sueño ya me reclamaba y así me quedé dormida...

 

La oscuridad me envolvía, insondable y absoluta. Entre la inhóspita escurana percibía el sonido de unos pasos lentos y sigilosos. Con un resplandor inesperado que no llegó a cegarme, el brillo azulado de la primera luz del alba comenzó a colorear los muebles de mi salón, dibujando ominosamente sus contornos, dándole a la cálida estancia un aspecto fantasmagórico. Los pasos procedían de una sombra que se aproximaba con ágil cautela hasta la estantería donde teníamos todos nuestros libros.

Mi visión se centró en aquella misteriosa figura. No sabía quién era ni qué estaba haciendo allí, pero parecía saber lo que hacía a juzgar por cómo se aproximaba a la estantería y se apoyaba contra ella para empujarla.

Al moverla, descubrió una puerta secreta a una habitación desconocida. De nuevo: silencio, quietud, calma. Solo tras unos instantes, la sombra comenzó a hablar con una voz que creía olvidada para siempre.

“Es la hora, Andrea” susurró mi padre. No cabía duda de que aquella era su voz.

Pero, ¿cómo?

 

Mi padre estaba... Estaba... ¡Muerto!

No podía ser cierto…

 

¿O tal vez sí?

 

Abrí los ojos con un sobresalto, bañada en sudor con la respiración entrecortada y el pulso acelerado. Un dolor punzante atravesaba mis sienes e irradiaba hasta mis ojos. Cuando pude calmarme me asolaron unas náuseas terribles y unas arcadas por las que agradecí no haber comido nada la noche anterior.

Cuando logré serenarme lo suficiente, volví a echarme contra la almohada, respirando profundamente, con lágrimas en los ojos a causa del agitado sueño. No podría volver a dormirme, pero mientras trataba de recordar los detalles de mi sueño al menos ayudaría a que la habitación dejara de dar vueltas.

Y entonces, lo oí de nuevo. El distinguible ruido que indicaba que algo muy pesado estaba siendo arrastrado. Me incorporé en mi cama, escudriñando la puerta de mi cuarto y sintiendo cómo mi corazón se aceleraba con nerviosismo. Mi propia mente comenzó a engañarme y me puse en pie.

¿Había vuelto? ¿Estaba en casa de nuevo?

La respuesta era tan obvia que las breves ilusiones que me había hecho me golpearon con tal fuerza que se me saltaron las lágrimas. Le llamé una única vez con voz quebrada, pero comprendía que mi padre no estaba por ninguna parte. Miré hacia el interior del salón, allí no había nadie, pero vi la estantería desplazada y una enorme y desmejorada puerta oculta tras ella, aún cerrada.

El peso de mi descubrimiento me quitó el aire. Acercándome a ella, mis ojos se movían de un lado al otro de la habitación de forma casi espasmódica, buscando cualquier otro cambio en la misma o signos de que alguien hubiera estado allí. Pasé mi mano por la madera gastada y desnuda, con ánimo de abrirla. Las náuseas comenzaron a surgir de nuevo y tuve que contener de nuevo las arcadas. Conocía la sensación: estaba acostumbrada a enfermar después de algunas de estas visiones.

Desconociendo si mi familia conocía su procedencia, volví a ocultarla detrás del mueble. Me negaba a que mis hermanos la conocieran antes que yo. Sentí frío, y retrocedí hasta dejarme caer en el diván, con un fuerte escozor en los ojos.

El sol nació más allá de las cordilleras y su luz inundó mi salón. Mi madre bajó las escaleras y se llevó un susto al verme allí.

 

—¿Andrea? ¿Qué haces aquí, hija? ¿Cómo es que no estás en la cama?

—Creo que voy a vomitar.

 

En respuesta, mi madre posó su mano derecha en mi frente.

 

—¡Estás ardiendo! —Exclamó arrodillándose a mi lado—. ¡Ven, voy a llevarte a tu cuarto!

 

Me remolcó hasta mi habitación. Con su ayuda, volví a echarme en la cama, sobre mi costado izquierdo, sudorosa y trémula por el frío que notaba clavándose en mi piel. Mamá se sentó a mi lado y me miró con mucha preocupación.

 

—¿Fue uno de tus sueños?

 

Asentí con la cabeza sintiendo una enorme presión en mi pecho. Resopló, haciendo evidente su preocupación. Noté que le temblaban las manos.

 

—Descansa ahora. Tan pronto como tus hermanos se levanten, iré en busca de un remedio.

—Sabes que se me pasará.

—Sé que siempre es así, y puedo saberlo de maravilla, pero jamás dejará de preocuparme cada una de tus pesadillas y nunca dejará de dolerme el ser incapaz de librarte de ellas.

 

Después de tantos años, todavía se ponía tan nerviosa como la primera vez que ocurrió.

 

—Madre, necesito pedirte algo….

—¿El qué?

—Le prometí al chico de ayer que hoy nos encontraríamos en la plaza del mercado de nuevo. Tú conoces a su madre, ¿no es así? ¿Podrías...?

—No te preocupes. Me encargaré de que él lo sepa. Mientras tanto, guarda cama, ¿vale?

 

Asentí con tristeza mientras me acurrucaba. Mi madre salió de mi cuarto tras besarme la frente y se fue. Fuera de mi habitación, debió de encontrarse con uno de mis hermanos, puesto que comenzó a hablar en voz baja con alguien.

Por mucho que lo deseara, no fui capaz de dormir o de descansar. Mi dolor, frío y temblores se retroalimentaban. Ocultándome cada vez más entre las sábanas, tiritando, hasta quedar completamente tapada, intentaba resguardarme de un frío que iba a peor. Unas lágrimas de frustración se asomaron en mis ojos. ¿Qué ocurriría si Markus pensaba que yo lo había abandonado? No quería volver a quedarme sola.

Oí la puerta de mi cuarto abrirse, seguida de unos pasos en mi habitación. Se acercaban a mí, con seguridad, y mi primera reacción fue cerrar los ojos con fuerza. Con un movimiento rápido, alguien tiró de toda la ropa de cama y me desproveyó de ella, destapándome por completo. Me giré a duras penas, mirando débilmente a la mujer que tenía en frente de mí. Su piel perlada y unos enormes ojos de color azul me deslumbraron casi más que la luz directa del sol. Su pelo estaba recogido, pero algunos mechones blancos con apariencia cristalina desfilaban a los lados de su cara ovalada, rizándose con formas hermosas.

Era una mujer joven pese a su aspecto frágil y porcelánico. Amablemente, me sonrió y no yo le devolví una mueca tímida y debilitada mientras me incorporaba y me sentaba en mi cama.

 

—Así mejor —aseguró mientras se acercaba y posaba su mano en mi frente—. Esta fiebre es demasiado alta. Hay que bajarla cuanto antes…

 

Una enorme confusión se apoderó de mí y, al instante siguiente, mis ojos se dirigieron a mi madre, quien estaba esperando desde la puerta con una expresión inquieta.

 

—No te preocupes, Andrea. Tu madre me ha explicado un poco la situación. Mi nombre es Mina Liarflam.

—¿Eres la hermana de Markus? —Pregunté en voz baja. Mina sonrió y asintió.

—Sí, soy su hermana mayor. Ha sido Markus quien me ha pedido que viniera a verte.  Dime, Andrea, ¿qué es lo que notas?

—Me duele todo el cuerpo. La cabeza y la tripa especialmente. Tengo ganas de devolver.

—Ya veo. Tu madre me ha contado que sueles tener pesadillas muy intensas. ¿Es así?

 

Siendo completamente honestas, no había sido exactamente una pesadilla, pero a pesar de que aquella chica joven tuviera una apariencia confiable, no me habría atrevido a mencionar en absoluto lo que había soñado. En su lugar, respondí afirmativamente.

 

—Vamos a intentar bajarte la fiebre para aliviar tus dolores —comentó antes de mirar a mi madre y dirigirse a ella—. Me vendría bien un cubo con agua limpia y una compresa.

—¡Voy a por ello! —Mi madre se apresuró a salir de la habitación.

 

Mina quedó conmigo y me miró con una sonrisa modesta.

 

—Sobre tus pesadillas, Andrea… ¿Suelen ocurrir muy a menudo?

—Más o menos…

—Tu madre asoció esas pesadillas a tu fiebre, ¿pasas por esto siempre que las tienes?

—No siempre. Es solo que enfermo después de haber tenido alguna más “violenta”.

 

Aquello, en realidad, era cierto. Mis visiones se repetían casi a diario, mientras que los días con fiebre, con el tiempo, comenzaron a estar más distanciados unos de otros. Si bien, es cierto que en mi niñez había pasado numerosos días en cama, mis síntomas ya no eran ni la sombra de lo habían llegado a ser.

 

—¿Tras estas pesadillas, tal vez despiertas con sudores?

—Eso sí. Y escalofríos.

—¿Recuerdas lo que ves en ellas, Andrea?

 

Tragué saliva y asentí. No quería explicarle la complejidad de mis presuntas pesadillas ni darle todos los detalles de mis premoniciones a una persona prácticamente desconocida. Había aprendido a recordarlas. Algunas tan nítidamente que apenas se diferenciaban de la vida real, otras eran un poco más borrosas e ininteligibles, pero las recordaba tan claramente como para esperar en mi futuro todo lo que veía en ellas.

 

—A veces personas, a veces sombras. Anoche fue como si oyera la voz de mi padre.

 

Con un gesto empático y entrañable, me apretó la mano con suavidad.

 

—Encontraremos el modo de lidiar con ellas.

 

Mi madre subió con el encargo de Mina, y ella pronto lo preparó todo para poner la compresa bajo mi cuello y así ayudar a bajarme la fiebre.

 

—Escuché a mi hermano decir que eras una gran lectora —comentó al mirar hacia escritorio en mi cuarto, que tenía numerosos libros apilados todavía en él—. Es un rasgo muy valioso.

—Nos encontramos buscando libros. ¿Tú también lees?

—La lectura es mi mayor tesoro —asintió— y mi amor por ella se lo debo a tu padre. Si él no me hubiera enseñado su valor, no habría tenido su apoyo cuando más la necesitaba.

—Él siempre le dio mucha importancia. Siempre decía eso de que “la literatura transforma una piedra cualquiera de un camino olvidado y perdido en gema de luz.”

—Y estaba en lo cierto. En eso nos parecemos, Andrea —continuó hablando después de ponerme el gélido contacto entre mi cuello y la almohada—. Lamento que tengas que verte en este estado, pero encontraremos la forma de combatir esos malos sueños.

 

Volví a sonreír, ruborizada. Posó su mano en mi hombro con un gesto amistoso y después se dispuso a apartarse.

 

—Le daré a tu madre un remedio contra esas náuseas y fiebre, pero lo que tienes que hacer ahora es dormir y descansar, pues tu dolencia está propiciada en parte por la fatiga. Hazlo y pronto volverás a sentirte fresca y renovada como una rosa.

 

Antes de irse, Mina recogió una cesta de mimbre que había sobre mi silla y buscó en ella un tarro pequeño que le entregó a mi madre.

 

—Señora Vilar, haga con estas hierbas medicinales una infusión por la noche para que pueda dormir y descansar mejor.

—Entendido —respondió mi madre—. ¿Cuánto te debo por ello, Mina?

—No, por favor. Considerad esto solo un agradecimiento. Mi madre, mis hermanos y yo os debemos tanto que no podríamos ni empezar a pagaros con todo el dinero de Zairon.

—Sabes bien que no puedo dejar que te vayas con las manos vacías, querida. Pero, ahora que lo pienso, si pasaras uno de estos días por la sastrería, podría darte algunos materiales. Hace poco conseguí telas, encajes y lazos nuevos, y puede que vayan bien para tu ajuar.

 

Mina aceptó la oferta, aunque con un reparo que mostraba con un remilgo inocente. Minutos más tarde, salieron al exterior y de nuevo me quedé sola en la habitación. Me giré y miré hacia el tapiz. Cerré los ojos. Sabía que no iba a ser capaz de dormir, pero por lo menos de ese modo podría descansar la vista y darles una tregua a mis llorosos ojos.

Pasé todo el día convaleciente, pero a la mañana siguiente ya me encontraba lo suficientemente bien como para salir de mi habitación por mi propio pie. Mi madre tuvo que marcharse a atender la sastrería, pero con mis hermanos en la casa me era imposible examinar la puerta detrás de la estantería.

Al tercer día, mi madre trajo a casa verduras que nos dedicamos a hacer en escabeche para poder conservarlas mejor en la despensa. Aprovechando que estábamos haciendo la mezcla y que tenía a mis hermanos entretenidos con ella en las tareas, me pidió que fuera a comprarles unas truchas a los piscicultores antes de comer.

Agradecía el paseo y el aire fresco, pero después de llevar dos días seguidos en la cama me resultó fatigoso el llegar hasta allí. Aquel día yo llevaba un dos piezas de color vainilla, de cuello alto, sin mangas y holgado. Estaba hecho de gasa, y los extremos de su falda se cruzaban sobreponiéndose el uno sobre el otro por debajo de la cinta blanca que separaba la cintura de la falda, mostrando un triángulo de las enaguas. Entre la parte superior y la inferior, había un pequeño hueco que conectaba a un bolsillo que tenía abrochado en mi cadera, por encima de las enaguas.

Por supuesto, en el camino a los estanques, paré por la casa de los Gartene para saludar. Ellos eran una pareja de granjeros que eran amigos nuestros de toda la vida. En todo Revon no existían personas tan amables y nobles de corazón como ellos y su hija, Alvinne: mi confidente, mi única amiga de entre todas las chicas de Revon y la que más envidia me producía: su familia era pequeña, humilde, pero estaban más unidos que cualquier otra. No vivían exactamente en el pueblo, pues su casa se encontraba a media legua al sur, pero eran mucho más cercanos a nosotros incluso que el resto de los artesanos...

Celia, que era como otra madre para mí, era una mujer alta y fortachona que llevaba siempre su cabello castaño rojizo corto y enmarañado. Al verme pasar frente a su casa, me saludó con efusividad y vino corriendo a abrazarme de inmediato.

 

—¡Ay, mi Andrea! ¿Cómo tú por aquí?

—Pasaba para ir a los estanques. ¿Qué tal todo, Celia?

—Estupendamente, cariño. Fíjate: justo ayer nos llegaron noticias de Vinny.

 

Vinny era el nombre cariñoso con el que todos nos referíamos a Alvinne. Físicamente, ella era delgada, pero con un cuerpo sano y bonito. Bastante más alta que yo, y con una envidiable melena dorada. Se salía de todos los cánones porque los rebasaba con su fino y dulce encanto y su corazón era tan grande que no le cabía en el pecho. Para todos, fue una sorpresa el descubrir que sus padres, en realidad, la habían acogido tras encontrarla abandonada a la puerta de su casa. Por eso, ella se había ido a comienzos de la primavera en busca de su verdadera familia. Tan solo quería conocerla y saber la razón por la que, como le habían explicado, había sido abandonada siendo un bebé. Quería las explicaciones que sus padres no podían darle, y eso la llevó a aventurarse a lo desconocido para encontrar a una persona de la que solo tenía un viejo medallón...

Deseaba haber podido ir con ella, sin hacer caso de todo lo que me había prohibido mi madre, pero tuve que dejarla marchar… Había sido nuestro sueño escapar juntas de Revon y vivir inolvidables aventuras, pero ella era la única que había llegado a cumplirlo. Mis ojos brillaron con entusiasmo mientras Celia se giraba y llamaba a voces a su marido.

 

—¡Goyo! ¡Sal, que ha venido Andrea a vernos!

 

Me reí entre dientes. Goyo era casi tan enorme como su mujer pero con un aspecto más campestre. Tenía los ojos pequeños y marrones y una cicatriz que le bajaba desde la coronilla hasta la mandíbula, bajando peligrosamente por su sien derecha, de una ocasión en la que una novilla le tiró contra las vallas. Por suerte, sobrevivió al golpe, pero todos habíamos estado en vilo pensando que no lo contaba.

Goyo salió de la casa mientras su mujer me preguntaba por mi madre. Al verme, me dió un abrazo tan fuerte como el de su mujer e inmediatamente me entregó un sobre.

 

—Estaba dentro de su carta —Goyo me guiñó un ojo con amabilidad—. Son muy buenas nuevas.

 

Recibí el sobre, que tenía mi nombre escrito en la inconfundible caligrafía de mi amiga. Antes de continuar mi camino, Celia me ofreció algunas de sus galletas caseras, que recibí con una sonrisa radiante. Llevé unas cuantas para mis hermanos y las metí en mi bolsillo oculto.

La zona de piscicultura eran unos estanques y acequias donde se criaban las truchas que abastecían aquella zona de la cordillera. Al entrar, un pungente olor a pescado rancio me asqueó y tuve que hacer de tripas corazón para acercarme. Nunca antes había olido nada parecido, pero esperaba que el aroma no se pegase a mi ropa.

Cuando me asomé, vi por la ventana que los piscicultores estaban sacando cubos de peces muertos de uno de los estanques. Horrorizada, tardé unos instantes en comprender que todos aquellos peces estaban muertos sobre el agua y eran los causantes del olor tan desagradable de la zona. Los estaban apartando en docenas.

Tardé en percibirlo unos instantes, pero allí también se encontraba Markus. Ataviado con ropas ajustadas y grises y unas botas altas, no estaba ayudando a la familia, solo hablaba con el mayor de los tres hermanos que llevaban los estanques.

 

—Todo este pescado no se puede vender. Se tiene que quemar.

—¡Pero piénselo! ¡Podríamos alimentar cerdos o perros! ¡Es un desperdicio!

—Estoy de acuerdo, es un desastre, pero no sabemos qué es lo que ha matado a todos estos peces. Si estuvieran enfermos y se lo transmitieran a otros animales, sería una catástrofe y toda la población estaría en peligro. Me temo que no podemos arriesgarnos: tenéis que quemarlos todos.

—¡¿Y cómo nos recuperaremos de esto?!

—Formáis parte del gremio de los pescadores, dadles cuenta y razón de lo ocurrido y os tienen que ayudar. Es para eso para lo que se crearon.

 

El hombre resopló, y aún de mala gana, aceptó. Solo entonces se dio cuenta de mi presencia allí y apretó los dientes, frustrado:

 

—Si vienes a por pescado, vas a tener que irte con las manos vacías, niña.

 

Markus se giró y, al verme allí plantada sonrió fugazmente.

 

—No está siendo un buen año, señor —otro de los hermanos se dirigió a él mientras cargaba una cubeta—. Entre la sequía y esto, se avecina un invierno crudo.

—Se podrá soportar siempre que actuemos con cabeza —respondió mi amigo con un tono ligeramente más suave—. Cuando habléis con el gremio, ¿por qué no mencionáis que váis de mi parte? Esta zona nunca había tenido problemas de abastecimiento, pero otras sí. Saben lo que hay.

 

Al oírle hablar de los gremios de pescadores, pensé que tal vez se dedicara a algo relacionado con ese oficio y lo estuve considerando mientras él seguía hablando con el piscicultor.

 

—Es usted… muy generoso. Está bien. Quemaremos los peces muertos y vigilaremos los estanques que nos quedan. Si me disculpa.

 

El albino vino a mí tan pronto como terminó su conversación. Markus era tan pálido y tenía el cabello tan largo que no podía dedicarse a nada tan laborioso ni con tantas horas expuesto al sol. De hecho, en Revon no existía la costumbre de llevar el pelo excesivamente largo. Incluso las mujeres en muchas ocasiones solían llevarlo corto, pero en los hombres se veía más escaso incluso que sus barbas. Mi madre me había contado una vez que llevar el cabello corto evitaba que se engancharan con las herramientas o con las plantas al trabajar y que, por eso, como era sastre, no tenía ningún problema si se lo recogía antes de trabajar, ya que las suyas no tenían ese peligro…

 

—Me alegro de ver que has recuperado tu buena salud —me saludó con una sonrisa.

—Gracias. Lamento haberos tenido a todos en vilo. Veo que estabas ocupado, no era mi intención interrumpir.

—En realidad, ya he terminado aquí. Tendría que ir a la escuela ahora, pero podemos regresar a Revon juntos, si te conviene.

 

Sonreí y asentí con la cabeza, ilusionada por su ofrecimiento. Caminando de vuelta al pueblo, continuamos conversando.

 

—¿Está todo en orden?

—No es necesario que te alarmes —aseguró, aunque él parecía ciertamente preocupado—. Hace días que los estanques han amanecido con decenas de peces muertos. Justo ha tenido que ocurrir en el peor momento: entre esto, la sequía y las ventiscas del pasado invierno, me preocupa que pueda llegar a haber problemas de abastecimiento.

—Eso es muy serio…

—Por fortuna, tenemos todavía tiempo suficiente y la estación de lluvias está al caer. Espero que la situación no siga empeorando en estos días: las montañas están completamente secas —suspiró cansado y continuó quejándose—. Por si fuera poco, uno de los maestros lleva meses enfermo y aún no encontramos un reemplazo. Ahora mismo es tiempo de cosecha y no hay clases, pero ese es otro frente abierto que hay que solventar lo antes posible.

—Don Claudio, ¿verdad? Nunca llegó a darme clase. Yo estaba con las demás niñas haciendo labores en el aula de Doña Jacinta.

—¿Son tan diferentes unas clases de las otras?

—Las niñas aprendíamos solo oración a coro, cuentas y tareas como bordado, cocina y cuidados básicos. Lo bueno es que no teníamos que ir tanto tiempo —me reí entre dientes, él me dedicaba una mirada disconforme, no muy de acuerdo con lo que yo decía—. Los chicos van más horas: en vez de tareas, practican lectura, oratoria y escritura, mejoran su caligrafía, hacen cálculos más avanzados…

—La escolarización es muy importante.

—Vale, pero sería mucho más efectiva si me aportase algo. Lo que aprendí era más básico de lo que me enseñó mi propia madre —me encogí ligeramente—, además, durante los años de escuela tenía que compaginar mi aprendizaje del oficio.

 

Con una chispa de interés en sus ojos rojos, esbozó una sonrisa comprensiva.

 

—Y si pudieras cambiar algo de la escuela, ¿qué sería?

—Enseñar a leer y a escribir a las chicas también sería un buen comienzo.

—Estaba pensando lo mismo —se encogió de hombros—. El currículo está muy atrasado, ni siquiera es el mismo que tienen en las escuelas de Vetus Petram.

 

Me quedé admirándolo, confusa. Con todos aquellos conocimientos tan concretos acerca del estado de tantos asuntos dispares de las montañas, me había perdido por completo en mis averiguaciones sobre la profesión de mi amigo. ¿Tal vez era artesano como yo? No, era imposible con el aspecto tan suave de sus manos… ¿Trovador? No, un trovador llevaría ropas más llamativas y aprovecharía su físico para atraer a la gente a él, y Markus parecía no tener el talento para tratar con otras personas...

Solo se me ocurría que fuera un cronista que dedica su tiempo a registrar el estado de una nación, pero había algo que hacía que no mi amigo no encajara tampoco del todo en ese rol. Un cronista tomaría nota para informar al duque de todo cuanto veía y llevaría, al menos, una cartera con sus apuntes, pero Markus no llevaba nada de eso consigo.

 

—Me temo que tendremos que separarnos ya, por el momento —me informó al llegar de nuevo a Revon. Se me había hecho tan corto el trayecto que parecía que el tiempo se hubiese parado por completo a nuestro alrededor—. Me ha encantado haber podido verte hoy, Andrea.

—¿Te quedan muchos quehaceres?

 

Negó con la cabeza.

 

—Si lo deseas, me encantaría volver a verte esta misma tarde, mi querida amiga. Conversar contigo me resulta reconfortante, últimamente no he hecho más que atender las quejas de la gente que busca respuestas cuando no las hay —apretó los labios con frustación—. Ojalá existiera un método para saber todas estas cosas sin necesidad de hablar tanto.

—Ánimo, ya casi has terminado.

—¿Está bien si pasara a verte a tu casa? —Asentí con la cabeza en respuesta—. Entonces, te veré después.

 

Cada uno nos fuimos por nuestra parte. Al llegar a casa, le expliqué a mi madre lo que había ocurrido en los estanques y pareció tan asqueada como yo. Mis hermanos recibieron las galletas de Celia abalanzándose sobre ellas como depredadores sobre su presa.

 

—Oh, por cierto —recordé mientras preparaba la mesa para comer—. Me encontré con Markus antes. Me dijo que iba a visitar esta tarde.

 

Mi madre pareció sorprendida, pero Leo se giró escandalizado.

 

—¡¿Cómo?! ¡¿Ah, que era Markus el que vino el otro día contigo?!

—¿Qué culpa tengo yo de que te enteres de las cosas a medias?

—¿Quién es Markus? —Alis parecía completamente perdida.

—¡Pues no me da la gana de que venga! ¡No lo quiero cerca de ti!

—Te vas a llevar otra galleta como no dejes de decir sandeces —le amenacé.

—¡Andrea! —Mi madre me llamó la atención con firmeza.

—¡Está hablando de mi amigo! ¡¿Me tengo que callar mientras lo pone verde cuando no está aquí?!

—¡Ni se te ocurra replicarme, Andrea! Leo, si Markus quiere venir, es siempre bienvenido a nuestra casa. No te he educado para que hables a espaldas de la gente —culminó mi madre con tono serio, mi hermano se envalentonó y se fue echando humo por las orejas—. Y tú, como vuelvas a amenazar a tu hermano así, vas a saber lo que vale un peine. En mi casa no vais a comportaros como si fuerais bárbaros de las Tierras Grises, ¿me he explicado bien, señorita?

—Perfectamente —respondí, agachando la cabeza.

 

Mi madre después subió a hablar con mi hermano mientras mi hermana y yo terminábamos de preparar las cosas para la comida.

 

—¿Quién es Markus? —Repitió ella. Yo seguía muy alterada por el encontronazo.

—Ahora no, Lis.

—¿Por qué lo conoce Leo? ¿Quién es?

—Lis —posé los cuencos de barro en la mesa sin cuidado, haciendo un ruido sordo contra ella—. Te he dicho que no es el momento, no seas pesada.

 

Comimos poco después en un silencio pesado y tenso. Mi madre no dijo nada, pero nos mantuvo a mi hermano y a mí bajo su mirada más severa. Alis estaba con el ceño fruncido y Leo refunfuñaba para sí en una voz apenas audible. Al terminar, limpié mi parte y regresé a mi cuarto a leer la carta de mi amiga Alvinne para intentar calmarme.

 

Querida Andrea:

¿Qué tal te va la vida, mi añorada amiga? Te escribo esta carta a dos días del solsticio. Sé que ha pasado mucho tiempo desde mi última correspondencia, pero esta vez, ¡tengo buenas nuevas!

Por fin he encontrado a mi verdadera madre. ¡Si tan solo pudieras verla! Oh, solo espero con ansia regresar a Revon y poder presentártela como es debido, te extraño en el alma, amiga mía, pero sé que tú me acompañas de alguna manera.

He hablado con ella… Me ha contado cosas que no sé si son ciertas o no, estoy  realmente aturdida. Creo que ahora mismo tengo más preguntas que al partir, pero me siento enormemente afortunada. Mi madre me dijo que estuvo buscándome todo este tiempo. ¡Andrea, me estuvo buscando! Ojalá estuvieras aquí conmigo...

También he descubierto que tengo una hermana pequeña. Ya está comenzando a cogerme confianza. Se llama Ylera y es a-do-ra-ble. Ahora ya sé el significado de mi nombre. Significa "amiga de los elfos" ¿qué te parece? El nombre de Ylera significa "llena de esperanza".

De nuevo, no sé cuándo volveré, pero no creo que tarde mucho en, por lo menos, visitarte. Quiero recuperar algo del tiempo perdido con mi madre, pero te prometo que estaré de vuelta en Revon para acompañarte el día del décimo aniversario. Cuando vuelva, tengo que contarte muchísimas cosas. Por favor, dales recuerdos a tus hermanos y a tu madre, pienso mucho en vosotros todos los días.

Solo espérame, pronto estaremos juntas de nuevo.

Alvinne

 

Una gran alegría me asaltó momentáneamente en el momento en el que leí que, por fin, había dado con su verdadera madre. Deseaba responderle, pero no había ninguna forma de hacerlo. Lamentablemente, desde que se había ido, nuestras conversaciones habían pasado a ser completamente unilaterales, porque allá donde tuviera nuevas cosas que contarme, me escribía, pero como estaba en constante movimiento, era imposible mandar una respuesta.

Más tarde, mi madre regresó a mi cuarto y me apresuró para que me cambiara. Confundida, miré hacia las enaguas y el corset sin mangas ni cuello de color blanco con un ligero toque azulado. Aprovechó que yo lo hacía para salir y traer consigo uno de sus portentosos y elegante vestidos. Este era de color azul regio con bordados blancos en sus faldas repletos de motivos florales que hacían de aquella pieza una prenda de exquisitez única.

Pasmada por su elección, me quedé mirando ora hacia el vestido ora hacia mi madre con los ojos como platos. No me quejaba: adoraba vestirme con su ropa porque siempre me hacían sentir como una reina y aquel vestido no era una excepción, pero me parecía excesivamente sofisticado como para ponérmelo un día de diario. Lo veía más apropiado para una fiesta de presentación.

Mientras admiraba anonadada la perfección de las costuras, mi madre se puso detrás de mí y apretó más el cerramiento de mi corsé. La miré sofocada, habituando mi respiración a la presión. Ella pululaba por mi habitación, tarareando. Decidí aprovechar para ponerme el vestido por encima de las enaguas.

 

—¿Dónde están Lis y Leo?

—Están jugando en el jardín —fue su respuesta mientras se asomaba por la ventana, asimilé que estaba cerciorándose que seguían allí. Después, ojeó el sobre que descansaba encima de mi mesa y sonrió contenta—. ¿Has recibido una carta? ¿Alvinne está bien?

—¡Mejor que bien!—Respondí con entusiasmo. Ella pasó a adecentarme el pelo con un peine de madera con tanto cuidado que parecía casi que lo estaba acariciando, escuchando cómo le contaba todo lo que mi amiga me había remitido en su carta—. ¡Al fin la encontró! ¡Por fin está con su madre!

 

Mi madre paró repentinamente. En el espejo, vi su reflejo enturbiado con una expresión escandalizada.

 

—¿Sí?

—Dijo que era muy hermosa y que tiene dos hermanas. ¡Oh, y su nombre! ¡Su nombre significa “amiga de los elfos”!

—Ya veo. Está bien, entonces. Andrea, cariño, ¿qué pasaría si ella no volviera?

—Me prometió que volvería.

 

Mi madre posó sus manos sobre mis hombros. Comencé a sentirme incómoda y alarmada por sus comportamiento atípico. "Puede que no vuelva, Andrea" mencionó, "o puede que, si vuelve, no sea la misma..."

 

—¿Qué quieres decir? —Mi voz sonó asustada.

 

Su reflejo apretó los labios y volvió a negar con la cabeza, antes de coincidir con el reflejo de mi mirada, que estudiaba cada una de sus expresiones y volver a esbozar una sonrisa en su rostro, muy claramente forzada.

 

—Cariño, no sabemos si volverá o no. Ni tú ni yo podemos saber eso —enarqué una ceja con una sonrisa divertida y se rió levemente comprendiendo mi pequeña broma—. Y aunque pudieras saberlo, su corazón podría haber cambiado, podría no ser la misma Alvinne a la que conocías...

—Pero, ¿por qué iba a no serlo?

—Todos cambiamos un poco cada día, cielo.

 

Me quedé en silencio, pero en mi cabeza lo negué todo. Mi madre no se daba cuenta de que Vinny era mi amiga, como una hermana, y alguien así, por mucho que cambie, seguiría siendo por siempre mi confidente y mi compañera.

 

—Este vestido te sienta muy bien —opinó mientras recuperaba un poco la calma y se reía, colocando adecuadamente las mangas caídas, cortas y holgadas del vestido. Estas eran de color espuma de mar, en contraste con el resto del azul regio del vestido—. Seguro que a él le encanta.

 

Me giré para enfrentarla con mi reproche, pero ella solo se rió y me rodeó con sus brazos acto seguido. Me besó con ternura la frente y su dulce aroma me llegó de lleno, acariciándome el pelo antes de soltarme. En ese momento, oí a mis hermanos subir las escaleras a galope tendido y a los pocos segundos Leonardo estaba en el umbral de mi puerta, y apoyándose en el marco, comenzó a hablar:

 

—Tu novio está aquí —continuó Leo con una sonrisa maliciosa. Mi madre les dirigió una mirada recriminatoria—. Yo que tú, no le haría esperar.

—No empecemos otra vez: tenemos un invitado. Andrea, ¿podrías recibir a Markus? Podéis ocupar el salón, tus hermanos no os molestarán.

—¡Ah, pero yo quiero conocerlo! —Replicó mi hermana antes de que mi madre sacara a mi hermano de la habitación—. Aunque es muy raro y me da un poco de miedo...

—¡Vamos! —Se apresuró mi madre a llevárselos.

 

Suspiré con nerviosismo y salí. En el piso inferior se oyó a alguien llamando a la puerta y me sentí aún más atrapada mientras bajaba las escaleras de mi casa. Llevaba una ropa preciosa, tan bonita que me sentía completamente fuera de lugar. “Este no es el mensaje que pretendo darle” pensé, mientras estaba al borde de las lágrimas. Antes de abrir la puerta del recibidor tuve que parar y respirar hondo antes de abrir a Markus.

 

—Andrea —su sonrisa hizo que me olvidase por completo de cada pensamiento que había tenido de camino a la puerta—, siento la demora. Me surgieron más tareas de última hora.

—Ho-hola, Markus. Por favor, pasa.

—Con permiso.

 

Entró acompañándome, pero en nuestra casa sin excesos, parada frente a él, me sentía ridícula y excesiva.

 

—¿Es un vestido hecho por tu madre? —Preguntó con interés. Me puse roja como un tomate y asentí.

—Sé que voy ostentosa. No sé en qué estaba pensando mi madre… si llegas a tardar un poco más, se las habría apañado para engalanarme hasta con joyas.

—Por el contrario: te favorece enormemente —me reí atacada de los nervios—, pero no pareces cómoda llevándolo.

—Es que es… ¡demasiado! Me siento como si fuera a asistir a un baile de la corte de un príncipe de Zairon.

 

Él se rió por la nariz y negó con la cabeza.

 

—Incluso entonces, atraerías todas las miradas.

 

Le guié hasta el salón con aún más reservas. Al entrar, el recuerdo de mi visión y de la sombra de mi padre regresó a mí como si estuviera volviendo a vivirla en aquel preciso instante.

 

—Ah… ¿Markus? Acabo de acordarme que quería preguntarte algo acerca de nuestros padres.

—Espero poder responderte. No recuerdo demasiado acerca de aquella época.

—Verás, creo que…

 

Al oír a mi madre bajar las escaleras sentí como si se me parase el corazón. En el peor momento: si me oía hablar de aquello con Markus, definitivamente no nos dejaría en paz el resto de la tarde. Mi amigo notó mi nerviosismo, percibió que había algo “prohibido” en lo que yo quería preguntar y comenzó a hablar en tono normal.

 

—...entre todas las opciones, unas rosas rojas tal vez serían las más apropiadas. Poseen un refinamiento sin igual y te complementarían perfectamente.

—¿Rosas… rojas? —Pregunté mientras intentaba pensar qué podía contestar a aquello—. Suenan bien. Comparten tu aire elegante...

 

Mi madre apareció segundos más tarde y nos observó unos instantes antes de entrar y sentarse en el sillón en frente de nosotros con una sonrisa de oreja a oreja.

 

—Buenas tardes, Markus —saludó con una sonrisa encantadora tras una sutil reverencia—. Bienvenido a nuestra humilde casa. Por favor, siéntete como si fuera la tuya. ¿Desearías alguna cosa?

—Ruego que no se preocupe por mí, señora Vilar —respondió el joven con una sonrisa igual de encantadora que la de mi madre. Mi madre se sorprendió gratamente al oír su apellido—. No es mi pretensión causarles molestia alguna…

—¡No nos molestas, querido! Y, por favor, llámame Cris. Tu madre y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo.

—Agradezco encarecidamente su continuo apoyo a mi madre incluso en los momentos más difíciles —en su tono solemne parecía incluir una chispa de admiración y respeto.

—Durante años me he sentido en deuda con ella —noté que me miró un segundo y sonrió afectivamente antes de volver sus ojos hacia Markus—. Por eso me alegra tanto saber que estáis recuperando vuestra libertad. Es difícil vivir un luto, más aún en la niñez...

 

Markus no cambió su expresión tranquila, pero noté que hablar de aquello le estaba poniendo tenso. Miré a mi madre e intenté desviar su atención por un segundo.

 

—Madre, tal vez podríamos ir a hacerte algún recado, si necesitas algo. Hoy es un día espléndido…

—Pero no necesito nada —replicó sorprendida—. Además, con lo guapísima que estás, ¿quieres que ese vestido se llene de polvo? Podéis quedaros aquí.

 

Me quedé patidifusa, pero al fin comprendí por qué me había vestido con tanta elegancia para un encuentro con un mero amigo: lejos de mis sospechas iniciales, ella tenía la intención de que ni él ni yo saliéramos de casa. Sin ninguna duda, había algo que la motivaba a no dejarnos a solas. A la fuerza, tenía que imaginarse la pregunta que yo quería hacerle a Markus, pero jamás me permitiría salirme con la mía. Aquel tema era tabú. Estaba prohibido.

Tenía que pensar en algo. Mientras ambos seguían con su charla, agaché la cabeza y vi un pequeño clavo del diván que estaba ligeramente suelto. Miré hacia mi madre y hacia Markus. No parecían haber percibido mi cambio de atención.

Sin dejar de mirarlos y con un movimiento disimulado de piernas, enganché mi vestido a la cabeza del clavo y, fingiendo girarme para replicar a mi madre, me moví bruscamente para conseguir mi propósito.

¡RAAAS!

El vestido se rasgó por la parte inferior, de forma tan sonora que tanto mi madre como Markus se giraron, yo me agazapé un poco para desengancharlo con la mano y les miré inocentemente.

 

—¡Oh, no! ¡Creo que se me ha enganchado el vestido con el diván!

—¡Andrea, tu vestido! —Exclamó atónita—. ¡Qué desastre! ¡Sube a cambiarte! Ya lo arreglaremos después, ¿vale, cielo?

 

Sin mediar palabra, me levanté rápidamente y salí azorada del salón, pero en el momento en el que llegué al piso superior, en lugar de ir directa a mi habitación, abrí la puerta a la habitación de mis hermanos, que estaban jugando con unos muñecos de madera en el suelo.

 

—¡Andrea! —bufó mi hermano molesto—. ¿Qué haces aquí? ¡Vuélvete a tu estúpida cita con tu estúpido novio, estúpida!

—Vale, renacuajo, he venido a negociar con vosotros.

—¡Bah! —Clamó él con enfado.

—¡Escuchadme! —Dije entredientes. Ellos dos entonces me miraron con cara de pocos amigos—. Mirad, el padre de Markus y nuestro padre se conocían. Necesito preguntarle algo muy importante acerca de esto, pero nuestra madre está muy... rara. ¡No lo deja en paz, y así es imposible preguntarle nada! ¿Creéis que podríais distraerla aunque solo fuera un momento, para poder preguntárselo?

—¡Seguro que quiere que la distraigamos para quedarse a solas con Markus! —Murmuró Alis rápidamente, haciendo aspavientos llenos de repugnancia—. ¡Para darse besitos! ¡Ugh! ¡Qué asco!

—¡Está bien! Tengo algunas monedas de trabajar con mamá —comenté mientras cerraba un poco la puerta, anunciando el final de la conversación—. Podríais tener un muñeco nuevo. Cada uno.

 

Cerré la puerta por completo y me apresuré de nuevo a mi habitación, con la intención de cambiarme de ropa de nuevo. Mi armario, por desgracia,  no tenía opciones tan elegantes como el vestido que me había dejado mi madre aquella tarde, la mayor parte de mi ropa eran prendas un poco más juveniles y cómodas. Decidí volver a ponerme la misma ropa que había llevado esa misma mañana. Por supuesto, aquel no era tan vistoso como el vestido de mi madre, pero me servía...

Tras sacarlo de mi armario, me predispuse a hacer lo que supuestamente había subido a hacer, cuando, antes de quitarme el vestido roto, alguien entró en la habitación. Era Lis, por lo que continué cambiándome la ropa.

 

—Si nos dices qué es lo que quieres preguntarle, nos lo pensaremos.

—Quiero preguntarle tres cosas: la primera es si sabe cuál era el propósito del viaje de nuestros padres. La segunda es si sabe de alguien más que estuviera relacionado con su última aventura y la última si sabe cómo murieron.

—¿Es que tú no sabes nada de eso?

—Era muy pequeña, no puedo recordar casi nada —bufé mientras me abrochaba los botones del vestido y me acercaba al espejo para asegurarme de que estaba bien colocado—. Markus me dijo ayer su edad: es dos años mayor que yo, así que puede que él recuerde algo más.

—¿Ayer? ¿No querrás decir el otro día?

—¡Ya sabes lo que quería decir! Todo eso… Puede que él lo sepa. Es alguien que siempre ha estado ahí, pero nunca a simple vista…

 

Me puse frente a mi hermana, que me devolvió una intensa mirada de curiosidad. Después sonrió y se fue sin añadir nada más. Por unos segundos, me preocupé, pensando que tal vez habrían faltado a su parte del trato, pero tan pronto como bajé las escaleras, comencé a oír un escándalo tremendo en el piso superior de la casa, y entré en el salón mirando de soslayo a las escaleras.

 

—¿Qué habrá pasado ahora? —Farfulló mi madre mientras se ponía de pie.

 

Los gritos de la una y los chillidos del otro se intensificaron, hasta el momento en el que mamá suspiró y se disculpó ante Markus, cuyo semblante permanecía inalterable. Entonces, aproveché el momento para acercarme a él.

 

—Sígueme, rápido...

—¿No deberíamos esperar a tu madre?

—Quiero hablar contigo lejos de ella. Markus, por favor, confía en mí.

 

Tras aquellas palabras, se puso en pie. Me siguió hasta el exterior, y tras cruzar el jardín conmigo, atravesamos el vallado y comenzamos a andar por el camino del norte, dirigiéndonos hacia el bosque. Sentía cierta adrenalina, y aunque estaba segura de que aquello iba a darme problemas más tarde, no me sentía ya tan nerviosa ni intranquila como lo estaba antes de salir de la casa.

 

—Lo siento. Mi madre te ha dicho cosas innecesarias…

—Solo ha sido honesta —murmuró desviando la mirada—. Un luto nunca es fácil.

 

Le miré afectada. Había olvidado por completo lo excepcional y extraña que era mi familia al no haber pasado por lo mismo tras la muerte de mi padre.

 

—Un luto son nueve años —aprecié.

—Siete años de reclusión. Dos años de silencio.

—Entiendo que no quieras hablar de ello.

—Aunque amargo, mi pasado no es más que eso. Prefiero pensar en él como los recuerdos de un camino que me ha llevado al presente.

—Pero yo podría haber formado parte de tu pasado.

 

Su expresión se llenó de sorpresa. Dejó de caminar, justo cuando nos encontrábamos en el camino del bosque, donde las casas ya no se veían más allá de los árboles. Allí me pidió que me explicara.

 

—Nuestras madres son amigas y tu padre patrocinaba las expediciones del mío. En algún momento nos habríamos encontrado.

—Es el escenario más probable, sí —admitió con una voz ensombrecida—. Sería así si nuestros padres aún siguieran vivos.

—Murieron juntos, ¿verdad?

—Así es —afirmó en voz baja—. Pero, ¿qué importancia tiene? Tu padre era un hombre que no se merecía tan cruento destino, mas ese castigo no es suficiente para redimir el nombre del mío.

—¿Qué recuerdas de aquel entonces? —Inquirí con expectación.

—¿Acerca de qué?

—No lo sé… Cualquier cosa: su destino, su misión, sus compañeros...

—Ha pasado mucho tiempo…

—¡Por favor, Markus, es muy importante!

—Tu deseo de descubrir la verdad es vigorizante, al igual que tu lealtad hacia tu padre, pero descubrir su suerte solo abrirá las heridas de ayer. ¿Por qué es tan importante? No puedes cambiar el pasado...

—Ni siquiera… Ni siquiera sé cómo murieron.

 

Apretó los dientes con fuerza y negó con la cabeza.

 

—Esos detalles solo te causarán un sufrimiento innecesario.

—Tú lo sabes, ¿no es cierto?

 

Mi amigo asintió, pero seguía negándose a compartirlo conmigo.

 

—Temo herirte. Solo puedo imaginar la entereza de un hombre cuya hija fueras tú. Un corazón tan apasionadamente entregado como el tuyo debería ser feliz, pero ya no está, y aferrarte a su memoria de esta manera… ¿En verdad merece la pena el daño que puedas sufrir por saciar tu curiosidad?

 

Me tomó la mano, enjaulándola entre las suyas y me miró a los ojos sin dudar. Su expresión era triste, repleta de dudas y temerosa a la par que suplicante.

 

—Y sé que tu búsqueda no terminará con mis palabras. Al ver tu mirada, entiendo que llegarías a los confines del mundo para desvelar la verdad; buscarías incluso las cuestiones que me son desconocidas, pero sé que hay misterios ocultos en ellas que podrían marchitar incluso tu revitalizante candor.

 

En aquel momento, sentí que mi fortaleza flaqueaba frente a sus palabras y su mirada colmada con todas aquellas emociones. Sin embargo, al instante siguiente pensé que la verdad no tendría sentido si no la escuchaba de sus labios.

 

—Todo lo que sé es que se fue, y que nunca volví a oír su voz —contesté con una determinación férrea—. Es cierto: la verdad puede abrirme viejas heridas pero, sin ella, jamás desaparecerán. Quiero saber, porque creo en la verdad. Es la única forma de que lleguen a cicatrizar.

 

La expresión de Markus cambió de nuevo, pero en esta ocasión, su mirada ya no mostraba pena ni tristeza, sino admiración.

 

—Eres increíble, Andrea…

—Por favor…

—Lo compartiré contigo —aceptó, soltándome la mano—. Pero antes debes prometerme que no cometerás imprudencias motivadas por tu afán de descubrir qué ocurrió. Tú necesitas la verdad, y yo necesito estar seguro de que estarás bien.

—Te lo prometo.

—Nuestros padres fueron asesinados —me susurró al oído.

—¿Qué? —Sollocé.

—A su regreso, los compañeros de viaje de nuestros padres solo portaban el cadáver de Alecsandros. Nos ofrecieron sus condolencias, más por deferencia hacia nosotros que por mi padre. Lo recuerdo claramente: tu padre tenía una única puñalada en el pecho, justo donde se halla el corazón.

—¡No puede ser! —Exclamé sin contener las lágrimas—. ¡No, no, no, no!

—Lo lamento con toda mi alma…

 

Con aquella revelación, sentí como si el mundo se hubiera repleto de sombras y oscuridad. Mis emociones oscilaban entre el miedo y el desconcierto y respirar se volvió una tarea difícil y que requería de mi consciencia. Ante mi alteración, él se aproximó, dudoso, y me rodeó con sus brazos tratando de reconfortarme mientras yo seguía llorando. Durante un breve instante, su abrazo tuvo el efecto contrario e hizo que mi pecho doliera horrores. Inmediatamente después, mis emociones dejaron de ser tan asfixiantes y dieron paso a un hormigueo extraño que ascendió por toda mi tripa hasta mi garganta.

La presencia de Markus logró que mi peor temor solo fuera una leve mella. Su calor era nostálgico y familiar en cierto modo, con el anhelo propio que se siente hacia alguien que se ha ido en un viaje durante años y regresa al fin. Mi llanto se convirtió en jadeos débiles y temblorosos. Él seguía allí, parado y sin decir nada.

 

—Desearía devolverte a tu padre, ojalá pudiera ostentar tal poder como para traer de vuelta a quien te es querido. Y aún incluso desde tu soledad has logrado una virtud insuperable… Su muerte es injusta.

—Gracias. Muchas gracias por contármelo.

—Lo que realmente deseo es descubrir la verdad contigo. Durante todo este tiempo he permanecido ciego, ocultándome de los misterios entre las sombras de mi propio resentimiento, pero hoy me has abierto los ojos…

 

No respondí, pero sentí de nuevo su compañía y proximidad y me invadió una dulce felicidad.

 

—Te parecerá absurdo e impropio —me reí amargamente—, pero siempre he soñado con escapar de Revon. Vivir aventuras, como mi padre, y descubrir qué hay más allá de las montañas…

—¿Por qué crees eso? Yo pienso que un sueño así es tan apropiado para ti que no me resulta en absoluto sorprendente. Revon solo es una fracción minúscula de Zairon.

 

Me quedé sin palabras. Las suyas tenían tanto sentido que, en ese momento, parecía hablar de una creencia a la que podría haberme aferrado como una seguidora ferviente. Me reí con suavidad y él coreó mi risa y una sensación agradable que jamás había sentido antes rebosó mi pecho… Ya no tenía miedo ni dudas, solo una fuerte resolución naciendo en mi corazón. No me preocupaba la discusión que tendría con mi madre al regresar a casa. Ni tampoco tener a mis hermanos revoloteando a mi alrededor para recibir su recompensa. Tenía un objetivo y a alguien que me apoyaba. Por primera vez en mi vida, me sentía imparable, invencible.